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El sentido no nace ni muere, está-estando en la geocultura. Desde esta
perspectiva es que tomamos de Bajtin (cit.:313-14) la idea de la palabra
como drama. En este drama participan tres personajes. No es un dúo:
autor y oyente-lector. Están también presentes las voces que suenan en
aquello que el autor encuentra como lo-dado,la geocultura. No hay
palabras mostrencas, bagualas. Toda palabra pertenece a alguien. La
geocultura es el espacio de ese sujeto preexistente y subsistente, que
siempre está y habla sin parar: es el que nos plasma como unidades
humana o sujetos individuales, el que nos da el amor y el nombre
(Bajtin:52):
Las palabras amorosas y los cuidados reales se topan
con el turbio caos de la autopercepción interna, nombrando, dirigiendo,
satisfaciendo, vinculándome con el mundo exterior como una respuesta
interesada en mí y en mi necesidad, mediante lo cual le dan una forma
plástica a este infinito y movible caos de necesidades y disgustos…
Ese sujeto cultural colectivo es el que determina
(plasma, da forma) a los textos literarios en el acto de la escritura:
Las profundas y poderosas corrientes de la cultura
(sobre todo las corrientes bajas, las populares), que determinan de una
manera efectiva la obra de los escritores, permanecen sin descubrir y a
veces resultan desconocidas a los investigadores. Con semejantes
enfoques es imposible penetrar en la profundidad de las grandes obras y
la literatura misma llega a parecer un asunto insignificante y poco
serio. (Bajtin, cit.:348).
Advertimos cierta analogía entre R. Kusch y M. Bajtin
en la consideración del enunciado concreto como una nudo de
densificación y contacto con el sentido profundo, sitio geocultural,
espacio-tiempo cuyo sujeto es el pueblo que se presenta, además de
profundo, como poderoso, determinante efectivo de la obra literaria,
remanente , oculto y desconocido para los investigadores. Repertorio
activante que en la práctica dialógica utilizamos con seguridad y
destreza, pero “teóricamente podemos no saber de su existencia”
(cit.:267).
La concepción bajtiniana supone asimismo estas dos
premisas: a) la vida más intensa de la cultura se da sobre los límites (en
las fronteras) entre diversas zonas geoculturales productoras de
sentido; b) la zona geocultural es el espacio de la “serie semántica de
la vida” en tanto “tensión cognoscitiva y ética desde su interior mismo”.
Se trataría, por lo tanto, de un espacio interespacial donde las
impresiones están “preñadas de palabra” (palabra potencial, id est,
vectorizada a la formalización) y en que el cuerpo mismo es “texto
potencial” (cit.348/49).
Cuando esas zonas se cierran en su especificidad,
aparecen las categorías. En su origen forense esta palabra significaba
acusación. En consecuencia toda categoría es acuseta, está botoneando
sobre algo. Son, para usar un término que no espante a los académicos,
paradigmas, o en sentido matemático, conjuntos, inscriptos “ en los
procesos lingüísticos y lógicos, profundamente inscritos en una cultura
donde determina las visiones del mundo, los mitos y las ideas, las
actividades y las conductas” (Morin,1991: 235). A estas organizaciones
internas de una geocultura es a las que llamamos operadores: son
modelizaciones y modelizadores a la vez, retroactividad activante y
desactivante: configuraciones. Las zonas de modelización serían, en
consecuencia, campos de fuerzas donde se cosifican los sentidos a través
de planes, sistemas educativos, medios gráficos, teleinformación. No es
extraño que desde allí se determinen los tonos valorativos, las
estéticas, las categorías, el gusto, los deseos en un intento por
construir un todo cerrado, clauso.
Pero la geocultura es una totalidad abierta, es el
lugar de lo teóricamente no existente, el baldío, lugar sin construcción
formal, lugar donde se arroja la basura, pero sede de un dueño, de un
sujeto oculto. Todo texto escrito, aún los textos clausos (clausurados,
tapiados) llevan tatuada (inscrita) la figura del estar, de lo popular,
de la palabra potencial.
Una geocultura, intersección de pensamiento, cultura
y suelo (Kusch,cit.), es el domicilio (la red preexistente y radiante
(1)) del estar y el estar es el “no más que vivir”, “ es la radicación
en la realidad” (Kusch,1977). Una región geocultural es, entonces, un
campo de fuerzas, una zona vital que reconstruye incesantemente las
“redes rotas”, produce (acto de producir, no producto) géneros
discursivos cuyo “valor y tonalidad” (Bajtin) pueden constituir una
literatura en que el modelo regional implicaría pluralidad (totalidad
abierta) y dialogicidad (sujetos interculturales).
La región sería así una “fuente seminal”, un espacio
geocultural vivo y actuante en la cotidianeidad de su habitante. En ella
las contradicciones operan como tensión incesante, construyendo y
deconstruyendo estructuras paradojalmente vivas, núcleos de sentido.
