Franz Tamayo nació en la ciudad de La Paz el
28 de febrero de 1879 -en pleno conflicto internacional con
Chile-, y murió en la misma ciudad el 29 de julio de 1956. Fue
el primogénito del abogado, político y diplomático Isaac Tamayo
Sanjinés, quien, después del desastre de la Guerra del Pacífico,
partió rumbo a Europa con sus propios recursos, como lo haría
años más tarde, estableciéndose en París con su familia durante
la revolución federalista de 1899.
Según sus biógrafos, Isaac Tamayo Sanjinés
sirvió al gobierno de Hilarión Daza y llegó a ser Prefecto de La
Paz y Ministro de Hacienda del presidente conservador Aniceto
Arce. Aunque fue un estudioso entroncado en el gamonalismo, tuvo
certeros atisbos sobre el problema del indio, al que consideraba,
a pesar de las corrientes racistas y anti-indigenistas
profesadas por las clases dominantes de la época, el núcleo
fundamental de la nación boliviana. Su obra sociológica “Habla
Melgarejo” (1914), firmado con el seudónimo Thajmara, explaya la
tesis fundamental de que el tirano fue el producto de la
sociedad boliviana, de todos sus vicios y no un hecho accidental.
Franz Tamayo asimiló desde su infancia las
ideas y experiencias de su padre, el mismo que, consciente de la
aguda inteligencia y la enorme capacidad asimilativa de su
primogénito, le procuró una educación privada de humanidades,
con asignaturas que incluían lecciones de piano, alemán, inglés
y francés.
De su madre, doña Felicidad Solares, se sabe poco y lo poco que
se sabe es que fue una mujer de sangre indígena y dedicada
íntegramente a la crianza de sus siete hijos. Mas por el amor y
la admiración con que Franz Tamayo se refiere a ella, se deduce
que, a través de sus sentimientos maternales y hablándole en la
dulce lengua de sus antepasados, le transmitió la sensibilidad
para captar las vibraciones de la naturaleza, la belleza del
paisaje altiplánico, la nobleza de una raza injustamente
menospreciada por los colonialistas; pero, ante todo, con ella
aprendió a sentir orgullo por su abolengo aymara y a no tener
desdén por los valores culturales de sus ancestros. No en vano,
en un furibundo documento de respuesta a Fernando Diez de
Medina, apuntó: “Por la línea materna en mi raza y en mi sangre
no hay birlochaje -muchacha proveniente del cruce de la chola y
el criollo, y que ya cambió la pollera por el vestido
occidental- (...) En mi madre por ningún lado aparece el mestizo,
el híbrido ni la mula (...) En mis venas y gracias a mi madre,
no hay una gota de birlochaje putrefacto” (Baptista Gumucio,
1983: 40).
La infancia de Franz Tamayo, que transcurrió
entre la casa solariega de la ciudad y las propiedades rurales
de su padre, estaba marcada por el amor de sus progenitores y la
grata compañía de sus hermanos, con quienes compartía los juegos
y las fantasías propias de su edad. En su adolescencia entró en
contacto con las culturas, las lenguas y los escritores del
Viejo Mundo. Uno de los que mejor supo tocar sus fibras íntimas
fue Víctor Hugo, cuyas obras leía en francés y con pasión
inusitada.
Franz Tamayo retornó a Bolivia en 1904, pero
se ausentó nuevamente gracias al sostén económico de su padre,
quien lo mandó a estudiar en La Sorbona de París. En Londres
conoció a la joven francesa Blanca Bouyon, con la que contrajo
matrimonio sin el previo consentimiento paterno. Tras vivir un
tiempo en Europa, la pareja se trasladó a Bolivia, donde
convivió algunos años más, combinando el ambiente urbano con el
rural, hasta que la unión se rompió de manera inevitable, debido,
en parte, a desavenencias culturales. Las dos hijas del
matrimonio, Blanca y Anita, fallecieron a temprana edad. El amor
que Tamayo sentía por la francesa, según algunos, inspiró el
célebre poema “Balada de Claribel”, una auténtica joya de la
lírica hispanoamericana.
Tiempo después, al cumplir los treinta años
de edad, Tamayo conoció a Luisa Galindo, una mujer de singular
belleza y carácter afable, que le cautivó el corazón y le alivió
el dolor sentimental de su matrimonio anterior. Y, a pesar de la
oposición de su madre y sus hermanos, Tamayo, en una actitud que
denotaba su rebeldía juvenil, formalizó su relación con Galindo,
sin necesidad de acudir al registro civil ni a la iglesia
católica. Así, y por varias décadas, empezaron a compartir los
instantes más felices junto a sus hijos, pero también las
adversidades que la actividad pública le deparó al insigne poeta
y pensador fecundo, quien acabó siendo admirado por unos y
criticado por otros, sobre todo, por quienes en los corredores
del poder político se declaraban sus adversarios ideológicos.
