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-En una entrevista concedida a Carina Velo hiciste referencia a tu
timidez durante la pubertad, al menos en lo que concierne a compartir
con alguna persona los poemas que comenzabas a intentar, imitando a los
que reproducían los libros de lectura escolar. ¿Tu timidez se denotaba
en otras áreas? ¿A qué tipo de poemas “arroja” la timidez? ¿Y qué factor
que nunca hayas mencionado te insta a tu modo de indagar la realidad?
Con el amor y la desesperación desplegados por el joven Pablo Neruda,
sobreentendí que afirmabas en aquella entrevista, te identificabas. ¿Y
ahora?
-Cuando era chico, escondía todo lo que escribía en la parte inferior de
un diván. Nadie conocía mi secreto, ni familiares ni amigos. Mi timidez
tenía que ver, entonces, con el pudor de mostrar los sentimientos
(siempre he sido poco expresivo en este sentido). Pero también me
atemorizaba la reacción que pudieran experimentar los otros al conocer
mi afición por un arte tan singular y misterioso como la poesía. Aunque
parezca absurdo, aquel temor no era en extremo descabellado:
actualmente, cuando confieso que soy poeta, muchos me miran como si
fuera tonto o estuviera loco. La timidez, por otra parte, no me “arrojó”
a ningún tipo de poemas en especial. A la hora de escribir, carezco de
prejuicios e inhibiciones y sólo procuro ser fiel conmigo mismo. La
poesía constituye, en mi caso, una forma de sinceramiento que está por
encima de todo. En cuanto a
Neruda, su libro “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, que
leí entre los 18 y los 19 años, me produjo un deslumbramiento tan grande
que llegué a escribir un poemario completo (“Las estaciones del amor”)
imitando su estilo. Como ya dije en otras entrevistas, Neruda era, a
fines de los años 60, un poeta emblemático en muchos aspectos. La
sintonía amorosa y el compromiso político de su poesía tenían, en
aquella época de fervor revolucionario, un fuerte atractivo para quienes
empezábamos a deletrear versos y sueños. Si bien sigo admirando a
Neruda, su influencia, como es natural, ya no gravita en mi creación. La
realidad y el lenguaje cambian continuamente y el desafío del poeta
consiste en acompañar esos cambios para no repetir ad infinitum a sus
queridos maestros.
-Manifestabas también que no te considerabas escritor, claramente cuando
escribís, corregís, trabajás un poema (posible). Convengamos que cuando
incursionás en la crónica, en la semblanza –en la prosa--, te posicionás
como escritor (acabo de leer tu “Latencia: poesía y dictadura”, artículo
ya difundido en Internet y que pronto habrá de editarse en soporte
papel). ¿Diferencias entre el “hablado por la poesía” (según el poeta
argentino Ricardo Zelarayán: “No existe el poeta, sino el hablado por la
poesía”) y el ensayista, el hacedor de artículos y críticas literarias?
-En la entrevista que mencionás, digo también que nunca escribí un poema
con el propósito de hacer literatura, y en esto radica, a mi juicio, la
diferencia entre el poeta y el escritor. Para mí la poesía es mucho más
que un género literario; es un acto de vida, algo imponderable que me
sucede cuando escribo, una experiencia que trasciende la mera retórica
de la escritura. Es cierto que, además de poemas, escribo prólogos,
contratapas, artículos, críticas, reseñas de libros, etc., pero este
quehacer literario no deja de ser circunstancial; podría desentenderme
del mismo sin angustiarme demasiado. En cambio, la creación poética
forma parte de mi respiración, es mi modo de ser y estar en el mundo, la
única cosa capaz de ofrecerme algún argumento existencial. Desde otra
perspectiva, coincido con Zelarayán en que el poeta no es más que un
instrumento de la poesía, el “hablado” por ella. Borges solía decir al
respecto que su función se limitaba a escribir lo que “alguien” le
dictaba.
-Sé que tus primeros seis poemarios los destruiste sin llegar a
publicarlos. ¿Recordarías para nosotros los títulos de aquellos seis
poemarios? Seis son un montón: ¿No merecerían ellos un poema del Cantoni
actual?
