G.N.: ¿Está dispuesto a someterse a las preguntas de un cuestionario?
O.P.: He sentido una especie de horror, la huída que produce el pánico, al
tener que enfrentarme a las preguntas de un cuestionario, porque he afirmado
que escribía para olvidar y borrar mis huellas (experiencias) de vida, de la
memoria. G.N: Desde sus primeros libros hasta ahora, ¿se ha mantenido fiel a una
misma línea estética?
O.P. Toda la trayectoria de la "obra está atada" no a búsquedas estéticas
sino al modo de relacionar el interminable duelo de lo vivido, a sostener
las búsquedas conceptuales, que son el andamiaje con el cual traté de
sostener el frágil equilibrio emocional que me permitiera seguir viviendo. G.N. ¿Son muy fuertes esas conexiones entre experiencia vivida y poesía?¿A
qué época se remontan?
O.P. A los 12 años, tras las primeras lecturas de Nietzsche, decidí dejar la
religión, lo que desató en el ámbito hogareño el primer estado general de
desasosiego: yo era sobre protegido, porque fui muy enfermo de niño. Pero a
no había vuelta atrás. Dos años después, dejé mi casa de campo para vivir
con una hermana de mi padre y terminar el secundario en Corrientes. Fue una época fantástica hasta que, a los 23 años, entré en el primer estadio de
desequilibrios emocionales, cuando ya había comenzado mi trayectoria de
creador a través del ensayo - balbuciente - y la poesía. Desequilibrio que yo
le atribuyo a la prematura madurez cognitiva y al retraso de la "vida
vivida", como decía Pavese.
Fue una época de grandes tensiones y torsiones existenciales que me lanzaron
a la hoguera de la acción política, mientras seguía mis búsquedas en el
terreno del concepto o plasmaba poemas en otros momentos. No olvidemos que
el cine ha ejercido y ejerce en mi obra una poderosa influencia, que ha
dejado de ejercer el paisaje, que queda sólo como "duelo retórico".
De esa etapa de búsquedas emerge Senderos en el bosque. Hay que decir que
Ricardo Mosquera Eastman - que elevó los dos últimos cantos a la altura de
clásicos - calificó a este libro, sin que esto fuera para él desdoroso, como "literatura de literatura". Desde entonces comenzó a hablarse de poesía
hermética, de influencias orientales, surrealistas, neorrománticas, pero la
crítica a veces se confunde; podía existir un poco de todo ello, ¡pero sólo
era un barniz!. Raúl Gustavo Aguirre, muy cauto frente al segundo libro, Los
nuevos asilos, escribió: "cantos que dudamos de calificar paganos, tal es la
ón bíblica". Y es que comenzaba el periplo de
las grandes torsiones.
G.N.: ¿Su padre, su madre, dejaron en usted huellas muy profundas?
O.P. Un año después de la publicación de Senderos… murió súbitamente mi
madre, que es el ángel tutelar que aún me protege. Aunque existían
influencias epidérmicas que se negaban a desaparecer, Francisco Madariaga
dividió el libro en dos partes: "los Cantos a la muerte de mi Madre" y las
restancias de Los nuevos asilos, título tomado de una traducción de Ölderlin de los grandes himnos pindáricos.
G.N.: En un momento se nota un cambio en la temática de sus poemarios. ¿eso
es coincidente con experiencias vitales distintas?
O.P: Todo iba en mi vida muy, muy rápido, bajando el tono. Sin que ninguna
búsqueda estética uniera mis libros, escribo en la cárcel Auto de fe: en mi
vida se había hecho la oscuridad total, no había ni arriba ni abajo, sino
voces que me llegaban desde lejos. Paradojalmente, Juan José Ceselli premia
Recepciones diurnas y María Elena Walsh me pregunta "adónde fue tu juventud"
antes de incluir en su antología de poemas a la madre algunos de los que yo
escribiera en memoria de la mía.
Nadie, ni yo mimo, daba nada por mí: la traición política se ensañó conmigo,
pero la amistad de quienes vivían en Buenos Aires me rescató de esa versión
de la nada. ¿Qué tiene que ver un libro de tono religioso, del que Ernesto
Wilde dijo que era uno de los pocos libros místicos escritos en la época,
con todo lo anterior? ¿Qué hilo de Ariadna puede unir estas experiencias,
que salen de una vida absolutamente fragmentada?
De inmediato aparece, para despecho de los que esperaban mi definitivo ocaso.
