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Mariluz
Escribano Pueo
nació en Granada en diciembre de 1935. Cursó
estudios de Filosofía y Letras y se doctoró en
Filología Hispánica por la Universidad de
Granada, en la que ha ejercido como Catedrática
de Didáctica de Lengua y Literatura en la
Facultad de Ciencias de la Educación.
Colaboradora habitual
de revistas de Filología y Didáctica, simultanea
sus estudios científicos con la creación
literaria. Entre sus obras destacan
Sonetos del alba,
(1991), Desde
un mar de silencio
(Cuadernos del Tamarit, Granada, 1993),
Canciones de la tarde
(1995), Cartas
de Praga
(prólogo de Luis García Montero, 1999),
Sopas de ajo
(2001, 2ª ed.),
Memoria de azúcar
(2002),
Ventanas al jardín
(2002), El ojo
de cristal
(2004),
Sonetos del alba
(prólogo de Gregorio Salvador [RAE] y Estudio
Preliminar de Remedios Sánchez García, 2005, 2ª
ed.), Jardines
pájaros
(2007), Los
caballos ciegos
(2008) y
Escuela en libertad
(2009); en colaboración con Tadea Fuentes ha
publicado,
Diálogos en Granada
(1995) y
Papeles del diario de doña Isabel Muley
(2º ed. 2008). Su
última obra publicada es el poemario
Umbrales de otoño
(Hiperión, 2013), con la que ha obtenido el
Premio Andalucía de la Crítica 2014. Es
columnista habitual de
Ideal. Diario
Regional de Andalucía
desde 1971 como antes lo fue de
Patria.
Recientemente ha aparecido su último nuevo
poemario, El
corazón de la gacela
(2015), publicado en Valparaíso.
Dirige y preside
desde su fundación, en 2005, la prestigiosa
publicación semestral
EntreRíos. Revista de
Arte y Letras.
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MARILUZ
ESCRÍBANO
Poemas
Selección
de Remedios Sánchez
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IX
Tuya
es mi voz y el hueco de mi mano,
mi
cálida sonrisa intrascendente,
los
suspiros que van, sencillamente,
de mi
aliento a tu aliento tan lejano.
Nada
vive en mi sangre tan cercano
como
tu corazón. Serenamente
creces
en mí, y en mí como simiente
te
guardaré mañana. Y será en vano
que la
tarde me llame a la tristeza,
con
sus dorados tonos otoñales
porque
te tengo a ti por centinela.
Y es
tanta la ternura y la tibieza
que
derraman tu gesto y tus modales
que tu
sola existencia me consuela.
(De
Sonetos del alba,
1991)
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XVII
Desmayo de la tarde hacia el poniente,
paso a
paso la sombra descendiendo,
quebrada ya la brisa, oscureciendo,
cipreses en el agua de la fuente.
Un
temblor de la hierba que se siente
herida
soledad, siempre sufriendo
sin
flor ni aroma, apenas si creciendo
socorrida de amor por la corriente.
Pequeña alondra que en el chopo canta
acunando la tibieza sobre el trigo
ajena
a la alegría que levanta.
Del
monte anochecido se adelanta
este
olor a mastranzo que persigo
para
verde collar de mi garganta.
(De
Sonetos del alba,
1991)
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CANCIÓN DE LA TRISTEZA
Aquí está
la tristeza.
No hay mar
para abarcarla con latidos
de barcos
por sus olas,
no hay
albas más inciertas por sus bordes,
ni sueños
que respiren
paisajes
humanísimos y ocasos.
Porque está
aquí y es sólo la tristeza
de saberme
mujer como manzana
asomada a
la lluvia del espejo,
a una
historia desnuda de relatos
y un pasado
sin nombre y consecuente
y
justamente azul, como debiera,
como debe
erigirse en la memoria.
Ahora tengo
una mano de marfil
y otra de
ausencia
y ejerzo de
tristeza y de noviembre.
(De
Canciones de la tarde,
1995)
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CANCIÓN DEL OLVIDO
No recuerdo
tu nombre
aunque
abejas libaran tu apellido
pródigas en
la miel.
Desde el
rincón del libro
donde
habitaba el son de aquel poema
desprende
polvo una flor.
Y el mar,
que no se muere,
ha borrado
la arcilla de tu nombre
para que no
regrese
a mis
labios de sal y enredadera.
(De
Canciones de la tarde,
1995)
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YO
NO SÉ SI RECUERDAS
Para
Luis García Montero
Yo no sé
si recuerdas los jardines,
el
camino del mar que era aquel río
desmemoriado y pobre.
Si la
infancia volviera hasta tus ojos,
si acaso
regresaras, si regresas,
descansa
el pie bajo el laurel antiguo,
detente
ante las rosas invernales,
recupera
una infancia de arboledas,
antes de
entrar al templo de los dioses.
Que el
tranvía te diga
adiós
con un pañuelo,
que
compartas la música del pájaro,
sin
olvidar que esta ciudad es triste,
melancólicamente desnutrida,
con la
ruindad del mundo en sus zapatos.
Si
volvieras, al fin, si regresaras,
eleva
la mirada hasta la altura
y sueña
una ciudad que tiene un río
que te
hizo almirante sin saberlo.
