Se incendia la Puerta de la madriguera
donde estoy con mi neblina de color dorado
blanqueando las paredes venenosas.
Cruzas la casa como una letanía:
Ni vemos tu figura rozar los objetos de arena
ya para siempre dispersos por el mundo
impalpable en el ojo del espía.
Es todo arder y en el combate
se entierran los huesos del derrumbe,
mi bastarda piedad a cambio de esperanza.
Con su plumaje a solas han fabricado un aliento
volátil como el humo rojo subiendo por las venas.
Demacrados, levantan atavíos.
No practican amor: Son trogloditas masticando
/libélulas,
un indicio exangue -así lo crees esta noche-
de la naturaleza en retirada.
Los cadáveres vuelven a cocinarse
sobre fuego muy lento en las praderas
de este agobio nunca narrado.
Cuando la ingente lluvia se disuelve en los cristales,
pienso con horror en los hombres.
Manuel Lozano
Madrid, 7 de marzo de 1993
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