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Luís Benítez.
Poeta,
narrador y ensayista nacido en Buenos Aires en
1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana
de Poesía, Capítulo de New York; de la World
Poetry Society (EE.UU.); de World Poets
(Grecia); del Advisory Board de Poetry Press (La
India), de la Sociedad de Escritoras y
Escritores de la Argentina, de la Asociación de
Poetas Argentinos (APOA) y del PEN Club
Argentina. Ha recibido varios premios nacionales
e internacionales por su obra literaria. Sus 36
libros de poesía, ensayo y narrativa han sido
publicados en Argentina, Chile, España, Estados
Unidos, Francia, México, Rumania, Suecia,
Venezuela y Uruguay.
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LUÍS
BENÍTEZ
“La
literatura del interior de la Argentina” no
existe
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Eterna
discordia: Buenos Aires vs el interior argentino
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“Parece que
los hijos de la reina del Plata
heredaron
coronita y el resto del país el estigma del
desencuentro decimonónico.”
(Rubén Vedovaldi, en su trabajo
200 años de poesía
¿argentina?)
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No es
solamente una cuestión de términos
Las
presentes reflexiones se refieren al conflicto
existente entre la difusión que alcanzan los
autores residentes en la ciudad de Buenos Aires
y los que desarrollan sus obras fuera de ella,
en el territorio nacional. Apuntan no tanto a
exponer el problema –por todos conocido en el
país, aunque no falta quien lo niega- sino a
aventurar algunas posibilidades para revertir
una situación tan prolongada como injusta.
Fueron inspiradas por
la lectura de un interesante trabajo realizado
por el poeta santafesino Rubén Vedovaldi,
publicado repetidamente en Internet desde
setiembre de 2010, titulado
200 años de poesía
¿argentina?
(ver versión completa en el blog del poeta
cordobés Alejandro Schmidt:
http://romanticismoyverdad.blogspot.com).
El texto de Vedovaldi recibió mis críticas en
algunos aspectos particulares –no así en lo
referente a lo general- relacionados con el
análisis de la antología editada por Alfaguara y
realizada por el licenciado en Letras por la
Universidad de Buenos Aires, Jorge Monteleone
(1). Entre otros muy pertinentes planteos,
señala el poeta Vedovaldi en el citado trabajo,
que el material poético antologado por la obra
de Monteleone: a) “parece
poesía de Buenos Aires y…de paso y en mucha
menor medida, poesía del resto del país”;
y añade con igual justeza, a mi juicio, que: b)
“resto llama
el porteñocéntrico todavía hoy a las otras
provincias, ‘el resto del país’, repiten los
meteorólogos capitalinos, aún cuando capital y
provincia de Bs. As. sumen un tercio de toda la
población del país y el mal llamado resto
somos dos tercios. ¿Dos tercios restantes o dos
tercios sumantes? En las otras provincias
habitamos no menos de veintiocho millones de
contribuyentes postergados”;
y agrega Vedovaldi: c) “de
los ciento noventa y ocho autores incluidos:
¿Cuántos son de Buenos Aires o siendo de otras
provincias se fueron a vivir, publicar y morir
en Buenos Aires y cuántos autores hay de ese mal
llamado resto del país o país del interior?
Parece que los hijos de la reina del Plata
heredaron coronita y el resto del país el
estigma del desencuentro decimonónico”.
Con
absoluta precisión, según leo, el poeta
santafesino resume en estos breves párrafos el
problema en cuestión y buena parte de sus
consecuencias. Dejando de lado la referencia a
lo pergeñado por Monteleone para centrarnos en
lo expresado al respecto por Vedovaldi,
encontramos que:
a) Las recopilaciones
de la prosa y el verso nacionales brindan
notoriamente mayor presencia, mucha mayor
presencia, remarcamos, a cuanto se escribe y
edita desde la Capital Federal, en desmedro
de lo producido con igual o superior mérito
literario más allá de los límites de la
metrópoli.
b) El
“resto del país” supera en número de habitantes
a razón de dos tercios a uno a la Capital
Federal, sumados los pobladores de ésta a todos
los de la enorme Provincia de Buenos Aires
(aproximadamente, del tamaño de Italia) para
lograr esa proporción; sin embargo, los recursos
asignados a la mayoría notoria de los habitantes
de la Argentina, específicamente en lo referente
a cultura, no guardan la misma proporción, del
mismo modo que organismos nacionales cuya misión
es fomentar el conjunto de la producción
cultural tienen su sede en el mismo casco
antiguo de la Ciudad de Buenos Aires y sus
recursos no se destinan mayoritariamente -2
tercios, recalco- a la difusión del arte y la
literatura producidos por la mayoría de los
argentinos, que viven, insisto, fuera de la
Capital Federal.
