No Johann, no es “gris el árbol de la vida
y gris el árbol del conocimiento”: aquello que da
y florece conoce de la muerte la osadía de ser
un breve instante y en el amor bebe del cáliz de
la muerte como yo renazco del ocaso en la piel
usurpada del amante.
Quien conoce es el cuerpo.
Gramática del cuerpo del deseo y la magia de
poros abriéndose a la luz, al agua y a los rayos
que golpean las puertas de ser monadas
solo concientes de saberse ostras: es el viento
que nos lleva hacia el otro.
Los extraños camino y los acaecimientos
del azar quienes nos abren
a nosotros desnudos en el otro:
¡Oh fiestas del “candor”!.
¡Oh turbulentas siestas del verano!
¡Oh Deseos y goces, zureos de palomos en
vacíos alfeizares y la luz, la luz que tú pedías
en el cuerpo y las piernas del amado!
En el beso se enciende la amapola y
del conocimiento todo arde la vida que se extingue
en muerte para volver a sí misma
en eterno retorno de lo mísmo.
Es deseo de ser más ser
y más deseo: cuando el poro de la piel
se seca, cuando se seca el agua de la fuente,
cuando el poniente corre hacia los astros
hay vida todavía y habrá vida en esta
exangüe entrega de un cuerpo al otro
para hacerse uno.
La noche del invierno y el
poniente corre hacia las playas y mareas.
Allí duerme el delfín el la bahía. Y aquí en los
inmensos lagunares la garza blanca milagrosamente
se posa en el lapacho florecido y la quietud es todo.
Reposar en el cuerpo del amante hombre-delfín,
águila y leopardo para heridos en la lucha
órfica renacer al espacio de lo “otro” que es un viento
inasible, un mano de espuma,
una dulce mirada que es entrega y libre donación,
que es interrogación, plegaria y llamado a ser más
de lo que soy ahora que solo canto
y memorado digo lo que fui, lo que di,
dejándome fluir en líneas que son también deseo
y luces del conocimiento de la muerte.
Si me despido es porque se que estuve aquí
y en una extraña tarde no olvidada bajo un río de olvidos,
besé al amado en un extraño rito de iniciación
y entrega bajo el agua del río.
¡Ay! Y no ceso de crecer hacia lo hondo,
desde ese momento.
Oscar Portela |