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REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências
nova série | número 46 |
junho-julho | 2014
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FERNANDO SORRENTINO
¿Huevo de cristal o ramito
de romero?
El Aleph antes del Aleph *
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EDITOR |
TRIPLOV |
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ISSN 2182-147X |
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Contacto: revista@triplov.com |
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Dir. Maria Estela Guedes |
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En “El Zahir” y “El Aleph”
creo notar algún influjo del cuento
“The Crystal Egg” (1899) de Wells.
Borges, “Epílogo”, El Aleph (1949)
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1. En el otoño sudamericano del año 2011…
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En el otoño sudamericano
del año 2011 comencé la muy agradable tarea de compilar un conjunto de
cuentos argentinos (1)
de, digamos, “anteayer”. El relato más antiguo es —como no podía ser de
otra manera— “El matadero”, de Esteban Echeverría (1805-1851), que se
supone compuesto entre 1838 y 1840, y publicado por vez primera en 1871
en la Revista del Río de la Plata
(Buenos Aires, I, 4); el más moderno, “El resorte secreto”, de Roberto
Arlt (1900-1942), que apareció en el número de la revista
El Hogar (Buenos Aires)
correspondiente al 3 de septiembre de 1937. Año más o menos, podemos
decir que, entre el trabajo de
Echeverría y el de Arlt, corrió un siglo.
Esta
labor compartió más las características del anticuario que las del
crítico, pues, si bien algunos autores (por ejemplo, Horacio Quiroga o
Leopoldo Lugones) eran fácilmente hallables en ediciones del circuito
comercial, otros (por ejemplo, Carlos Monsalve o Santiago Estrada)
resultaban prácticamente inconseguibles.
Entre los narradores en
esta última situación figuraba también Eduarda Mansilla de García,
(2) cuya existencia me era más
conocida que sus obras. El hecho es que, con la absoluta convicción de
estar cumpliendo un acto de justicia exhumatoria, incluí en el volumen
su cuento “El ramito de romero”. Mentiría si afirmase que el relato me
produjo la única sensación que busco en la literatura: el placer. Más
bien me pareció desordenado, evanescente, ramificado, abstracto,
impreciso…
Pero, llevado de la escrupulosidad exigible a un
editor de textos ajenos, lo cuidé, según mi costumbre, con obsesivo
afán. En un momento dado, un extenso pasaje provocó en mí un sobresalto
que iba más allá de las meras cuestiones semánticas y/u
ortotipográficas.
Escribió Eduarda:
Cambió la escena. Comencé a ver desarrollarse, poco
a poco, algo como una inmensa tela transparente, que no acababa nunca,
cubierta, según me pareció al principio, de jeroglíficos extraños, de
colores vistosos los unos y sombríos los otros. A medida que la tela se
extendía, cubriendo una superficie que mi vista, en su estado natural,
no hubiera podido jamás abarcar, iba comprendiendo el significado
misterioso de aquellos dibujos informes, torcidos, en caprichoso
laberinto. Así como aprendemos la geografía del globo terrestre en mapas
que nos enseñan a medir y darnos cuenta de la forma exacta del espacio
de tierra y agua que contiene el mundo conocido, comprendí que tenía
delante de mis ojos una carta pragmatográfica de los hechos en el tiempo
y que, gracias al estado de permeabilidad en que me hallaba, me revelaba
la existencia de los acontecimientos en el tiempo, que existen sin que
nadie lo sospeche, tales cuales en el espacio, los continentes y los
mares antes de ser conocidos por aquellos que ignoran la geografía.
Desde la marcha de los imperios más poderosos hasta
la del más oscuro individuo, todo estaba allí indicado sin pasado ni
presente, diferencias puramente humanas.
