Luego trabaja como traductora en una fábrica de
máquinas industriales pero como frecuenta un grupo de escritores
germanófilos que el régimen de Ceaucescu considera un núcleo de
oposición porque pedía la libertad de expresión, y ella se niega a
colaborar con los servicios secretos rumanos, la Securitate, es
despedida de su trabajo, y obligada después a dejar Rumania en 1987 para
trasladarse a Alemania occidental.
La Academia sueca le otorgó el Nóbel por haber “con
la densidad de la poesía y la franqueza de la prosa, descrito el
universo de los desheredados”. Y porque “sus novelas dan con sus
detalles cincelados una imagen de la vida cotidiana en una dictadura
petrificada”.
Peter Englund, secretario de la Academia, resaltó
“que el trabajo de Müller no pertenece a los grandes relatos épicos,
sino que con la precisión del lenguaje, frases cortas, con episodios,
anécdotas o fragmentos, poco a poco forma un gran cuadro” (1).
La decisión de la Academia causó una enorme
sorpresa porque todo indicaba que el Nóbel sería concedido a escritores
consagrados como los norteamericanos Philip Roth, Thomas Pynchon, el
israelí Amos Oz, la argelina Assia Djebar, o los italianos Claudio
Magris y Antonio Tabucchi.
La noticia del premio la tomó por sorpresa en su
gran apartamento en el centro de Berlín. Un poco acosada por la prensa,
concedió una sóla entrevista antes de viajar a Estocolmo.
Raphaëlle Rérolle, crítica francesa que la visitó
escribe que alrededor de ella, sobre los sillones y al reverso de
algunos muebles, hay pedazos de papel del tamaño de una pequeñísima
aguja con algunas palabras en rumano, recortadas en los periódicos,
donde hace colages, es decir, poemas.
El Nóbel ha sido un gran bien pero también un gran
mal. La Fundación Nóbel casi le ha reprochado que no se hablara. Le
produjo alegría pero no hasta el punto de gritar porque no es su
costumbre.
Quisiera que por esta nueva situación su vida no
cambiara, porque el premio sólo se debe a sus libros.
En su casa no había libros, la única biblioteca
era la de un tío nazi, “un loco, un ideólogo rural”. Cuando llegaron los
soviéticos en 1945, su abuela por temor tuvo que quemarlos y el fuego le
permitió calentarse durante varios días.
No le gustan las entrevistas, porque son
“contrarias a mi naturaleza. “Lo que amo es estar sola y escribir”. “Mi
vida interior y mi trabajo”. “No estoy a la altura de explicarme de otra
manera” (2).
Los objetos cotidianos tienen un valor y un poder
tan grande que se los personaliza, y en situaciones opresivas como las
que ella vivió en Rumania, dan protección.
Además, tienen la virtud de que sobreviven a
nuestra desaparición como si tuviesen un aura de eternidad. Sin embargo,
esto le produce un poco de temor y se alegra cuando un objeto se rompe.
La presencia constante de la naturaleza en sus
libros se debe a que como hija única vivía sola en los paisajes, en los
campos, aunque esto le parecía amenazante, porque creía que iba a ser
engullida por ella.
Cuando morimos nos convertimos en plantas como una
forma de continuidad. En la escuela se enseñaba que “Dios está en todas
partes”, es decir, que se convertía en el “primer dictador” porque nada
escapaba a su mirada, casi todo era pecaminoso, como bañarse desnuda.
La naturaleza, dice, “es la mejor señal de la
brevedad de nuestra vida: todos los recursos naturales vuelven cada año
con las estaciones, pero nuestra carne, no resucita. Nuestro cuerpo es
prestado por cierto tiempo, después Dios pide la devolución” (3).
Como no había libros de cuentos en su casa, tuvo
que escribirlos.
Rumania se va a convertir en la fuente primaria de
su escritura: “En lo que concierne a la experiencia esencial de mi vida,
dijo, es en Rumania donde la he vivido, bajo la dictadura. El hecho de
encontrarme a muchos kilómetros de Rumania, no me hará olvidar lo que he
vivido. Por consiguiente, yo he llevado mi pasado y es necesario decir
que en Alemania el temor de la dictadura está siempre presente” (4).
“He debido aprender a vivir escribiendo y no a la
inversa. Quería vivir a la altura de mis sueños, es todo. La escritura
fue entonces para mí una manera de expresar lo que no podía vivir
efectivamente” (5).
Las veintidós novelas y libros de poemas que ha
escrito en alemán, llevan el sello de la opresión que la escritora ha
sufrido en Rumania.
Entre los libros traducidos en español se
encuentran En tierras bajas, El hombre es un gran faisán en el mundo y
La piel de zorro.
Libros como Le renard était déja le chasserur, El
hombre es un gran faisán en el mundo y la Convocation, son considerados
“extraños y bellos, donde la descripción de la realidad más prosaica
toma carices fantásticos e increíblemente sugestivos. Hay en ella una
fuerza de evocación, una intensidad de lenguaje a veces deslumbrante,
que se expresa tan bien en lo escrito que en lo oral. Como si la
potencia de las imágenes que la habitan y la obsesionan terminara
siempre por vencer la timidez, la nerviosidad, el miedo. Y como si las
palabras debían absolutamente ganar terreno sobre la muerte” (6).
Su primer libro titulado Niederungen, En tierras
bajas, de 1982, fue censurado y expurgado. En Alemania, en cambio,
recibió el reconocimiento unánime de la crítica y el premio Aspekte.
Se discute si En tierras bajas es una novela o un
libro de relatos independientes. Lo que le da cierta unidad, continuidad
y apariencia de novela, es la posición distante de la niña narradora en
torno al mundo rural en que se desarrolla la vida de una familia y de un
pueblo rumano.
De lo que no hay dudas es que se trata de una
ficción autobiográfica y que la descripción en un lenguaje poético de
ese mundo familiar, la muerte, el sexo, la casa, la escuela, la iglesia,
los animales domésticos, el matrimonio, la religión, las flores, los
tejidos, constituye un recurso narrativo. . |