La palabra Justicia – no Ley – lleva consigo una enorme carga de ambigüedad y ha sido utilizada desde el punto de vista político u religioso, como soporte de dominio de grupos, etnias o clanes sobre otros. Desde el punto de vista religioso nadie puede asegurar que las leyes de ningún Dios único sean justas para con el mortal acechado por el abismo de la libertad. La ley disuelve lo meramente jurídico, en lo metafísico, en es decir en la base teleológica de la moral y a partir de aquí, La ley jurídica se aplica en función de los instintos gregarios, como modo de domesticar el rebaño y ordenar la polis. La palabra Justicia conlleva una carga de ambigüedad, la palabra ley no.
Los televidentes que contemplaron extasiados, arrobados por el horror la aplicación de la Ley conforme a Justicia Jurídica de Saddam Husseim, repiten sin saberlo un protocolo en la que la crueldad constituye desde siempre el sostén con que la violencia impone sus objetivos.
Todas las formas de torturas y crueldad ensayadas a lo largo de los siglos permanecen en el imaginario colectivo, hoy domesticado por la imagen, es decir por el horror domesticado a nivel de imagen. Ya la sangre de la guillotina no salpica. Los leños de las hogueras donde se queman a las brujas no expanden sus chispas. Saddam puede ser contemplado como lo otro absoluto desde una pantalla pequeña y además ser juzgado, por otros tribunales, que no los propuestos por los poderosos de turno.
Saddam es un criminal más en la larga lista que ofrece – unos ocultos tras el ropaje de la justicia divina o no – que nunca debió haber pactado intereses con una potencia Occidental. La guerra contra Irak patrocinada por Bush padre fue su trampa fatal. Este Simulacro de Justicia no cambiará nada. Esta es la guerra que – como lo dijimos hace una década – ha venido para quedarse. Y con ella quienes saben sacar partido de un incendio que compromete ya no la existencia de la especie, sino su estatura espiritual cada día más degradada y ya hundida en lo sub.-humano.
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