1) Manuel, resulta inevitable pero, (porque) siempre interesante como -todo- comienzo: ¿qué lo llevó a descubrir, a seguir la carrera de escritor? Cuenta un poco de su camino, de sus primeras historias en relación con ese reino de palabras.
Las palabras escarbaban proteicas en mí -salvajemente proteicas- desde el lecho amniótico, trazaban desde el inicio, si es que me permites este sustantivo conjetural, sus feroces o deslumbrantes caligrafías. He podido aventurarme (sobre todo con la poesía, con la presencia de esa firme "epopteia" (1) de los griegos, que tan acertadamente recuperara Pico Della Mirándola en sus "Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae", comúnmente reconocidas como "Las 900 tesis") hacia regiones insospechadas. ¿Por qué no habría de serlo si el misterio se me presentaba con sus tenazas y su fiebre? A medida que me acercaba más una emboscada siempre, en ocasiones un foso. Allí persiste el deslumbramiento, sin el cual toda poesía no es más que una palabra vaga. Sin esa busca de la revelación a través de la poesía, sin ese deseo insaciable carcomiéndome desde el inicio, no podría haber escrito nunca. Hablo, naturalmente, de quien está dispuesto a cantar, pero a cantar también con su silencio.
¡Ah esas travesías como fogatas en el cerebro, ese despertar al mundo con sus plegarias de cenizas…! Porque, sin lugar a dudas, el arte es una de las más altas y consumadas formas de la plegaria, no mirada precisamente desde un punto de vista religioso. ¿Acaso no dieron cuenta de esas exploraciones Latréamont y Rimbaud, Empédocles de Acragas, Jean Cocteau y René Char?
No recuerdo una época de mi vida en que no escribiera, en que no imaginara sueños (la imaginación es siempre un intento de recuperar la inscripción exultante de los sueños), o en que no bebiera de pesadillas convertidas -en ocasiones- en palabras o esbozos de palabras que después me llevaban a otras y otras y otras.
Aun antes de saber leer o escribir (por los dos años y medio o tres), dictaba palabras o frases que mi madre - a veces, acompañada por mi abuela materna - anotaba prolijamente en cuadernos, según me contaron, con una gran naturalidad no exenta de asombro y de cierta cuota de secreto familiar. Mi abuela y mi madre han sido y siguen siendo "maestras orales", tal vez a su pesar, ya que en ellas planea toda una revisitación del ayer, los relatos, a veces un mero episodio, fluyen con el ritmo de un manantial inesperado, para mi asombro inclaudicable. Manantial, esa presencia tan cara a Mallarmé. Aunque mi abuela materna murió hace varios años, hablo en presente de ella, ya que sigue acompañándome con esa irremisible y ubicua memoria que es la memoria de los muertos en nosotros: un fascinante espejo. Ahora que estoy corrigiendo la nouvelle "Madama Buero", descubro y redescubro la sombra de muchísimas historias contadas por mi abuela o por mi madre, historias metamorfoseadas por el vuelo y la sumersión de toda poesía. También suelen aparecer – aunque de distintas formas en mis dos últimos libros de poemas, de poemas narrativos: "La Noche Desnuda de Rostro Ciego" y "La Rueca Dorada". Hay una cita grabada a fuego en mí: Plinio la atribuye al artista griego Apeles y es "nulla dies sine linea".Tengo dos primeros como fuertes recuerdos literarios: El de la fulmínea enfermedad y muerte de mi mejor amiga de juegos, a los seis años, con todos los agujeros y abalorios de un primer contacto con "la dama que agosta" (Alejandra Pizarnik dixit), y también el de desenterrar -literalmente desenterrar- en el parque de una casa recién inaugurada, extraños botellones oxidados, repletos de humedecida sal por debajo de un rosal silvestre bordeado por blanquísimas calas. Esa curiosa labor me entretenía en horas de la siesta, cuando dormían mis padres.
2) ¿Algún autor (o autores) que haya(n) tenido mayor influencia en su obra?
¡Son tantos, que sufriría si olvidara a alguno! Siempre fui fiel a mis influencias y sé - con el versículo de las Escrituras - que "ex nihilo nihil". No solamente los maestros de la literatura conviven o han convivido conmigo, sino, también, los del pensamiento y los irisados del arte.