“¡Diablo”, no pude no decirme, “¿dónde he leído, y
muchas veces, algo muy parecido?”. Y, para que no me quedaran dudas, los
siguientes párrafos de la autora decían lo siguiente:
Como en los atlas de Lesage, veíase allí de un modo
sincrónico el camino de la humanidad en espirales ascendentes,
obedeciendo a leyes tan inmutables, como lo son las de atracción y
gravitación en el mundo físico, retrocediendo en apariencia durante
siglos, pero avanzando siempre. Vi la ley del progreso humano, reducida
a ecuación algebraica. Vi el surco que dejaron tras de sí los pueblos
esclavos, desde el origen del mundo conocido, marchando cual rebaño de
ovejas al matadero sin murmurar ni esperar. Vi el despotismo, triunfante
un día, convertirse luego, bajo otra forma, en otro despotismo. Vi las
santas aspiraciones de los creyentes naufragar en mares de sangre y
lágrimas. Vi aparecer la era de la fraternidad y la igualdad; pero vi
también esa fraternidad, esa igualdad, combatidas, sofocadas por
aquellos mismos a quienes incumbía la misión de redimir. Vi a los
enviados de paz y humildad pactar con los soberbios poderosos, para
oprimir al desvalido y quitarle hasta la esperanza, invocando una
doctrina santa. Vi la incredulidad y el ateísmo triunfantes olvidarlo
todo, para no acariciar otra idea, otra esperanza, que el amor al
dinero. Vi la destrucción de la familia, tal cual hoy la conocemos. Vi
surgir nuevas leyes, nuevos derechos, y, como el tiempo no existía para
mí, vi la llegada triunfante de la humanidad a una zona luminosa y
armónica, y la visión cambió.
Una llama atornasolada, seguida de muchas otras
que, como fuegos fatuos, subían y se agitaban en una atmósfera cargada
de electricidad, me hizo fijar la vista en un punto lejano y vago, que
parecía alejarse a medida que las llamas se multiplicaban. Poco a poco
creció aquel punto, tornándose luminoso y esférico, hasta convertirse en
un globo colosal y transparente, del cual filtraba una luz semejante a
la del sol que alumbra nuestro planeta. Las llamas se encendían y se
apagaban alternativamente, y a veces crecían hasta tocar el globo
luminoso, que, oscilante, se mecía airoso en el éter, pintándose, en sus
paredes tersas y transparentes como las de una gigantesca farola
chinesca, imágenes varias de sobrehumana belleza.
Entonces cumplí con lo que me ordenaban los
evidentes indicios. Redacté la siguiente “Apostilla”, cuyo texto es el
siguiente:
Vi la ley del
progreso humano.
La extensa enumeración que aquí empieza tiene curiosa similitud con la
que, muchos años más tarde, Borges comenzaría de este modo: “Vi el
populoso mar” (“El Aleph”) (3).
Y, en efecto, veamos completo el texto de Borges:
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha,
vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al
principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una
ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El
diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio
cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del
espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde
todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la
tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el
centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi
todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio
de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el
zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de
metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de
sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la
violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un
círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol,
vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de
Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada
página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen
cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la
noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía
reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi
en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo
multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del
Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los
sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un
escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de
unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos,
bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la
tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la
letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que
Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la
Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido
Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje
del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los
puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en
el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí
vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y
conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha
mirado: el inconcebible universo.
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2. En febrero del
año 2013…
En febrero del año 2013 me disponía a escribir este
mismo artículo con la intención de señalar la coincidencia existente
entre la enumeración de “El ramito de romero” y la de “El Aleph”.
En busca de mayor información sobre la autora del
primero, recurrí a la rápida búsqueda que suele facilitar Internet. La
conjunción de tino y azar me condujo a visitar un libro cuya edición
moderna yo ignoraba:
Mansilla de García,
Eduarda, Pablo o la vida en las pampas, Buenos Aires,
Colihue / Biblioteca Nacional, 2007, 306 págs.
El “Estudio preliminar” pertenece a María Gabriela
Mizraje. La lectura de ese trabajo me obliga a confesar que mi
“hallazgo” del año 2012 ya lo había obtenido, unos cuantos años antes,
María Gabriela Mizraje. Por la índole de mi tarea de antólogo (Eduarda
Mansilla era una autora más entre treinta y tres), sólo advertí y
consigné la similitud con el texto de Borges expuesta en la “Apostilla”.