Vivió en una casona de La Paz y en su hacienda de Yaurichambi -
situada cerca del majestuoso Illampu y el lago Titicaca-, que
adquirió en 1910 y donde creó gran parte de su producción
literaria.
El político De Franz Tamayo, personaje de tendencias liberales en la
cultura y la política, se sabe que terminó sus estudios
secundarios en el Colegio Nacional Ayacucho de La Paz, que
obtuvo su título de abogado en un examen de excepción rendido en
la Universidad Mayor de San Andrés y que durante su estadía en
Europa cursó estudios de filosofía, literatura y ciencias
políticas, aparte de que aprendió el griego y el latín. |
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Franz Tamayo |
A partir de 1910, compaginó su vocación literaria con su
participación activa en la política. Fundó, junto con otros
jóvenes intelectuales, el Partido Radical en 1911, que tuvo
existencia efímera por la falta de experiencia y solidez
organizativa. Su pasión por los problemas nacionales y sus
deseos de terminar con el “bandidismo gubernativo”, lo llevaron
a desempeñar numerosas tareas en la administración pública:
Presidente de la Cámara de Diputado, Delegado de Bolivia ante la
Liga de las Naciones para presentar y debatir los reclamos
marítimos, Asesor Jurídico del Ministro de Relaciones Exteriores
y Canciller de la República. Tanto sus simpatizantes como sus adversarios lo recordaban
siempre protagonizando memorables discusiones con el también
poeta Ricardo Jaimes Freyre en el parlamento y con otros
representantes del Partido Republicano de Saavedra. Sus poses y
su retórica, capaces de deleitar, persuadir y conmover, lo
destacaban como a un orador consumado y polemista temible. Claro
que detrás de la actitud del político estaban los conocimientos
y la inteligencia de un hombre que supo ganarse el respeto a
fuerza de medir sus argumentos con la mediocridad de sus
contrincantes. Franz Tamayo desarrolló una amplia labor como periodista. Fue
fundador de “El Fígaro” (1913), “El Hombre Libre” (1917) y
director del matutino “El Diario”. Asimismo, ejerció la cátedra
de sociología en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz y
colaboró con varias publicaciones nacionales y con el “Amauta”
del peruano José Carlos Mariátegui, entre otras. El 11 de noviembre de 1934, en plena Guerra del Chaco, fue
elegido Presidente de Bolivia por imposición de Daniel
Salamanca. Y si no asumió el cargo, a punto de ser investido,
fue debido a un golpe militar que anuló la elección
considerándola ilegítima. De todos modos, aquí surgen las
preguntas obligadas: ¿Qué hubiera hecho el poeta desde la silla
presidencial? ¿Hubiera acabado con la oligarquía minero-feudal,
que por entonces ostentaba el poder político y económico del
país? ¿Hubiera proclamado la justicia social para los
desposeídos? La incógnita de esa historia no se llegará a saber
nunca, aunque por todos es conocido que Tamayo no fue pobre sino
un señor. “Un gran señor feudal, dueño de haciendas y de indios”,
como irónicamente lo definió Tristán Marof. Más Todavía: “Tamayo
fue un burgués liberal (...) Un señor de sombrero de copa, un
conservador de los privilegios de su casta y de su país” (Marof,
1961: 161). Franz Tamayo, a pesar de las críticas insensatas y los
comentarios malintencionados, ha sido uno de los propulsores del
nacionalismo boliviano que, años más tarde, se vio reflejado en
la revolución de 1952; un proceso que impulsó la nacionalización
de las minas, el voto universal y la reforma agraria, pero sin
resolver plenamente las tareas democráticas burguesas pendientes.
El político en Tamayo se frustró mucho antes de que empezaran
las reformas de la revolución nacionalista presidida por Víctor
Paz Estenssoro. Nadie sabe exactamente cuáles fueron las causas
que motivaron su alejamiento de la vida pública. Probablemente
se debió a la desilusión que sintió por los políticos de turno o
al fracasó en su intento por forjar un país con una visión que
se extendía más allá de la mente chata de sus contemporáneos,
quienes tenían la impresión de que Tamayo, acostumbrado a sentir
el dolor metafísico ante los enigmas del mundo y sus asuntos,
contemplaba la realidad montado sobre las nubes, como todo genio
que no siempre encuentra la compresión entre el resto de los
mortales. La prueba de su genialidad aparece citada en el “Diccionario de
la Literatura Boliviana”, donde se refiere la siguiente anécdota:
“En 1954, el Departamento ‘This I’ Belive’, de una empresa
norteamericana de revista y radio, invitó a un grupo selecto de
intelectuales y científicos, entre ellos a Einstein y Tamayo,
para explicar en forma sintética su pensamiento filosófico. Así,
a comienzos de 1955, ‘El Diario’ de La Paz registró en sus
páginas este acontecimiento, relievando la participación de
Tamayo. Frente a los hechos de entonces, exponía una concepción
vitalista, manifestando que la inteligencia y la acción del
hombre se perdían ‘en un mar de síntomas y detalles, en el fondo
secundarios, pero por otra parte indispensables para la polémica
conducción de la vida. Pocos se abstenían del vértigo de la luna’
-decía-, ‘porque abstenerse del todo es también imposible (el
APEKHOU griego). Pocos tienen la fuerza de alcanzar un plano
superior al plano superficial en que todos vivimos y luchamos, y
alcanzar un plano superior de mejor verdad y mayor realidad (una
cosa triste: hasta en la verdad hay gradaciones)” (Cáceres
Romero, 1997: 235).