¿Cómo olvidarme de Hiernymus Bosch, de Lucas Cranach, de Memling, de Goya, de Vermeer, de Velázquez, de Gustav Moreau, y - más acá en el tiempo - de aquella nombradora de lo visible y lo invisible que fue Leonor Fini? A esta última, le dediqué una especie de ars poetica llamada "Incantaciones con esfinge guardiana"(2).
¿Cómo olvidarme de los textos sagrados, algunos también profanamente sagrados, desde la Biblia hasta la Kabalah, el Cantar de Gilgamesh y los reveladores poemas egipcios? No azarosamente titulé "Libro de Amenemope" (3) a mi primer libro: era un homenaje a ese escriba que es todos los escribas y representa un emblema inactual en la busca del conocimiento.
¿Cómo olvidarme de los clásicos griegos y romanos, sobre todo de los presocráticos, Platón, los neoplatónicos, Virgilio, Ovidio y Séneca de anchos mares? Debería, a mi vez, nombrar a Lope, Cervantes y Quevedo. Debería nombrar a los simbolistas franceses, a Georges Bataille y Jean Genet, a Pierre Klosowsky y el inactual André Pieyre de Mandiargues. Entre los argentinos, tuve el enorme privilegio -se diría un milagro- de ser amigo de lo que, irónicamente, Victoria Ocampo llamara "la Santísima Trinidad": Borges-Bioy Casares-Silvina Ocampo. Aunque yo era un adolescente extraviado en previsibles "timideces", ellos me recibían como si fuese ya un escritor conocido, la hospitalidad y la amistad con que me honraban son ya parte de mi nostalgia y las extraño cada día. 3) Usted es poeta, narrador, critico literario, ensayista, conferencista, investigador, entre otras diversas actividades; ¿cuál o cuáles de ellas destacaría como especialmente placentera, aquélla(s) que mejor lo define(n)?
La de poeta y ensayista, sin lugar a dudas, aunque no quiero menoscabar o restar importancia a las demás. Una vida se pierde y se reencuentra en espejos cóncavos, las fronteras se difuminan en ese incalculable jardín que nos ofrece el arte, y que se ofrece a nuestra sangre anhelosa. Alguna vez escribí que soy un jardinero arañando universo.
4) Entre las obras de la literatura universal, en cualquier género, ¿cuál le agradaría particularmente haber escrito y por qué?
No pocas. Me aventuro hoy en éstas: El Eclesiastés y el Libro del Apocalipsis, "The Waves", de Virginia Woolf, ciertos pasajes de "El jardín de los suplicios" del hoy eclipsado Octave Mirbeau, el "Journal" de León Bloy (naturalmente, para divertirme con su juego magnífico de insultos e ironías hiperbólicas), todos los libros del altísimo y venerable Marcel Schwob, "Los Cantos de Maldoror", del Conde Ilustrísimo, también "The Green Child", de Herbert Read, "El Hacedor", de Borges, y "Amarillo Celeste" o "Los Días de la Noche", de mi querida Silvina Ocampo.
En el caso de El Eclesiastés o de El Apocalipsis, rescato la visión profética en tanto desdoblamiento innumerable de esa caverna monstruosa que es la tragedia de la condición humana, también los releo en tanto espléndidos poemas fantásticos. ¡Pienso en las anónimas manos, escribiéndolos y corrigiéndolos a lo largo de generaciones! De Bloy, admiro su suntuosa y tenaz resistencia, la creación de un desierto propio en aquel París conflictivo e inmisericorde de fines del siglo XIX. De Octave Mirbau, sobre todo, la creación de atmósferas crueles (de inocencia cruel), tan caras a su exótico decadentismo. A Marcel Schwob, paleógrafo y buceador de mundos inverosímiles, ¿qué gran escritor no le debe algo? De "La Niña Verde", exhumo la curiosa hipótesis del espíritu como hambriento insaciable y, desde cierto lugar, degradador de la felicidad del hombre. Y luego Silvina y Borges y Virginia Woolf, por la encendida poesía, por las borrascas, por los errores del precipicio, pero también por la esperanza. 5) En sus textos, usted demuestra una actitud bastante reflexiva en relación con cuestiones juveniles - concepciones, acciones, reacciones, creaciones ligadas a la idea de la juventud. Vemos un ejemplo de esa reflexión en las bellas líneas de "Delicados fragmentos de un arcoiris roto", publicadas en esta edición. En uno de los parágrafos de este ensayo, usted comenta que "hoy asistimos desasosegados a las multiples invasiones de ese Leviathan llamado globalización". Como representante del pensamiento joven actual, ¿de qué manera usted ve el efecto de esa globalización sobre la juventud? ¿Cree que eso contribuye de algún modo para que ella esté más "triste", más "limitada", o al contrario mas "libre", con más perspectivas que en las décadas y siglos pasados?
