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Continuando con su producción poética José Ángel
Leyva (México, 1958) nos entrega su último libro de poesía titulado
“Aguja” (2009); la aventura del poeta que se detiene un instante para
observar, para decir su presente manchado de historia, de tradición, de
memoria, y que ineludiblemente deviene en la fragmentación del
hombre-poeta enmarcado en la imposibilidad, en la vaciedad, en la
contradicción. Para entender el proyecto propuesto en el libro es
pertinente recurrir a las palabras del poeta respecto a su apreciación
sobre la poesía: “la poesía es hermana del sueño, que se desprende del
deseo, que se vuelve signo, señal, acto creador”, y es quizá este
carácter onírico de la poesía, la presunta discontinuidad de imágenes,
la marca característica de los poemas que conforman el libro. Hay por
supuesto tópicos recurrentes, conectados entre sí, sin embargo resulta
imposible hablar de un tema, de una preocupación o una posición del
poeta, es más bien un híbrido de interrogantes, de percepciones, que no
cierran el texto como un todo sino que se extienden ad infinitum.
El título del libro hace alusión a la revista de
cultura Agulha dirigida por el poeta brasilero Floriano Martins a quien
también está dedicado el libro. Este dato encaminará nuestra lectura
puesto que sugiere una intención de José Ángel por visitar técnicas y
estéticas diferentes a las recorridas en sus textos anteriores.
Ineludible es pues esperar de Aguja la explosión de imágenes, vértigo en
el verso, construcción de otras realidades que escapen a la lógica,
presencia del sueño, inversiones, etc. Elementos estos que hacen
presencia continúa en el texto pero que no pueden eludir sustancialmente
la tradición de una voz que se ha escrito en más de diez libros
anteriores. Así, el lector de “Aguja” asiste a la continuidad de una voz
que ya se ha asentado en la poesía pero que adquiere matices
particulares al recurrir sobre todo a una realidad llena de signos en
las que el hombre desaparece y queda suspendido en el derrotero de una
individualidad confusa. |
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Dividido en dos partes, “Aguja” inicia con diez
poemas independientes en estilo, tono y temática, pero que están bajo un
subtítulo general: Nagual. Esta referencia a creencias populares nos
sitúa ante la cultura vista y transformada en la pluma del poeta, pues
aunque tradicionalmente se haga referencia a los naguales como espíritus
protectores, es evidente que en el libro adquieren matices diferentes,
incluso, en algunos casos, contrario. Comparten eso si, la cualidad
onírica que se le atribuye a la manifestación de estos espíritus, pues
en los poemas persiste una continuidad de imágenes que aglutinan la
realidad concreta agrietadas por flujos de consciencia, por voces que
dialogan con pasados y temores, que auguran ideas desechas y que
desfiguran el tiempo y el espacio. En esta serie de poemas es posible
reconocer al hombre – poeta como el portador de una voz, y en otros como
el depositario de ella. Así, más que en otros poemas del libro, es
audible la palabra que viene desde fuera hacia el poeta como sujeto de
una realidad que lo precede y que con tono pesimista lo habita.
Completan la primera parte del libro veintidós poemas
que, como se dijo anteriormente, visitan diferentes espacios de la
consciencia y la realidad del poeta; no hay un hilo temático que aúne
esta primera parte aunque si persiste en algunos de ellos una
preocupación por hacer presente la realidad tangible. Así, no es extraño
encontrar palabras como Internet, clic, TV, aerosol, gol, renta,
teléfono, mezclados con imágenes y metáforas que revelan la existencia
como una batalla cotidiana; batalla que se mezcla con cuadros de memoria
que proyectan el correr del tiempo en sentido contrario, en un estado
fosilizado.
Otro tema recurrente en esta primera parte es la
imagen del poeta. Trazada con versos que revelan la desaparición de la
individualidad, el poeta aparece como un sujeto sin identidad,
desmitificado, objeto del desborde de los límites que imponen los medios,
un yo dividido en pequeñas dosis pero sin nombre, el poeta impostor que
se enaltece en el carnaval del anonimato o en la orgía de rostros y
palabras que ya no le pertenecen. “Está escrito en Internet que uno es
nadie / Somos la calle del graffiti / La bola de papel entre los pies de
los cibernautas (27), nos dice en el poema que dedica al poeta
colombiano Juan Manuel Roca, revelando la vaciedad que acusa a el poeta
en una realidad caótica y desbordada. No obstante, también aparece la
imagen del poeta hijo de la memoria y de la poesía y que sólo llega a
ser en la voluntad del lector que lo haga nacer y lo salve de la
inexistencia.