Cabría, entonces, ampliar el papel del vector seminal
en la zona geocultural de la región como lugar de la tonalidad afectiva,
de la “razón sensible” (Mafessoli, 1997), destinada a mediatizar la
oposición entre la abstracción crítica y el sentimiento para dar cuenta
de la “compleja tonalidad de la conciencia”(Bajtin,385). Los núcleos en
que la densidad del sentido profundo ensaya las respuestas fundamentales
(el sentido es respuesta) son poderosas corrientes que nos impiden
“tocar fondo”.
Focalizar las densificaciones geoculturales nos pone
en el ojo de la tormenta, en el centro de la “generación creativa de un
texto” (Bajtin), no del arte, sino del “acto artístico” (Kusch, 1986),
en otros términos, de la escritura.
Podríamos suponer que en una geocultura, en tanto
lugar de intersecciones y campo de fuerzas cultural, la contradicción se
vuelve tensión. La noción de contradicción implica siempre la muerte de
uno de sus términos para que el otro tenga validez. En la tensión los
opuestos son términos antinómicos como los polos negativo y positivo de
una pila eléctrica. Proudhon daba este ejemplo para destacar por un lado
la indestructibilidad y por otro la capacidad de causar movimiento
implicados en la polaridad (R.Aron, 1949: p.1854). El progreso
consistiría, entonces, no en lograr la fusión de las antinomias (la
muerte de uno de los opuestos), sino el equilibrio cuyo fruto final es
la armonía.
Mantener la tensión de los elementos antinómicos, es
perder el miedo a “dejarse estar”, el miedo a “vivir lo americano” (Kusch,
1977:235):
¿Será que mi crítica lo enfrentaba entonces con su
inmaduro miedo, de que si no dedefendía el progreso, denunciaba su de
“dejarse estar”, con lo cual perdería su prestigio de hombre civilizado?
¿O será también que, en fondo, es muy débil la actitud racional, ya que
el pensamiento antogónico, el seminal, que se mueve entre extremos
innombrables y que pasó a segundo plano, sin embargo sigue acompañando
muy de cerca, aún las más “racionales” de las afirmaciones?
El pensamiento seminal supone la no supresión de lo
vital e informe, la persistencia de las dificultades y la lucha por la
vida. Es la pérdida de la fascinación “ante las cosas nombrables y la
posibilidad de que se aventure a indagar las innombrables” (p.240).
Si las estructuras se convierten en casamatas, en
refugios miedosos, en totalidad clausa, estamos condenados a escuchar un
eterno monólogo: el de la síntesis autoritaria y el punto muerto. En la
geocultura, región vital, podemos reconstruir las redes, organizar los
campos de fuerzas, coordinar las independencias y las libertades.
Cuando trato de tejer alguna conclusión, luego de
estas deshilachadas y contradictorias reflexiones, no puedo menos que
recordar, ya que nuestras operaciones se concretan en el campo de la
lectura, estas palabras de Chartier/Cavallo (1998):
La lectura no es solamente una operación intelectual
abstracta: es una puesta a prueba del cuerpo, la inscripción en un
espacio, la relación consigo mismo y con los demás.
O, como el pececito de Bajtin, tocamos fondo en la
pecera de la totalidad clausa, por miedo a parecer bárbaros o, como
Martín Fierro, enfilamos hacia “tierra adentro”, “derecho ande el sol se
esconde”, lugar de la opacidad de la razón abstracta, de lo innombrable
(lo que no puede ser dicho por el habla). Fierro nos asegura que “asi
habremos de llegar” y que recién entonces sabremos “adónde”. Incitante
tarea, hallar el “adonde” del “ande”, lo nombrable (“las luces”) de lo
innombrable (“los oscuros reprofundos”).
El espacio geocultural es entonces un domicilio, la
casa en que lo ajeno se hace propio. A esa zona ningún hombre es inmune,
más aún, en ella pasamos el más alto porcentaje de nuestras vidas reales.
En ella la civilización y la barbarie no se degüellan, digamos que
resuellan, viven en libertad creadora. |
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BIBLIOGRAFÍA
RARON, Robert: (1949) “Recherche d’une dialectique
pour les Etats-Unis d’Europe”. En: Actas del primer Congreso Nacional de
Filosofía, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo.
BAJTIN, M.M.: (1985) Estética de la creación verbal,
México, .S. XXI Editores.
CAVALLO, Guglielmo y CHARTIER, Roger: (1998) Historia
de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Taurus
DRAGHI LUCERO, Juan: (1981) Las mil una noches
argentinas, Buenos Aires, Plus Ultra.
HARTMAN, Geoffrey: (1990) “El destino de la lectura”,
en: Teoría literaria y deconstrucción, Madrid, Arco/Libros.
KUSCH,Rodolfo: (1976) Geocultura del hombre
americano, Buenos Aires, García Cambeiro.
___. (1977) El pensamiento indígena y popular en
América, Buenos Aires, Hachette.
___. (1986) “Anotaciones para una estética de lo
americano”, en: “Identidad” (Segunda Epoca), Rosario.
MAFFESOLI, Michel: (1997) Elogio de la razón sensible,
Barcelona, Paidós Studio |