|
|
PAULINA
JUSZKO
Sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
|
|
|
1
– Ciudades rioplatenses, las tuyas.
PJ – Así
es: infancia en Berisso, juventud en La Plata y
madurez en Villa Elisa. Soy hija de inmigrantes
procedentes de la aldea de Zuchowicze (en la
actual Bielorús). Fallecieron poco después de
llegar a Berisso.
“Mis
orígenes se remontan a la sal:
saladeros de don Juan Berisso y lágrimas. La sal
conserva, saboriza, alivia y desinflama; pero
también corroe, esteriliza y mata. Lágrimas de
desarraigo de nuestros padres, lágrimas que
aumentaron la salinidad del mar para convertirse
en nostalgia al desembarcar. Disueltas en el río
de orilla fangosa y llena de cangrejales… Fue
cuando empezó a manar, dulce y salobre a la vez,
el silencioso canto del trabajo.”
En un texto titulado “Beribel” —que se publicó
en la revista de la Asociación de Entidades
Extranjeras en ocasión de la 23ª Fiesta
Provincial del Inmigrante (octubre/2000)— yo
comparaba a Berisso con la torre de Babel:
“También
fue un intento de tocar el cielo con las manos.
También fue abatido al cerrar los frigoríficos
Swift y Armour. Pero ellos sobrevivieron,
agarrados con uñas y dientes a las ruinas.
Habían aprendido a entenderse pese a la
multiplicidad de lenguas. Eso y una extraña
pertinacia, aunada a un extraño amor, les
permitió reconstruir y reconstruirse. Entonces
Él —que es versátil—
los
premió con nietos que hablaron todos el mismo
idioma.”
En cuanto al lugar donde ahora habito, mi
“petite
patrie” de adopción, alguna vez lo describí
así:
“Villa Elisa agreste, desprolija, barrosa. Te
salvan
tanto cielo magrittiano
tantos trinos
tanto susurrar de frondas
tantos zumbidos en el aire de verano
tanta frescura de brisa en la piel recalentada
tantos perfumes en las noches quietas
tanta densidad de silencio en las mañanas.”
La Plata, esa ciudad geométrica, nunca me
inspiró un sentimiento profundo. A Berisso de
chica lo odiaba porque me parecía feo, a Villa
Elisa aprendí a quererla con el tiempo, pero La
Plata me parece una ciudad muy “careta”. Aunque
se me identifica sobre todo como escritora
platense.
Me
considero un producto de esa inmigración que no
consiguió hacerse
la América y ni siquiera vivió lo
suficiente para contarlo, una self
made woman en todo sentido
—material y espiritual—, y un exponente acabado
de la decadencia finisecular.
2 - ¿Pecados, virtudes, adoraciones, odios…?
PJ - De
los pecados capitales los tengo todos menos dos
(les dejo la inquietud de adivinar cuáles me
faltan). Me adornan pocas virtudes: lucidez,
amor por la justicia, generosidad, valentía,
fidelidad, perfeccionismo, puntualidad; en
cambio, los defectos pululan en mí: soy
colérica, gruñona, peleadora, impertinente,
brusca, altanera, ambiciosa, eternamente
insatisfecha… Alguien dijo (creo que fue Balzac)
que el peor de todos los defectos es no tener
ninguno.
Amo la belleza, la inteligencia, el humor, la
elegancia, los viajes, las piscinas, la siesta,
la lectura, los jardines, el buen vino, los
perros… Adoro a mis mascotas, las dos perras
Bubú y Nana y el gato Kuro. Odio la reiteración,
los koinós
topos,
la
parlalpedo, el lenguaje altisonante, el
sentimentalismo barato, la moralina, la mentira,
las películas de acción, el fútbol… Cultivo
numerosas manías, como repetir hasta el
cansancio alguna palabreja o nombre que se me
ocurre al despertar o dar vuelta las galletitas
para que presenten todas el anverso.
Soy un ser esencialmente solitario, pero no me
disgusta socializar de cuando en cuando y alguna
vez escribí al respecto:
“A veces
me canso de mi vida de loba y me pongo la piel
de cordera para asistir a sus ágapes. Al
principio sus balidos me resultan interesantes,
armoniosos y tan correctos, nunca una nota más
alta que la otra: las bondades del corral, los
premios obtenidos en las exposiciones, la
calidad de ciertas pasturas, las delicias ovinas
del amor, de la procreación… Escucho
pacientemente, pero no puedo balar. Mi
desasosiego crece, me pregunto qué pasaría si de
pronto lanzara un aullido, uno solo, largo y
desesperado. Si abriera una boca llena de
dientes carniceros para aullar mi soledad, mi
rabia, mi dolor. Las imagino desertando la mesa,
huyendo despavoridas, en desorden, con balidos
horrorizados pero literarios al fin, siempre con
altura, con elegancia. Con ese
savoir
faire que una loba sin manada nunca podrá
tener.”
Descreo
del amor de pareja, donde siempre hay uno que
quiere fagocitar al otro. Suscribo a lo que
piensa Susan Sontag: es una ficción esencial,
una danza más del ego solitario. Sólo tocamos
“la
envoltura de un ser cuyo interior accede al
infinito” (Proust,
“La
prisionera”). Amé a varios hombres
—evidentemente nadie escapa a la ley natural—,
pero si hago el balance, hubo más pena que
gloria. Mi matrimonio con un pintor duró muy
poco. Priorizo actualmente otros sentimientos
que me parecen más humanos: la solidaridad, la
estima, la amistad. El amor es exclusivo,
totalitario, exigente, lleva a excesos que
después lamentamos. Y es volátil porque no se
basa en la estima.
