Luego de actualizado el movimiento por el caos, la naturaleza, llena de
culpa, acaso para liberarse de la mala conciencia, invento al artista. Aquí
nacen los misterios de Eleusys. La tragedia, en la cual el artista, mediante
la representación, o movimiento y drama, expulsa de si los monstruos que la
naturaleza ha depositado en su seno exorciza el mal y ordenado, el caos
mediante la danza gozosa del ditirambo, dejando relegada la voluntad deéxtasis dionisíaca, que al afirmar el dolor en medio de la tempestad,
glorifica la existencia en pos de la luz de la apariencia ejemplificada por
la serenidad celeste de Apolo.
Glosando dicho operativo, Nietzsche pudo decir: "Tenemos el arte para no
morir de la verdad". Hasta aquí lo que el mismo llamaría luego, prejuicio
teleológico en la interpretación estético-moral de la que el hombre seria
víctima acaso por predestinación metafísica. Tratase en efecto del triunfo
palmario de las fuerzas reactivas sobre el campo activo de las mismas, que
inficiona la visión del mundo proyectada desde siempre en el terreno del
arte y !a filosofía. Mas tarde volvería Nietzsche en su lucha contra el
nihilismo según los cánones de la hermenéutica genealógica, a procurar el
triunfo de Dionisos sobre la mentira apolínea; es decir, sobre la
justificación estética del mundo dada a luz en su obra "El origen de la
tragedia en el espíritu de la música". Se explica así que Nietzsche llamara
a los artistas raza de histriones, conforme a su manera de jerarquizar
tipológicamente los fueros humanos. Nunca sin embargo este hombre que exalto
el pesimismo de la fuerza, el fatalismo liberador dionisíaco, el nihilismo
activo, frente al nihilismo pasivo, dejo de sentir como equívocos, solo
explicables según aquel esquema arriba presentado (a mi juicio) preferido.
"El deseo de destrucción, de cambio, de devenir puede ser la expresión de
una fuerza demasiado preñada de porvenir (como es sabido, mi término para
indicarlo es la palabra dionisíaco); pero puede ser también el odio de los
fracasados, de los renunciadores, de los mal formados, que destruye, debe
destruir, porque lo que existe, toda existencia, y hasta cada ser les
indigna y les excita".
Y más abajo Nietzsche explica cómo el eternizar puede por otra parte, así en
el arte clásico no el de Winkelman o Lessing, derivar de: gratitud y de
amor; un arte que tiene tal origen será siempre un arte de apoteosis, acaso
ditirámbica como Rubens, feliz como Hafis, clara y bondadosa como Goethe,
difundiendo un homérico resplandor de gloria sobre todas las cosas; pero
puede ser también aquella tiránica voluntad de quien sufre gravemente, que
sobre la particular idiosincrasia de su propio sufrimiento, sobre lo que es
más personal, particular restringido, querría imprimir el sello de una ley y
construcción obligatoria y que por decirlo así, se vindica sobre todas las
cosas sellándola con su propia imagen, con la imagen de su propia tortura,
marcándola con el hierro candente. Este último es el pesimismo romántico en
la forma más expresiva: ya sea como filosofía schopennhaueriana de la
voluntad, ya sea como música wagneriana".
En el phatos romántico está efectivamente trazada la óptica de la tiranía,
de los efectos; óptica patológica deformante, que tipifica esta pregunta,
clave de la gran metafísica tipológica y genealógica estudiada por Deleuze
en Nietzsche: "detrás de la oposición entre clásico y romántico ¿no se
ocultará la oposición entre lo activo y lo reactivo?". Nietzsche concluye: "debe comprenderse que a todo gusto clásico corresponde una cantidad de
frialdad, de lucidez, de dureza; sobre todo la lógica, la felicidad en las
cosas intelectuales, las "tres unidades", la concentración, el odio contra
el sentimiento, la sensibilidad, el sprit, el odio contra lo que es breve,
agudo, ligero, bueno; no se debe jugar con las fórmulas artísticas: "se debe
forjar la vida de modo que se deba formular después".
