EL GENIO DE MILOSZ Y LA PLEGARIA DE LA POESÍA
Dinstinguir con meridiana claridad la diferencia que separa lo que Heidegger denominaba "stimung" - suspensión de sentido que afecta lo ontológico, (del mero «estado de ánimo» psicológico), por lo que el filósofo alemán denominaba «temple de ánimo» ,«temple» como la temperatura a través de la cual los metales alcanzan sus estados ideales, resulta, entre muchísimos nudos gordianos, absolutamente necesario para enfrentarse a la obra poética, y contradictoria o paradojalmente, a la del vidente lituano Oscar Wladislao, conde de Lubicz Milosz. Quién fue o qué fue en esencia Milosz, es pregunta que puede aún alzarnos y alcanzarnos como un rayo, cuando de clasificar o buscar geneologias de obras se trata. El mismísimo Adolfo de Obieta comete el error de enumerar una larga lista de espíritus afines por el hecho de compartir, aspectos parciales de cualidades como el esoterismo, la nigromancia, la videncia, el hermetismo, citando desde Pitágoras a Wroski, Novalis, Hölderlin (poetas), hasta Bach, Wagner (entre los músicos), Swedemborg, (entre los visionarios) (así clasifica Obieta la tradución de Lisandro Z. D. Galtier), como Blake, entre los pintores (aunque Blake haya sido mucho más que un pintor), Cyrano entre los utopistas ¡vaya exageración!, hasta Hesse entre los novelistas. Estas genealogías son amalgamas, que antes de singularizar y poner entre comillas la obra de un creador y la creación en estado de skepsis (preguntar es la plegaria del pensamiento), escribe Heidegger en "Preguntas Fundamentales", confunden y, bajo la necesidad de presentar presuntas afininidades, amontonan y enturbian. Comencemos pues admitiendo que Milosz fue un poeta de cabo a rabo en sus primeros poemas, en sus poemas cortos, y que la lúgubre letanía cercana a la de Poe, distinguió desde el principio, el duelo inacabable que se prolongó trágicamente en su búsqueda plotiniana del Uno Derrida que pudiera devolver al niño expósito, desposeído de las imágenes madres y del útero de los arquetipos, la condición deyecta - caìda - del mortal, por no decir abyecta. Basta decir que Milosz trató a Fulcanelli para creer que todas las contestaciones están al alcance de la mano? La genealogía de Milosz es tan antigua como moderna: me atrevería a decir que Milosz sería típicamente un poeta moderno si su lenguaje, si su ropaje estético, no lo arroparan de un peculiar expresionismo, que nos lo muestra embarcado en la búsqueda del Uno "ver y describir lo que ve". El poeta pánico, el poeta dionisíaco, convive con los Dioses, juega con éstos y es víctima de la crueldad de toda transgresión que no permita "ver" aquello que no puede ni debe ser "objeto" del deseo mortal, como le sucede a Acteón. Pero el todo heracliteano está lleno de Dioses, y el Uno para reencontrarnos con los inmóviles arquetipos parmenídeos, a los cuales el hombre ha abandonado y por lo cual paga con la cárcel del tiempo, en la traducciòn de Diels de la frase de Anaximandro. En verdad es el alma un extraño en la tierra y el hombre un " nonato" aún interpreta Heidegger a Trakl, y esta feroz nostalgia, igual que la de Rimbaud cuando afirma que aún no estamos aquí, que no es ésta la verdadera vida, claro en éstos poetas sin apelar a la trascendencia de un mundo inteligible, son fenómenos expresamente modernos. De todos los creadores en los cuales la melancolía de un paraíso perdido hace carne, sólo Nietzsche mira hacia el futuro. Las naves han partido y no existe ni el arriba ni el abajo, ni puertos donde guarecerse de las tormentas, menos aun la sombra de los arquetipos de soles muertos, mientras los simulacros nos muestran que lo que Blanchot denomina fragmentación, dispara sobre el poeta moderno su salva de letales perdigones. "Bienvenida seas, soledad, madre mía", escribe Milosz después de haber llevado a Miguel de Mañara (Don Juan Tenorio) al purgatorio del arrepentimiento y a confesar que existe un solo amor que es el amor de "aquel que no puede ni debe ser nombrado". Debemos reconocer que Milosz, si bien no las busca , aunque elementos de indole èstetica le sobran, encuentra en su camino de despojamiento éstetico algunas de las imágenes más bellas de la poesía contemporánea. Su sentido de amor a la naturaleza (Y, en la noche fragante, la jauría de la melancolía ladra en sueños), resulta siempre vencido por el pavor: sin embargo el zumbido de la reina de estío, - la abeja - revolotea de vez en cuando por sus páginas. La madre Lituania, la madre carnal, - pero solo simbolìcamente, porque se trata de la madre que pare sin engendramiento - lo han expulsado de aquellos "¡Antiguos días, antiquísimos días, tan bellos, tan puros!". Pero el pavor, afirmábamos, el pánico, solamente comparable al de Poe, pueden con el poeta que necesita lo que algunos denominan el "camino ascencional" que lo llevará al encuentro de aquello que Platón no encontró: "el huevo solar". El centro luminoso del Universo en el cual se mece increado aún, la archiescritura de los arquetipos: el niño de los niños antes de su fecundaciòn. Milosz dice en su obra cumbre e inclasificable "El cántico del conocimiento": "Yo he visitado los dos mundos. El amor condújome hasta lo más profundo del ser". Lo que hasta el momento se ha llamado poesía, constituye para Milosz un llamado al desierto de los símbolos que son meros simulacros. La tierra es la tierra baldía, en la cual la antigua raza que añora, suprimìa las dicotomìas de noche y dìa, de movimiento y dinamismo - el devenir -, y lo que denomina el "lugar" - el "Das-Sein" diriamos hoy -, en una repulsa de lo temporal, en un tiempo anterior al tiempo, y en esa raza anterior a toda raza, que no sean la de los lemueles servidores de Dios, donde se establece el "pàramo" y la dinàmica de la "separaciòn". Y también escribe: "Yo escribo lo que veo". Y tambièn escribe: "Yo he visto. Y quien a visto cesa de pensar y de sentir. Solo sabe describir aquello que ha visto" : ¿Y que ha visto el poèta vidente?: Porque hay un paìs donde el ser està solo/ frente a si mismo. Solo desde ese sitio universal es posible ver sin conturbarse y leer la grafìa de la verdadera escritura (la archiescritura derridiana), en la que podemos volber a ponernos en contacto con el absoluto, todo ello antes de la "caìda, la Linea Recta, la primera". Empero, si el absoluto es sólo el margen móvil de la temporalidad, ¿qué función cumple ya aquí el lenguaje que sólo constata, que ya no puede ni debe salmodiar lo incognoscible?
En sus ùltimos años Galtier se empeñò en llevar a las tablas algo que tal vez tenga que ver con esa tradiciòn que và de Calderon a Hoffmansthal, y que parece tan lejana a nosotros ahora, pero no pudo sino desear algo que tal vez hubiera resultado anacrònico, cuando Godot, ya no esperaba nada de la palabra soplada ni del absoluto. Corrientes, 15 de junio del 2003 |