c) Es un
clásico de las recopilaciones de poesía y prosa
argentinas encontrarnos con autores que nacieron
en alguna provincia, sí, pero que viven desde
hace décadas en Buenos Aires y se integraron
claramente al ambiente cultural porteño, “el que
tiene coronita”, como bien señala Vedovaldi; sin
embargo, ello no es obstáculo para que sean
exhibidos en esas publicaciones como
“representantes” de sus provincias, como si se
tratara de llenar un tácito cupo de provincianos
bajo cada título apelando a los que están más a
mano. De esa forma, no sólo el autor
originariamente provinciano integrado desde hace
décadas a la “ciudad con coronita” sirve para
ilustrar ilusoriamente lo que se hace en su
provincia, sino que se convierte –siempre
tácitamente- en el referente directo de ella. En
contra de esta práctica, se evidencian dos
aspectos: el primero, que el autor/la autora en
cuestión participa activamente de estilos y
tendencias que ya poco y nada tienen que ver con
lo que simultáneamente se está buscando y
escribiendo en su lejana provincia –si de
ilustrar realidades actuales se trata-, mientras
que el segundo asunto es más grave: con su
exclusiva presencia se deja de lado al mayor
número de autores de su provincia, como si el
referido trasplantado a Capital Federal los
representara en algo. Estamos, entonces, ante
una “literatura del interior” –término por otra
parte muy censurable en sí mismo, como ya
veremos- creada por la Ciudad de Buenos Aires
para su mejor uso y conveniencia, en base a
autores que ya le pertenecen a su ambiente
literario desde hace mucho. Una interesante y
utilitaria fantasmagoría, como bien se observa.
Interesante, porque aunque es un completo
absurdo, logró, logra y seguramente logrará
convencer a muchos lectores. Y utilitaria,
porque al tratarse de “representantes de las
provincias argentinas” definitivamente
integrados a los estilos y modas literarias
porteñas –lo que en sí mismo, no tiene nada de
malo, desde luego, salvo porque se lo reputa
como “representante de tal y cual provincia”- su
inclusión bajo esos rótulos buscados bloqueará
definitivamente, en el conjunto, la posible
intrusión de otros estilos y otras búsquedas
estéticas que pudieran lesionar el canon oficial
de las letras argentinas, que privilegia a sus
canonizados y reconoce a sus integrados.
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Categorías
imposibles
Curiosamente no fue
un autor latinoamericano, sino la organizadora
de una prestigiosa feria del libro
internacional, décadas atrás, la primera voz en
alzarse para cuestionar públicamente que se
separara en categorías tales como “literatura”
–así a secas- a lo escrito por autores europeos
y norteamericanos, de la “literatura
latinoamericana”, la “africana”, etc. La
revoltosa miembro del Comité Organizador
argumentó que aquello era una forma nada
encubierta de la discriminación y
llamativamente, a partir del año siguiente dejó
de pertenecer definitivamente a esa comisión
ejecutiva. La añeja anécdota nos introduce en un
interesante aspecto, pues muestra cómo Buenos
Aires y su aparato legitimador de escritores
obra trasladando a escala interna aquello mismo
que sufre en muchas de sus presentaciones
externas. Cuando se señala “literatura
latinoamericana” no se está inocentemente
demarcando pertenencia u origen –este es
el argumento favorito para
defenderse de toda imputación de discriminación-
si a lo escrito en los países centrales se lo
denomina simultánea y simplemente “literatura”.
Ello es evidente. Lo que no resulta tan
evidente, es que el mismo mecanismo se repite
cuando se habla a escala local de “literatura”
nacional y de “literatura del interior”. ¿Cuál
es la razón para hacer esta innecesaria
diferencia? ¿Tiene algún sentido? Sí lo tiene,
lo que no significa que sea aceptable. Se
esgrimirá para librarse de la sospecha de
discriminación exactamente el mismo argumento
que se emplea a escala internacional con las
letras provenientes de países periféricos: la
inocente -y “hasta imprescindible” se agregará
incluso, para reforzar lo insostenible-
necesidad de determinar origen y procedencia,
olvidando que esa inocente e imprescindible
necesidad no es tal, en el mismo registro,
cuando se habla de, por ejemplo, “poesía
universal”: ya sabemos de qué se trata ésta, no
hace falta aclarar nada.