La óptica romántica, hija de la interpretación teológica moral de la vida
que se halla en la base de toda gnoseología y de toda estética como tal, se
relaciona con la conciencia de culpa y falta y temor místico, hallada en el
origen de la frase más antigua dicha en los umbrales del clareo de la
civilización occidental:
"Desde donde las cosas tienen su origen, hacia allá tienen que perecer,
según la necesidad, pues tienen que pagar pena y ser juzgados por su
injusticia, de acuerdo con el orden del tiempo".
Este sentimiento de expatriación, de apatridad de lo uno, conforma en efecto
la pasión estética del artista romántico, sojuzgado por imperativos de
culpa; por la morbosa fascinación de lo monstruoso, del caos, de la beance.
Dentro de esta tradición se ubican inequívocamente los desbordes del
irracionalismo moderno; surrealismo, existencialismo, dadaismo, vitalismo,
futurismo, abogan por una vuelta a los orígenes. Así se trazan los caminos
para una vida a punto de extinguirse, por obra de la monstruosa camisa de
nexo de la razón, de la ciencia, de la tecnocracia y el materialismo a que
nos ha conducido la razón desbocada; máquina tortuosa y diabólica de una
realidad autodestructiva. Dentro de éste esquema de corrosión de cánones, en
la que el artista, creador omnipotente de una realidad a la que forma
imprimiendo el sello de un mundo jerárquicamente organizado en sus contornos ónticos, se desarrolla la historia de la novela. En esta categoría literaria
el arte había encarnado un conato supremo; la fuerza del artista operada en
su capacidad de recrear el mundo desde el sujeto (subjetum), exorcizando los
simulacros a través de máscaras llamadas caracteres. Hasta aquí los abismos
humanos habían sido doblegados por la voluntad de forma de logos.
Y ahí comienza nuestra historia humanizado el mundo mediante la puesta en
practica del logos, dominados los fantasmas según figuras alegóricas en los
cuales el artista sublima sus tinieblas, este existe allende las mismas,
como Dios supremamente libre respecto a sus criaturas. Es entonces cuando
estos poderes adquieren autonomía primitivamente hundidos en las tinieblas,
domados por el hombre en el proceso de humanización de la naturaleza, se
vuelven contra él.
Esta rebelión de lo humano autónomo contra el hombre
forma parte de la ultima zaga trágica de la historia. Había que dar cabida
nuevamente a los monstruos, vueltos contra el artífice de una civilización
que expulso los poderes de la vida: según las ortopedias de una lógica
inhumana. He aquí el instante en que los caracteres reclaman su paternidad
respecto al creador. Las máquinas célibes, el cuerpo sin órganos, respecto
al Urstaat de las sobrecodificaciones que descubriera Deleuze en "Anti Edipo-Esquizofrenia y Capitalismo". Es el momento de una rebelión sin
precedentes donde el artista debe reconocer sus personajes como momentos de
un estadio elevado de la voluntad de poder, en la cual se subliman los
desdoblamientos del alma (enchufes, cortes, flujos y cortes de flujos),
según la humanización de la naturaleza a la cual pertenece el hombre como
entidad teleológica.
Hay filósofos que teorizan antes de la creación del mundo, como dioses.
Otros en el momento de la creación, dice Girardot enfrentando Hegel a
Nietzsche: la filosofía de la plenitud del circulo, a la del drama del
movimiento. Cabría agregar aquellos que filosofan sobre el filo de la
destrucción de lo creado, en el instante supremo y totalizador del
Apocalipsis.
