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EUGENIO
MANDRINI:
sus
respuestas, poemas y microficciones
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
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Eugenio
Mandrini
nació el 16 de
diciembre de 1936 en Buenos Aires, donde reside,
capital de la República Argentina. Ha sido
fundador e integrante de la “Sociedad de los
Poetas Vivos” y co-director de la revista
“Buenos Aires Tango y lo Demás”. Es Académico
Titular de la “Academia Nacional del Tango”. En
distintos géneros literarios recibió
distinciones: destacamos el Primer Premio
Municipal de Poesía (2008/2009). Colaboró con
las revistas “Fin de Siglo”, “Puro Cuento”, “Ñ”
y “Crisis”, entre muchas otras. Fue incluido en
las antologías
“Antes que el viento
se apague”,
“Testigos de
tormenta”,
“Cuerpo de
abismo”,
“Galería de
hiperbreves”,
“Tiros libres”,
“Velas al
viento”,
“La nave de
los locos”,
etc. Ha compilado y prologado la antología
“Los poetas
del tango”
(2000). Es guionista de historietas. Publicó en
1987 el volumen
“Criaturas de los
bosques de papel”,
poemas y cuentos;
“Discépolo, la
desesperación y Dios”,
ensayo, 1998;“Las
otras criaturas”,
microficción, España, 2014;
“La vida repentina”
(selección de textos de
“Criaturas de los
bosques de papel”),
2015. Sus poemarios son
“Campo de
apariciones”
(1993),
“Párpados para el ojo que sale de mí”
(1999),
“Conejos en la nieve”
(2009), “Con
voz de perro lunar”
(2014).
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1 —
En otras ocasiones has definido públicamente tus
preferencias, improvisado instantáneas,
pergeñado esbozos o estampas. Hoy, para
nosotros, Eugenio, ¿qué retrato de vos nos
ofrecerías?
EM — Comencé a
respirar formando parte de una familia
constituida por cinco miembros: mi padre, mi
madre, mi hermana, los libros y yo.
Ya de niño, mi padre fue mi mentor, mi guía en
el oficio de lector, paseándome primero por los
trágicos y épicos griegos, después por el siglo
de oro español y, por último, por la gran
literatura rusa y la no menos grande de la
francesa, período que después completé con los
contemporáneos. Eso fue suficiente para
enamorarme de las palabras, y no solo de éstas,
sino también de un punto aparte y de una coma.
Llegué a soñar que la coma era una puerta donde
la sorpresa me aguardaba con los brazos
abiertos.
A quien me pregunte la edad, le diré que en
diciembre cumplí 141 años, porque sigo la huella
de diplodocus que dejó mi padre. De lo dicho
surge también que soy de sagitario, pero aclaro
que nosotros, los sagitarianos, no creemos en
los horóscopos.
Supe de la poesía cuando siendo un pibe, el día
en que al ir a la panadería y en vez de pedir
medio kilo de pan, dije:
pan, medio kilo.
Es que había descubierto el hipérbaton, recurso
retórico que consiste en practicarle al giro una
súbita torsión, procedimiento que más tarde
aprendería a exprimirlo hasta producir cadencia.
He elegido a vivir en constante exaltación
poética, y es por ello que cuando empezaron a
llamarme loco, comprendí que estaba en el buen
camino.
A su tiempo, escribí novela, cuentos, guiones de
historieta y hoy, además de poesía, mantengo
estrechos vínculos incestuosos con la
microficción, a la que siento como mi madre, mi
amante, mi hermana, mi hija.
Amo la opera porque es la casa de los héroes
vocales, y al tango porque sus evocaciones y
nostalgias nos devuelven el cielo que perdimos
una vez.
Mi otro amor o especialidad es ser lector, es
decir, desenterrar tesoros en medio de la noche.
¿Qué pienso del mundo? Que hay que vivirlo con
un ojo perplejo y el otro insomne.
¿Qué busco al escribir? Que la palabra brille
como un sol o, al menos, como la sombra de un
tigre.
¿Mi color? El rojo, un tanto brumoso por la
época.