No quise tener hijos porque, como dice un
personaje de Balzac,
“no
aprecio lo suficiente la existencia para hacerle
ese triste presente a un semejante” (“El
cura de pueblo”). Soy atea y tengo una
visión pesimista de la naturaleza humana; otro
escritor francés que cultivaba el más negro
pesimismo, Anatole France, aceptaba que pudieran
existir en algún mundo desconocido seres más
malvados que los humanos, pero eso le resultaba
prácticamente inconcebible.
El momento más decisivo de mi vida fue aquel en
que contemplé —teniendo siete u ocho años— la
tapa del “Billiken” donde una niña miraba la
misma tapa: la noción del infinito, como un
siniestro alfanje, me abrió la cabeza en dos;
todo perdió brillo, mi cielo se nubló para
siempre. Esto se agravó más tarde con la pérdida
de la fe religiosa. Soy una marginal que no
logró salir de la edad de los porqués y sabe que
no hay ninguna respuesta.
Desde muy pequeña me fascinó la palabra escrita;
comprender cómo se unen las letras para formar
palabras fue un deslumbramiento, la adquisición
de la lectoescritura un segundo nacimiento, el
más importante. Desde entonces soy lectora
compulsiva. Una de las cosas que contribuyeron a
abrirme la cabeza fue un cuento cuyo título se
me olvidó (¿“La princesa de los gansos”?) y
donde una joven —por motivos que tampoco
recuerdo— usaba una horrible máscara; un día,
creyéndose sola, se la quita y, en lugar del
rostro de la “zafia lugareña”, aparece el de una
bellísima dama. Más allá de lo insólito que
podía resultar ya a mi edad el hecho de afearse
voluntariamente —sobre todo tratándose de una
mujer— lo que quedó grabado en mi mente con
caracteres indelebles fue la expresión “zafia
lugareña”, que superaba mi vocabulario infantil
y tuve que buscar en el diccionario. Esas dos
palabras fueron mi llave de ingreso al mundo de
la literatura. ¿Así que las cosas podían decirse
de distinta manera y había formas mejores que
otras…? Porque comparando “tosca campesina” y
“zafia lugareña” no cabía la menor duda: me
quedaba con la última. No hubiese sabido
explicarlo, sonaba más lindo, algo así como los
versos. ¿Intuía ya que la literatura es un modo
de existencia, que el lenguaje no se limita a
reproducir el mundo, sino que puede producirlo?
Soy una gozadora nata. Una gozadora amargada,
carente de muchos de los placeres a los que
aspiró y aspira. De naturaleza indolente y
condenada a una vida de laboriosidad,
actualmente puteo contra el menor esfuerzo
físico, tiendo cada vez más a la catatonia. Me
resulta intolerable la obligación, la presión
para hacer algo, aun viniendo de mí misma. No
hay lujo comparable al del tiempo que se pierde:
hacer un paro total de actividades cotidianas
para vagar sin un propósito definido por la casa
o el jardín, enderezando un cuadro aquí,
cortando una flor seca o una rama desangelada
allá, viendo si brotaron las semillas, jugando
con las perras…¡qué delicia! Ese tiempo que no
empleo en nada preciso, que se me va en pavadas,
es en fin de cuentas el mejor empleado, el más
rendidor, ya que me brinda más felicidad.
¿Necesito la mente vacante, un estado vecino de
la animalidad, para rozar por instantes la
beatitud?
|
No puedo comprender a los viejos
fanáticos del laburo; por lo general es
una tapadera, una manera de escapar del
vacío interior, una forma de
desperdigarse. Y si realmente amamos
nuestro trabajo durante muchos años, ¿no
llega un momento en que debemos
descansar, recogernos, sumergirnos en
nosotros mismos buceando en busca de ese
yo profundo del que hablaba Proust?
|
|
|
3
– Proust.
RJ
- Es uno
de mis favoritos, me gusta su estilo, sus
parrafadas laberínticas, incluso su
côté
cholulo.
“En busca del tiempo perdido”, su obra
cumbre, no es una reivindicación de la memoria,
sino una lucha denodada contra el tiempo y un
intento de hacer universales las experiencias
personales. La memoria nos pinta un cuadro
convencional del pasado, mientras que ciertos
incidentes reencontrados, ciertas sensaciones
pasadas (el sonido de una campanilla, el gusto
de una madalena, un desnivel del pavimento…) nos
permiten comprender la verdadera esencia de los
hechos, personajes y circunstancias que los
originaron, y acceder a las causas profundas
analizando lo que tienen de idéntico ambas
situaciones —la pasada y la presente—, fusión
que implica una abolición del tiempo
transcurrido: son instantes de eternidad que se
le arrancan al devenir. Adhiero a su concepción
del arte,
“que va más allá de la nada en que se diluyen el
amor y los placeres”. El amor propio, las
pasiones, la inteligencia y el hábito nos
ocultan el verdadero sentido de las cosas
poniéndoles nombres (las “nomenclaturas”) y
fines prácticos para conformar lo que falsamente
llamamos vida; el arte debe trabajar en sentido
contrario: vuelta a lo profundo, rescate de lo
desconocido en nosotros mismos.