Estos, de la misma manera que los segundos, filosofan desde adentro de la
vorágine o el vértigo de la aventura de lo real - como lo posible - y acaso
mas que aquellos, entran en dependencia con el destino de los demás entes,
sujetos a la suerte tanto del mundo real especulativo, como al de la ficción
de lo imaginado. Bohëme hacia depende la suerte de Dios del destino del
hombre y su posibilidad de salvación. Si el Creador quiere salvarse debe
pues salvar al mundo por ÉI creado, postulado en el que coincide Nicolai
Berdiaiev, en su acerba crítica del Dante. En esta suerte de harakiri del
acto libre creador se advierten las huellas de la conciencia protestante de
pecado, aguzada por Kierkegaard y tipificada por Trakl. Bohëme dice
explicando la dialéctica en la que el mundo del amor nace por mediación del
odio; la luz por mediación de las tinieblas: "Si ha de haber luz debe haber
también fuego"; la luz encierra en si misma el fuego, es decir, su
naturaleza, y habita en el fuego. Y Unamuno, influido por la mística
protestante presagiando el drama de Abaddón dice:
"Mira señor, mira que mi alma no ha de ser libre, mientras quede algo
esclavo en el mundo que hiciste" y termina "el alma en que tu vives..." "serás en ella esclavo".
QUE ES ABADDON?
Abaddón es un inmenso confesionario en medio del Apocalipsis donde se
reproduce la confesión mas larga y dolorosa de que tenga memoria la creación
contemporánea: el acta de testimonio de una impotencia fecunda en sus
catastróficos resultados. El creador mediatizado por sus personajes ingresa
al vórtice de la ficción, la cual se abre como una tercera dimensión de lo
real donde se potencializa la sensación de abismo sobre la cual se edifica
lo existente. De ahí la solidaridad ontológica del creador que ingresa al
plano de una ficción, en paralelismo de parigualdad metafísica, mientras los
personajes ejemplifican desdoblamientos sucesivos de personalidad, o
caracteres múltiples que en realidad son uno; siendo las demás negatividades
tercas extraídas de la realidad cotidiana, "desajustadas" por la sátira.
No hay ya "ser" o soberana presencia detrás de la ficción; los personajes -
pulpos de una hidra gigante, existen solo independientemente en diagrama de
mediaciones dialécticas, como crecimientos y tentáculos de una misma
obsesión devoradora. Solo Unamuno antes, jugándole una pasada a Pirandello,
había planteado tragicómicamente el problema de paternidad del personaje
sobre el autor. Así en "Como se hace una novela", se aprestaba a morir a
manos de su personaje cuando este acábese de leer su novela. Pero si Unamuno
era espejo de su yo llamado U. Jugo de la Raza, Sábato hace explotar su yo,
y lo condena a la servidumbre de las mediaciones de sus personajes, como
multiplicaciones del yo, o carnaval viviente de obsesiones en un proyecto
esquizofrénico de destrucción del mundo. Así lo cotidiano adquiere la
dimensión monstruosa de signo providencial, oculto bajo el ropaje del
engaño.
Abaddón es una obra limite escrita sobre un muro que separa la realidad de
la ficción. Si "El túnel" era el poema del agnosticismo del yo como
laberinto y "El informe sobre ciegos" una metáfora alucinante, Abaddón,
ronda la dimensión de la parábola religiosa, destroza la ficción como
capacidad simbólica de hipostasiar un mundo o describirlo
fenomenológicamente, y condena a su creador al exilio de una realidad
pasible de ser descrita o elaborada programaticamente, dejándolo en libertad
de llegar a la obra clásica creadora de un mundo, ordenadora de la luz de
los arquetipos y jerarquizadora de esencias, según la nueva hermenéutica del
sentido.