¿Músicos? Beethoven, Verdi, Piazzolla.
¿Voces? Callas, Gardel, Serrat.
¿Qué pienso de Dios? Que existe, se llama
Shakespeare y esta en expansión.
¿Forma preferida de morir? Distraídamente.
¿Mi felicidad? La mujer, mi hijo, un amigo, la
soledad, la multitud.
¿Un sueño? Despertar el día después de haberme
helado.
¿Otro sueño? Que el cuervo de Poe continué
diciendo “nunca mas” hasta que la miseria, la
angustia y el olvido, sean nunca mas.
Si me preguntan qué es la poesía, digo que es un
estado de ceguera desde el cual se ven otras
luces, incluso otras sombras. Si me preguntan
qué es la microficción, digo que es un rayo de
luz en un sótano o más bien el escorpión que
viene a morderme la camisa.
Creo que tanto el poema como la microficción son
construcciones que trato de edificar mediante
innumerables borradores, tantos que alfombran el
piso.
Creo también, como Eluard, que hay otro mundo y
está en éste.
Y creo asimismo en la piedad, a la que
llamo cada vez que, al escribir, transpongo la
frontera de lo real.
No se si he sido claro.
2 — Seguramente nuestros lectores confirmarán
que lo sos. Instalémonos por un instante en la
(eventual) claridad de tu adolescencia, y la
seguimos desde allí.
EM — A los
catorce años, mi primer trabajo: escribir
guiones de historieta en revistas hoy
desaparecidas. Más tarde, cuentos para revistas
femeninas como “Maribel” y “Vosotras”; además,
para las Selecciones Policiales y Gauchescas de
Editorial Codex. Todo eso, sin dejar de intentar
el poema, ganando premios en concursos de poesía
tradicionalista: por ejemplo, sobre “Las mujeres
gauchas” y sobre el Chacho Peñaloza. Ya en 1970,
gané el primer premio de poesía que organizara
la Biblioteca Popular “Cornelio Saavedra”,
circunstancia que me permitió iniciar y sostener
una larga amistad con el poeta Joaquín Gianuzzi.
Y comencé a redactar guiones para las revistas
de la Editorial Columba, creando un personaje
gauchesco para el Álbum de “El Tony”, llamado
“Rosendo, el toro”, que se mantuvo durante años,
pasando luego a la Editorial Skorpio, donde
escribí numerosos guiones unitarios, y además
otro personaje, llamado “La maga”, el que se
reprodujo en España e Italia, mientras que en
nuestro país produje guiones para los
renombrados dibujantes Domingo Mandrafina,
Horacio Altuna, Gustavo Trigo, Carlos Casalla,
Francisco Solano López, Carlos Roume, Leopoldo
Durañona, y Alberto y Enrique Breccia. Pero ya
hacía tiempo que venía en conflicto con la
historieta, para sustituirla por la poesía y la
narrativa. Al respecto, recibí una importante
mención en el concurso de novela organizado por
el Diario “La Opinión” y Editorial Sudamericana,
también en 1970, con un jurado compuesto por
Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Augusto Roa
Bastos y Rodolfo Walsh. La novela se tituló “La
bilis” y por enigmáticas razones no llegó a
publicarse. Y siempre alrededor del setenta
recibí una mención en un concurso organizado por
Canal 13, sobre obras de teatro para TV, con
duración de treinta minutos, que ganó Rodolfo
Walsh con “La
granada”, pero
el canal nunca filmó las obras premiadas, pese a
que ello constaba en las bases del concurso.
3 — ¿Y ya en la década siguiente?
EM — Se
publica en el 87 el hoy inhallable
“Criaturas de los
bosques de papel”,
a través de Editorial ECA, última editorial que
tuvo el Estado, y dado que estaba compuesto por
poemas y cuentos breves y brevísimos, me
permitió entrar en el mundo de la microficción,
a tal punto que en diciembre de 2014 se publicó
en España “Las
otras criaturas”,
por Editorial Menoscuarto, íntegramente dedicada
a la microficción. A su vez, al año siguiente,
Editorial Macedonia, de Buenos Aires, publicó
“La vida
repentina”,
selección de
“Criaturas de los bosques de papel”.