Detesto, quiero anticiparme, la palabra globalización, por sus crasas connotaciones mercantilistas y fácilmente económicas o financieras. Preferiría inclinarme por lo que, intelectuales como Viviane Forrestier, llaman "mundialización". Lo cierto es que -y a pesar de la innegable presencia e influencia de la Aldea Global- hoy conocemos menos de literatura africana o latinoamericana, que lo que podíamos conocer en los ´60 s o ´70 s. Asistimos a la imposición, en ocasiones grotesca y despiadada, del paradigma norteamericano que, lamentablemente, ha saltado también a la vieja Europa.La mundialización es un Leviathán, pero también un "janus bifrons": Nos queda un inmenso desafío, en especial a los intelectuales, de enfrentar todo vaciamiento cultural, todo desgarro, aunque nuestras voces parezcan -como las de Juan-, predicando en un desierto anodino y brutal.En cuanto a la juventud, no me parece un valor ni un disvalor. Puedo comprender sus vicisitudes y problemas, pero me importa esencialmente el individuo, más acá de las nimias cronologías. Los jóvenes parecen no escuchar ya a los viejos sabios. Soy un inactual, como diría Nietszche. 6) Usted tiene hecho un constante y valioso trabajo de "rescate" de la obra de escritores argentinos y de, manera genérica, latino-americanos poco conocidos, asimismo, entre los más conocidos en su pais de origen, ¿cuál cree que merezca o tendría merecido justamente una proyeccion mundial, al punto inclusive de ser candidatos a un premio nobel, por ejemplo? ¿Considera que haya existido mucha injusticia en ese caso, muchos talentos literarios que nunca obtuvieron el debido reconocimiento internacional? ¿Cuáles hubiesen sido los mayores ejemplos de injusticia, en su opinión?
Sí, es verdad, me propuse, desde los 17 años, hacer un rescate de escritores olvidados o parcialmente eclipsados. He escrito e investigado sobre autores como Héctor Alvarez Murena, Aldo Pellegrini, Nidia Lamarque, Julio César Dabove, Macedonio Fernández, Daniel Devoto, Vicente Barbieri, María Luisa Bombal, Elvira de Alvear, Delmira Agustini, Alí Chumacero: los nombro más acá de generaciones o de geografías; he escrito los primeros estudios literarios sobre el esplendente Santiago Dabove. Cuando empecé a estudiar la obra de Silvina Ocampo y a dar conferencias o seminarios sobre su obra, allá por 1985, Silvina no era parte de la llamada currícula de las universidades. Era un curioso caso de outsider fuera del canon oficial de la literatura argentina, una escritora "célebre" pero no leída (y menos aún estudiada.) La injusticia para con ella fue más que evidente. Hoy ha cambiado -ciertamente- este panorama, creo que he aportado mínimamente en esta metamorfosis. ¿O no era Jung quién sostenía que cada artista sostiene por unos minutos la encendida antorcha, para entregársela a otro? En cuanto al Nobel, ¿qué podría decirte o no decirte después del caso Borges? ¿Acaso lo recibieron Wilde o Virginia Woolf? Siempre recuerdo que Winston Churchill obtuvo el de literatura. Naturalmente, Silvina y Borges merecerían un Nobel post-mortem pero, ¿en qué cambiaría esto la situación? ¿Para qué esa parodia?
El absurdo y el grotesco también son inactuales.Quien escribe para premios - y no son escasos - tergiversan su destino, sumándose a una suerte de prostitución, aunque suene demasiado duro este concepto. Pero éstos son los tiempos que corren. Un premio o una distinción pueden resultar espléndidos estímulos para el conocimiento o difusión de un libro, pero la literatura fluye desde y hacia otro lugar. Un verdadero escritor -permítame el epíteto- buscará destejer el arcoiris, como quería Keats. El verdadero escritor dará el salto en busca de la sustancia, aunque sepa – ab initio - que esa sustancia es innombrable o incomunicable: si la viésemos, nos fulminaría. Ese salto puede ser un exilio o una revelación. Allí está la clave desesperada, sobreviviente del enigma.
Buenos Aires, junio de 2004
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