Profecía y confesión dolorosa. Novela nocturna conforme a la dicotomía
filosófica en la que funda Sábato su estética caos-razón; medio día-hora del
lobo. EI arte debe dar testimonio de las tinieblas que la realidad esconde
en un abrazo de evidencia desgarradora entre el creador y el mundo en el
cual se halla este comprometido y arraigado. Desde este punto de vista,
geometría y ciencia son solo cobijos metafísicos en los que el hombre se
resguarda del tiempo, mientras el arte testimonia tiempo, hambre de
inmortalidad, conato de eternizar lo momentáneo, pues... "¿quien sino un
hombre que tiene los intestinos llenos de mierda puede inventar el mito de
la caverna?". Aquí la vieja dicotomía termina de aguzar sus limites. Ni la
razón, ni la irracionalidad, ni ambas unidas, pueden dar testimonio de los
limites metafísicos del hombre. Tanto los seguidores de Nietzsche; Deleuze,
Foucault, Blanchot, Derridá, Trías y Heidegger, por distintos caminos lo han
verificado. Y es que el irracionalismo con el cual se intenta rescatar los
mensajes primitivos de la vida, es solo consecuencia de los abusos de una
razón que oculta en sí el origen de negaciones, que en vez de sobrepasarla,
la hace dependiente de si misma.
Sensación de derrumbe trakleano y sensación de soledad física cristiana a
diferencia de Nietzsche, que en el despedazamiento de Dionisos veía la
posibilidad de la vida, la pluralidad multiforme y la posibilidad de la
mascara No hay acuerdos con la esperanza; tal vez por ello no se mienta la
teoría tomista del cuerpo contraria a la visión trágica y amarga de la vida,
constante en Sábato, paliada solo a veces por una apelación a lo heroico (la
saga trágica del Che) - hoy convertida en satira de mercado- aparentemente
a un sentido noble de humanidad- que oculta la dispora internacional y la
desapariciòn de los Estados Naciones, convertidas en colonias desde donde se
ejerce el trafico de lo màs horrendo que a contemplado la humanidad en su
historia.
No es este sentimiento de derrumbe el que asedia a Bruno Bassan, un Sábato
ficticio, pero con todas las características de este, frente a la muerte de
su padre? Bruno Bassan devorado por la obsesión de la inutilidad, pero
nostálgico sobreviviente de esta expedición hacia la locura. Si Sábato
creador termina destruyéndose metafóricamente, "Bruno se salva para
testimoniar su paso a través del mundo de los hombres". Aunque hoy Bruno es
ya solo, una salva de ucronìas que caen hacia el abismo.
No es casual que Sábato cite en varias oportunidades a Pavese. Este escribió
sobre el horror de envejecer, sobre la caducidad de la vida y el castigo
inmerecido de la muerte. Sábato ha definido Abaddón como una novela
nocturna. Y es que durante la noche los seres arriban a develar sus ocultas
potencialidades. La luz es aquí ocultamiento. También Bergman hizo hincapié
en la hora del lobo. En cambio Hitchcock demostró en "Vértigo" las
posibilidades extremas de la luz como modo de operar el rescate de lo
cotidiano y su dimensión de espanto. Sábato define a la novela como una
ontofanía. La revelación de un todo donde luz y sombra en las visiones del
artista, llegan a adquirir el valor de documentos intransferibles cobrando
la dimensión de categorías lógicas. Sin embargo, es menester advertir que
toda obra de arte, si bien funda la historia como temporalidad y destino del
ser, se halla minada por una concepción del mundo y de la vida, estructurada
históricamente en forma de metafísica y coronada en forma de humanitas. Es
entonces una ontofanía relativizada por la historia, aun mas cuando se corre
el riesgo de abusar de la luz o las sombras, como reveladores fotográficos.
Sin embargo ninguna otra teoría estética se acerca a definir mas y mejor el
arte. "Un Dios no escribe novelas", dice Bruno. Sábato recuerda a Hölderlin "Somos dioses cuando soñamos y mendigos cuando estamos despiertos".
Cuan lejos del ramplón realismo de los escritores que buscan formar un arte
nacional conforme a herencias históricas y geográficas pero que lejos
también de los anticuarios formalistas o los lógicos platónicos del
objetivismo moderno. Ontofanía donde luz y sombra develan la duplicidad de
lo real, lo uno que es lo otro, lo real y su mascara infinita, no ya como
aventura de la escritura sino como destino del mundo.
