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Lydia Dávila:
imprescindible en la poesía ecuatoriana
Aleyda Quevedo Rojas

La poesía no la elegimos sino que nos elige.
Blanca Varela.

E n la mejor y más depurada tradición de la poesía ecuatoriana, la más radical forma de la literatura, una mujer, un nombre, es ineludible: Lydia Dávila.

Poco difundida y reconocida en el Ecuador, es dueña de una altísima calidad literaria, donde confluyen pasión y conocimiento, en exactas cantidades.

Digna de figurar en el mapa de la poesía ecuatoriana, donde, casi siempre se destacan, con justa razón y mucha poesía de peso a: Jorge Carrera Andrade, Alfredo Gangotena, Gonzalo Escudero, César Dávila Andrade, Efraín Jara, Jorge Enrique Adoum; es la protagonista de esta ponencia, en el marco del Festival de Poesía de Bogotá, dedicado a la Poesía Contemporánea Escrita por Mujeres.

Resulta que este pequeño país llamado Ecuador tiene referentes imprescindibles de poetas mujeres como: Dolores Veintimilla (Quito, 1829-1857); Zayda Letty Castillo (Guayaquil, 1890-1977); y Mary Corilé (Cuenca, 1901-1976). Junto a estos iconos de la literatura ecuatoriana, emerge Lydia Dávila, con una historia literaria distinta: de ella solo se conoce un solo libro, publicado en 1935; es un libro atípico y muy personal para la época; los registros literarios de su tiempo, así como los contemporáneos no tienen su nombre.

Se cree que nació en Quito, en las dos primeras décadas del siglo XX, quizá contemporánea de César Dávila Andrade que nació en 1918. Por los escasos datos que de Lydia Dávila existen, se podría decir que es una poeta rarísima que escribió un solo libro, que basta para colocarla a la altura de los mejores autores ecuatorianos.

La capacidad de su lenguaje, hace que en cada poema, sea posible atravesar lo sagrado y lo cotidiano, con un ritmo potente, desde el universo erótico-amoroso.

Dentro de los iconos femeninos de la poesía ecuatoriana, también se destaca Ileana Espinel (1931-2001) poeta e intelectual que manejó en su obra una amalgama de vanguardias literarias que pueden leerse en siete de sus libros.

Por primera vez, la Poesía Escrita por Mujeres en el Ecuador, acaba de ser recogida en una amplísima antología titulada: La voz de Eros, dos siglos de poesía erótica de mujeres ecuatorianas, editada por TRAMA, y presentada en marzo de este año en Quito, cuya antologadora es Sheyla Bravo Velásquez. Y es en esta antología, donde algunos de los poemas de Lydia Dávila, se recuperan, también por primera vez.

Más de 95 poetas de las 22 provincias que componen el Ecuador conforman este libro que visibiliza las múltiples voces de las mujeres que hablan del universo erótico y su más allá.

Antiguas, decantadas y necesarias voces como las de Aurora Estrada y Ayala, Alicia Yánez Cossío y Sonia Manzano, se confunden con los más jóvenes y contemporáneos cantos de: Carmen Vásconez, Margarita Laso y María de los Ángeles Martínez, guayaquileña, quiteña y cuencana, respectivamente.

La temática que les es común a las poetas de esta antología es el erotismo omnipresente, ese erotismo que es siempre invención, movimiento, variación incesante, ese es el tema del que siempre, las mujeres han escrito, en todas las épocas y en todas las tierras. Y claro, las escritoras ecuatorianas abordan el universo del erotismo desde hace dos siglos.

Y en esa esfera de las poetas antologadas, Lydia Dávila, alcanza un brillo muy intenso, suficiente para atravesar los dos siglos recuperados, por la belleza de sus imágenes y la irreverencia de sus poemas en prosa.

1935, y los contemporáneos de Lydia Dávila

Las contemporáneas de Lydia Dávila, tomando en cuenta el año de edición de su único libro publicado: 1935, serían la chilena, Premio Nobel de Literatura en 1945, Gabriela Mistral, que publica su libro titulado: Tala, cuya primera edición data de 1938; y Alfonsina Storni que publica el libro Mundo de Siete Pozos en 1934.