(De
Umbrales de otoño,
2013)
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LOS OJOS DE MI PADRE
Los ojos
de mi padre,
los ojos
de mi padre,
mirándome en la patria cereal de
los trigos,
en un
tiempo de cunas
mecidas
por el viento de la guerra,
mirando
cómo crezco
en los
abecedarios
y
conquisto sonidos primitivos
balbuceos, palabras necesarias,
porque
él me empuja y vuelve,
desde su
corazón y sus espigas,
su
corazón de tierra y manantiales,
patria
de tierra y gritos apagados.
Mi padre
es un silencio
que mira
como crezco.
Sus
manos me conforman,
me miran
la estatura,
la
dimensión del cuerpo,
averiguan gozosas
que me
elevo en trigal.
Las
manos de mi padre
tocan mi
cuerpo y cantan,
y yo sé
que me acunan
con
nanas de caballos,
con la
salmodia triste del judío,
del
converso que habita por su sangre.
Pero
paseo con mi padre.
Abandono
en sus manos
mis
manos tan pequeñas,
y al
calor de su sangre
mis
pulsaciones tienen
una
ambición de tiempos.
En las
luces inquietas de la tarde,
al borde
de la noche,
vamos
pisando hierbas, territorios,
ríos
como torrentes, manantiales,
horizontes donde la niebla habita,
paisajes
metalúrgicos y bosques,
ciudades, vientos, cordilleras,
blancas
constelaciones.
Camino
con mi padre.
Me
nombra a las palomas,
pájaros migratorios,
aguanieves que rozan las praderas,
alcaudones de viento,
golondrinas, gorriones, avefrías.
Y todo
pasa y llega de su mano,
y a mi
infancia regresa
el calor
confortable de su sangre
Cuando
llegan los días de septiembre,
láminas
del otoño,
las
madrugadas frías y estrelladas
detienen
sus palabras.
Pero es
sólo un instante
de
sangre y de fusiles
porque
mi padre vuelve del silencio
y pasea
conmigo
el
callado silencio de las calles,
y los
campos sembrados
y las
constelaciones,
y su voz
de madera me acompaña, me mira cómo crezco.
Todo el
mundo conoce
que heredé de mi
padre una bandera.
(De
Umbrales de otoño, 2013)
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GABO
Cruzan los
teletipos los océanos azules;
ha muerto
Gabo dicen, como si fuera un cuento,
allá en
Colombia habita el buitre que cantaba
esa mala
noticia que nos deja tan huérfanos.
El eco lo
repite: ha muerto Gabo,
y un
profundo dolor deja en los ojos lágrimas.
Macondo
está de luto, con sus callejas lóbregas
y sus
hombres alzados sobre el polvo del tiempo.
Cien años de soledad
son pocos
los que nos
deja el hombre
que levantó
una patria con nombre de Macondo,
habitada
por hombres y por mujeres tristes
tan solos
en un mundo ajeno a la aventura.
Sólo queda
en Colombia un rincón ignorado,
Macondo se
llamaba y Macondo se llama,
algún
aventurero buscará con presteza,
aquellos
peces de oro de Aureliano Buendía.
(De
El corazón de la
gacela, 2015)
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ESCRIBIRÉ UNA CARTA PARA CINCO
Cuando
surja la luz de primavera,
y las rosas
dibujen sonrisas de colores,
escribiré
una carta para cinco muchachos,
contándoles
lo mucho que gané con la vida.
Escribiré
desde una nube blanca,
con una
tinta azul que no la borre el tiempo,
porque no
volveré a pisar las arcillas,
ni la dura
tristeza del asfalto.
Contaré que
mi vida
fue una
historia muy larga,
con mapas y
lecciones
en un
palacio antiguo,
el fragor
de los trenes
hacia el
país del trigo,
la lluvia
sobre el mar
y las
arenas suaves.
El
Cantábrico allí,
tan lejos
de Granada.
Después
vinieron ellos,
esos cinco
muchachos,
y los días
pasaron
con nanas y
con besos,
con los
ojos dormidos
en cuna
almidonada.
Mi corazón
estuvo
siempre en
guardia con ellos
Y ahora que
ya han crecido
y conocen
los mundos de las hierbas
los nombres
de los pájaros,
la música
del mundo,
los
placeres del libro,
creo que ya
he cumplido
mi misión
en la tierra.
Escribiré
una carta para cinco
cuando la
primavera arribe
y me inunde
la casa de amarillos.
(De
El corazón de la
gacela,
2015)
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CUANDO ME VAYA
Dejaré un
silencio en el recuerdo,
sonidos de
una voz que fue muy joven,
y un aroma
de sándalo y cipreses
para que no
me olvides.
Y ahora,
cuando el sol desaparece
con la
promesa de una noche clara,
las
estrellas se esconden
y están
muertas de tanta nívea luz.
Dejaré
abierta la ventana.
Un gorrión
divulgará mi huída,
y un
frescor de mañana
anunciará
mi marcha,
con trémula
voz para llamarte.
Cuando me
vaya
perderé las
praderas,
los bosques
encendidos de noviembre,
el verde
del jardín en primavera,
la tenue
luz de los planetas,
la sonrisa
de un niño,
el calor de
un amigo,
lágrimas de
dolor por los caminos
que
transité tan alta,
la caricia
de un perro
que dio
fuego a mis manos.
Cuando me
vaya
habré
perdido tantas cosas,
que creceré
en trigal
por no
morirme.
(Inédito)
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