Pero María Gabriela señaló, con perspicacia, otros
puntos de contacto entre ambos textos. Y, como el mérito es de ella, y
no mío, paso a reproducir los pasajes pertinentes.
Ella dice que “El Aleph”
parece dialogar, dentro de la tradición argentina,
con “El ramito de romero” de Eduarda Mansilla.
Y, a continuación, aporta las semejanzas:
Una historia de amor
entre primos en Buenos Aires, la otra en París, la influencia
de Hamlet y Leviathan en “El Aleph”, la de Dante en el
relato de Eduarda, pero los italianos en “El Aleph” y los normandos en
“El ramito”; la plaza Constitución en lugar del café Procope, mientras
lo que se marca es que la calle sigue su flujo a pesar de la vicisitud
del narrador. Abril y vísperas de Semana Santa (más exactamente un 30
de abril y un Domingo de Ramos), con los que las fechas quieren
puntualizarse. Un Carlos, en “El ramito de romero”, a quien se dirige
Raimundo, enamorado de su prima; otro Carlos, en “El Aleph”, primo de
Beatriz —Dante mediante— a cuyo encuentro se dirige el narrador, ambos
enamorados de esa mujer. En “El ramito” el cuadro se completa con la
madre de ella, en “El Aleph, con el padre (4).
En los dos relatos lo primero que va a destacarse de la mujer, además de
su belleza y su fragilidad (5), son sus manos
(6).
Una prima que ya no vive y una prima viva, un
cuento con final feliz y otro en el que se constata la desdicha. La
ciudad, afuera con su vida; adentro, una casa y una Escuela de Medicina.
Dentro de la casa, un sótano, dentro de la escuela, una sala de
profesores, ambos espacios compartidos con otro hombre, ambos a oscuras.
La oscuridad opera como soporte necesario de la visión extraña.
Y
ambos, vinculados a una mujer muerta, primero
idealizada, mas tarde percibida como impura.
En un caso, penetrar al lugar de la revelación se
precede por consumo de tabaco; en el otro, por consumo de alcohol (el
cognac de “El Aleph”); hay preparación y hay riesgo, exasperación de los
sentidos y fronteras lindantes con el sueño o la pérdida de
conocimiento.
Hasta aquí María Gabriela Mizraje. Considero
certera e incontrovertible su entera exposición.
Su conclusión también puede ser la mía:
Toda la idea del relato dedicado a Estela Canto
[“El Aleph”] ya está allí condensada. La maestría de Borges, quien sin
duda alguna leyó este relato de Eduarda (aunque acaso lo olvidó), la
despliega.
En el “Epílogo” de
El Aleph Borges declara: “En ‘El Zahir’ y ‘El Aleph’ creo notar
algún influjo del cuento ‘The Crystal Egg’ (1899) de Wells”. Pero nada
dice de “El ramito de romero”.
Ahora bien, en muchísimas ocasiones leí y releí “El
Aleph”, acompañado siempre de la sensación de perplejidad que me
producen las que me atrevo a llamar
obras maestras de la literatura.
Una sola vez (y por motivos, digamos, “profesionales”, y con cierta
indulgencia culpable) leí “El ramito de romero”, sin sospechar que la
ficción que el prodigioso Borges redactó hacia 1945 algo tenía de espejo
de cierta imaginación de una autora muy menor del siglo XIX.
Fernando Sorrentino
26 de
febrero de 2013
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* Este artículo fue publicado en la
Revista de la Academia
Norteamericana de la Lengua Española.
lean®anle,
Nueva York, vol. 2, n.º
4, julio-diciembre 2013, págs. 362-367. |
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(1) Ficcionario
argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría
a Roberto Arlt, Buenos Aires, Losada, 2012, 408 págs.
(2) Eduarda nació en Buenos Aires el 11 de
diciembre de 1834 (aunque también se barajan otras fechas: 1832,
1835, 1838) y falleció en la misma ciudad el 20 de diciembre de
1892. Casada con el diplomático y abogado Manuel Rafael García
Aguirre, se la conoció como Eduarda Mansilla de García.