-En una etapa de aprendizaje, uno cree que los últimos poemas que
escribe son siempre los mejores. Por eso, cuando publiqué
“Confluencias”, mi primer libro, en 1978, destruí todo lo que había
escrito anteriormente. Vi en ese acto una especie de depuración. Al
fuego purificador fueron a dar seis poemarios, la mayoría de los cuales
habían recibido el primer premio en diversos certámenes de poesía
inédita. Más adelante, descubrí un aforismo de Antonio Porchia que dice:
“Te depuras, te depuras... ¡Cuidado! Podría no quedar nada”. Pero ya era
demasiado tarde. Todavía recuerdo los títulos de esos libros
incinerados: “Las estaciones del amor”, “Poemas en blanco y negro”,
“Habitante solo”, “Eco de poemas” (este título nunca me gustó, pero no
encontré otro mejor en su momento), “Invasión de los días” y “Tentativas
y deslices”. De ellos, sólo se salvaron unos pocos poemas, que habían
sido publicados en diarios y revistas.
-Quiero contarte que por razones familiares, siempre me ha producido una
diferenciada satisfacción invitar a poetas platenses (y de los aledaños
de tu ciudad) a mis Ciclos de Poesía, a mis segmentos de poesía en el
marco de Cafés Literarios. Por lo que tu Stand de Poesía Platense y el
cuidado formal, la dedicación y el rigor con el que lo sostenés, me
resulta encomiable. Esto que digo promoverá que nuestros más curiosos
lectores de países diversos pinchen en el enlace
www.lospoetasnovanalcielo.blogspot.com.ar
y se encuentren con testimonios fotográficos, muestras poéticas,
informaciones, rememoraciones y se impregnen, con la sobriedad que le
imprimís a la propuesta, de la impronta de la Capital de la Provincia
más densamente poblada de nuestro país: la ciudad de las diagonales, la
que entre 1952 y 1955 se llamara Eva Perón, la ciudad de los tilos, la
primera de Sudamérica en tener el servicio de tranvía eléctrico.
Expresado todo esto, César, ¿qué añadirías sobre La Plata, la así
llamada por el Río de la Plata, que todavía no hayas, acaso,
públicamente declarado?
-Siempre viví en La Plata, ciudad cuyo nombre, como bien decís, fue
tomado del río homónimo y aprobado en la legislatura bonaerense a
instancias de José Hernández, que lo propuso cuando era senador. Desde
su origen hasta su diseño urbano (un cuadrado perfecto, que incluye
simetrías y malabares aritméticos), La Plata es una ciudad con
características singulares. Fue concebida políticamente para ser Capital
de la Provincia de Buenos Aires y fundada por Dardo Rocha en 1882 en
medio del desierto. Se trata, pues, de una ciudad joven, nacida de una
idea y, por lo tanto, más pensada que soñada. Su fundación significó, de
alguna manera, la coronación del pensamiento liberal de la generación
del 80 (algo que muchos no le perdonan).El propio Sarmiento sostuvo por
entonces: “La Plata es el pensamiento argentino, tal como viene
formándose e ilustrándose hace tiempo, sin que nadie se dé cuenta de
ello”. Sin embargo, hay que decir también que esta ciudad sufrió con
singular ensañamiento la represión castrense de la última dictadura y
que en ella se gestaron no pocos movimientos políticos y sociales que
reivindicaban y reivindican los derechos humanos (son mujeres platenses
las que hoy presiden organismos como Madres de Plaza de Mayo y Abuelas
de Plaza de Mayo). Lo cierto es que La Plata creció en sus comienzos más
que cualquier ciudad del mundo, hasta que la crisis económica que afectó
a la Argentina a fines de la primera década del siglo XX detuvo su
pujanza inicial. A propósito de ese crecimiento, un viajero francés, P.
M. de Corvetto, escribió un artículo titulado “La Plata o el poder
creador de la Argentina”, publicado en 1885, en el que expresa: "en
ningún lugar del mundo el presente se transforma tan rápido en pasado;
ayer el desierto, hoy un plano y jalones, mañana una ciudad".