4 — El
volumen “La
Argentina en pedazos”
de Ricardo Piglia (Ediciones de la Urraca,
1993), incluye tu adaptación a la historieta,
ilustrada por Solano López, del cuento “Cabecita
negra” de Germán Rozenmacher (1936-1971).
EM — Éste
resultó ser un trabajo interesante que
en su momento
fue estudiado en alguna Universidad. Sobre el
mismo entendía
que adaptar a la historieta un cuento de
lenguaje macizo como el de Rozenmacher, solo se
podía resolver eliminando la escritura del autor
y respetando solo su espíritu y el contenido,
vertidos ambos en el clásico diálogo del guión,
que es la esencia de este tipo de literatura de
imágenes, sostenido, a veces, por el silencio,
vale decir, la primacía del dibujo con exclusión
de la palabra.
5 — “Discépolo, la desesperación y Dios” es el
título del ensayo con el que contribuiste al
acervo de la Academia Nacional del Tango.
EM —
Se trató de
una exigente experiencia. Me permití eliminar
por completo los datos biográficos del autor, y
someterme al ejercicio del “desplazamiento”, es
decir, viajar de autor a autor, o sea, desde mi
lugar hacia el de él, hacer allí la carnadura, y
llegar a su interioridad, a su introspección.
Quedó entonces el ensayo como escrito por
“dentro” del mismo Discépolo, desde su
desesperación y sus duros planteos y disputas
sobre Dios.
6 — ¿Develarías lo acontecido con
“La bilis”,
esa novela que nunca se publicó?
EM —
La novela
trataba la relación entre dos empleados de
oficina, uno, peronista de la primera hora, y el
otro, un teórico de izquierda, en medio del
marco histórico de una crisis social y
económica. En cuanto a lo enigmático, resultó
ser que tanto en la Editorial Sudamericana (que
auspició el concurso junto al diario “La
Opinión”) como en Cedal (Centro Editor de
América Latina), donde la presenté, fue
rechazada por exceso de técnicas que hacían
confusa la historia. Creo que sí, que era cierto
eso, dado que entre la sucesión de ejercicios
técnicos, me dediqué a dar, en cada una de las
secuencias de la novela, que no eran pocas,
cinco o seis versiones, motivo por el cual su
lectura parecía destinada solo a lectores
teóricos de la novela. De todos modos, también
fue enigmático el hecho de que ambos directores
de dichas Editoriales, o sea, tanto Enrique
Pezzoni como Luis Gregorich, me “invitaron a
aclarar la historia” con posibilidades de ser
publicada. Desistí de ello por temor a que la
novela quedara reducida a polvo entre los dedos,
y decidí enterrarla en el olvido, al punto de
terminar extraviándola. Aun así, la novela había
sido mencionada por el Jurado.
7 — Aunque mucho trasluce el título de la
revista que llegaste a dirigir, ¿la evocamos?
EM —
“Buenos Aires Tango y
lo Demás”, que codirigí con el poeta Héctor
Negro, fue una revista independiente que editó
60 números en 30 años, sostenida a pulmón y
éxtasis por un grupo de amigos solidarios. Y es
cierto lo que decís respecto al título que lo
delata todo. Sin embargo, además del material
informativo y ensayístico sobre la ciudad y el
tango, no faltó el espacio destinado a lo
creativo, mediante la incorporación permanente
de poemas y cuentos, tanto de los integrantes de
la revista como de autores conocidos. Al
respecto, mis textos sobre dichos géneros,
fueron recuperados en un reciente libro titulado
“Con voz de
perro lunar”.
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8 — Sos de la ópera
“un entusiasta
al borde de la locura”.
¿“Nabucco” de Giuseppe Verdi, “Carmen” de
Georges Bizet, “Tristán e Isolda” de Richard
Wagner, “Sansón y Dalila” de Camille
Saint-Saëns, “Orfeo y Eurídice” de Christopf
Willibard Gluck o “Mefistófeles” de
Arrigo Boito?