4 – Hace algunas décadas el vocablo “escritura”
no se usaba tanto, ¿no?
PJ - Una
falsa modestia hace que hoy en día se prefiera
el término “escritura” a “literatura”, como si
este último nos quedara grande a los escritores
actuales o fuese demasiado solemne. Yo escribo
cartas, e-mails, listas de supermercado… pero si
se trata de un cuento o una novela hago
literatura, que podrá ser buena, regular o mala.
La literatura es un arte y un oficio, y debe ser
llamada por su nombre. A nadie se le ocurre que
carpintería y ebanistería son sinónimos. A la
frase hay que pulirla, trabajarla como se
trabaja la madera. “Vuelvan sobre la obra
diez veces, si es necesario”, aconsejaba el
viejo Boileau en el siglo XVII. La mejor ficción
desmerece con un estilo “escuela secundaria”,
desprolijo, lleno de cacofonías, pleonasmos y
distorsiones gramaticales y sintácticas.
Flaubert acostumbraba gritar sus frases para ver
si sonaban bien; creo que exageraba en cuanto al
volumen, pero sí, es muy importante el oído y
también el sentido común. Es lícito emplear
neologismos, localismos, vulgarismos, lunfardo,
puteadas (de hecho, yo lo hago a menudo),
siempre y cuando la obra lo requiera. Pero, ¿a
qué viene utilizar el galicismo “pasticería”
cuando existe “pastelería” en nuestro idioma (a
menos que sea un francés el que habla) o
inventar términos como “separatidad”, “verderol”
y “enterratorio”, malsonantes y desangelados?
Otra cosa es crearse un lenguaje propio, como
Xul Solar o Héctor A. Murena. Sólo tolero la
reiteración en las guardas geométricas (como
ésas que nos hacían inventar las monjas para las
carátulas de cada mes en los cuadernos
cuadriculados de matemáticas o ésas que adornan
los libros antiguos), en la poesía y como
recurso humorístico. Fuera de lo cual la
encuentro abominable en cualquier tipo de textos
(filosóficos, literarios, ensayísticos o de
divulgación científica) y también en las
conferencias. Si una noción fue bien expresada,
es inútil repetirla. La tautología me genera una
muy mala opinión respecto de su autor: o se
olvida de lo que ha dicho y en este caso debe
dudarse del buen funcionamiento de su mente; o
desconfía del cociente intelectual del
lector/oyente, lo que resulta ofensivo para
éste; o quiere llenar páginas/tiempo a como dé
lugar. Igualmente odiosas son las repeticiones
de palabras (pleonasmos) —y aquí me refiero
exclusivamente al lenguaje escrito— porque
atentan contra la eufonía y la elegancia de la
frase, y dan un estilo desprolijo. En estas
cuestiones me confieso decimonónica como Stephen
Vizinczey.
|
|
5
- ¿Y tu escribir?
PJ - Nunca
me fuerzo a escribir. No me angustio si
no tengo ganas de hacerlo, no veo por
qué un escritor deba escribir
constantemente. Es como si el carpintero
viviera con el martillo en la mano. A
veces no hay trabajo, y con nosotros es
igual: a veces no tenemos nada que decir
y entonces lo mejor es callarse.
Temporaria o definitivamente.
No quisiera ser como ese personaje de
Bernard Shaw que decía
“Nunca soy tan elocuente como cuando no
tengo nada que decir”.
|
|
|
6
- ¿Lo más real?
PJ - Mis
momentos más reales los viví en el mundo de la
literatura. Siempre me sorprendió el empeño de
la gente por ubicarte en eso que llaman
“realidad”: “Pisá la tierra – Sé
realista.” ¿Era más gratificante eso que la
ficción o la fantasía? De ninguna manera. Antes
de leerlo, ya pensaba como Proust que la
verdadera vida, la vida por fin descubierta y
dilucidada —la única que vale la pena—
está en la literatura. Ingmar Bergman dudaba que
hubiera en la vida más realidad que en sus
obras. Y no decía nuestro Macedonio [Fernández]
que “los
estados de vigilia son, en su mayor porción, más
débiles y menos emocionantes que los del sueño
[…] el cotidiano vivir es en su casi totalidad
lánguido y débil, inimportante”? Yo
comprendía —aunque confusamente al principio—
que había nacido para “espectadora”, para dar
testimonio, que no servía para vivir esa
realidad de los demás: un desdoblamiento
inconsciente, esa impersonalidad apasionada que,
según Romain Rolland, es propia de los artistas,
impidió que me implicara seriamente en las
acciones que exige la realidad. Luego, por
supuesto, tuve que fingir que la asumía y
desarrollar diversas actividades para ganarme el
sustento. “Tomé el pliegue” —como dicen
los franceses— pero no pensaba más que en
desplancharme y siempre tuve la sensación de
estar jugando a ser un adulto. Encontré en
“Los
Thibault”, novela del escritor francés Roger
Martin du Gard un párrafo que tiene que ver con
esto último:
“Cada uno
de nosotros, sin otra finalidad que el juego
(por más lindos pretextos que se dé), dispone
según su capricho, según sus capacidades, los
elementos que le proporciona la existencia, los
cubos multicolores que encuentra a su alrededor
al nacer… ¿Y tiene realmente mucha importancia
si logra construir más o menos bien su obelisco
o su pirámide?”.
