Murallas hostiles versus puertas abiertas

 

 

 

 

 

 

 

FERNANDO SORRENTINO


Según afirma Cervantes (Quijote, capítulo I de la primera parte), don Alonso Quijano admiraba al “famoso Feliciano de Silva”, quien había escrito marañas tales como “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura”.

Y agrega:

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello.

Murallas hostiles

Infinitamente lejos de atribuirme la perspicacia del Estagirita, confieso que, con mucha frecuencia, permanezco patitieso, estafermo y turulato ante ciertas creaciones del espíritu humano.

Ejemplo 1:

 

Aldo Pellegrini (1903-1973): “Alguien que despierta”

Abre tus ojos de barro

tus ojos de cielo y de noche interrumpida

tus ojos de alfombra, tus ojos pisoteados

ábrete a la luz y a la sombra y a los vientos

a la sombra negra que arrojan los cuerpos.

Árbol de la ceguera, de las muertes,

camino de las desapariciones,

marchas hacia los ojos abiertos del tiempo

hacia el agua pura del instante que corre

cuando te detienes te tornas invisible

cuando andas te destruyes

sólo eres la sombra de la idea de ser

pero con el hueco de tu mano ves todo

por el hueco de tu mano te derramas,

cuerpo ávido de caricias de atmósferas,

mil veces impasible, mil veces tierno,

pero finalmente absorbido por la nada

que corroe lentamente el agua del tiempo.

 

Ejemplo 2:

 

Juan L. Ortiz (1896-1978): “La paloma se queja”

La paloma se queja. Angustia del anhelo

primaveral. La luz de la mano con las

hojas nuevas se va hacia un país más pleno.

Pero este canto da al cielo un pensamiento

grave: melancolía de la tierna ilusión.

El paisaje ligero, infantil, casi alado

se vuelve hacia su sueño musical, infinito.

 

No me atrevo siquiera a poner en duda que muchos lectores quedarán embelesados por las respectivas bellezas de estos poemas. Sin embargo, y con alguna contrición por mi tosquedad, debo admitir que, en ellos, no logro advertir pizquita de belleza alguna.

Por otra parte, a la total carencia de empatía que me produce su simple lectura, debo agregar una molestia adicional: cumplir la tarea, desagradable, fastidiosa y estéril, de descifrar textos que —voy a decir la verdad— se me presentan como conglomerados de galimatías, jeroglíficos o laberintos.

En suma y sin atisbo de rubor, declaro que no me hallo en condiciones físicas ni mentales aptas para enfrentar textos de esta o similar índole.

 

Puertas abiertas

En cambio, y entre cientos de ejemplos similares, me complacerá reproducir hermosuras de tres amigazos que, emulando a Gonzalo de Berceo, han decidido escribir “en román paladino, / en qual suele el pueblo fablar con so uezino”:

 

José Hernández (1834-1886): La vuelta de Martín Fierro, canto 30

Ama el pájaro en los aires

que cruza por donde quiera

y, si al fin de su carrera

se asienta en alguna rama,

con su alegre canto llama

a su amante compañera.

La fiera ama en su guarida,

de la que es rey y señor;

allí lanza con furor

esos bramidos que espantan,

porque las fieras no cantan:

las fieras braman de amor.

Ama en el fondo del mar

el pez de lindo color.

Ama el hombre con ardor,

ama todo cuanto vive.

De Dios vida se recibe

y donde hay vida, hay amor.

 

Macedonio Fernández (1874-1952): “Creía yo”

No a todo alcanza Amor pues que no puede

romper el gajo con que Muerte toca.

Mas poco Muerte logra

si en corazón de Amor su miedo muere.

Mas poco Muerte puede, pues no puede

entrar su miedo en pecho donde Amor.

Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte.

 

Marco Denevi (1920-1998): “Última voluntad”

Cuando me muera, amor, cuando me muera

prohibirás los discursos necrológicos

porque los pronunciarán aquellos mismos

que me dieron por viático veneno.

Impartirás severas instrucciones

para que a mi velatorio no concurra

ni mi cadáver y, si te interrogan

por mí, responde que no voy a fiestas.

En mi partida de defunción escribe

que me he muerto de muerte a fuego lento

porque los inquisidores de mis culpas

usaron yesca vieja y leña verde.

Y después que me hayan enterrado

no permitas que los sepultureros

funden ninguna sociedad anónima

para explotar mi indefensa calavera.

Todos los días irás al cementerio

a vigilar mi tumba y, cuando notes

que mi carroña nutre biografías,

de cuajo arrancarás esa maleza.

Lego mis huesos a los castos lirios

y mi memoria a los desmemoriados.

En cuanto a mi salvación, es suficiente

la sacra ceremonia del silencio.

 

Ansina es…

Desde luego, no pretendo convencer a ninguna persona para que comparta estos sentires míos: simplemente, se trata de una cuestión de gustos literarios y, por lo tanto, no pueden ser motivo de polémica. Recordemos el viejo adagio latino: De gustibus non est disputandum (“Sobre gustos no hay nada escrito”).

Por un lado, tengo la convicción de que, en estas opiniones, me acompaña mucha otra gente por mí desconocida. Por otro, quiero expresar mi gratitud hacia dos juicios que me avalan:

 

Gregorio de Laferrère, Locos de verano (1905)

Enrique: Y bueno, ¡qué querés! Pero la verdad es que no me entra a mí este curioso talento de tus amigos a quienes resulta que nadie entiende. (Con ironía.) ¡Yo creía condición esencial del talento hacerse entender!

 

Juan Luis Gallardo, Las cosas. Buenas, malas, grandes y pequeñas (1977)

Detesto los poemas herméticos: presiento

que encubren casi siempre la ausencia de talento.


[Publicado en el diario La Prensa, 1.º de octubre de 2023]