EM —
En todas ellas y en las que falta citar,
destellan grandes momentos orquestales, corales
y de voces individuales que me exaltan. Esto me
hace recordar lo que alguna vez escribió un
desconocido lexicógrafo:
“la música es la más
arrebatadora de las artes”,
bello concepto que comparto plenamente, aunque
también la poesía derrama sus arrebatos, desde
un sentido más secreto o íntimo, como es a
través de las dos “S”, es decir, la Sugerencia y
la Seducción.
9 —
Se lee en
“Yo el supremo”
de Augusto Roa Bastos:
“La obra maestra de
ficción de todos los tiempos habría sido aquella
en la que estuviesen unidas la magia armoniosa
de la prosa de Cervantes y la prodigiosa
capacidad de invención verbal de Quevedo.”
¿Qué otra unión fantaseás que hubiera brindado
la obra maestra de ficción de todos los tiempos?
EM — En
principio dicha frase, y que me perdone Roa
Bastos a quien admiro, suena a glorificación de
los muertos o a culto de la personalidad. Si la
novela hablara, seguro que resistiría con
sólidos argumentos engrosar el género con los
restos de los próceres. El arte literario,
estudiado históricamente, goza de una tríada que
se mantiene en el tiempo felizmente inalterable:
me refiero al entramado compuesto por
Legado – Metamorfosis
– Continuidad.
Lo que surja de allí puede ser más significativo
y poderoso que cualquier ensoñación El pasado es
la fuente a la que hemos de acudir hasta
ahogarnos, y los muertos célebres son nuestros
padres. ¿Qué más?
10 — ¿Con qué nos vamos a encontrar en tus
futuros libros?...
EM —
Nunca
padecí la ansiedad por la publicación. Debe ser
porque cada libro mío necesita una horneada
mínima de 5 años. Pese a ello siempre espero que
alguna bifurcación o atajo me permita presentir,
brumosamente, la materia de un próximo libro.
Hoy estoy trabajando poemas extensos de tipo
enumerativo con contextos propios. No sé si todo
eso se edificará a través de poemas unitarios o
de una ligazón de textos donde el verdadero
poema sea la totalidad del libro, vale decir, un
libro trabajado con fragmentos o ruinas que,
bien montadas, puedan hacer las veces de una
construcción.
11 — “Un homenaje al vértigo” es el subtítulo de
tu poema “Los bailarines de tango”. Es un
tanguero que no sabe bailarlo (yo), quien se
imagina que sos un muy buen bailarín. ¿Me lo
confirmás? Imagino también que habrás, muchas
veces, “ido a la milonga”.
EM —
Lamento defraudarte, Rolando. No soy ni siquiera
buen bailarín. Amo el tango, su poesía, su
música y sus interpretes; incluso escribí un
libro sobre los poetas del tango. Pero no soy
tanguero, lo amo desde la poesía. Por otro lado,
sí, visité milongas por razones de conocimiento
directo, y supe que eran y son recintos
Fellinescos. En cuanto a los bailarines, me
resultan solemnes y machistas, lo cual es
paradójico, pues el baile del tango es un arte
admirable. ¿Cómo surgió el poema citado? Me di
cuenta que los bailarines, cuando dibujan sus
fantásticas figuras, no miran a los
espectadores, en realidad los atraviesan. Es
decir, su mirada va lejos, a otra latitud, como
hipnotizados por algo invisible. Es que ellos
están concentrados en su arte, como todo creador
en medio de su incierta creación. Ese acto de
llegar a la hondura desde el instinto y la
audacia, merecen mi más alto respeto. Por eso el
poema.
12 — ¿Cuáles son los criterios (o algo así) a
partir de los cuales corregís las sucesivas
versiones de un poema o microficción?