Apartado del compromiso político, y ante la necesidad de seguir
transmitiendo su erudición a través de los versos, se recluyó en
su casa vetusta y colonial de la calle Loayza y, como su padre,
se entregó a la soledad, rechazando los compromisos sociales y
el trato con la gente. Se cuenta que en las postrimerías de su
vida, pasaba los días sólo en compañía de sus seres más
allegados, dedicado a la meditación filosófica, a su quehacer
literario y a tocar las notas de Chopin en el piano; un
instrumento que amó desde niño y a través del cual aprendió a
amar la música clásica. Franz Tamayo, por mucho que haya muerto en la soledad, quedó
para siempre en el corazón palpitante de un pueblo que, en honor
a la verdad, sabe reconocer y defender a los hombres cuyas
mentes iluminadas son el mayor orgullo de una nación en busca de
su propio destino. Tamayo fue el poeta más grande de Bolivia, un
defensor de la raza aymara, un estadista honesto y un ejemplo
para las generaciones de ayer y de siempre. Su incursión en la
política, casi en desmedro de su creación literaria, no impidió
que su gran legado de intelectual trascendiera como una luz
brillante en la tierra que tanto ocupó su tiempo y su talento.
El poeta
El modernismo en la poesía boliviana irrumpió con figuras como
Manuel María Pinto, Ricardo Jaimes Freyre (con su ya famosa
“Castalia Bárbara”), Gregorio Reynolds y, el mayor de todos,
Franz Tamayo; una verdadera revelación que sacudió los cimientos
de la versificación castellana junto a casos geniales como Rubén
Darío y Leopoldo Lugones.
Los críticos aseveran que algunas de sus obras, aun
perteneciendo al género dramático, se han analizado siempre como
piezas líricas, debido a su gran carga poética tanto en la forma
como en el contenido. De ahí que “La Prometheida” (1917), al
lado de “Scherzos” (1932), “Scopas” (1939) y “Epigramas griegos”
(1945), es una de las creaciones donde más resplandece el
talento poético de Tamayo, no sólo porque representa una
grandiosa tragedia humana, con personajes de la mitología
greco-romana, sino también porque constituye una sinfonía lírica
en la cual la musicalidad del idioma encuentra su más alta
expresión, unida a una sinestesia, cuya imagen o sensación
subjetiva, propia de un sentido, está determinada por otra
sensación que afecta a un sentido diferente, como una suerte de
disco cromático en el cual las palabras expresan la diversidad
de los colores. “Tamayo pretende hablar con los sonidos de las
palabras que emplea, y en ello estriba buena parte de su
originalidad”. Por ejemplo, el canto de Melifrón “es de una
armonía imitativa de tan certeros efectos que demuestra cómo se
puede expresar, con el sonido de las palabras antes que con el
sentido de éstas, largamente, la melancólica voz de un ruiseñor
en el preciso momento en que va a producirse la muerte de la
protagonista” (Castañón Barrientos, 1990: 105). Así como su poesía destaca por la cadencia de las palabras y la
armonía musical, destaca también por las transgresiones
literarias y su deslumbrante dominio del idioma que le permite,
además de desnudar su alma de manera sabia y profunda, ensayar
nuevos giros idiomáticos y técnicas literarias sin precedentes.
Como todo hombre universal, con un vasto bagaje cultural y una
hipersensibilidad a toda prueba, cultivó la mayoría de los
géneros y en todos ellos fue innovador y creativo. Sus libros,
escritos en verso y en prosa, abordan temas con un alto valor
ético y estético. En ellos revela la fuerza de su inteligencia,
su amplio conocimiento de las ciencias filosóficas y las artes
en general. Algunos lo consideran el poeta boliviano por
excelencia, mientras otros lo tratan como al vate iberoamericano
digno de ser conocido, leído y difundido más allá de sus
fronteras nacionales. Nadie pone en duda que fue supremo
artífice del arte de versificar con la precisión de un orfebre.
