El hecho de dominar varios idiomas te ha
permitido leer en lengua original textos fundamentales y traducir
también a importantes autores ¿Cómo te sientes en esta labor de
traductora?
Traducir es mi forma natural de
hablar. Me muevo mucho entre Europa, la India y Latinoamérica, e
intercambio con frecuencia mensajes con poetas diseminados por el mundo,
por lo que ya se me hizo costumbre pasar de un idioma a otro.
Traducirlos y traducirme.
Ahora bien, la labor de traducir
poesía no implica sólo dominar los idiomas, sino que entender la cultura
que un idioma encierra, para así poder trasponer una cultura en otra, un
idioma en otro, un poema en su equivalente traducido. Por esta razón, me
siento más cómoda trabajando con la poesía procedente de una cultura que
conozco bien.
Prefiero siempre traducir al español.
Y aclaro que no es español de España.
Tengo sensibilidad cultural y
lingüística para con Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá
y la India. Pero también me atrevo a traducir la poesía árabe desde el
inglés y el francés conjuntamente, y la poesía de los países nórdicos
desde el inglés.
Donde se me dificulta la labor, es en
el desencuentro con un texto. Si no logro sintonía con el poema que
traduzco, es difícil que el resultado me satisfaga, por lo tanto, mi
política es traducir sólo lo que me gusta.
Tu relación con Latinoamérica es muy cercana. Viviste algunos años en Costa
Rica y has viajado por varios países de este continente. ¿Por qué se
produce esta empatía? ¿Te sientes parte de una cultura, de un tejido
social en permanente ebullición?
La empatía está fuera de nuestro
control: o se manifiesta o no se manifiesta; no se puede construir a
partir de la racionalidad.
Al pasar mi infancia en Costa Rica,
por simple osmosis ambiental, quedé permeada de latinoamericanidad. Me
refiero, entre otras cosas, a la lengua, a la música, al dulce de leche
y a la tortilla, a la devoción por la Virgen, y a la baraja étnica.
Sobre todo, quedé llena de trópico, de esa relación entrañable con la
naturaleza.
Más que sentirme parte de un tejido
social, siento un vínculo más íntimo, una afinidad profunda. Tan es así,
que al mudarme a Nicaragua ya como adulta, sentí que de alguna forma
estaba regresando a casa.
En Costa Rica falleció mi padre. En
Costa Rica nació mi hijo. La familia paterna de mi hijo es nicaragüense
y peruana, por lo que en los últimos diez años, mi vínculo con América
Latina se ha ido fortaleciendo siempre más. El amor es el más poderoso
de los motores y del amor por una persona, puede nacer el amor por un
pueblo, por un territorio.
Regresando al tema de la empatía,
creo que vale la pena mencionar que mi memoria sensorial juega un papel
importante. Desde niña, siempre la he tenido muy desarrollada, en
contraposición con la pésima memoria para con números, datos y textos.
El hecho de retener impresiones, las convierte en algo mío, extendiendo
mi zona de confort. Esto no sólo me pasa a través de la experiencia
personal, sino que a través de la lectura. El ejemplo más impactante
implica a Neruda. Estando en el colegio, leí
Entierro en el este, un poema
que describe un ritual crematorio en las orillas del río Ganges. Me
impactaron tanto los ruidos (“pasan sonando cadenas y flautas de cobre”
y “el creciente monótono de los tamtam”), los olores punzantes (“azafrán
y frutas”, “el humo de las maderas que arden y huelen”), así como
colores y texturas (“envueltos en muselina escarlata”), que al visitar
la India, hace 5 años, sentí que el país me pertenecía. Esto seguramente
se debe también a mi domino del inglés y al trópico que vive en mí.
En resumidas cuentas, sí me
identifico profundamente con América Latina, pero tengo empatía fácil
con otras regiones del mundo.
Aparte de las lecturas de rigor ¿crees que los
viajes han sido funcionales a tu proceso creativo?
Definitivamente. Los viajes amplían
los horizontes. Y, como dije anteriormente, mi memoria sensorial engloba
rápidamente las impresiones.
Has incursionado en otros géneros literarios, especialmente la narrativa.
Publicaste en 2000 una novela que lleva por título
Il velo. ¿Crees que el poeta tiene esa capacidad de desdoblamiento
cuando aborda otro escenario? ¿Cómo fue la experiencia en tu caso?
No podría generalizar. Hay poetas que
son también ensayistas, dramaturgos, cuentistas y novelistas brillantes,
como hay otros que sólo tienen vocación de poeta. Es algo muy personal.
A mí, desde que era niña me fascinaba
contar cuentos, inventar historias. Como también tuve siempre amigos
imaginarios que me acompañaban y con los cuales compartía unas historias
elaboradísimas. El paso siguiente hubiera sido ponerlas por escrito.
