Los signos ominosos con que comenzara éste siglo están en el aire: ayer,
eufemísticamente Israel habló de “blancos elegidos”, que deben ser
exterminados, según según los cálculos de técnica y razón : ya no se trata
de hablar de “guerras preventivas”: el mundo mismo se vuelto una “prevención”.
La violencia y el horror, han dejado de ser modos modos de exceso y de
catarsis, para convertirse en aburridas abstracciones, que los admistradores
de los real, los funcionarios del mundo planificado, han convertido en un
sistema de producción y de aquiescencia, al modo de las pesadillas kafkianas
de las nadie puede despertar. son los operarios de lo virtual, zombis que
ignoran que están muertos, y administran cementerios que Rulfo describiera
en su “Cómala”, pues para estos el horror de la tragedia, se a incorporado y
vaciado de su esencia, para incorporarse a lo “vacuí”, de un mundo banal, en
el cual el mal a desaparecido y sublimado, a la medida de las demandas del
asalto del ente por los “poderes” de la técnica.
Paranoia de sujetos que ya no son sujetos – descentrados – mundo de un viaje
que esa deriva hacia ninguna parte: el horror, solo el horror, que Conrad
predijera: asusta pensar que los grandes algunos pensadores sigan hablando
del fin de la historia, más bien cabría hablar del fin de lo “histórico” :
así Levinas pudo afirmar, “se puede ser cualquier cosa menos nazi”: resulta
increíble ( pues no creemos en su mala fe ), que ponga a la Shoa, por
encima del enterramiento de continentes enteros, etnias desaparecidas,
bombas atómicas utilizadas para preservar la paz: increíble en un pensador
de su altura.
Se puede justificar la destrucción a la que aspiraba MacCarthur con respecto
a Corea, justificar los cien años de genocidio en Indonesia, los campos de
concentración y las masivas deportaciones de Stalin, pero la historia se
paralizó en los campos de concentración nazis: la destrucción de lo otro, no
incorporable a mi mirada, puede ser justificada, menos ser nazis. ¿Pero en verdad sabemos que es el nazismo? Las guerras étnicas y religiosas,
son las protoformas de toda visión maniquea de la historia y aquel trágico
episodio no fue sino un acto de una tragedia que no termina de consumarse en
nuestros días: en este país, no digamos ni Estado ni Nación, existieron más
de cuarenta mil desaparecidos, pero solo parte de estos merecen ser
recordados y reivindicados hoy, merced a las sutiles tácticas de poder, que
parodian los del reino de Trulalá.
Las muertes por consunción, las guerras civiles de Irak y de los países
Bálticos, la situación del hemisferio sudamericano u africano, están ya
incorporados a la imaginería de un sujeto sin sujeto: como afirmo Derridá,
en cada hombre subsiste un caníbal que se niega a morir y mientras sepamos
que Henry Kissinger – un vulgar criminal de guerra -, fue merecedor del premio
Nóbel de la Paz – nada queda por decir: pena que Levinas pecara como
filosofo de inocente, pues su frase “la política es a la moral, lo que la
ingenuidad es a la filosofía”, pone a algunos filósofos en el papel de
idiotas útiles, antes que en el papel de ingenuos.
La Argentina, dentro del ominoso panorama de un mundo en que reina una
violencia incontenible, esta caminando sin saberlo por la cornisa: los
bizqueos ético-políticos u ideológicos, son los soportes de una corrupción
que va del brazo, de las generaciones que el modelo político actual, deja a
las generaciones futuras: muerte de todo contenido ético de la vida, sentido
epicúreo de aquellos que tienen más, necesidad de huir de la realidad a toda
costa, psicosis y serialidad, temor al temor, de todo aquello creado por el
Hombre, todo aquello que pueda azuzar el sentido de la culpa, cuando el
horror nos ciegue con sus esperpentos, de modo fulmineo y definitivamente.
Oscar Portela
Diciembre del 2005.
Ctes. Argentina |