En Tala, los poemas de corte amoroso de la Mistral, nada tienen que ver con el erotismo desenfadado, de la ecuatoriana Lydia Dávila. Mientras la Mistral escribe:

En costa lejana/ y en mar de Pasión,/ dijimos adioses/ sin decir Adiós./ Y no fue verdad/ la alucinación. / Ni tú la creíste/ ni la creo yo,/ “y es cierto y no es cierto”/ como la canción.

Lydia Dávila escribe: Señor¡ Has que le encuentre en el desbordamiento de mi sangre. Mis senos se transfiguran al conjuro de sus labios. Si él tiene la melena rubia, como el trigo de la Palestina. Si él reposa en el contagio de mis alucinaciones románticas ¿Por qué no he de quererlo? ¡Señor! Perdona si mi oración tiene sonoridades de histeria…También me ha crucificado su cariño; porque soy una santa, una virgen con palideces diabólicas.

Y la argentina Alfonsina Storni en su libro de 1934 Mundo de Siete Pozos escribe:

Sobre la pared/ negra/ se abría/ un cuadrado/ que daba/ al más allá./ Y rodó la luna/ hasta la ventana;/ se paró/ y me dijo:/ “De aquí no me muevo;/ te miro/ No quiero crecer/ ni adelgazarme/ Soy la flor/ infinita/ que se abre/ en el agujero/ de tu casa/.

La poética de Lydia Dávila, devela una construcción estética única, para el Ecuador de 1935, año en el que un poeta ecuatoriano de la talla de Jorge Carrera Andrade publica dos libros: El tiempo manual, y El Rol de la manzana. Y otro ecuatoriano, de la calidad de Alfredo Gangotena, publica Nuit en 1938, escrito en francés. Pero ni siquiera los poetas más notables de la época, se atrevieron tanto con el lenguaje a desentrañar la sexualidad, el erotismo y el universo del cuerpo.

Quizá, en el ámbito pictórico, solo la mexicana Frida Khalo se atrevió tanto con la temática del cuerpo femenino, la violencia contra las mujeres y el dolor, justamente, de 1935 es uno de los cuadros clave de esta artista titulado: “Algunos piquetitos”.

La literatura y el género

Leyendo y releyendo a Lydia Dávila regresé sobre aquella vieja discusión de si la literatura tiene género.

Leo en voz alta sus poemas y me pregunto si un hombre también podría haberlos escrito.

En mi boca, hallarás estertor de ateísmos…Un poema de místicos desgarramientos. Quiero raptar tu nombre: escrito en la gota cristalina de una lágrima.

No sé si exista poesía femenina, masculina, lésbica, homosexual, asexual, afro, indígena, no lo sé. Pero creo que hay buena poesía y poesía mala, y que sus temáticas son tan diversas como la condición humana.

Si se trata de poner sexo a la poesía, a la literatura, prefiero creer en lo que decía Virginia Woolf, en su libro Una habitación propia: “Proust era del todo andrógino, o quizás un poco demasiado femenino. Las mujeres y la novela, es que es funesto hablar para todo aquel que escribe el pensar en su sexo. Es funesto ser hombre o una mujer a secas; uno debe ser mujer con algo de hombre u hombre con algo de mujer. Debe consumarse una boda entre elementos”.

Con todo vigor e intensidad, creo en lo que la Woolf reflexionó: en la escritura nadie puede ser hombre o mujer a secas, para ser un buen escritor hay que ser un poco andrógino. Y esa también es una actitud transgresora, ser un poco hombre y un poco mujer, no solo a la hora de escribir, sino también de vivir.

Por otro lado, la opción sexual íntima de un autor es un tema que tiene que ver con la libertad, lo que importa verdaderamente es que su obra sea auténtica y de calidad.

Es que la diferencia fundamental entre hombres y mujeres, para mí radica, en lo que la antropóloga francesa Francoise Héritier, señala, en uno de sus varios ensayos sobre el tema:

“La diferencia entre hombres y mujeres se debe más bien a la fecundidad que al sexo. Frente a esta exclusividad femenina de la fecundidad, los hombres han construido otros campos reservados, fuente de su identidad”.

Por supuesto que se escribe desde una sensibilidad y psicologías femeninas, se escribe sobre temáticas del mundo femenino; pero también se escribe desde una actitud del ser total, donde el amor, la muerte, la pasión y el cómo estructurar las emociones, es lo que cuenta porque son territorios que le pertenecen al ser humano, y que la poesía es capaz de revelar.

