Dormido bajó las grandes lluvias
del invierno, hirviendo en los
rojos calderos del verano, masticando
los prohibidos frutos del deseo
en la infinita soledad de quien
no ha invocado la ausencia, el
gusto amargo, la acida pulpa de
los nombres, velaba
no despierto, no dormido
en éxtasis de tiempo ensimismado
y en los cantos de tierra jubilosos
Las locuras del viento, las visiones
encendidas sobre el fulgor del
vértigo que cae, infante
que no ha despertado al sueño
de la muerte
aún no liberada, transfigurada
por la visión donde se
vierten lágrimas de una noche
que no quiere alejarse, porque
aspiraba a ser en otras noches
el resplandor del vértigo donde se
puede dormir y se puede morir,
cuando el viento mueve dulcemente los álamos,
espectros en la memoria temblorosa
de la fragilidad del desamparo (a veces
sonriendo para que el niño se repita)
surgido de la simiente
y el fragmento de los
espectros que alguna vez
le fueron entregados.
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