Había una vez, la despedida de un gran amor o, por lo menos, de una gran
pasión, con la que culmina tal vez mi juventud. Leonor Calvera nota el
cambio de tono y Raúl Vera Ocampo también lo hace: Calímaco y Kavaffis
estaban junto a mí. G.N.: ¿En que circunstancias escribió su siguiente libro, Memoria de
Corrientes?
O.P.: En el '84 mi padre, convertido ya en hijo mío, está una y otra vez a
las puertas de la muerte, pero yo conservo ese tono pánico que tanto había
confundido a muchos, con influencias extrañas a mí, tanto la del Sr. Claudel
como la de Foucault. Entonces comienzo a escribir con fuerza los poemas de
Memoria de Corrientes, obra que cae muy bien a la crítica de los medios de
Buenos Aires. Elba Soto, Elizabeth Azcona y María del Carmen Suárez analizan
con sutileza e ingenio el libro en su presentación y ven que, detrás de lo
sensorial, continúan las búsquedas de certezas interiores, de alcance
metafísico. Horacio Arman me escribe diciendo "un camino solitario en la
joven poesía argentina" y en La Prensa, Guillermo Saavedra reivindica ese
juicio.
G.N.: Un momento de respiro y una cosecha de buenas críticas, ¿qué siguió a
eso?
O.P.: La próxima torsión en la que comienzo a abandonar los paisajes y
visiones exteriores para conectarlas a una determinada stimung es Golpe de
gracia, título que rinde tributo a una expresión de Jacques Derrida, y en la
que cada palabra, rompiendo toda sintaxis hímnica, se mueve en los límites
de una especie de reconstrucción poética. Este libro pasó inadvertido.
Años de lucha en la administración pública y en la SADE de Buenos Aires
terminan en un fracaso rotundo y casi con mi vida. Los estados de
inhibición, de angustia, de depresión se agudizan y, sobre la sombra de
Derrida, comienza el largo e interminable duelo que constituye La memoria de
Laquesis. Si Golpe de gracia me llevó tres meses de elaboración, Laquesis,
antes de llegar a la imprenta, me llevó ¡cinco años!
Me siento extenuado, trabajar un poema es cirugía que abre heridas ya
cerradas en apariencia y, cuando lo presento, siento que me estoy
despidiendo de la poesía, cuando en realidad me estoy despidiendo de mí
mismo.
Claroscuro, que sale ahora, es la continuación, la deriva y la sombra de
Laquesis, un lamento, inusual en mí, acerca del paraíso perdido, perdido en
mí, como fue perdido el deseo. Continúo y estoy terminando Descarnado,
expresión que Ruth Fernández había utilizado alguna vez para definir mi
recta vía.
G.P.: Carlo Michaelstaedter, un poeta italiano de comienzos del siglo XX, en
su carta de despedida antes de suicidarse a los 23 años, dejó escrito, "muero por sobreabundancia de vida". En sus poemas aparece muchas veces la "tentación" del suicidio; la pregunta es entonces ¿suicidio por huida de la
vida o suicido para predominar sobre la muerte y, como decía su admirado
Nietzsche, ser "capaz de soplar sobre mí mismo para no terminar de arder?"
O.P.: Michelstaedter no hace sino confirmar aciertos nietzscheanos acerca de
la conciencia desdichada, con respecto de que todo exceso exige, para
preservar la vida, el elemento apolíneo: el arte; de lo contrario, no nos
queda sino el suicidio y, hay que decirlo, nunca uno se mata sino mata al
que cree que es. El suicidio es una línea de fuga y no sólo aparece en mis
poemas sino que suena también en diversos momentos de una instancia de
prueba para mí, frente al dolor, que implica la finitud y aquello que, yo lo
diría con palabras de Sastre, "toda experiencia es una pasión inútil".
G.P.: Existe, por supuesto, una soledad última, una soledad ontológica del
hombre en la tierra, del hombre en situación. En sus últimos libros se ha
acentuado una especie de grito de soledad, ¿por qué?
O.P.: Escribo para olvidar, no las desgracias que acarrean las Moiras, sino
los instantes dichosos que se niegan a irse, tal vez precisamente los de la
infancia. Siento cada vez con más acritud la soledad de lo incomunicable, la
falta de ternura en un mundo abandonado por los Dioses y el habla, y porque
presiento, como afirmaba Heidegger, que ya sólo un Dios distinto a todo ente
que se sustantivara como los enterrados, puede salvarnos, acercándonos a una
nueva experiencia de la relación entre lo que falsamente se denominó durante
siglos "profano" y "sagrado". |