Paradójicamente, La Plata era, al mismo tiempo, una ciudad silenciosa y
apacible. Sus plazas y paseos, sus anchas avenidas arboladas, el bosque
con su lago, invitaban a la ensoñación y a la melancolía. Esa
mansedumbre provinciana está muy bien reflejada en la poesía de López
Merino y dio origen a la llamada “Escuela de La Plata”. Pero el progreso
irracional y descontrolado no iba a eludir su realidad. Ya a principios
de la década del 50, advertía el poeta y editor Marcos Fingerit: “La
nerviosidad de la vida contemporánea ha llegado hasta ella
trastornándola, mejor dicho, trastocándola. El silencio, la soledad, la
quietud que la individualizaran, por lo menos para los viajeros, casi
han desaparecido por completo, hasta de sus zonas en donde lo campestre
ceñía lo ciudadano”. Hoy, por lo demás, no se diferencia mucho de otras
ciudades del país. A los rótulos con que suele señalársela y que vos
mencionás en tu pregunta, cabe añadir “Ciudad Universitaria” y “Ciudad
de los Poetas”, este último discutido por algunos, aunque es bien
conocida su fuerte tradición poética.
-Tu madre, fallecida en 2005, según informabas en un reportaje que te
hicieran en “El Día”, ese periódico más que centenario de tu ciudad,
llegó a leer tus primeros nueve libros. ¿Qué te trasmitía a propósito de
ellos? Y, por extensión, otros familiares no vinculados con la escritura
poética: ¿han leído poemarios tuyos? ¿Qué opinaron (los que opinaron)?
¿Y qué te parece que les pasó (o no les pasó)? ¿Qué hace un pariente de
uno, no lector de poesía, con el ejemplar que le regalamos?
-La poesía no es un arte demasiado convencional. Tampoco es común que en
las familias haya un poeta, de modo que cualquier reacción que el asunto
suscite en el ámbito hogareño resulta entendible. Como dije al comienzo,
yo escribía poemas que escondía en la parte inferior de un diván, hasta
que un día mi madre, haciendo la limpieza de la casa, encontró el
cuaderno que los contenía. No sé si fue el hecho de escribir poemas o el
de esconderlos lo que más le llamó la atención, pero me consta que vivió
preocupada durante un tiempo, temerosa, quizá, de que yo sufriera algún
trastorno psicológico. Mi padre, por su parte, no supo que yo escribía
hasta que obtuve la Faja de Honor de la SEP (Sociedad de Escritores de
la Provincia de Buenos Aires) y mi nombre apareció en el diario “El
Día”. Tanto mi madre como mi padre confiaban en mis facultades líricas,
pero no tenían parámetros para emitir un juicio equitativo. El resto de
mis familiares me ponderaban y guardaban con cariño los ejemplares que
yo les regalaba. Sin embargo, como siempre he sido bastante descreído y
despreocupado, no me inquietó saber qué les pasaba o dejaba de pasarles
con la lectura de mis libros. Por lo demás, he comprobado que aun el
lenguaje poético más sencillo es de difícil comprensión para los no
iniciados en poesía.
-He ido sabiendo de tu encendida admiración por Pound, Masters, Eliot,
Pessoa, Williams, Cavafis, Stevens, Seferis, Montale, Ritsos, Quasimodo.
Lo que me ha promovido interesarme por saber cómo te llegan, por
ejemplo, las poéticas de Nicanor Parra, Enrique Blanchard, Charles
Bukowski, Juan Carlos Bustriazo Ortiz, Antonin Artaud, Manrique
Fernández Moreno, Pablo de Rokha, Néstor Perlongher, Monique Wittig,
Emeterio Cerro, Francois Villon.
-Siempre sentí admiración por las vanguardias de comienzos del siglo XX,
que produjeron una transformación profunda en la poesía y fijaron un
punto de no regresión. Obviamente, algunas me importan y me atraen más
que otras. Fuera de ellas, de mi entusiasmo inicial por Neruda y de leer
con enorme placer a los poetas griegos e italianos, mis preferencias
líricas apuntaron, durante mucho tiempo, a la poesía anglosajona, sobre
todo, a la norteamericana. En general, me seducen las poéticas
conceptuales y realistas; o sea, aquellas capaces de expresar una
intuición o una idea que puedan hacer reflexionar, sin perder de vista
la circunstancia y el clima de la época. Con respecto a tu curiosidad
acerca de los autores que enumerás al final de la pregunta, debo decirte
que estimo, en particular, a Villon, Artaud y de Rokha. A Bukowski,
asimismo, le dediqué un poema (“Bukowski o le mal de vivre”) que, por
ser breve, aprovecho para transcribirlo: “No
escribía al dictado del corazón,/ sino del hígado cirroso./ No escribía
para los hombres satisfechos,/ sino para aquellos que sufren/ la
quemadura de la vida./ No escribía porque la poesía/ fuera capaz de
redimir al mundo,/ sino porque estaba seguro/ de que no existe salvación”.