EM — Bueno,
esto ya es un capítulo aparte. Primero debo
decir que intento ser un perfeccionista, mas no
para alcanzar la excelencia técnica, que tiene
alma de estatua y pese a ello es imprescindible,
sino para llegar a la sencilla fluidez. Ahora sí
voy a la pregunta. Una vez “volcado” el poema,
si noto algún desequilibrio o desarmonía tanto
en el planteo, en el tratamiento, como en el
lenguaje, rehago el mismo desde un nuevo enfoque
y después otro y otro más, hasta que el poema
esté mas o menos domeñado, obsesión que me lleva
a alfombrar el piso de borradores. Recién
entonces comienza el segundo tramo de la
corrección, mejor dicho, la “corrigienda” como
bien sabía decir Alfonso Reyes. Por un lado,
penetro en la lectura solitaria, es decir, la
del ojo, que nunca es abarcadora del todo.
Corrección que luego completo con la audición, o
sea, la lectura en voz alta, a fin de pasear por
el territorio del sonido y, además, completar
ciertos espacios que el ojo, por su condición
circular, no ve del todo. Finalizada dicha
travesía, me desplazo hacia el lector, intento
convertirme en él y completo la corrección a la
manera de un dentista al arrancar una muela:
impiadosamente. En fin, para mí resulta una
delicia la “corrigienda”.
13 — Transcribo de “Memoria histórica del más
grande existencialista norteamericano”, artículo
de Williams Burroughs:
“Yo había perdido el
interés como un niño en la escritura, quizá
porque no estaba capacitado para enfrentar lo
que todo escritor debe hacer frente: toda la
mala escritura que tendrá que hacer antes de que
escriba algo bueno.”
¿Llegaste, Eugenio,
como Burroughs, a percibirte tan desanimado?
¿Cómo son tus desánimos, tus fastidios?
EM — Mis
desánimos. Otro capítulo singular. Los tengo en
cantidad y son audibles. Los consorcistas del
edificio donde habito dan fe de ello. Sucede que
utilizo máquina de escribir (rechazo la
computadora porque necesito tocar el papel,
cuanto mas rugoso y menos satinado sea, tanto
mejor, y sentir que late en los dedos; me atrae
también el peso de algunas teclas cuando
ensucian de tinta letras o palabras, hecho éste
que le imprime otro volumen al texto; por
último, su traqueteo de tren me hace viajar).
Bien. Cuando ella, mi amada y estruendosa
Remington, por razones mecánicas se atasca, la
denuesto con lenguaje de tribuna y hasta llego a
pensar, pobre santa, que, en ciertas
circunstancias, todos podemos ser asesinos.
Claro que más tarde, si rueda como una
locomotora feliz hacia su meta final, la
acaricio y la beso igual como lo hago con un
poema, mio o de otro poeta, que despida luz.
Otro desánimo proviene cada vez que la hoja en
blanco se me resiste y no puedo sembrar
allí ni una sílaba o letra; profundo desconsuelo
que me lleva a ir al Parque Lezama, a sentarme
en un banco, y quedar blando o algodonoso, como
si fuera yo el único culpable de las penas del
mundo. Desde luego que, de pronto, resucito,
mando todo al diablo, vuelvo a mi casa,
introduzco una nueva hoja en la Remington y
aguardo a que las Musas me sean propicias.
14 —
¿Qué
literatura te interesa porque te “descoloca”?
EM — En
realidad me “descolocan” los grandes creadores,
con sus giros, sus volares, sus fulgencias, esos
que detienen el paso del tiempo o saben
engañarlo. Por ejemplo Shakespeare, cuando le
hace decir a uno de sus hijos teatrales, que
“la historia
es un cuento narrado por un idiota lleno de
sonido y de furia”,
y mas aun cuando dicha frase continúa, más de
trescientos años después, en William Faulkner,
que se apodera de un fragmento de la misma para
significar su novela titulada
“El sonido y la
furia”. O
cuando Borges, en su cuento “El inmortal”,
escribe:
“Llovía con lentitud poderosa”.
¡Santo cielo azul o negro! ¿Qué es eso de una
lluvia lenta? ¿Y que es aquello de la lentitud
poderosa? Y completo con un agudo hipérbaton de
Giosuè Carducci cuando escribe:
“el silencio verde de
los campos”.
