La busca del deseo en el cuerpo del poema (su escritura y sus lecturas sucesivas como variantes limitadas de la cópula), son busca de la presencia de un vértigo que resuma el estallido y la implosión. La Caníbal se metamorfosea en una cartografía de la desmesura, una migración hacia un laberinto de puertas, pero de puertas que ya nadie podrá cerrar, como en el libro de Apocalipsis. El Tao nos habla, a su vez, de una “puerta de toda maravilla”. La Caníbal es andrógina, al fin una hijastra de DIOS/MADRE/DIOS/PADRE: su Alfa y Omega se reducen ad infinitum.
La prerrafaelita Edith Sitwell escribía: “No miró hacia nosotros./Dijo: “Lo que fue derramado aún se agita como el diluvio.”/Mas el Oro será la sangre del mundo./El oro en bruto condenado a la esencia primaria/tiene la textura, la tibieza,/el color de la sangre.”
El vestíbulo es extenso y jamás nadie debió medir sus pilares.
Bienaventurado el que cegó sus ojos para no verlo nunca
uno o multiplicándose, intransferible y propicio.
(...)
Todavía aúlla el recién nacido.
Alrededor de su piel sueña un fruto febril, inmune
a la legión de maldiciones incrustadas en la boca.
¿Quién dijo que vendría a robar al dador de prodigios?
(...)
¿Adónde el resplandor siquiera detenido en los cráteres
/de hielo?
El inmolado canta desnudo:
sabe que es invisible y que una puerta lustral cerca
su tiempo.
La avara cizaña crece. Es la víspera.
( de “Nadie cerrará esta
puerta”, diciembre de 1995).*
(...)
Han excavado de repente en el dolor y no es posible,
la semilla ha crecido hasta la tarde
de cuanto era en el mundo.
¿Con qué fulgurante esplendor fue abierta la entrada
al templo cuyo pórtico entreviste?
(de “Todo animal nocturno”, New
York, mayo de 1995).*
En este acto de fe que es la literatura o el hecho creativo en sí, para ser más genéricos; en este reflejo de perplejidades, en este recinto de raras sincronías, la piel y sus memorias se sustentan sin soportes. La piel de los “débiles autómatas” (Voltaire dixit) redescubre en cada caída un no previsto esplendor. No hay dos cuerpos idénticos, a pesar de Pitágoras y la metempsícosis. Sabemos que ningún otro Marcel Schwob escribirá “Le livre de Monelle” y que, milagrosamente, existe aún el Quijote, y seguirá existiendo para el porvenir.
Ahora comprendo que la Caníbal es mucho más que una invención fortuita, limada con los años, la piel y otros hermosos detalles, más que el murmullo, más que el trillado silencio, más que el grito lustral de recién nacido. La poesía puede ser la unión de muchas almas en el largo palimpsesto del mundo, la certidumbre de una gran alma que nos está cubriendo a todos. Hoy se me presenta como aquel rostro de la Isis de Shopenhauer, labrado en piedra perdurable, ese rostro que es, al mismo tiempo, el de la Diosa Blanca y el de una joven madre de Cristo. La inscripción nos advierte (como línea de un canto celebratorio que es necesario continuar): “Soy lo que fue, lo que es, y lo que será; pero nadie aún ha levantado mi velo.” |