En la casa de los locos
las palabras son un juego ancestral y supersticioso.
Sin disminuir el fervor de las veneraciones,
aun cuando los dioses sean menos divinos
y los hombres sean menos humanos,
entre estertores de relojes y baúles polvorientos
irrumpe el poeta y deja sin cerrar la puerta de la palabra sótano
para que la noche se desfonde escaleras abajo,
para que todo se vuelva subterráneo
hasta perder sus raíces en medio de la oscuridad.
En la profundidad devoradora de su boca
se va agolpando un vago tumulto de pensamientos muertos.
Se dice a sí mismo:
“Por algún tiempo imaginé que las palabras eran mi monasterio
y yo su último habitante.
Pero ya estoy cansado de esta farsa.
Si escribo cielo me lleno de vértigos.
Si escribo tierra me lleno de temblores.
Si escribo luz me lleno de sombras.
Si escribo hombre me lleno de dudas”
Palabras embalsamadas a la boca: espuma inmóvil,
los miedos que el sol ya no puede secar.
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