Creo que para aprender a narrar, se
necesita práctica y disciplina. Existen técnicas, pero lo que más me
resultó a mí, fue la lectura de buenos cuentos y novelas, escritos en la
estética contemporánea. Una vez organizadas las ideas en forma
esquemática, sigue lo metódico: sentarse a diario frente al papel y
avanzar hacia el objetivo. Así fue como escribí
Il Velo y mi novela inédita,
La leyenda del mendigo. Para
esta última me nutrí de Stienbeck, Scott Fitzgerald y Hemingway; está
escrita en tercera persona, y cada capítulo corresponde a una escena,
como en una película. Il Velo,
en cambio, es una novela intimista, escrita en primera persona y con un
lenguaje más poético, menos fluido. Peculiarmente, el protagonista es un
hombre.
Como reto personal, hace años
incursioné también en el teatro. Era una época en la que estaba
obsesionada por la obra del dramaturgo francés Jean Anouilh, y leía una
o dos piezas suyas al día. Entré en el ritmo del teatro y escribí una
obra en tres actos, Desideria.
No era más que un ejercicio, pero no descarto retomarla en algún
momento.
Volviendo a tu proceso creativo, ¿qué cambios adviertes desde tus primeros
libros a lo que vienes haciendo en la actualidad?
Soy poeta por nacimiento, por
instinto, y no llevé a cabo estudios literarios, por lo cual mi poesía
se encontraba inicialmente en su “estado bruto”. El tiempo y las
lecturas han ido depurando mi voz.
Soy de aquellos reticentes a sacar su
primer libro del armario. Sin embargo, como me dijo el dueño de la
editorial costarricense Perro Azul, “si no se le apoya al poeta la
edición de su primer libro, puede que se frustre y deje de escribir. El
reto es que cada libro supere al anterior.” O, yo agregaría, cuando la
voz es madura, que no se repita, que explore nuevos entornos. Siempre
que las musas sigan cantando.
En estos 7 años (Máscara
del delirio se publicó en el 2006) fui aprendiendo a hacer mi
trabajo: leer mucho y leer bien; vivir con todos los sentidos
desplegados, sentarme a escuchar el dictado, y recogerlo sobre el papel
en blanco. Acto seguido: el reposo del texto y la pulida
correspondiente. También ha resultado útil la confrontación con poetas
de mayor trayectoria.
Este proceso me ha servido para
entender que tengo que tomar las distancias del poema. Estar en él sin
invadirlo. Tratar de que mi presencia pase desapercibida. Creo que esto
último es precisamente lo que le da fuerza a
Los naufragios del desierto.
Existe una incapacidad de reconocer al otro cuando no pertenece a un grupo
determinado. Este sentido de competitividad mal entendido hace que la
poesía muchas veces sea un medio y no un fin. ¿Por qué piensas que se da
este fenómeno?
Esta pregunta me hace sonreír porque
me recuerda algo que leí en
Pensadores de Oriente:
Los sufí,
es comúnmente reconocido, han producido parte de la grande literatura
mundial, particularmente en lo que se refiere a cuentos, obras
ilustradas y poesía. Sin embargo, a diferencia de los “trabajadores
literarios” o escritores profesionales, ellos ven esto como un medio
para trabajar y no como el fin de su trabajo:
“Cuando el Hombre Elevado hace algo admirable, es una evidencia de su
maestría, no el objeto de la misma”.
Sonrío porque pienso parecido a los sufí. Soy reticente a eso de
pertenecer a un grupo y, sobre todo, pienso que la creación está por
encima de su creador. Entiendo bien el problema que planteas, sin
embargo, me tiene sin cuidado. Es triste pensar que en la poesía existan
círculos de poder, pero el poder, como todos sabemos, es un reflejo de
cierta parte oscura del hombre. Yo pienso que todo cae por su propio
peso y que la verdad (en este caso me refiero al talento) de una u otra
manera, con tiempos ajenos a nuestros tiempos, sale a flote.
Paul Celan afirmaba que la poesía es
una especie de regreso a casa. ¿Qué sería para ti?
Parecido a Celan: es la vía
del regreso a casa, porque el camino de la poesía, para mí, coincide con
el camino espiritual. Ese trabajo de eliminar lo superfluo para llegar a
la esencia, a la palabra precisa, a la verdad desnuda.
La poesía
es búsqueda, pero hay que preguntarse ¿qué busco?
Personalmente, no creo en los ejercicios estilísticos, en la
búsqueda de la forma sin contenido. Creo más bien en el escarbado
profundo. Es allí donde se descubren horizontes siempre nuevos. Bien lo
dice el poeta argentino Hugo Mujica en su
Poéticas del vacío: “El
hombre, lo supo también Pascal, es un ser finito habitado por la
infinitud.”
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