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Revista TriploV de Artes, RELIGIÕES & Ciências . Ns . Nº 58. maio-junho 2016 . Índice
   
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Mijail Lamas (Culiacán, Sinaloa, México, 1979). Poeta, traductor y crítico literario. Es Licenciado en Lengua y Literatura hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Fue Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2006 y 2007. Ha traducido a una docena de poetas brasileños y portugueses de distintas épocas y movimientos. Obtuvo el accésit del XXVII Concurso de Poesía Ciudad de Zaragoza, España en 2011 y el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura en 2012. Ha publicado los libros de poemas: Contraverano (2007); Cuaderno de Tyler Durden seguido de Fundación de la casa (2008); Un recuento parcial de los incendios, selección de poemas (2009), TREVAS. Canción del navegante de sí mismo (2013). Compiló junto con otros poetas la muestra de poesía Vientos de siglo. Poetas mexicanos 1950-1982 (2012) para la colección Poesía y Ensayo de la UNAM. Coordinó la memoria del Primer y Segundo Encuentro Internacional de poesía Ciudad de México de 2014 y 2015, editadas por Valparaíso México y Círculo de Poesía. Es uno de los editores de circulodepoesía.com. Fue incluido en El canon abierto. Última poesía en español (1970-1985) (Visor Libros, 2015). Actualmente estudia el MFA in Creative Writing in University of Texas at El Paso.

MIJAIL LAMAS 

 

 

Poemas de Contraverano 

 

(fragmentos)

 

No quisiste quedarte.

No quisiste aprender cómo quedarte.

Quedarte resignado a beber toda la luz que nunca muere.

De tal modo que el recuerdo te soborna,

te hace dudar hasta llevar tus manos a tocar lo que no tienes.

Para tocarlo primero hay que saber decirlo, decirlo muchas veces.

Mucho tiempo has pensado destejer, una tras otra,

las tramas que se te van enredando entre los dedos.

Mucho tiempo quisiste enumerar cada partícula de polvo, cada capa de tristeza,

enumerar también cada puñetazo de la frustración,

cada truco para engañar el mediodía que te cortaba en sombra la figura.

Pero no puedes y te llevas una mano a la cabeza

y descubres que en ese recuento

hay una imagen que tienes de ti mismo y te es extraña

que sólo en sus contornos y a lo lejos, apenas en su sombra,

podrías reconocer.

Hay algo que ahora te detiene.

Has dicho demasiado y te has metido en un problema.

El añejo dolor que te conserva despierto y a la sombra

guarda para ti un sentimiento de revancha.

No puedes avanzar lo que quisieras,

el desierto que pretendes recordar se vuelve más extenso.

 

Lo que antes fue desierto aún persiste

y en unas cuantas líneas crees recuperar todo de nuevo,

recuperar aquel paisaje donde el verano cumplía su destrucción inapelable.

Pero hay algo diferente,

las calles que recuerdas tienen zanjas más hondas,

las paredes de las casas tienen grietas como relámpagos de piedra.

Crees que puedes volver a llenarte de polvo los bolsillos,

crees que puedes patear lejos de aquí remordimiento, rabia y rencor

como si de cosa pequeña se tratara.

Crees que puedes volver y una sensación de sequía en tu garganta te sorprende.

Te sorprende también aquella disposición al cariño que justificaba cada golpe,

aquella sensación de no sentirte solo sin creer que dios te vigilaba.

Y pronuncias en voz baja

una blasfemia que solamente a ti te reconforta.

¿O es qué todo lo que has dicho no deja de ser una conjetura

o una ávida reconstrucción de los hechos

o una manera de legitimar una mentira,

porque eres otra presa del olvido

y herido por el sol en el costado,

se han calcinado todos tus recuerdos?

No hay nada,

te cuesta trabajo creer que no hay nada.

Regresas para buscar en ti algo que permanezca

y compruebas que lo único palpable que posees,

ahora que ya es tarde y tienes sueño,

es el cuerpo de una mujer que no puede dormir

y te espera en otro cuarto.

Dejas la pluma que habías tomado para escribir eso que no alcanzas a fijar,

apagas en silencio cada una de la luces de la casa

y el desasosiego no se extingue por completo.

 

Quisieras continuar pero ya es tarde.

 

 

De aquellos que me vieron ya nadie me recuerda,

a veces ni yo mismo alcanzo a recordarme.

Tal vez algún verano quemó todas las fotos

y el sol dejó cenizas en lugar de recuerdos.

 

Recuerdo la primera casa de la infancia

y la segunda

y la tercera.

Todas son una,

incendiándose.

 

En soledad he aprendido a lidiar con la ceniza que han dejado los veranos.

De noche he aprendido a no dejar que mis palabras se consuman por el fuego.

 

Por este oficio de sombra

puedo soportar esta ciudad que llevo a cuestas.

 

Difícil estarse quieto

y sólo mirar lo que hay fuera de uno mismo,

sólo escuchar lo que la noche nos propone.

Sabes que es mejor así,

sin mover un ápice de la costumbre o romper el tedio

y dejar que la oscuridad se pose en todo lo que miras.

Pero esa oscuridad no basta para ensombrecer

tu recuerdo

no basta para extinguir la furia del verano que te habita.

Has querido renunciar a la luz que asalta tu recuerdo a cada instante,

a la luz que te mantiene inmóvil frente a la mesa

donde escribes,

que te descubre en la boca una amargura de palabras

una sensación de hambre dolorosa.

No sabes explicar por qué el verano te persigue,

por qué el sol de aquellos días te sale siempre al paso.

No puedes explicar por qué tu sombra se alarga sin permiso,

por qué la agitación de unas palmeras, en medio de una calle,

no te parece ahora tan lejana,

como sí te lo parece la distancia entre tu olvido

y tu recuerdo.

La voz de tu recuerdo no pudo obedecerte,

algo de ti regresa sin permiso a la dictadura de la luz

donde el calor instaura su pesadumbre,

donde la muerte se repite y te tiende la mano.

 

 

Como volver a la estación que nos abre un hueco en el pecho,

a las calles estrechas iluminadas por el polvo,

a las palabras de consuelo que esperan la derrota.

Como volver a la rabia que se hospeda en el puño,

a los conjuros que destierran plagas de mediocridad y conformismo.

Como volver al sitio donde hurgamos lo que el sol

nos ha robado con su fuego.

Como volver a pensar que lo que hacemos

no lo recuerda nadie,

no saber que el verano

es una lápida que está pensando en nuestra espalda.

Como volver a escuchar la música del más

desinteresado silencio

en estancias de conmiseración para uno mismo.

Como volver a recibir misivas de escarnio con fechas abiertas

y ser derrotado por la indiferencia que abre fosas a nuestro paso.

Como volver aquí.

Como volver.

 

 

Voy a darle vuelta a la página de los incendios,

a levantar la pluma de esta hoja que la luz ha despertado,

a oscurecer con un golpe de mano esta flama que se consume a sí misma.

Voy a quedarme quieto.

Voy esperar la estación de nubarrones y mañanas frías.

Voy a guardar silencio.

Contraverano (2007)