En este sentido, alcanzar la edad de la
jubilación significó una resurrección: poder
volver a “mi mundo”, reintegrarme a mi verdadera
personalidad después de tantos años de
dispersión esquizoide; como la protagonista de
“La
araña” de Clarice Lispector, yo
“no había
llegado a ningún punto, disuelta viviendo”.
Fue lo que para otros la iluminación religiosa:
en determinado momento de la vida todo se
soluciona, encuentra su sitio, aparece el
verdadero sentido. Reconcentrarme, pensar en
serio o divagar… y escribir. Agarrarme a la cola
del tiempo. Acariciarle las orejas sedosas a mi
perra murmurándole “¿lita nonó la sunata?”,
mientras dejo vagar perezosamente la mirada
entre las paredes de un foso de verdura. Ningún
espacio blanco en una planilla espera
ominosamente mi firma, entrada y salida. Ningún
jefe que no logró cagar esa mañana piensa
hacerlo sobre mi desprevenida humanidad. Soy mi
directora, mi patrona, mi reina.
7 - ¿Concepción de la literatura?...
PJ - En
literatura también hay modas (o tendencias, como
quiera llamárselas). No le lleves a un editor
una simple narración con pies y cabeza, por
interesante que sea, porque no te dará ni cinco
de bola. Hoy la moda es, entre otras cosas,
insertar en una novela pesadas disquisiciones
sobre temas científicos o filosóficos. Umberto
Eco declara que el lector no ama la facilidad,
que hay que proponerle la ficción a la manera de
un teorema. Yo me pregunto de qué tipo de lector
habla; evidentemente de una élite
supersofisticada…; y también si no será por esto
que la gente lee cada vez menos. Por mi parte,
si mi propósito es informarme sobre un tema
determinado, no recurro a una novela, busco el
texto adecuado y me dispongo a hacer un esfuerzo
intelectual —si es necesario— por pesada que me
resulte la cosa. Pero si abro una novela, quiero
que me deleite, me atrape, me entretenga, me
conmueva, me haga reír y hasta pensar un poco
también, pero sin ese esfuerzo que requiere el
aprendizaje. Trato de escribir libros así y, por
lo que dice la mayoría de mis lectores, lo estoy
logrando.
Me interesa la fama porque es la única manera de
luchar contra la muerte y justamente porque es
“puro cuento”, para ser consecuente (hasta el
final) con mis ideas; el dinero sólo en cuanto
evita angustias bajunas y degradantes, y procura
placeres que se consideran suntuarios, pero son
indispensables para el hombre actual,
tremendamente sofisticado.
8 - ¿Temas?
PJ - Me
atrae
lo que piensan y sienten las mujeres, de
las más simples a las más complicadas. Los
varones son generalmente de una pieza,
monotemáticos, y por eso resultan tan aburridas
las narraciones o filmes cuyos personajes son
exclusivamente varones. Lo que le pone sal a las
historias es la sutileza, el retorcimiento, la
indefinición y, a menudo, la superficialidad del
alma femenina, ya sea que habite en mujeres o en
homosexuales. Mil veces más interesante que los
pensamientos de un guapo o un malevo me parece
lo que se le cruza por la cabeza a una mujer
mientras lava los platos o pela papas. La mujer
es mucho más sofisticada que el varón; no en
balde las novelistas tienen tanto éxito en esta
época. Se podría decir que la mujer todavía
posee un alma, mientras que al varón sólo le
queda cerebro. ¿Nos habrá durado más (el alma)
porque adquirimos mucho más tarde el derecho a
tenerla?
9 - ¿Rememorarías un viaje a
Francia con el que fuiste premiada? ¿Hubo otros?
PJ – Había
obtenido el mejor promedio del país en el examen
final de mis estudios en la Alianza Francesa. Me
reportó el “Brevet d’aptitude à l’enseignement
du francais hors de France” otorgado por la
Alianza Francesa de París, y el “Certificat
d’études pratiques de prononciation francaise”
del Instituto de Fonética de la Sorbona.
Fue mi primer viaje a Europa, en transatlántico
—todavía los había—, quince días en el océano,
una experiencia inolvidable. Luego viajé varias
veces más, en avión por supuesto. Pero durante
esa travesía inaugural me hice amiga de una
pareja de jóvenes homosexuales —un
francés y un brasileño— que me invitaron
a recorrer con ellos la Costa Azul: quedé
deslumbrada.
Con París no fue un amor a primera vista; de
entrada me dio la impresión de una prostituta
que se vende al mejor postor, por la cantidad de
extranjeros que la transitaban ya en ese
entonces. Tuve que recorrerla en subte y a pie,
conocerla en profundidad, hacerme de amigos
franceses en sucesivos viajes para llegar a
amarla. Actualmente es mi preferida entre las
ciudades que conozco, tiene un
charme
particular, que le confiere en gran parte el
Sena, el más bello de los ríos en mi concepto,
el más inspirador, con su manso fluir, sus
péniches
y la perspectiva de sus puentes…
Durante mi primera estadía en París, que fue
larga: seis meses, viví en el Pabellón Argentino
de la Ciudad Universitaria; en ese entonces
residía también allí el pianista Miguel Ángel
Estrella, y tuve ocasión de conocer el taller
del pintor Antonio Seguí en los suburbios de la
ciudad, pues era amigo de mi ex marido, Nelson
Blanco, quien también estaba en París por haber
ganado el premio Braque de pintura. Otros amigos
pintores, los Morales, me hicieron conocer
Normandía, en el noroeste de Francia.