El crítico literario Nicolás Fernández Naranjo, con respeto y
admiración ante una obra y un autor de proyecciones universales,
afirma en su comentario: “Tamayo es un poeta de extraordinaria
dimensión artística. Su conocimiento de la lengua castellana
asombra; nos deja atónitos su maestría y culto de la perfección.
Formado en la escuela de Goethe, habría ‘preferido una
revolución a un desorden’; no se hallan ripios, lugares comunes
ni ‘rellenos’, ni tampoco prosaísmos en su obra poética (...)
Los metros favoritos de Tamayo fueron el endecasílabo y el
heptasílabo. Sus rimas son ricas, magistrales. Sensorialmente,
era colorista: hay en sus versos derroche de sensaciones de
color. Sentía atractivo y cultivaba a la perfección las figuras:
las aliteraciones, las ‘derivaciones’, las onomatopeyas; en el
retruécano no tiene rival; sus metáforas son igualmente ricas,
inesperadas, asombrosas (…) Leyendo sus versos, se nota el
trabajo de síntesis: sentía predilección por las fórmulas
lapidarías, los pensamientos más densos expresados en pocas
palabras” (Fernández Naranjo, Gómez de Fernández, 1973: 80). Por otra parte, es preciso señalar que el poeta andino, aunque
empapado de una sabiduría greco-latina, no dejó de rendirle
homenaje a su ascendencia escribiendo, a veces con un dejo de
melancolía y pesimismo, versos que reflejan el espíritu de los
habitantes del kollasuyo y la geografía física de una nación
enclavada entre las cumbres nevadas de la cordillera andina, sin
acceso al litoral, rodeado de llanuras y de selvas. Estaba convencido de que había una profundidad y grandeza en el
espíritu aymara y en los enigmas telúricos del altiplano. Por
eso mismo, con una dicción impecable y una intuición natural
para el manejo del lenguaje figurativo, en su poesía elevó un
canto sinfónico a las virtudes y costumbres de su raza, a las
imponentes montañas, a las pampas yermas y, por último, a la
belleza de un país mágico y secreto, que Tamayo supo interpretar
por medio de su inteligencia innata y sus metáforas, como quien
posee una personalidad prodigiosa que deja estelas por doquier. Si bien es cierto que su búsqueda de un lenguaje efectivo,
basado en las lenguas clásicas y modernas, lo convirtió en un
innovador del arte poético, es cierto también que el manejo
excesivo de un vocabulario rebuscado, lleno de neologismos y
voces extrañas, lo convirtió en un poeta casi impenetrable para
la mayoría de los lectores, pues, paradójicamente, siendo uno de
los poetas bolivianos más renombrados, es uno de los menos
leídos. El hermetismo de Tamayo, de manera consciente o inconsciente, ha
contribuido a que su poesía sea poco conocida en el continente
americano y casi desconocida internacionalmente. Sus obras no
han circulado debidamente, ni siquiera en las bibliotecas
públicas ni académicas. Y, claro está, menos entre los lectores
que por razones económicas no tienen acceso a la literatura en
general, y menos aún a los libros de poesía; un género apreciado
apenas por un reducido círculo de lectores acostumbrados a
pasarse los libros de mano en mano, de reunión en reunión, de
tertulia en tertulia. Sin embargo, valga reconocer que la limitada difusión de la
poesía de Tamayo obedece, por otro lado, a factores
socioeconómicos, históricos e incluso geográficos. Según Mariano
Baptista Gumucio, por citar un caso, el desconocimiento de
Tamayo “tiene que ver con el encierro físico y espiritual en que
se halla Bolivia y con el menosprecio que los poderes públicos y
los empresarios del nuevo riquismo vacunado sólidamente contra
cualquier expresión del espíritu, manifiestan hacia la cultura.
Para las gentes obnubiladas con el nuevo becerro de oro del
desarrollo bien poco importa que la obra de autores como Tamayo,
sea divulgada en el exterior. Si no hay una sola reedición de
sus libros de poemas y hasta ahora no se ha recopilado sus
ensayos y artículos dispersos en diarios y revistas, ¿cómo
podemos imaginar que se le conozca fuera del país” (Baptista
Gumucio, 1983: 21-22). De sus trabajos en prosa es necesario citar “Horacio y el arte
lírico” (1915), “Proverbios sobre la vida, el arte y la ciencia”
(2 vols. 1905-1924) y, como no podía faltar, su polémica
“Creación de la pedagogía nacional” (1910), conformada por una
serie de 55 editoriales publicadas en “El Diario” de La Paz, y
que, contrariamente a lo planteado por Alcides Arguedas en
“Pueblo enfermo”, aborda con lucidez aspectos de la educación
boliviana desde una perspectiva indigenista y nacional; se trata
de un auténtico ensayo filosófico que, por su trascendencia y
por el impacto que tuvo -y sigue teniendo-, merece un análisis
profundo y una nota aparte.
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