Luis Treville Latouche y su Museo de las piedras

 

ALFONSO PEÑA


Hace ya más de 20 años que seguimos la pista de Luis Treville Latouche, que admiramos su osadía, su valor, y que tratamos de entenderlo lo mejor que podemos.

En realidad no lo conocíamos personalmente.  Fue el pintor Raúl Vásquez (el chamán de Azuero) el que con verbo presuroso y acento colorido nos revelaba sus aventuras desbordantes y sus travesuras espirituales.

Pintor, dibujante, editor de una revista de poesía artesanal con una circulación semanal limitada, su potente voz resonaba por los diversos contornos de la geografía panameña y centroamericana.

Fue en alguna de estas curiosas ediciones que comencé a conocer a Luis Latouche. Sus dibujos espontáneos y desequilibrantes, los surcos nerviosos, el dominio gráfico, ajustado a los textos automáticos mostraban a un artista ligado con sus raíces. En sus creaciones destacan el humor, la ironía, los matices chamánicos, la sensualidad, una apasionada devoción por su bestiario personal.

Nuestro artista fue un gran andariego. Durante todas las mañanas practicaba con misticismo una caminata de varios kilómetros ida y vuelta. Hay que imaginarlo con su bitácora personal haciendo acopio de paisajes, ríos, volcanes, flores, árboles, arcilla, pasto, hojas secas, rostros anónimos…

En sus pinturas percibimos la libertad creativa llevada al desenfado. Sus lienzos edificados con grandes penurias económicas son todo lo contrario.  Para nada son humildes ni mediocres. Ellos muestran una riqueza cromática directa. Sus abstracciones son como un diario personal donde cada página está dirigida a la memoria, son secretas sus figuraciones, pareciera que el artista estuviese interesado en jugar consigo mismo y con algunos confidentes muy cercanos.

En el 2012, coincidí con Luis Treville Latouche y otros artistas panameños en territorio chiricano. Durante un almuerzo realizado en los alrededores de la ciudad de David, departimos amistosamente. Recuerdo su facilidad de palabra, sus elucubraciones metafísicas y sus citas sobre Astronomía y sus conocimientos estelares en línea directa con las culturas primigenias mesoamericanas. En esos momentos sus ojos azules y chispeantes –enardecidos– vagaban por las veraneras, las amapolas, las flores de poeta…

De un momento a otro –como en un filme– caminamos con nuestro amigo por las calles relucientes por el cálido sol de verano.  Sin percibirlo del todo nos dirigimos a una vivienda modesta. De súbito, con el rostro iluminado nos dijo, como un susurro: “Llegamos al Museo de las piedras”.

Mientras nos deslizábamos entre pirámides en miniatura, formaciones pétreas, ruinas circulares, figuras grisáceas, triángulos de basalto… Mientras íbamos en ese recorrido fantástico, observábamos las formas texturadas, materia viva, plomiza, broncínea, calcárea… ¡Ahí, se siente la vida, la existencia…! Quizás, otros, prefieran las autopistas de 8 desniveles, las estrategias de mercado, las intervenciones tecnológicas…

Cuando nos detuvimos bajo el dintel de la puerta, y en un intercambio fluido de frases dignas, Luis, nos obsequió varias piedras multiformes.

Era su abrazo matérico, su adiós texturado, porque un año después de ese encuentro viajaría a otra dimensión, otra galaxia…

Al caminar de regreso hacia el centro de la ciudad me percaté que llevaba puesto su “sombrero de carnaval” y que aún conservo.

Y de vez en cuando lo luzco y pienso en sus haikús certeros.

Las imágenes de Luis Treville  Latouche ( Panamá 1949-2013 ) que compartimos en esta edición, se las debemos a la generosidad y gentileza de nuestro amigo Antonio Singh, Director de la Casa Cultural La Guaricha (David, Panamá) , donde nuestro artista realizó su última exposición en vida.


ALFONSO PEÑA