Como tengo mi costado superficial y me gustan
las pilchas, poco después de llegar a París me
fui a las Galeries Lafayette y me gasté casi
toda la plata que había llevado (que no era
mucha). Este despilfarro me obligó a buscar un
trabajito para seguir subsistiendo y así fue
como me relacioné con dos familias francesas,
cuyos niños cuidaba una vez por semana. Uno de
estos chicos, un rubito cara de ángel de unos
seis años, era muy particular: me tocaba el culo
cuando salíamos de paseo, se metía debajo de mi
pulóver y me acariciaba sensualmente la espalda,
me pedía que me quedara a dormir en su cama para
poder tocarme toda y hasta me propuso
matrimonio…; yo no me animaba a decirle nada a
su madre por temor a perder el trabajo. Esa
gente me apreciaba mucho y me escribió durante
años. Son anécdotas graciosas, como cuando tuve
que cambiarle por primera vez el pañal a
Guillaume, un bebé de seis meses, y no sabía
cómo se hace; y no eran los pañales de ahora,
entonces se usaban alfileres de gancho, era más
complicada la cosa.
Me gusta viajar para aprender; pero no sólo me
interesan los museos, los monumentos, la
arquitectura, los paisajes, soy curiosa de otras
formas de vida: quiero saber qué comen, cómo se
visten, qué leen, qué deportes practican…
10
– En el “Petit Théâtre” de la Alianza Francesa
de La Plata has dirigido piezas teatrales. ¿En
qué lapso? ¿Cómo surgió la propuesta?
PJ – Sí,
hicimos obras de Georges Feydeau, Alfred Jarry,
Boris Vian, Eugène Ionesco, entre otros autores;
también espectáculos de café concert,
teatralización de fábulas de La Fontaine y
textos de La Bruyère (clásicos del siglo XVII),
siempre en francés. Yo hice las puestas en
escena y dirigí el grupo de alumnos y ex alumnos
de la institución entre 1970 y 1992. Pero ya
antes había actuado en ese teatro vocacional,
que ya no existe. Fue por iniciativa propia que
formé un grupo y empecé a dirigir, y siempre lo
hice ad honorem. Presentábamos una obra cada
año. Los ensayos significaban un gran esfuerzo
para todos, porque sólo podían hacerse después
de las veintidós horas y también los domingos,
debido a las diversas actividades que
desarrollábamos. Era muy difícil reunir a los
actores, sobre todo cuando la obra tenía muchos
personajes; yo me enojaba cuando faltaban, era
una directora muy exigente, pero sólo gracias a
una férrea disciplina esta actividad pudo
prolongarse durante tantos años. Aclaro que en
ese entonces yo tenía dos trabajos, así que los
días de ensayo volvía a mi casa a las dos-tres
de la mañana ¡en micro! Y también debía ocuparme
de conseguir gente de buena voluntad para la
iluminación, el sonido, el decorado…; a cuántos
amigos molesté pidiéndoles muebles prestados…
Pero era muy gratificante y el sacrificio había
valido la pena cuando la obra se daba y todo
salía bien. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora me
parece imposible haber hecho tanto
por amor
al arte.
11 – Ya que integraste la redacción de la
revista de humor platense “La Gastada” durante
un par de años —1996-1997—, podrías
describírnosla y contarnos qué es el “humor
platense”.
PJ –
“La Gastada” fue una revista del Grupo B.A.
Comics, promovida por la Facultad de Bellas
Artes de la UNLP. Yo me integré al staff poco
después de su creación y colaboré en ella hasta
su desaparición por motivos económicos, como
sucede con la mayoría de las revistas. La
dirigía el dibujante Carlos Pinto y colaboraban,
entre otros, Raúl Fortín, Ricardo Blota, Leo
Bolzicco, Eduardo Lemos, Fabricio Frizorger,
Diego Aballay… Ahí conocí a los humoristas
Andrés Vendramín (André) y Leandro Devecchi, que
fueron luego, conmigo, co-autores de
“Criadero
de cocodrilos”, sátira de la actualidad
política y social argentina de fines del siglo
XX y comienzos del XXI, con ilustraciones
humorísticas.
La revista se autodefinía como “humor platense
de exportación”; el acotamiento “platense” se
refería tanto a la procedencia de la gran
mayoría de sus colaboradores como a la
naturaleza local de muchos temas abordados. Yo
surtía una sección feminista, otra de postales
de la Argentina y una columna de perlas negras
(absurdos generados por el mal uso del idioma en
los medios). Algunos títulos de mis notas: “¿Lo
manyás al hombre light?”, “De guapos, malevos y
otras (malas) yerbas”, “Discriminaciones
lingüísticas”, “¡No nos pisen la víbora,
muchachos!”, “Histeriqueando”, “Cuentos clásicos
para niñas feministas”… Yo era la única mujer en
la revista y se me trataba con toda naturalidad,
como un compañero más. Disfruté mucho esta
experiencia.
12 – Al menos una vez vi y lo escuché
recitando —en 2001, en un Ciclo que yo conducía—
al poeta platense Mariano García Izquierdo
(1935-2006). Y vos fuiste columnista de su
audición semanal “El Firulete”, en una FM de
Berisso. ¿Cómo lo recordás a él y a su poética?