Otros, que no son ni serán grandes, habrían
escrito “el silencio de los campos verdes”. Al
fin y al cabo, la poesía es el género que crea
lo fascinante imposible, y en este caso el
silencio bien puede ser verde. Todo eso me
“descoloca”, para “colocarme” mejor.
15 — ¿Tenés algún tema o asunto que te ronde
desde hace bastante tiempo y al que “no le hayas
encontrado la vuelta” como para materializarlo
en un texto artístico?
EM —
Sí, lo tengo. Y son dos: la Gracia y la Medida.
¿Qué es la Gracia? ¿Qué, la medida? ¿Qué luz de
relámpago hace que la Gracia se haga visible,
sutilmente visible? ¿Y quién de cualquiera de
nosotros llega al privilegio de la Medida cuya
exactitud ni siquiera la tienen los relojes de
precisión atómica? ¿Son ambas materias estables
o huidizas? ¿Quién las convoca: algún ángel,
algún fantasma, algún monstruo, algún espejismo,
algún dios enajenado por la estética, algún mago
tahúr de esos que todo lo muestran y todo lo
esconden? ¿Cómo es posible que un poema haya
alcanzado la excelencia y, sin embargo, la
Gracia permanezca ausente? ¿O en qué momento
quitar las manos de las teclas y saber (creer)
que es esa y no otra la última línea de lo
escrito? Me detengo aquí. He llegado a la
conclusión de que tanto la Gracia como la
Medida, son actos sobrenaturales.
16 — ¿Algo del orden del aturdimiento, por
ejemplo, habrás percibido, apenas supiste que un
jurado compuesto por Antonio Gamoneda, Juan
Gelman, Gonzalo Rojas —los tres, Premio
Cervantes— y Jorge Boccanera, en Fallo Unánime
te habían otorgado el Premio Único e Indivisible
del Concurso de Poesía “Olga Orozco” 2008, por
tu “Conejos en
la nieve”?
EM — Primero
me invadió la sensación de levitar, ese estado
de flotación fantasmal semejante al de los
astronautas en la ingravidez de sus caminatas.
Ya repuesto de ese cross a la mandíbula, volví a
pensar sobre aquello que había descubierto hacía
mucho: que la poesía es un gran émbolo movido
por opuestos: por un lado, para algunos, es
constrictora como una boa y, para otros, es
abundante como los vientos jóvenes, como el
desamor o como los buenos elefantes. Supe
entonces, junto a la levitación, que
“Conejos…”
había sido escrita con la mezcla, acaso
monstruosa, de esos opuestos.
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Eugenio
Mandrini selecciona tres poemas de “Conejos en
la nieve” y tres microficciones de “Las otras
criaturas”
para acompañar esta entrevista:
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EN EL OJO
DE LOS CRÉDULOS
Soy el
mago.
Soy lo
imposible.
El trébol
que detiene el salto del suicida.
Un fósforo
del que brota un jardín por cada sombra rota.
Un ahogado
que emerge del mar y danza triunfal sobre
el oleaje.
Una ventana
por la que pasa una visión del paraíso cuyo
fulgor no cabe en el sueño.
Un espejo
donde la sorpresa admira sus dilatados ojos.
Una luz, en
fin, en el ceniciento hastío.
Soy el
mago.
Puedo
llegar a engañar el tacto de los ciegos
esconder la
botella de pavor que sorbe la muerte
hacer
parpadear un ojo de Dios o conmover su lejanía
inmutable.
Soy lo
imposible, ya lo dije.
Como el
viento que viene de las hendijas de la
antigüedad y cruza sin opacar el aire
o los
deseos alcanzados y en una ráfaga perdidos
o el
estallido de un hombre y una mujer entre
las herrumbres de la noche:
soy también
el instante.
Soy el
mago.
Fugaz como
la felicidad de pronto desaparezco.
De pronto,
también, si el ojo de los crédulos me llama
regreso
con resplandores de tigres de papel
y otras brevedades de la luz
donde
empiezo a no saber quien soy.
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AQUELLO
Estoy entre
los que buscamos Aquello.