Finalizando esta primera parte Leyva condensa la idea
general de estos poemas en cuatro versos que acuñan la intención de
abarcar múltiples espacios vacíos: “nada nadie / alguien nada / alguien
nadie / nada nada (46). Como se ve, persiste la noción de lo vacuo como
medio último para derrochar una interioridad caótica; descarga de
imágenes, memorias, preguntas, miedos, muertes, sueños, todos dirigidos
a interpelar la existencia, su fugacidad y su paradoja.
La segunda parte del libro está compuesta por
diecisiete poemas que ubican al lector frente la imagen del sujeto
ciudadano y el espacio urbano, pero diferente al estilo propuesto en
textos anteriores en que hace juicios más directos sobre la realidad (véase
por ejemplo el poema “la otra patria”) en “Aguja” es patente, siguiendo
el estilo y el tono del libro, una continuidad de imágenes que hablan de
la babel que enfrenta el hombre en su interior y los demonios del mundo.
Además, es claro el diálogo que Leyva quiere hacer con dos entidades en
que se excusan las acciones del hombre: Dios y el Diablo, como
residentes permanentes en que se debate la existencia del hombre. En
esta serie de poemas predomina la idea de violencia, una violencia
inmanente al sujeto y que habita silenciosa a su alrededor, en la
cotidianeidad. Son poemas que aunque igual obedecen a la estética
propuesta en la primera parte del libro, alcanzan mayor resonancia en su
sentido y en su unidad; se hace más concreto el proyecto poético del
poeta que en el discurrir de sus versos y sus imágenes nos presenta un
universo inexpugnable, un interior que se observa y escruta sus deseos
ilícitos.
Es igualmente recurrente la idea de fugacidad y
retorno presentes en estos poemas; casi todos ellos avanzan describiendo
una vorágine, un hades hecho de atracos, terrorismo, ausencias, muebles,
diarios, bombillas eléctricas, postes, etc., pero cierran en la
incertidumbre, en una imagen que lejos de un tono de esperanza descansa
en la rapidez de un instante finito, en la eternidad que sabe a flor/ a
un solo día.
Hablando de la técnica propiamente dicha, es evidente
que el proyecto de Leyva, aunque ya visitado en trabajos anteriores,
recurre a la imagen onírica, no sólo en la construcción, sino también en
el ritmo en que se presentan. Es un continuo fluir no tanto de palabras
como de ideas que materializan en el poema una realidad vista desde los
ojos de un hombre – poeta – ciudadano que nos descubre instantes
intermedios entre la vigilia y el sueño, entre la duda y la certidumbre,
entre la pregunta y su falta de respuesta. Además, el poeta utiliza
diferentes versificaciones que consolidan la idea de un pensamiento
inestable con múltiples virajes. Así, visita el verso libre, la prosa
poética, el diálogo, la frase aislada, la inclusión de diferentes voces
y perspectivas en el poema, la pregunta; lo que le permite variar el
aliento y el ritmo del texto y que en el lector revindica la sensación
de vacilación y la identificación de lecturas posibles sobre el mundo.
De esta forma Leyva reafirma su idea de que la poesía es un vaso
comunicante entre lo que es y lo que no se ve, entre lo palpable y lo
velado:
La poesía revela aquellas cosas que aunque miramos no
vemos, es aquello con lo que nos tropezamos pero no descubrimos,
entonces la poesía revela, la poesía sugiere y nos hace ver los
fantasmas, nos hace ver las cosas invisibles, de tal manera que la
poesía nos enseña a ver lo que desapareció y aquello que no existe,
aquello que no es nombrado y creo que nuestra sociedad finalmente está
reflejada en su poesía aun cuando la poesía no pretende ser ideológica,
no pretende ser política ahí está, ahí está su contenido, ahí está la
sustancia. (Una entrevista de Raquel Mejía en la biblioteca pública
central de la ciudad del El Paso, Texas, para la Revista Rancho Las
Voces).
En definitiva se puede decir que todo este proyecto
poético que Leyva nos propone en su libro “Aguja” se sintetiza en el
poema que le da nombre a la obra; poema este que saquea los bordes de la
lógica, que suma diferentes universos, que fisga el futuro inexistente,
que invierte el presente y revela la vaciedad en la que suspende al
hombre, quien como una aguja aguijonea el globo que envuelve al mundo y
en respuesta recibe la explosión abrumadora de posibilidades y cuyo
estallido revuelve y devela la infinitud de su interior. |