Te diré que
ellos mantenían una especie de tertulia a la que yo
nunca asistí, por desgracia. Se efectuaba en aquella
casa que está a los pies del cerro de San Cristóbal y
que hoy es muy visitada por la gente no sólo de Chile.
Todo eso pertenece a la Fundación Pablo Neruda. Es un
lugar de culto, sí, de peregrinación cotidiana. Su
nombre, la Chascona, surge a partir de una pintura de
Matilde Urrutia con dos cabezas de cabelleras
ensortijadas y, a su modo, envidiables. A partir de
aquel óleo de Diego Rivera, Neruda empieza a ver a
Matilde Urrutia como la Chascona. Dicen que es el
primero que así la llama, quién sabe, todos eran muy
imaginativos y fabuladores. Hay quien dice que fue Diego
Rivera el que empieza a mencionar a Matilde como la
Chascona: “Y tú, Chascona, ¿cómo estás?” La verdad es
que dicha palabra fue y es todavía muy común en Chile;
alude a una persona despeinada que tiene mucha
cabellera. Bueno, allí en la Chascona se celebraban
aquellas tertulias memorables y había un grupo, como
suele suceder, de gente muy admiradora de Neruda: sus
amigos o discípulos más cercanos. Algunos escribían
poesía y narrativa. No pocos de ellos, como suele
ocurrir, queriéndolo o no, conscientemente o no, eran
más papistas que el Papa, así es, más nerudianos que el
propio Neruda. Se reunían allí al atardecer y leían sus
textos. Recuerdo que a una de esas reuniones llegó
Nicanor Parra con algunos poemas de factura un tanto
insólita y fue leyéndolos sin mucho énfasis. Casi al
término de la lectura, Pablo Neruda se puso de pie y
empezó a moverse con lentitud y en diagonal. Años
después supe que cuando al autor de Residencia en la
tierra le interesaba mucho algo, se ponía de pie y
empezaba a caminar como una especie de lobo estepario.
Cuando acabó la sesión de lectura y todos empezaron a
abandonar la terraza de la Chascona, Neruda se acercó a
Parra y le dijo a media voz: “Mira, Nicanor, ¿por qué no
te quedas aquí algunos minutos? Debo decirte algo
importante”. Poco a poco abandonaron la casa los otros
amigos que después criticarían a Parra diciéndole ¿cómo
te atreviste a leer esas cosas que tú dices que son
poesía? Sin embargo, Neruda se quedó junto a Nicanor
para preguntarle: “¿Desde cuándo estás escribiendo esto?
Los poemas que leías antes es otra cosa, sin duda, otro
tono, sí, otra onda”. La verdad (como ha dicho después
Nicanor Parra) es que hace algún tiempo publiqué
Cancionero sin nombre (1937), y casi de inmediato
tuve una reacción muy crítica ante ese libro. Yo tenía
una formación garcilorquiana, y lo más que pude hacer
fue introducir una que otra imagen surrealista. Bueno,
ya había algo de surrealismo en el propio García Lorca.
Sin embargo, experimenté una profunda convulsión porque
me di cuenta que mi verdadero camino iba en otra
dirección muy distinta. Ya el libro estaba publicado y
le dije al editor Carlos George Nascimento que
interrumpiera la venta y la circulación del volumen.
(Nascimento, de origen portugués, era dueño de la
editorial de mayor prestigio en Santiago de Chile. Todo
queríamos publicar nuestros libros en Nascimento).
Recuerdo que lo fui a ver y le dije: “Me arrepiento de
Cancionero sin nombre y quisiera pedirle que lo
retire de circulación ahora mismo”. “¡Pero cómo se le
ocurre tamaña locura, usted se ha vuelto profundamente
loco!”, respondió muy molesto el editor. “Hemos
invertido dinero en la publicación de su obra que a mí
me parece muy buena”. “Le agradezco que piense así”,
insistió el antipoeta. “Puede ser que los poemas tengan
una buena factura, pues a mí se me da bien la poesía
medida y con rima, pero por esa ruta voy a terminar
escribiendo algo muy parecido a Federico García Lorca o
a Oscar Castro (quien fue y es un gran poeta chileno en
esa dirección); pero la verdad es que palpitan en mí
otros tonos muy distintos. La discusión se alargó y
nadie sabe muy bien cómo acaba esa historia. Pero lo
cierto es que Nicanor Parra y sus amigos más cercanos
hicieron lo imposible hasta retirar de las principales
librerías de Santiago los ejemplares de Cancionero
sin nombre. Parra se sumergió entonces en un largo
silencio, aunque no dejó de escribir y buscar otros
caminos. Reapareció en 1954, quince años después, con su
volumen Poemas y antipoemas, con los cuales se
inaugura un camino nuevo no sólo para la poesía chilena.
Envía tres manuscritos al premio literario que otorgaba
el Sindicato de Escritores de Valparaíso. Los tres van
con distintos pseudónimos y obtiene el primero, el
segundo y el tercer lugar. Lo que pasa es que Nicanor ha
fraccionado el mismo libro en tres partes. En fin. Toda
una célebre historia de aperturas no sólo para la poesía
que se escribía en aquel país austral de Latinoamérica.
Volvamos al principio de la historia en esa casa que aún
existe a los pies del cerro San Cristóbal de Santiago de
Chile. El fantasma de carne y hueso de Pablo Neruda
reaparece para decirle: “Mira, Nicanor, sospecho que si
continúas por este nuevo camino, algo muy importante va
a suceder en las entrañas de nuestra poesía”. Y así fue,
indudablemente, así fue.
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