PJ –
Buen poeta y buen amigo. Recuerdo la frondosa
glicina y su pequeño cuarto de trabajo en la
casa de City Bell. Recuerdo su entusiasta
colaboración con diversos emprendimientos del
Centro Cultural “Difusión” de Berisso: el libro
“Escritos
y escritores de Berisso” (2000), la revista
mensual “Dando la nota” y la radio. En 1999 tuve
el placer de presentar un libro de Mariano:
“Dulce
Babushka”, poéticas postales de su infancia
berissense; cito algo de
lo que dije en esa ocasión:
“¿Es
Mariano el pibito que llora al comprender que no
vivirá con ellos el constructor de su casa, que
le hacía ver animalitos en los desechos de
madera? ¿el que descubre las diferencias entre
nenas y nenes a través del alambrado que lo
separa de su vecinita rubia? ¿el que fuma
zarzaparrilla en un bote? ¿el enamorado de
Paulina Singerman? ¿el que se sueña abuelitas
eslavas? ¿el que asiste a los dramas de esa
bizarra y heterogénea humanidad que encontró su
caldo de cultivo en la atmósfera del Berisso de
los años 40? Todos son Mariano y Mariano es
todos.” ¿Y qué mejor manera de recordarlo
que a través de sus versos?:
No monta en el viento
ni lo desparrama la lluvia.
No lo deslizó la mansedumbre del río
ni lo puede prestar un sueño.
(de
“El amor
que no se dio”)
13 – Un grupo de teatro comunitario,
asesorado por vos, llevó a escena “Arturo Seguí
a la Elisa”, inspirado en tu libro
“Vivir en
Villa Elisa”. ¿Cómo resultó?
PJ –
Fue solamente un sketch que se representó en un
Encuentro de Teatros Comunitarios, en la
explanada del Teatro del Bosque de La Plata
(2008). El grupo se deshizo poco después, debido
a las dificultades para reunir un elenco estable
y a la falta de un local propio. Esta iniciativa
no suscitó en Villa Elisa el mismo entusiasmo
que en City Bell, donde se formó un grupo
numeroso, “La Caterva”, que aún sigue actuando.
14 – Fue en una reciente charla
telefónica, Paulina, que mencionaste que tenías
unas cuántas obras inéditas.
PJ – ¿Te
paso los títulos…?: “Rabelesiana” (adaptación
teatral de la obra de Rabelais); “Escuela de
verdugos” y “Osteolipomaquia” (dramaturgia);“Concierto
de masturbanda”, “Sagrada sangre” (Mención
1997 del Fondo Nacional de las Artes), “Eternos
laureles” (novelas); “Por una cabeza” (novela
policial); “Al gran pueblo argentino ¡salud!
(jubilados-desocupados abstenerse)” (notas
de humor de los ’90); “La cocina del humor” (ensayo
sobre los procedimientos del humor literario);
“Del vagar breve”(poemario); y en
coautoría el que antes te conté, “Criadero de
cocodrilos”.
¿No te
parece tremendamente frustrante tener tantos
inéditos? O soy una escritora muy mala —ya que
ninguna editorial me da bola— o en este país
pasó algo con el negocio editorial después del
año 2000. Tengo que optar por la segunda
posibilidad para salvaguardar mi autoestima: los
grandes grupos editoriales que quedan se manejan
como empresas que sólo publican autores de venta
segura.
Hace años, en una entrevista para la
revista “La Maga”, me pidieron una opinión sobre
la regionalización de la literatura y contesté
que habrá una verdadera literatura bonaerense (o
mendocina, o patagónica, o…) cuando en estos
sitios se den las posibilidades de publicar, y
no sólo a cuenta de autor. ¿Y hasta qué punto no
es ingenuo soñar con esa regionalización, cuando
prácticamente todo el
negocio
editorial de Buenos Aires está en manos
de capitales extranjeros?
15 – Busqué y encontré en mi biblioteca
un ensayo tuyo —publicado en el nº 3, 2005/2006,
de la Revista “El Espiniyo”— titulado “Poesía y
Humor”. Es probable que te cuentes entre los
escritores argentinos que más ha investigado
sobre el humor en la literatura.
PJ –
Como soy muy propensa a utilizar en mis escritos
la ironía, el sarcasmo y el humor negro, y
considero que el humor es catártico, me puse a
investigar sobre el tema. El primer resultado
fue mi ensayo
“El humor
de las argentinas”, donde hablo de las
mujeres que colaboraron en diarios y revistas
argentinos haciendo humor gráfico y escrito; el
segundo, otro ensayo (aún inédito):
“La
cocina del humor”, donde analizo los
procedimientos del humor literario (con ejemplos
desde Aristófanes hasta Roberto Fontanarrosa) y
los diversos tipos de humor según
la temática (negro, blanco, rojo,
amarillo) y según el país (judío, inglés,
argentino). Este último trabajo, que podría
resultar muy útil en los talleres de escritura
con humor que se pusieron de moda recientemente,
no despertó sin embargo el interés de ningún
editor.
16 – Varios títulos de las conferencias
que has realizado en los últimos cinco lustros
me entusiasman, pero voy a elegir uno, el de la
que me agradaría estar leyendo ya mismo: “¿Por
qué las heroínas de novela son casi siempre
jóvenes?” Paulina: ¿Por qué las heroínas de
novela son casi siempre jóvenes?...
