Me tocó conocerlo, hace no pocos años, en una de esas librerías que
honraban Buenos Aires, no dedicada al castellano sino a otras lenguas
europeas, entre ellas el portugués, y que fueron barridas –como tantas
iniciativas loables-- por el maremoto de la banalidad globalizada.
Aún de espaldas se parecía al Quijote, y no sólo por el talante
humanista y gentil: era alto, más que delgado, casi cenceño. De todo su
ser emanaba una serena dignidad, la humildad de los grandes. Porque algo
tenía del buen Sancho, no sólo por la cuna dignamente humilde, de la que
con justicia se preciaba, sino por el linaje campesino, hecho de trabajo
y discreción.
Le oí hablar en público, entonces, y nunca alzó la voz, Era sencillo, la
sencillez misma, pero también profundo y, aunque siempre mesuradamente
afable, asimismo –cuando era pertinente, como demostraría-- capaz de
decir no. Su lenguaje era limpio, recién lavado, fluyente y sosegado
como arroyo que pule sus guijarros. Al portugués lo enunciaba con la
punta de la lengua, casi de forma sibilina, pero con un tono
seductoramente encantador, bajo, modulado en frases graves pero nunca
solemnes. Sin duda había allí mucho del valor que el campesino solía dar
(cuando el mundo aún no había sido colonizado por el ruido) a las pocas
palabras, y al silencio en que nacen y se enmarcan.
Conoció la pobreza, casi extrema, muy pronto y mucho tiempo. Pagó el
injusto precio de abandonar estudios para ganarse honradamente la vida
con sus manos. Pero nunca dejó de leer, en libros que muchas veces no
podía comprar. Y tampoco cesó nunca de escribir, como debe ser, por pura
necesidad y sin el menor ánimo de lucro, con el mismo ahínco y la misma
callada, bendita tozudez del labriego que arranca de la tierra el pan
para sus hijos.
Debió esperar para ver editado su primer libro. Pero no le cupo nunca,
como demostró hasta el fin, quedarse de brazos cruzados. Y el
reconocimiento, la consagración y la gloria con que la vida iba a
sorprenderlo, sin que se hubiera preocupado de ello en absoluto, no
lograron jamás hacerlo renegar de sus orígenes, de su entrañable
solidaridad con los humildes, o del respeto hacia su lengua.
Mi último contacto fue por interpósita persona. Cuando Hermenegildo
Sábat me presentó sus bellos dibujos para un libro1 que honraría a otro
gran portugués universal: Fernando Pessoa, y con el cual me honraba a su
vez sugiriéndome un prólogo, no pude dejar de señalarle que ese libro
encontraría feliz cabida en Portugal. Para mi sorpresa no resultó fácil
editarlo allí hasta que Saramago, con su fraterno ojo avizor, no dio el
empuje que lo concretaría. (Después de todo, el único texto suyo que me
ofrecieron comentar en vida fue su excelente libro dedicado a Pessoa2.)
Así como el gran Mallarmé despidió magníficamente a Poe (“Tel qu`en Lui-même
en fin l¨Eternité le change”), salvando por supuesto las siderales
distancias en mi caso, podríamos intentar consolarnos sintiendo que, al
llevarse a José Saramago, la muerte no ha hecho sino volverlo él mismo
para siempre. |
José Saramago nasceu na aldeia ribatejana de Azinhaga, concelho de Golegã, no dia 16 de Novembro de 1922, embora o registo oficial mencione o dia 18. Seus pais emigraram para Lisboa quando ele ainda não perfizera três anos de idade. Toda a sua vida tem decorrido na capital, embora até ao princípio da idade madura tivessem sido numerosas e às vezes prolongadas as suas estadas na aldeia natal. Fez estudos secundários (liceal e técnico) que não pôde continuar por dificuldades económicas.
No seu primeiro emprego foi serralheiro mecânico, tendo depois exercido diversas outras profissões, a saber: desenhador, funcionário da saúde e da previdência social, editor, tradutor, jornalista. Publicou o seu primeiro livro, um romance ("Terra do Pecado"), em 1947, tendo estado depois sem publicar até 1966. Trabalhou durante doze anos numa editora, onde exerceu funções de direcção literária e de produção. Colaborou como crítico literário na Revista "Seara Nova".
Em 1972 e 1973 fez parte da redacção do Jornal "Diário de Lisboa" onde foi comentador político, tendo também coordenado, durante alguns meses, o suplemento cultural daquele vespertino. Pertenceu à primeira Direcção da Associação Portuguesa de Escritores. Entre Abril e Novembro de 1975 foi director-adjunto do "Diário de Notícias". Desde 1976 vive exclusivamente do seu trabalho literário.
Prémio Nobel da Literatura, 1998 |