No somos
muchos. Apenas unas almas ávidas
andando por
los infiernos de esta tierra
que sin
embargo va perdiendo la luz.
Estoy entre
los que buscamos Aquello
que suele
aparecer tras el torbellino de las visiones
o en los
destellos de ciertos libros
de cólera y
espuma: un lugar secreto imaginado
donde el
tiempo aún no gastó sus primeros días.
Estoy entre
los que buscamos Aquello.
No somos
muchos y estamos locos (dicen)
porque sólo
a los muertos les está dado entrar
a la
dimensión de los grandes sueños,
tercamente
locos (dicen) por querer saciar la sed
en la
lengua de la verdad dado que ella es piedra
muda.
Estoy entre
los que buscamos Aquello.
A veces
alguno lo augura y canta,
canta un
himno todavía no escrito que habla
de hacer
azul la sombra, olvido el llanto, sin trémolo
la jaula,
inaudible la palabra vana,
hasta que
una gota de penumbra apaga
el júbilo y
los ojos.
Estoy entre
los que buscamos Aquello,
que para
algunos es la atracción del abismo,
para otros
el único lugar bajo el sol
que ya no
arde como entonces, y
para los
que miran con un ojo ciego
y el otro
desmesurado, la belleza que huye
y que no
tiene fin.
Estoy entre
los que buscamos Aquello.
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LA ALMOHADA
En mi
almohada hay un tigre.
Me lava la
cabeza con su aliento de fósforo,
me cuenta
la selva en el oído, el matorral
donde
acechan las voces del terror o el susurro, el
arte del
sigilo que apaga el gemir
de las
hojas secas.
En mi
almohada hay un tigre.
El
resplandor donde los ciegos tambalean.
La sangre
de la luz que envidia el fuego.
Si duerme
—raras noches—
lo hace con
la cola enroscada en mi cuello
como un
látigo que espera.
Si está
alerta —tantas noches—
me habla.
Me dice: —Escribe,
con el asombro del color que soy
con el hambre de las entrañas que soy
con el brillo de oscuridad de la mirada que soy.
En mi
almohada hay un tigre.
Todo tigre
es un poema feroz.
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RAÍCES
Con el último golpe del hacha, el árbol cae
pesadamente al suelo. Sin embargo, los pájaros
permanecen inmóviles donde antes estuvieron las
ramas. Acaso porque sólo son la sombra de esos
pájaros. Acaso porque esos pájaros miraban
demasiado la distancia y la distancia los
hipnotizó. O acaso porque la memoria del árbol
muere después.
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PARPADEOS
Sólo hay tres clases de ciegos, ¿o tres no es el
número perfecto? Está ése al que no hay
explosión ni asamblea de luciérnagas que lo
saquen de la sombra profunda. Está el otro, el
que aún ciego, conserva un esbozo de penumbra y
al resplandor de un fósforo queda de pronto en
éxtasis y bajo la luz furiosa del medio día cree
que los ojos le vuelven. Y finalmente está
aquél, el ciego que palpa afanoso los contornos
y las grietas, los movimientos y temblores de
los breves mundos. Ese, el tercero, es el
amante.
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NO
TODO ES DESIERTO EN EL DESIERTO
En los tiempos en que gobernaban los poetas se
castigaba duramente a quienes no lo eran, como
el caso de ése que fue abandonado en el desierto
donde, sin embargo, no murió de sol, ni de frío,
ni de sed de hambre, ni de hambre de sed, ni de
no saber nadar cuando el viento hacía oleajes de
las dunas, ni de inmensidad, ni de ausencia de
oasis o lluvia o manta en la noche de fiebre. Y
ni siquiera murió de muerte.
Se hizo espejismo.
Sus camaradas de fulgor coinciden en reconocer
que nunca hubo en el desierto un poeta como él
en el viejo arte de crear visiones de la nada.
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Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Eugenio Mandrini y Rolando Revagliatti,
marzo 2016.
http://www.revagliatti.com.ar/olivari.html
http://www.revagliatti.com.ar/act9002/mandrini.htm
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