Por último, quiero agregar que, en cuanto a la
concepción del arte en todas sus formas, comparto la visión de Ingmar
Bergman cuando afirma: “Sólo con luz se puede iluminar la oscuridad, no
con más oscuridad”.
-Desde luego, es satisfacción la que produce hallarse incluido en una
buena o muy buena antología (o libro colectivo) y otra sensación es la
que produce hallarse incluido en una mediocre o mala. ¿Qué nos podrías
comentar sobre esto, César?, inquiero mientras releo el par de poemas de
tu “Cuaderno de fin de siglo” incorporados en el volumen “El cine y la
poesía argentina” (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011, con selección
y ensayo de Héctor Freire). En efecto, el cine, ese mundo, y algunas
películas te han inspirado poemas. ¿Qué trayectorias de realizadores te
resultan impecables (o casi)? ¿A qué actrices y actores les creés todo?
¿Qué personajes te fascinan?
-Ciertamente, resulta satisfactorio hallarse incluido en una buena
selección poética porque evidencia algún reconocimiento. Sé que dos
poemas míos integran la antología de Freire, pero todavía no tengo el
libro. Conozco, además, la lista de los autores seleccionados y puedo
decir que todos cuentan con una trayectoria aquilatada. El cine me
apasiona desde chico, si bien mis conocimientos acerca del mismo no son
académicos y, por lo tanto, sólo me cabe hablar como aficionado. Vi
muchas películas en las décadas del 80 y del 90, cuando apareció el
video y el llamado séptimo arte era una de las expresiones que, a mi
juicio, mejor reflejaba la realidad. Es asombroso comprobar cómo en dos
horas, aproximadamente, puede resumirse una novela de 500 páginas o, más
aún, una vida completa sin que se adviertan saltos o fisuras. Claro, esa
idea de totalidad no siempre está lograda. Sería demasiado largo
enumerar las películas que más me gustaron. Otro tanto ocurre con los
actores y las actrices que me parecen más convincentes. A título
ilustrativo, sólo voy a mencionar algunos directores por los que siento
singular estima: Serguei Eisenstein, Charles Chaplin, Alfred Hitchcock,
Orson Wells, Ingmar Bergman, Vittorio De Sica, Federico Fellini, Ettore
Scola, Claude Chabrol, Win Wenders, Werner Herzog, Martin Scorsese,
Francis Ford Coppola, Woody Allen, Clint Eastwood...
Los personajes que más me
fascinan son los antihéroes, los perdedores... Los héroes hollywoodenses
y los “happy end” se me antojan bastante huecos.
-¿Qué lujos no podés, no podrías darte?... ¿Qué cosas no son tus
favoritas?... ¿Qué asuntos no son tus favoritos?... ¿Qué apreciaciones
no apreciás?... ¿Qué imprecisiones preferís?... ¿Qué preferís no
preferir?... Algunas cosas, descuento, te llegan al corazón: ¿a dónde te
llegan otras cosas?...
-Para que la exposición sea más clara voy a responder estas preguntas
escalonadamente, una por una.
-¿Qué lujos no podés, no podrías darte?...
Me gustaría poder leer y escribir sin premura, sin presiones, sin
sobresaltos, pero no estoy seguro de que la vida me permita alguna vez
este lujo.
-¿Qué cosas no son tus favoritas?...
En principio, las que tienen una finalidad exclusivamente material.
-¿Qué asuntos no son tus favoritos?...
Los ajenos a la cultura, las artes y el periodismo.
-¿Qué apreciaciones no apreciás?...
Las de los políticos en época de elecciones, las de los economistas que
fueron funcionarios y fundieron el país, las de los comerciantes
cualquiera sea el producto que quieran venderme...
-¿Qué imprecisiones preferís?...
Las del simbolismo en literatura y las del impresionismo en pintura.
-¿Qué preferís no preferir?...
Prefiero no tener que preferir entre el olvido y el perdón.