PJ –
Te resumo aquí mi planteo. Desde tiempos
inmemoriales la mujer es representada como un
instrumento erótico y reproductor, y el varón
como generador de pensamiento y acción. Para que
resulte atractivo, el argumento de una novela o
un culebrón no puede dejar de lado el
ingrediente erótico y este
pathos
está encaminado a la reproducción de la
especie. ¿Y por dónde entra Eros? En primera
instancia por los ojos. En el reino animal la
naturaleza engalana generalmente a los machos
para lograr su fin, mientras que entre los
humanos resultó favorecida la hembra. Y es en la
juventud cuando ésta encarna plenamente los
cánones de belleza que rigen desde el comienzo
de los siglos, kilito más o menos. Pasada la
edad de la pasión, la mujer pierde todo
glamour,
tanto en la literatura como en la vida real, y
de los roles de protagonista desciende a los de
reparto; con la madurez adquiere una cualidad de
transparencia que suele acentuarse hasta la
invisibilidad.
Es cierto que en la segunda mitad del
siglo XX, gracias a la cirugía y a múltiples
tratamientos, la juventud se prolongó, con todos
sus atributos. A nadie se le ocurriría hoy
llamar “ancianas” a Nacha Guevara, Moria Casán y
tantas otras. Pero en el siglo XIX se era una
mujer madura a los treinta años; en la novela
“Ella y
él” de George Sand, la protagonista
femenina, Teresa, se lamenta cuando es requerida
de amores:
“Es
muy tarde
para buscar lo que huye de mí. Tengo treinta
años”; y todavía en 1949, fecha de
publicación de
“1984”
de George Orwell (que entre tantas cosas que
predijo, no supo anticipar los desfasajes que se
produjeron entre las etapas de la vida)
encontramos:
“Cuando
la vi a plena luz resultó una verdadera vieja.
Por lo menos tenía
cincuenta
años”. Esta exigencia de juventud y belleza
es válida sobre todo para el sexo femenino, pues
basta con mirar cualquier telenovela para
constatar que los varones —aunque sean
panzones y calvos, aunque tengan pelos en la
nariz, pies planos y más legañas que perro
callejero— siguen conquistando hermosas pendejas
y se dan el lujo de engañar no sólo a su
legítima, sino también a su amante. En
“Cándido”
de Voltaire (s. XVIII), Cunegonda va
envejeciendo mientras que el protagonista no
parece sufrir los ultrajes del tiempo, y el
autor presenta como un rasgo de generosidad por
su parte el tomar por esposa a una Cunegonda
vieja y fea, que perdió por eso todo derecho a
ser amada.
Algunos escritores del siglo XX, como
Mario Vargas Llosa (en
“Doña
Julia y el
escribidor”,
“Elogio
de la madrastra”,
“Los
cuadernos de don Rigoberto”), ensalzaron los
atractivos de la mujer madura. Gabriel García
Márquez escribió —realismo mágico mediante— una
historia de amor y sexo entre gerontes:
“El amor
en los tiempos del cólera”. En
“Viajes
con mi tía” Graham Greene nos presenta a la
desprejuiciada septuagenaria Augusta. Y también
me pongo como ejemplo con mi novela
“El año
del bicho bolita”, protagonizada por mujeres
de la llamada “tercera edad”.
El cine y el teatro parecen más abiertos
al protagonismo de las maduras y las ancianas.
Pero es evidente que para superar los
estereotipos milenarios debe producirse un
cambio radical en la escala de valores. Cuando
esto ocurra el protagonismo avuncular no se
asentará en la maldad (las brujas de los
cuentos), o en el vicio (la Celestina), o en la
extravagancia (la tía Augusta), sino
fundamentalmente en la calidad de ser pensante.
Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Hannah
Arendt en la última etapa de sus vidas
constituyen el mejor ejemplo: ésas son las
verdaderas heroínas de la novela del siglo XX.
17 – Es porque no recuerdo que se hubiese
promovido alguna vez un Certamen de
Autobiografías, que enterándome de que
resultaste finalista en uno que se denominó
“Ricardo Jones Berwyn”, en la ciudad de Gaiman,
provincia de Chubut, en 2010, me intereso por
saber de él.
PJ -
Participé con un trabajo titulado “Flashes”.
Creo que la idea original de este certamen fue
estimular la narración y difusión de historias
de vida de los inmigrantes galeses de esa zona,
a fin de preservar su memoria; pero está abierto
sin restricciones a participantes de cualquier
provincia y nacionalidad.
18 – Primero: confieso que pocos caligramas
lograron atraerme. Segundo: ¿exagero si afirmo
que a vos te fascinan?...
PJ –
Decir que me fascinan es un poco exagerado. Me
encantan porque aúnan poesía y plástica, y
componerlos tiene mucho de juego, es divertido.
Este gusto me lo contagió Guillaume Apollinaire
con
su poema “La colombe poignardée et le jet d’eau”
(= “La paloma apuñalada y el chorro de agua”).
Pero sólo de vez en cuando me inspiro para
escribir un caligrama.
|
Paulina Juszko selecciona poemas
inéditos de su autoría para acompañar
esta entrevista:
Lo quiero
igual que
usted
me quiso a mí, de a trozos.
Dante Bertini,
“Salvajes mimosas”
|
|
|
Frase que define el amor
humano.
Y yo aquí,
una mañana en que tantas
cosas se despiden
discretamente,
sin alharacas,
en un rincón que destila
la mansedumbre del otoño
incipiente.
