No solamente antropólogos colombianos como Gerardo Reichel-Dolmatoff, Roberto Pineda Camacho, Virginia Gutiérrez de Pineda y Luis Guillermo Vasco, en especial (Jaibanás, los verdaderos hombres. 1985) sino investigadores extranjeros como Arianne Deluz, Manuel Lucena Salmoral, Henri Rochereau, Henry Wassen, han estudiado y escrito sobre los Emberá, comunidad indígena, del grupo lingüístico ge-pame-caribe formada por unos 50.000 pobladores, que habita principalmente en el Chocó y en una amplia región panameña limítrofe con Colombia.
El interés de algunos extranjeros por el conocimiento y la descripción de la geografía, la etnografía, la historia, las lenguas, la literatura y que se ha plasmado en muchas obras, forma parte de la tradición cultural de Latinoamérica.
Pero no sólo los científicos y especialistas se han ocupado de estos saberes.
Es muy conocido internacionalmente el libro Viaje al país de los tarahumaras de Antonin Arthaud, autor teatral, poeta y ensayista francés (1896-1948) con quienes convivió en México, y le permitió vivir una experiencia intensa y alucinadora.
En otra búsqueda faústica e inacabada, el poeta y pintor Henri Michaux (1999-1984), hizo viajes reales - pasó por Colombia hacia el sur - o imaginarios para encontrar al "otro" bajo el efecto de la droga.
J.M.G. Le Clézio, nacido en Niza, Francia en 1940 que acaba de ganar el premio Nóbel de literatura 2008 “como escritor de la ruptura, la aventura poética, el éxtasis sensual y explorador de la humanidad” según el anuncio de la Academia Sueca, ha seguido un poco el camino de Artaud y Michaux, en sus viajes por el mundo para liberarse de la vida insoportable de las grandes ciudades y lograr una paz interior. Justamente, su diploma de estudios superiores lo consagró a Michaux.
Ha enseñado en las universidades de Bristol y Londres y actualmente en Albuquerque, Estados Unidos.
Es autor de más de cincuenta libros de cuentos, novelas, ensayos, traducciones de mitología indiana, de fotografía, entre los que destacamos El proceso verbal, con el que ganó el premio Renaudot, que le abrió a la fama, La fiebre, Terra amata, La guerra, Desierto (considerada su obra maestra), Diario de un buscador de oro, Onitsha, Estrella errante, El pez dorado, Diego y Frida, Revoluciones, Urania, Las profecías del Chilam Balam, Relación de Michoacam, El sueño mexicano y el pensamiento Interrumpido, y La fiesta cantada y otros ensayos de tema amerindio, el último de los cuales es Ritournelle de la faim (Cantinela del hambre). Su obra que se percibe como una crítica al materialismo de la civilización occidental, está apoyada por un interés permanente en los débiles y en los excluidos. Le Clézio pasa por ser un escritor nómada, “indio en la ciudad” o “panteísta magnífico”.
Uno de sus viajes como funcionario del Instituto de América Latina lo condujo a Panamá y Colombia, al descubrimiento del mundo de los Emberá, e inspiró su libro La fete chantée et autres essais de theme amérindien, (Éditions Gallimard. Paris. 1997) en el que se basa este ensayo.
Origen mítico
El origen del mundo, del hombre ha estado ligado a mitos y leyendas universales en los que se presentan grandes coincidencias. Los Emberá lo sitúan en la playa de Buenaventura o en la desembocadura del río Baudó; allí Hewandana, su dios sembró los primeros hombres en forma de virutas de madera para que crecieran y se multiplicaran.
Le Clezio los conoció en Panamá casualmente y quedó sorprendido de su belleza a pesar de sus harapos y la pobreza del barrio donde vivían; el encuentro allí y en el Chocó tuvo lugar entre 1970 y 1974.
Los visitó en un territorio en torno al río Tuquesa y se compenetró tanto con ellos que le enseñaron su lengua, su cultura y una concepción diferente sobre la naturaleza y la vida.
Supo la importancia del lenguaje oral en la vida y en la cultura en contraposición a la palabra, al discurso escrito, a las reglas de la gramática. La voz humana, los sentidos son los mejores medios de comunicación con el mundo visible y con el de los espíritus; aunque en el bosque no se puede llamar a alguien por su nombre para no perder el secreto, ni hablar, ni detenerse o sentarse; hay que estar siempre atento.
Aprendió que quienes beben el zumo de las hojas del datura blanco (un árbol) pueden hablar con él; que "todos los árboles tienen ojos" y os observan; que los espíritus que habitan en aldeas al otro lado del río, cada noche lo cruzan y danzan como si fueran llamas. Las noches "eran magníficas, llenas de ruidos, de cantos". 1
Otra leyenda en boca de las mujeres cuenta que el gran árbol Cuippo al caer sobre la tierra les dio el agua a los hombres, que sus raíces se transformaron en fuentes y sus ramas en ríos que vierten sus aguas en el mar.