-Algunas cosas, descuento, te llegan al corazón: ¿a dónde te llegan
otras cosas?...
Otras me pegan en la entrepierna, pero hago flexiones y sigo...
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César Cantoni selecciona para esta entrevista, en octubre de 2013, seis
poemas de su autoría:
TRAICIONÉ A MIS PADRES
Traicioné a mis padres: no acaté su legado
ni recorrí el camino trazado por su índice.
Defraudé a la ciudad: no tuve oficio ni empleo
y mi voto sólo llevó inquietud a los burgueses.
Menosprecié a los dioses: no veneré sus máscaras
ni me hinqué ante sus nuncios terrenales.
Desoí a la razón: cuando hube de callar, solté la lengua;
cuando hube de ser cauto, puse el dedo en la llaga.
A una edad en que ya debería preparar mi alma,
alivianarla para su despegue,
no puedo hablar siquiera de arrepentimiento.
Condenado por todos los discursos,
sigo escuchando la impenitente voz de la poesía,
su incitación a la desobediencia.
(El
fin ya tuvo lugar)
*
¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD?
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté a mi madre.
Y mi madre
me dijo que no sabía.
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté al filósofo.
Y el
filósofo adujo que sólo cobijaba dudas.
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté al científico.
Y el
científico apenas esbozó una hipótesis.
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté al artista.
Y el
artista puso el acento en la belleza.
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté al político.
Y el
político tuvo palabras engañosas.
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté al gendarme.
Y el
gendarme empezó a disparar su arma.
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté al obispo.
Y el obispo
me amenazó con el infierno.
¿Dónde está
la verdad?, le pregunté a los dioses.
Y los
dioses permanecieron mudos.
(El
fin ya tuvo lugar)
*
ES ASÍ COMO MUEREN
no quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo
Alejandra Pizarnik
Sá Carneiro se envenena tomando estricnina,
Esenin se corta las venas en un hotel ruinoso,
Maiakovski se mete una bala en la sien con un revólver,
Crane se tira al mar por la borda de un buque,
József espera el paso del tren sobre los rieles,
Lugones bebe alcohol con cianuro en un recreo del Tigre,
Tsvetáieva se ahorca colgándose de un árbol,
Pavese ingiere una sobredosis de narcóticos,
Thomas se emborracha hasta entrar en coma etílico,
Plath inhala el gas que sale de su cocina,
Celan se arroja a las aguas del Sena en una crisis,
Ferrater se asfixia con una bolsa en la cabeza,
Pizarnik echa mano a 50 grageas de barbitúricos,
Sexton aspira las emanaciones del motor de su auto,
Goytisolo se lanza al vacío desde un edificio de departamentos,
en la calle Mariano Cubí, en Barcelona, una mañana más negra que la
noche...
Es así como mueren estos poetas:
yendo hasta el fondo de su desventura.
(El
fin ya tuvo lugar)
*
1976
Ese
año enterramos las armas
y las
municiones:
el
viejo revólver de papá,
y las
dos escopetas de papá,
y la
escopeta rota del abuelo,
y mi
rifle de caza,
y las
balas de plomo
y los
cartuchos.
Todo
lo enterramos
prolijamente en un baldío
para
que la dictadura de turno
no se
sintiera amenazada.
(Inédito)
*
LA EDAD DE LA INOCENCIA
Mi perro, que apenas tiene un año,
acaba de romper las lilas
que planté esta mañana
y mueve la cola con euforia
cuando compruebo lo que hizo.
También yo, siendo pequeño,
rompía alegremente los juguetes
ante la desazón de mis progenitores.
A veces, me pregunto si Dios
no será un niño inocente todavía,
que, haciendo alarde de sus travesuras,
se pone a jugar con las estrellas.
(Inédito)
*
UN
ARTE INVISIBLE
El
poeta camina
desnudo por la calle,
pero
la gente no lo ve.
El
poeta va al cine,
sale
de putas,
viaja
en colectivo,
siempre desnudo,
pero
la gente
mira
para otro lado.
El
poeta no tiene modo
de
llamar la atención,
porque la poesía
es un
arte invisible.
La
poesía se escribe
sin
palabras.
(Inédito)
*
Ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos 60
kilómetros, C. C. y R. R., noviembre 2013.
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