Creo en la poesía que hila las visiones y los presagios, la pasión y el conocimiento, desde el dominio del oficio y la rigurosidad del lenguaje, y eso debe ser comunicable, más allá del género. Precisamente eso es lo que amo de la poesía de Lydia Dávila, plasmada en un único libro.

Lydia Dávila
Labios en Llamas, y la libertad en un solo libro

El erotismo de Labios en Llamas plagado de pureza y matices irreverentes me conmovieron, desde la primera lectura, y decidí buscar el único libro que esta mujer publicó en la Imprenta Ecuador, en Quito, en septiembre de 1935.

Así fue como llegué hasta la Biblioteca “Aurelio Espinosa Pólit”, y encontré “Labios en Llamas”, un libro de 52 poemas, cuyas hojas amarillentas y polvorosas han sido reencuadernadas con pastas duras para conservarlas mejor.

Mientras hojeo el libro, pienso en que solo esta biblioteca, fundada por jesuitas, (sabios, sanos y santos) guarda un ejemplar de esta joya literaria del más concentrado erotismo y la sensualidad más iconoclasta, que no termina de sorprenderme y encantarme.

Lydia Dávila, una mujer que le cantó sin temores al hombre amado, al cuerpo libre, a las drogas y a la parte sagrada y cristiana de una relación amorosa, en las primeras décadas del siglo XX, ahora, en el siglo 21, guarda su único libro editado en la biblioteca de los sabios jesuitas.

Fotocopio el libro de Lydia, y lo guardo cuidadosamente en mi cartera. Luego, voy al fichero de los diccionarios biográficos del Ecuador y diccionarios de literatura ecuatoriana. Pido el más antiguo que tienen, se trata del Diccionario Biográfico de 1928, cuyo autor es B. Pérez Merchant, y claro, Lydia Dávila no está, su libro recién aparece en 1935. Pido otros diccionarios y nada, Lydia no aparece. Busco en el archivo digital, y en Dávila tampoco aparece ella, ni referencia alguna sobre su único libro publicado.

Aunque no figure en diccionario alguno, Lydia Dávila, con Labios en Llamas, irrumpe definitivamente en la poesía ecuatoriana.

La pureza de su palabra erótica consigue momentos de plena belleza.

La poeta se reafirma en su nombre, y a partir de la escritura de sus deseos más hondos transgrede normas, estilos, convenciones y formas, las formas establecidas por el canon de la literatura ecuatoriana, en ese momento.

Poemas en prosa que mantienen un ritmo entre lo sagrado del encuentro amoroso, y la perversión de los sueños eróticos, las fantasías y los límites inexplorados del cuerpo y del amante.

Creo que todos los libros son autobiográficos, en alguna medida, en alguna página o momento de la creación; y quiero creer mucho más en esto cuando pienso en Lydia Dávila, en su libertad, en su verdad.

Nietzsche decía que para ser veraz hay que ser libre.

Sí, para poder decir la verdad hay que ser enteramente libre, y para hablar de erotismo, y de deseo mucho más.

La libertad es un ejercicio que Dávila supo hacerlo con absoluto conocimiento técnico de la poesía y seguramente, muchas horas de trabajo, ahí está su único libro para confirmarlo.

Algunos acercamientos a quién fue Lydia Dávila, menciona que nació y vivió en Quito, que escribió Labios en Llamas a los 19 años de edad, y que se llamaba a sí misma “Satanás de Amor”.

Su poesía nos habla de una mujer que se conoce muy bien a sí misma. Una poeta que se reafirma como ser humano a partir de su nombre:

Es que en mis poemas estoy yo: Lydia , escribe al final de su poemario, como si quisiera dejar bien claro que lo más íntimo de su ser está escrito por siempre en sus versos en prosa.

Y el poema que abre el libro se titula: “Yo Lydia”, y en él se siente el tono de seguridad de la voz poética.

Yo, Lydia: soy la flor migratoria de unas cuantas romerías en camino./Yo, Lydia: soy el claro de luna que prendió inquietudes en tu sangre de gitanos amores.…/Yo, Lydia: soy la mujer más bella. Si tú me vieras…/

La poesía de Lydia Dávila es radicalmente sincera, sin artificios, sabia y bien cuidada. Tiene la virtud de transportarnos a su tiempo, a una época marcada por la inestabilidad política y económica, así como por la religiosidad.