La realidad habla por boca de Abaddón. Es cuando Sábato afirma: "Una
combinación de Kant con Jerónimo Bosch, de Picasso con Einstein, de Rilke
con Gengis Kan. Mientras no seamos capaces de una expresión tan integradora
defendamos por lo menos el derecho de hacer novelas monstruosas". Abaddón lo
es: dominada por un pluralismo gnoseológico, abre el abismo de lo real como
infinitas formas de aprensión, de relación de estas aprensiones y diversas
relaciones entre novela y novelas; entre personajes-autores y
autores-personajes.
Acá la negativa de Sábato a nivolizar frívolamente, se me antoja la negativa
de Artaud a conceptualizar sus estados perceptivos hasta tanto no se
restaure la vida en plenitud.
Abaddón es una suma. Una hidra vuelta contra si misma donde el creador es
vejado y cuestionado, satirizado y perdonado por sus tentáculos personajes,
y por fin destinado a sucumbir imposibilitado de comunicarse aun con aquel
sí mismo real que lo precede "soy yo - lo explico -. Pero permaneció
inmutable con la cabeza en las manos. Casi grotescamente se rectifico. Soy
vos. Pero tampoco se produjo ningún indicio de que el otro lo viera o lo
oyese". Enfrentado a la paternidad de sus demonios el creador sucumbe a
ellos. Esta novela esta dedicada a los puros: así Sábato mantiene sus
personajes en la lucidez desesperada que Camus pedía para no manchar la
rebelión. Poblada por seres reales que adquieren a veces ribetes de cínica
irrealidad, Abaddón es la radiografía de la ficción como el ser de lo real,
cuando el mundo esperaba lo que hoy, es solo nostalgia.
A mitad de camino entre el monólogo del ensayo y el mono-diálogo de la
novela, Abaddón es la novela de la novela o sea una meta-novela: la novela
del limite de la novela. A través de mascaras bufonescas Sábato logra una
visión apocalíptica sin precedentes del desorden institucionalizado por la
civilización contemporánea.
A veces Abaddón se resiente de encabalgamientos entre la especulación
teorética y el estado de videncia en estrecho abrazo con la realidad que
Sábato pide para conformar su ontofanía. Es que Abaddón renuncia a
objetivizar almas. Las suyas permanecen como "él" con respecto a ellas, en
estado de dependencia de espejos enfrentados que proyectan la sensación del
infinito y del vértigo. Por eso Abaddón carece del valor documental del
Karamazov dostoievskiano. En éste los personajes filosofan desde si. En
Sábato repiten a Sábato y a él se quejan de un estado de deyección en un
mundo que no habían pedido. Y es que Abaddón es una obra limite; un desquite
de Sábato contra una realidad insoportable que hincha hasta lo monstruoso. Abaddón es el tumulto de que habla Sábato hecho novela. Meta-ficción montada
sobre un dualismo ya superado que corona el esfuerzo de la especulación
filosófica occidental de miles de años. La obra de Sábato es por un lado el
canto de cisne de una cultura critica-filosófica, y por el otro, la
posibilidad de un nuevo tipo de gnosis; de discurso novelístico a través de
un nuevo tipo de lectura de la realidad: he aquí rescatado el discurso
fragmentario, los flujos descodificados que atraviesan la realidad
multiplicándola hasta el infinito. Abaddón es la ejecución del orden
finisecular de todos los entes, porque significa el derrumbe de una
hermenéutica y de una metafísica, como maneras de concebir el tiempo de las
cosas, consagradas como civilización occidental, que representa solo el"horror vacuì" del desierto que crece. Sábato, despreciador del mundo osificado del literato profesional, abogador
de un sano BARBARISMO UNAMUNIANO, es un humanista que oscila entre la
esperanza desesperanzada y la tentación de la traición del suicidio que
diría Marcel. Hasta aquí se ha exilado de la luz exiliándonos, con el a un
turbio nihilismo posromántico, cuya sentencia es la de una meta-demonologia.
A partir de Abaddón quedan abiertas las puertas para una teofanía del
milagro de la luz positiva, en la afirmación creadora del ditirambo de la
obra clásica.
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