Lo cierto es que la
“literatura latinoamericana”, a escala mundial,
así como la “literatura del interior”, a
escala nacional, no pueden existir por sí mismas
como categorías, son absurdas, porque dichas
categorías no tienen razón de ser en un mundo
que se precia de su globalización. Curiosa
estratagema: estamos integrados globalmente para
ciertas cosas, pero en lo que respecta a otras,
se busca marcar claramente las diferencias... no
vaya a ser que alguien, inadvertidamente, se
confunda y permita que los unos se mezclen con
los otros. Lo correcto, definitivamente, a
escala local, sería llamar al conjunto de la
literatura argentina... precisamente, literatura
argentina, se haya escrito en Avenida del
Libertador y Tagle, Capital Federal, o en
cualquier otro punto de los tres millones y pico
de kilómetros cuadrados de este amplio país.
Como esa
otra estupidez -lisa y llana- de denominar a la
literatura escrita por mujeres “literatura
femenina”, el llamar “literatura del interior” a
una parte de la literatura argentina –la
mayoritaria- es algo que va mucho más allá de
una simple cuestión de términos. Ya sabemos que
las palabras dicen muchas cosas, y todas a la
vez.
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Escepticismo y una estrategia posible
Soy francamente
escéptico en todo lo referente a que alguna vez,
desde Buenos Aires, se proyecte una corriente de
legitimación que ponga medios, aparatos y
sensibilidades al servicio de denominar
“literatura argentina” a todo lo que se escribe
en nuestro país y obrar en consecuencia. No creo
que editoriales, compiladores, estudiosos, etc.
vayan a hacer algo ni lejanamente parecido, por
la sencilla razón de que ello le quitaría la
base misma al sostén de un canon oficial, que
consagra a unos y desconoce a otros; un canon
que elige, argumentando en su defensa que sobre
estas puntuales cuestiones se debe realizar
exclusivamente un juicio “estético”, no moral y
mucho menos, político. El poder –y el poder
literario es una de las formas del poder- lo que
menos quiere es que se hable de él y sus
características, porque cuanto menos se habla de
él, precisamente, “más puede”. Claro que al
prohibir en la materia otro juicio que no sea el
estético, quien así argumenta esconde a
sabiendas que el juicio estético no es una
entelequia que flota inmaculada en el aire y
sobre la historia –ninguna de las construcciones
culturales lo es- sino que establece lo que es y
lo que debe ser, como la moral y la política,
sobre la base de unas premisas anteriores, que
anteceden a la formulación del juicio
estético. Esto es, que alguien establece qué es
lo estético y qué no lo es, a priori.
Contra
estas prerrogativas de la ciudad-pulpo, se alza
un factor antes no imaginable: es el hecho de
que la globalización impulsada por Internet le
permite a cualquier autor argentino proyectar
sus trabajos fuera de ese ámbito acotado a
sabiendas por Buenos Aires y su estructura
canonizante; de hecho, su irrupción logró
llevarse puestas las barreras impuestas desde
las revistas y los suplementos culturales de los
diarios de mayor difusión nacional. Hoy, cuando
desde las universidades del exterior se busca
estudiar la poesía nacional, el trabajo de campo
no se reduce al material impreso, sino que es
parte de la búsqueda el indagar en el material
presente en el espacio virtual. Por ello, para
el autor argentino, sea cual sea el sitio desde
donde escribe, es un imperativo tener presencia
en Internet, en las numerosas revistas y blogs
que se ocupan de nuestro género. El nivel de la
poesía escrita fuera y dentro de la Capital
Federal obliga a que sus autores presten la
mayor atención a su adecuada difusión; esto no
sólo es una posibilidad: prácticamente es un
deber del buen autor nacional, habida cuenta de
que descuidar este aspecto lo único que
acarreará será un empobrecimiento de la muestra
de nuestra poesía ante el mundo, si va a
reducirse exclusivamente a lo que quiere mostrar
de ella el aparato institucional, que crea una
“literatura del interior” a escala de su
conveniencia estética, política y social, una
“literatura del interior”, como gusta llamarla,
que poco o nada tiene que ver con lo que se
escribe en la mayor parte de la República
Argentina.
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NOTAS
(1)
200 años de poesía
argentina (Ed.
Alfaguara, Buenos Aires, 2010, 1.008 págs., ISBN
978-987-04-1401-8).
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