Su poesía crea atmósferas claramente posibles de mirar a través de las imágenes literarias bañadas de sensualidad y alejadas de la culpa y la falsa timidez que dominaba los años treinta en Quito.

La poesía que amo, como lectora, es apasionada y sabia, la poesía de Lydia Dávila reúne esas dos cualidades.

Labios en llamas , rompe el tradicionalismo social de las mañanas de iglesia y rezos de la franciscana Quito; y cambia las costumbres, el orden y la sexualidad convencional, por el deseo como un territorio que le pertenece a una mujer.

Ahí está su poema Diablesa:

DIABLESA
Un Satanás de Amor?

¡Quiero ser…! Incendiar en mis pupilas

en el áspide lloroso de las tardes, para que te confieses conmigo…

en la serenata de un suplicio. Cual castidades sin cielo…

Poseerte…

ser tu bandida, la pirata de tus amores….

Mutilar la caricia de tus huellas: como un Satanás de Amor.

Muchas veces me he muerto en tus brazos, con la boca recelosa…

con el presentimiento mortal de lo inevitable…

¡Excitaciones…!

porque tú eres la borrasca de mis carnes núbiles…

¿Un Satanás de Amor?

mi cuerpo debió ser…Ya te contaré las caricias íntimas.

Esta quiteña que por su sabiduría y libertad al escribir, cualquiera pensaría que vivió y amó antes en París, Nueva York o Hong Kong, construyó un libro, personalísimo, donde los términos fantasía, pasión e imaginación, definieron su literatura, aunque cuando sea con una ópera prima.

Se ha dicho de Lydia Dávila, en una de las poquísimas reseñas dedicadas a ella:

“Lydia Dávila es una neurasténica erótica, alucinada en el deseo carnal, no satisfecha; en sus textos se conjuga el lenguaje cristiano con el impudor: cita a Kempis, Santa Teresa y el consumo ardiente de la cocaína.

Sandor es el nombre del joven pintor a quien entregó la virginidad en un rojo diván”.

La alucinación con el deseo carnal y los sabores de las sustancias prohibidas se verifica constantemente en sus poemas, como en este titulado Éxtasis violadores:

ÉXTASIS VIOLADORES

Has roto la penumbra de mis otras horas…

Violaste las entelequias de mi herida.

Para que se acueste en mi remanso tu racha de besos madrugadores.

 

Te enervas de alcaloides. Cerca de mis plantas hay una algarabía

de estertores: la reliquia de mis senos desnudos.

Juegas en mi cuerpo con tus dedos beodos. Has roto

la simetría de mis líneas… y sorbes del licor añejo

sin genuflexiones de Amor.

Me pregunto: ¿qué hubiera pasado si Lydia Dávila publicaba un segundo libro? Sería igual de maduro y bueno. O quizá, lo que hizo del primer libro un poemario importante se debió a la actitud de una mujer joven que ama intensamente y posee la libertad suficiente para hablar, en los años 30, de Jesucristo y la Morfina, con tanta pasión, como si ambos no estuviesen ligados a los convencionalismos de la época ortodoxa de entonces.

En el poema titulado “En esta noche”, Lydia teje un poema, a partir de la derrota amorosa, y la calma que concede la morfina, sobre el desencanto del amante que se aleja.

EN ESTA NOCHE
El cielo está parpadeando luces inseguras…

Fosforescencias de satanismo. Que rompen el cristal de mis palideces…

 

Si vinieras de puntillas, como un secuestrador de pecados fugaces.

Así como llegan a mis fecundidades de hembra las gotas asesinas de la Morfina.

 

Estáticas se han quedado las miradas, inquisidoras e irónicas.

Por la derrota de nuestro Amor… Porque la secreción de tus desvíos ha naufragado en esta noche. Y falta reconcentrar la armonía en el dedal de un silbo.

Esta noche no ha visto nuestro beso, girando el sufrimiento de no ser eterno.

