"Abandóname infancia, Oh descíframe tus enigmas!", grito del desesperado que no tiene respuesta, alarido sin eco golpeando contra la nada de la desmemoria y dispersión de los limites, que se hacen sombra, junto al viandante de la poesía. No me abandones infancia, que no tendría techo ni resguardo, aunque de tus oscuras fauces, broten ángeles y demonios.
Cuando el insomnio hiere los párpados, y la amannesis de la escritura - borrar las huellas, borrar las huellas, no ser sino el Otro de uno Mismo! -, pasar ligeramente, sin moradas, por la gran Estancia del Mundo, antes de que caiga la noche, yerra la cuestión del doble olvido y este vuelve una y otra vez en forma de madre, padre, hermanos, tíos que son padres y las imágenes siguen cavando huellas en los ojos ya casi secos de tanta lágrima derramada en el camino: sobre esto y no otra cosa, he escrito durante décadas; la imposibilidad del duelo, de cerrar las heridas, y de los radiosos daimones de la suerte vuelvan a sus guaridas, esto y sólo esto y no otra cosa. Y luego el desamparo convertido en fiesta del asfalto, la dorada adolescencia, el mito de esa aurora primordial que me alejaba sin saberlo, de las grandes y dulces aguas de las inmensas lagunas de mi pueblo, Loreto - más olvidado de si mismo, que esta sombra que aquí firma -, de las fosforescentes márgenes de los esteros bárbaros, de los corredores de la casa que Don Ignacio Portela y Delgado construyó allí nomás (como en la novela "Los Tumultos" de Maria Granata) junto a los viejos ranchones de mis bisabuelos o chosnos, y de mi madre Marina - que aun cuida y cuidará de mi - o de mi silencioso y casi ausente padre, Modesto Ignacio ( "Roquiño") Portela Molina,("Roquiño", porque para sus tías galegas se parecía a un San Roque pequeño), pero años que traían consigo temblores y desconocidas cadencias, nuevas imágenes, en esta ciudad que ahora, en esta navidad del 2005, silenciosamente se derrumba, como se derrumbaron hace siglos milenarios imperios.
Principado sí, coronas - o coronas de espinas que no se sienten -, porque el corazón estaba preocupado por laudar el rosa del lapacho –¡tonteras!- y predicar en el desierto su bitácora de agonías y danzas en torno de la muerte y el amor. Y Eros, hermano de la muerte, o la muerte sosteniendo a Thanathos, sobre su regazo, así lo veo ahora, ya ansioso por “lo vivido y encontrado”.
Y luego aquellos padres míos en Buenos Aires, insustituibles, tan padres como mis padres que todo me brindaron, Amalia Lucas y Sigfrido Radaelli, Ricardo Mosquera Eastman (El Don Gualterio y Mendiburu y de las Casas de "A la sombra del buho", de esa otra inmensa sombra iconográfica, que me cubre desde hace muchas décadas, de ser todo misterio, todo musa, ángel, duende, llamada Luisa Mercedes Levinson, y mi Ana Emilia personal, y mi Graciela Maturo, maestra de ceremonias de ingreso a la gran literatura, y la casta de filósofos amigos con Mario Casalla a la cabeza – aunque esto viniese después -, y el mundo de la traidora política – siempre hay un demos sin cracia -, y sus constantes asechanzas y las amistades particulares que se esombrecen durante el duro viaje, de un alma que no encuentra posada ni cuerpo en esta tierra baldía (ah Trackl, Artaud, Eliot) y mis iconos del cancionero popular – nunca olvidarlos y la “Patética” de Beetovhen, y sus sonatas, e Igmar, Visconti, Dreyer, Wyler, Tarkovki, Wajda, Kawalerowicz, que siempre estarán en los tres éxtasis del tiempo, en el pasado, hoy, y mañana, en clinica desierta de la memoria.
Tantos, tantos amigos perdidos a lo largo de los años y no dar vuelta la mirada hacia atrás, pues el hada blanca de la poesía, me dice, ahora, en que yo, Oscar Ignacio Portela Bofill, soy tío abuelo y padrino de Julieta Portela Jantus y de mis otras sobrinas nietas, Abril y Delfina, y hermano de mis hermanos, Raul Antonio, y Humberto Guillermo con sus tres hijos en volandas (pues el pájaro amarillo es mío) – nadie lo olvide, estoy aún aquí, entre ustedes, no sé por qué ni para qué, pues mañana deberé escribir otro e-mail a mi hermano virtual José Dasilva Navia, y nadie debe esperar en este mundo, menos la muerte, que, como el nihilismo, proyectado sobre nosotros, confunda sombra y cuerpo a escuadra en mediodía, para volvernos humo que se disipa en el crepúsculo.
(A Blanca Alida Portela de Mendez y Roberto Mendez) porque ellos saben: su sobrino Oscar Una clara mañana de diciembre de un 2004 que se despide para no volver?...).-
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