Olas de amor fragmentado me
depositaron aquí.
Último puerto.
Finis orbis.
Contemplo.
Recojo migajas de violentos
festines.
¿Es poco?
¿Es mucho?
No lo sé.
Pero intenso, luminoso y
cálido.
Intensidad que no
desequilibra.
Luz que no enceguece.
Calor que no consume.
|
|
|
|
OJO
Paaaatina sobre las
superficies o deja pátina
guante de cirugía aislando
elástico de honda creando
espacio
cobija / destierra
achica / agranda
revela / esconde
Ver sin mirar se puede pero
¿mirar sin ver?
escudriñar
hasta el hueso y más
adentro
hasta el tuétano y más
adentro
hasta lo invisible
despellejar / descarnar /
arañar esqueleto
y más adentro
|
|
|
Prendidos como garrapatas a
nuestro cachito de planeta
que
yira y yira
en el
universo yirante
nosotros
los de
probeta
los de laboratorio
los
no deseados
los mal amados
los
que no sabemos resolver el acertijo original
los
que caminamos el desierto sin más agua que
nuestras lágrimas
aferrados con uñas y dientes
a lo
irrisorio
a la mínima consistencia
cabalgando micrones con ínfulas de posesión
haciendo cada mañana
le tour
du propriétaire
y la cuenta de nuestros bienes.
|
|
Hay entonces un país donde
la rosa es inmortal
donde
no se asiste cada día al asesinato de la belleza
donde
abrimos los ojos sin un lamento
donde
no hay que restallar el látigo para que los
objetos
hagan su número cotidiano esperando la
ocasión
de saltarnos a la garganta
donde
las horas se funden entre los dientes
donde
ya no se necesita la rastrera esperanza.
Ese
país existe
SÍ
quiero
creerlo.
|
|
|
VIAJE
tan repetido
hacia la
patria
flecha de fuego en busca del blanco
bajo cielos eternamente cargados de
lluvia
sueño de un mar amante depositándonos en
playas
infinita/eternamente doradas
espejismos deslumbrantes engarzados en el
paisaje matemático
fuentes
inagotables
misteriosas bestias de Rousseau grandes
gatos de Blake
acechando entre el follaje o en poses de
maniquí
y una luz
elástica densa demente
que se deja beber nos transita las
entrañas
hasta lo más hondo
donde los veranos delirantes de la
infancia.
|
|
|
Me cansé
me cansé de cansarme
tanta redondez tanto y
vuelta a empezar
antaño uno podía agarrarse
a los bordes del abismo
para no caer
ahora resbalamos
insensiblemente como en patineta
volvemos y volvemos al
punto de partida
obligados a girar con los
planetas
REDONDOS
¿el universo es redondo?
¿Dios es una impenetrable esfera?
(¿Dios
es una microesfera? ¿una nanobolita que se
introduce rodando en cualquier intersticio para
pispear sin ser visto y pasarnos luego la cuenta
de nuestros errores?
¿O es
una macroesfera que contiene todo lo existente y
que tampoco podemos ver —y menos aún concebir—
nosotros, las simples moléculas integrantes de
su inmenso ser?
En
cualquiera de los dos casos, estaría jugando con
trampa.)
|
|
|
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en las ciudades de Villa
Elisa y Buenos Aires, distantes entre sí
unos 45 kilómetros, Paulina Juszko y
Rolando Revagliatti, julio 2015.
www.revagliatti.com.ar
|
|
|
Paulina Juszko nació
el 18 de febrero de 1938 en La Plata,
capital de la provincia de Buenos Aires,
y reside en Villa Elisa, localidad del
aglomerado urbano Gran La Plata,
Argentina. Cursó los profesorados de
Letras y de Francés en la Universidad
Nacional de La Plata, sin completarlos.
Se desempeñó en tareas docentes:
asistente social (Dirección de
Psicología y Asistencia Social Escolar),
profesora de francés (Alianza Francesa
de La Plata) y traductora. Colaboró en
diarios y revistas de su provincia, ha
sido incluida en antologías e incursionó
en radio como columnista o
co-conduciendo en varios programas. En
francés y en castellano dictó
conferencias y participó como ponente en
Encuentros y Jornadas de Escritores.
Coordinó talleres y mesas de debates,
integró jurados en diversos concursos y
ha sido traducida al italiano y al ruso.
En 2006 recibió el Premio Virtud a la
Ética, el Trabajo y la Solidaridad
(Ministerio de Desarrollo Social de la
Nación – Fundación “Principios”) y en
2009, en ocasión del Día Internacional
de la Mujer, la distinción Mujer
Destacada de Villa Elisa (Delegación
Municipal). Publicó dos poemarios: “Poemas
del Yo dios” (1957) y “Chant
posmoderne” (1990, en francés); tres
novelas: “Te quiero solamente pa
bailar la cumbia”(Ediciones de La
Flor, 1995), “Esplendores y miserias
de Villa Teo” (Ediciones Simurg,
1999; Tercer Premio de Novela 1998 del
Fondo Nacional de las Artes) y “El
año del bicho bolita” (Editorial
Dunken, 2008); un volumen de ensayo: “El
humor de las argentinas” (Editorial
Biblos, 2000); y una obra de carácter
testimonial: “Vivir en Villa Elisa” (Libros
de la Talita Dorada, 2005; declarada de
interés cultural por la Municipalidad de
La Plata).
|
|
|
|
|