El contacto, la familiaridad con el bosque, con las aguas del río le enseñaron un nuevo lenguaje y un nuevo pensamiento, a sentir el hálito de los ausentes.
Es un mundo primigenio, primordial, poblado de hombres, de dioses, de espíritus, donde transcurre la vida y la muerte, que podría compararse en algunos aspectos al mundo creado por los antiguos poetas griegos.
Una experiencia alucinante
La Clézio vivió una experiencia original, intensa, un poco traumática con el datura, planta cuyas hojas tienen un poder alucinógeno. Visitó la casa del adivino Colombia, el más notable de los Emberá, situada cerca del río Chico, uno de los afluentes del Chucunaque.
Una tarde el adivino le dio el primer brebaje de datura en una pequeña calabaza, sin sobrepasar la medida para no exponerse a la locura, y repitió la dosis en los dos días siguientes. Al cuarto día empezó a sentir los primeros efectos de la bebida: caminó titubeando hasta el río.
En la noche tuvo fiebre alta, signos de agresividad, sueños, pesadillas y alucinaciones: vio un árbol lleno de ojos, un gigante con tabarrabo azul que lo miraba; en la otra orilla la casa de la araña, la aldea de los espíritus. Al despertar le contó a Colombia lo sucedido en el trance sin lograr perturbarlo, pues siempre estuvo a su lado y cuando comenzó el trastorno le dio agua en jugo de caña.
Beka, la fiesta cantada
Es una fiesta nocturna que reúne a la comunidad con el entorno. La precede una ceremonia llamada Tahusa unos días antes, en la que el adivino-brujo Iwa Tobari bajo los efectos del datura, entra en trance y da a conocer los nombres de los espíritus que se han apoderado de los enfermos, porque se trata sobre todo de una fiesta de curación.
En la fiesta, el adivino-brujo o Jaibaná sopla su caracola de mar para llamar a los espíritus, y su fina voz envuelve a los participantes reunidos en su casa. Los espíritus acuden al llamado, se integran al ambiente, acceden al pan, a la carne seca, a la chicha. Se oye un canto, una voz "aguda, en falsete, de otro mundo". El Jaibaná danza en torno al enfermo, a las ofrendas "tiembla, cambia de expresión, su rostro gesticula al fulgor de las lámparas de Kerosene"(2). Al estado de ternura, de seducción, suceden las amenazas y el llanto, como una auténtica representación teatral.
Los participantes "siguen al brujo en su danza, ritman el canto con su cuerpo y poco a poco surgen los gritos de los Chirus, las flautas de sonido único, cada uno con su nota, llamando, respondiendo en la oscuridad, parecidos a los gritos de los sapos"(3)
La fiesta continúa toda la noche pero puede durar más. Mientras el Jaibaná descansa una hora, las familias atienden los enfermos, dándoles bebidas, comida y un baño. En la última ceremonia, la llamada Kakwa Hai (el Cuerpo Espíritu) las fuerzas maléficas son expulsadas del cuerpo del enfermo.
El descubrimiento de los Emberá cambió la vida de Le Clézio, sus ideas sobre el mundo y sobre el arte, su comportamiento con los otros, su forma de caminar, de amar, de dormir y hasta sus sueños.
La fiesta encantada es el ensayo principal del libro; los otros hacen eco y denuncian la dolorosa pérdida de la cultura amerindia, de su arte, su religión, su independencia por obra de los conquistadores, cuando los mayas, aztecas e incas, sobre todo, habían desarrollado grandes progresos en astronomía, medicina de las plantas, arquitectura, ingeniería, hidráulica y agronomía, superiores a los alcanzados por los europeos.
De ese desastre se salvó la memoria cultural representada por algunos códices y que conforma los libros sagrados: el libro de Huamán Poma de Ayala sobre el imperio Inca, el Popol Vuh de los Mayas Quiché, y tres textos de México: la Relación de Michoacan, el Codex Florentinus y las Profesías del Chillam Balam.
La relación del mito y la literatura es objeto de un ensayo especial; otro destaca la importancia de Rigoberta Menchú. Un relato final está dedicado a los Waunanas, primos de los Emberá, a la invocación que hacen a Hewandama, su dios supremo, con sus cantos y sus danzas mágicas, para que no destruya la tierra con un nuevo diluvio por la maldad de los hombres.
De Clézio se pregunta qué puede hacer un escritor para salvar al mundo de la amenaza nuclear y qué pasaría con "las mañanas del mundo" (4). Quizás, responde, su canto, su música, su vivir, puedan unirse a los ritos de los Waunanas, a otros escuchas y juntos puedan evitar "el destino maléfico" (5). Hace un llamado a escribir y bailar contra el nuevo diluvio.
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