Sus obras tuvieron muchísimo menos difusión que las su hermano Lucio
Victorio (1831-1913). El médico de San Luis y Lucía Miranda
(novelas, 1860) fueron sus primeros libros. Debido a la actividad
diplomática de su marido, residió varios años en Estados Unidos y en
Europa. En París publicó una novela en francés: Pablo ou la vie dans
les pampas (1869), que más tarde se tradujo al español. Hay acuerdo
en que fue la primera autora argentina de relatos para niños:
Cuentos (1880). Escribió, asimismo, algunas obras teatrales: La
marquesa de Altamira, El testamento. El libro Creaciones (1883)
contiene siete piezas: una comedia, “Similia similibus” (“Proverbio
en un acto”) y seis relatos: “El ramito de romero”, “Dos cuerpos
para un alma, “La loca”, “Kate”, Sombras” y “Beppa”.
(3)
Ficcionario, pág. 89.
(4) Borges:
“Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños [el de
Beatriz Viterbo]; visitar ese día la casa de la calle Garay para
saludar a su padre […]”. Según se desprende del texto, la
primera visita de “Borges” tuvo lugar el 30 de abril de 1929. Y,
desde entonces, ya no se menciona al padre de Beatriz y la
acción se centra en “las graduales confidencias de Carlos
Argentino Daneri”, cuya culminación se produce en el núcleo del
relato, que ocurre nada menos que doce años más tarde: el 30 de
abril de 1941.
(5) Mansilla: “[…]
di en pensar en mi prima Luisa, a quien había visto esa misma
tarde. Tú no conoces a mi prima; imagina un cuerpo diminuto, con
movimientos inquietos, que recuerdan los de la ardilla; pon
sobre un cuello blanco, muy blanco y que creo suavísimo, una
cabecita coronada de rizos rubios; evoca una fisonomía en la
cual campean alternativamente la dulzura y la malicia […]”.
Borges: “Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada;
había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como
graciosa torpeza, un principio de éxtasis”.
(6)
Mansilla: “una manecita preciosa, que
siempre despierta en mí el antojo de chuparla como alfeñique”.
Borges: “[Carlos Argentino] Tiene (como Beatriz) grandes y
afiladas manos hermosas”.
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Fernando Sorrentino
(Argentina)
Nasci em Buenos Aires em 8 de novembro de
1942. A maior parte de minha infância e de minha adolescência
transcorreu no cinzento quadrilátero formado pelas avenidas Santa Fe,
Juan B. Justo, Córdoba e Dorrego. Em épocas muito juvenis, fui um
simples funcionário de escritório. Em épocas não tão juvenis, e durante
muito tempo, fui professor de língua e literatura em diversos colégios
secundários; em geral, recebi o afeto de meus alunos e de meus colegas,
o que me diz que sou um cara legal. Nos interstícios laborais, tento ler
e tento escrever. Tenho sensibilidade para gostar da beleza poética, mas
me falta um mínimo de talento para escrever um poema com algum mérito.
Destruí sem culpa minhas poesias juvenis, pois não achei sensato
acrescentar mais fealdade ao mundo. Por outro lado, estou bastante
satisfeito com minhas invencionices narrativas. Como dizem os homens
dignos de fé, em minha literatura de ficção há uma curiosa mistura de
fantasia e humor que conduz a um estilo às vezes grotesco e
razoavelmente verossímil. Em geral, sinto-me muito à vontade comigo
mesmo. Não tenho nenhuma vocação para fazer parte de nenhum grupo
literário, de nenhum comitê de inabilidades afins, de nenhum clube de
elogios recíprocos. Mas confesso, isto sim, que milito nas perseverantes
hostes do Racing Club de Avellaneda. Gosto mais de ler do que de
escrever, e na verdade escrevo muito pouco. Ao longo de quase quarenta
anos, não tenho muita bibliografia para exibir. Como todo o mundo, em
maior ou menor medida, ganhei alguns prêmios literários. Em resumo, sou
relativamente feliz. F. S. (Tradução de Ana Flores)http://www.fernandosorrentino.com.ar |
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© Maria Estela Guedes
estela@triplov.com
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