En el siguiente poema sin título, la poeta se aleja completamente de los preceptos católicos y los convierte en recursos para expresar la pasión que la quema, el amor doloroso y alucinado que la carcome: hostias sagradas del sexo; dolores de Jesucristo, heridas divinas…

La alucinación de tu deseo vivirá en la linfa de mis fecundidades.

De mis fecundidades que tienen dolores jesucristinos…..

Seré buena…….

para recibir la hostia sagrada de tu sexo.

La herida milagrosa de tus carnes en floración.

Yo sabré esperarte……

a conjuro de una tentación, de un éxtasis…..

de una agonía……

En el texto que sigue, Lydia Dávila y la voz poética interior transforma la carne en un pecado mortal de divina belleza.

OH MI CARNE DE SÁNDALO
Oh, mi carne de sándalo, perfumada, tibia, divina. Se clava en tus excesos

con mordeduras incitantes y te hace daño. ..Perdona el martirio de mi carne.

¡Sí, soy la novia sin tímidos recatos!

 

La uva de tus caricias se destila en mis venas, en la heroicidad de mis versos,

cual una reparación a destiempo…

 

I seré como aquella tarde. Cuando los dos juntos bebimos el asedio

de mis líneas…en la cuenca de un Pecado Mortal.

 

El personaje de Labios en Llamas dice ser una “santa virgen, una virgen con palideces diabólicas”.

Se soñó como una vampiresa oriental, con hechicerías de Buda, en la eterna tragedia de un Príncipe Moro.

Es una sacerdotiza, una gitana, una princesa sin admoniciones cristianas, que adora a su amante de cabello rubio con la adolescencia del ajenjo.

Y después de experimentar la pasión, de moverse entre las aguas del sexo y la tierra del amor romántico, la poeta vive la ruptura de la relación, el desencanto, el no amor, la soledad, y ya sin amor, se prepara para el encuentro con la muerte:

Mi neurastenia abre los caminos del cansancio, escribiré poemas con alas de suicidio. El barco ebrio de la muerte se contonea en los mares azules del insomnio. Me acecha el placer con su ojo bandido. Es que en mis poemas estoy yo: Lydia.

Estos son los últimos versos que cierran el libro de Lydia Dávila. Quizá, la poeta decidió quitarse la vida y por eso no existen otros libros, quizá después siguió publicando pero con otro nombre; o simplemente su vida literaria, terminó con su primer libro.

Tal vez, Lydia la poeta y Lydia el personaje que amaba a Sandor, el poeta de cabellos rubios, decidió desaparecer y cambiar de identidad para soportar y tolerar a la cerrada y ortodoxa ciudad de Quito.

Nada más se sabe de la autora, pero en sus poemas podemos descifrar más que pasión y conocimiento. Ojalá Labios en Llamas sea reeditado para el goce de la literatura universal.

 
Aleyda Quevedo Rojas, Quito, ECUADOR 1972. Poeta y periodista. Ha publicado los libros de poesía: Cambio en los climas del corazón, 1989, Editorial Universitaria, Ecuador. La actitud del fuego, 1994, Ediciones de los Lunes, Lima Perú. Algunas rosas verdes, 1996, Ediciones del Sistema Nacional de Bibliotecas, Ecuador. Espacio vacío, 2001, Ediciones de la Línea Imaginaria, Casa de la Cultura Ecuatoriana.Música oscura, 2004, Cuadernos de Caridemo, Almería, Junta de Andalucía-España, Soy mi cuerpo, 2006, Libresa. En 1996 su libro Algunas rosas verdes, recibió el Premio Nacional de Poesía “Jorge Carrera Andrade”. Ha representado al Ecuador en los más importantes Encuentros Internacionales de Poesía en Argentina, México, España, Colombia, Chile y Perú. Textos suyos traducidos al inglés aparecieron en las revistas norteamericanas: “Hubbud”, “Calapooya”, de la Universidad de Oregon y EYE-RHYME. Así como en diversas publicaciones de Colombia, Perú, México, Argentina y Ecuador, y en las recientes antologías de poesía: Presencia de Grecia en la Poesía Hispanoamericana, Ediciones LOM, Chile; Trilogía Poética de las Mujeres en Hispanoamérica: Pícaras, Místicas y Rebeldes, México; La voz de Eros, dos siglos de poesía erótica de mujeres ecuatorianas, TRAMA, Ecuador.