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Revista TriploV
de
Artes, Religiões e Ciências
Nova Série |
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Foto: Baristo Lorenzo
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VÍCTOR MONTOYA................... |
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Lenguaje y pensamiento |
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Origen del lenguaje |
A pesar de las innumerables
investigaciones realizadas, no se sabe con certeza cuándo y cómo nació
el lenguaje, esa facultad que el hombre tiene para comunicarse con sus
semejantes, valiéndose de un sistema formado por el conjunto de signos
lingüísticos y sus relaciones. Aunque muchos investigadores tratan de
echar luces sobre este misterio, sus resultados no pasan de ser más que
meras especulaciones. Empero, por la observación de los gritos de
ciertos animales superiores, algunos creen que tales gritos fueron los
cimientos del lenguaje hablado.
Desde el punto de vista antropológico
y etnológico, es indudable que el lenguaje articulado constituye una de
las manifestaciones características que separan al hombre de los seres
irracionales. Éstos últimos expresan y comunican sus sensaciones por
medios instintivos, pero no hablan, a diferencia de los seres dotados de
conciencia. Por lo tanto, si tuviésemos que añadir un sexto sentido a
los cinco tradicionales, sin duda alguna ésta sería el habla, ya que la
lengua, además de servir para el sentido del gusto y otras funciones
cotidianas, tiene la aplicación de emitir sonidos articulados, una
particularidad que, como ya dijimos, nos diferencia de los animales
inferiores con los que compartimos: vista, oído, tacto, olfato y gusto.
De otro lado,
el animal no es capaz de planificar sus
acciones, puesto que toda su conducta instintiva está determinada por su
sistema de reflejos condicionados e incondicionados. La conducta humana,
en cambio, se define de forma absolutamente diferente. La situación
típica del individuo es el proceso de planteamiento y solución de tal
tarea por medio de la actividad intelectual, que se vale no sólo de la
experiencia individual, sino también de la experiencia colectiva.
Consiguientemente, el hombre, a diferencia de los animales
inferiores, sabe planificar sus acciones, y el instrumento fundamental
para tal planificación y solución de las tareas mentales es el lenguaje.
Aquí nos encontramos con una de sus funciones más elementales: la
función de instrumento del acto intelectual, que se expresa en la
percepción, memoria, razonamiento, imaginación, etc.
Los primeros signos articulados por
los pitecantropos, que habitaron en Asia y África, data aproximadamente
de 1,5 millones de años. Después vinieron otros homínidos cuya capacidad
craneal, superior al “Homo erectus”, les permitió fabricar utensilios
rudimentarios y descubrir el fuego, pero también idear un código de
signos lingüísticos que les permitiera comunicar sus sentimientos y
pensamientos. Durante el paleolítico superior, situado aproximadamente
entre 35.000 y 10.000 a. de J.C., tanto el “Hombre de Neandertal” como
el “Hombre de Cro-Magnon” dan señales de que poseían un idioma
comunicativo y una anatomía equiparable a la del hombre moderno. Quizás
éstos sean algunos posibles “momentos” en la evolución del lenguaje
humano, desde la remota época en que el “Homo sapiens” hacía simples
gestos acompañados de gritos o interjecciones -a la manera de ciertos
animales-, hasta la descripción oral de los objetos que le rodeaban y la
designación de ideas mediante sonidos que suponían el aumento de la
capacidad de abstracción; un período en el que nacen las primeras
lenguas, coincidiendo con el desplazamiento de los hombres primitivos.
Con el transcurso del tiempo, los
hombres primitivos empezaron a vivir en pequeños grupos familiares,
usando un lenguaje que era de uso exclusivo del grupo, con palabras que
expresaban una idea común para todos. Poco a poco se fueron reuniendo en
comunidades más grandes, formando tribus y poblados. Algunos grupos se
desplazaron a lugares más o menos lejanos buscando nuevos territorios
donde se podía encontrar caza y pesca, mientras otros se trasladaron en
busca de regiones más cálidas, generalmente junto a los ríos, donde
construyeron sus chozas y consolidaron su lengua materna. Valga aclarar
que si los habitantes de un lugar carecían de relaciones con los de
otros, no es nada probable que usaran el mismo lenguaje para comunicarse
entre sí, lo que hace suponer que desde el principio hubo varias
lenguas, y no una sola “lengua madre” como generalmente creen los
defensores del mito bíblico sobre la Torre de Babel.
La filología comparada, en su estudio
sobre las relaciones entre las diversas lenguas, no ha logrado encontrar
ninguna esencialmente primitiva de la cual provengan todas las demás;
ninguna “lengua madre” universal, al margen de las hipótesis, asigna la
denominación de “lenguas madres” a aquellas de las cuales se han
derivado algunos idiomas, como el latín, que es la “lengua madre” del
francés, español, portugués, italiano y otras lenguas neolatinas.
Los antropólogos, etnólogos y
lingüistas, desde Luis Heyre (1797-1855) hasta la fecha, han realizado
profundas investigaciones en procura de averiguar la posible existencia
de un primitivo origen del lenguaje, estableciéndose diferentes
hipótesis encaminadas unas a las relaciones psicofísicas entre las
sensaciones de la visualidad y las auditivas; otras, tomando como
fundamento de la formación natural del lenguaje, la evolución progresiva
impuesta por el entorno social, y motivado por las necesidades del ser
humano. Se ha pensado en la onomatopeya, en la observación del lenguaje
infantil, en la expresión de sentimientos, en las interjecciones, etc.
Pero los más destacados psicólogos y lingüistas, como Antonio Meillet
(1866-1936), han llegado al reconocimiento de que hallar un lenguaje
primitivo único es un problema insoluble, por lo que se limitan a
clasificar las lenguas y señalar las raíces de las que consideran más
primitivas.
En cualquier caso, se debe añadir
que la evolución del lenguaje ha sido paralela a la evolución del hombre
desde la más remota antigüedad. Los idiomas que abundan en la
actualidad, agrupados en las ramas de un mismo tronco lingüístico,
siguen causando controversias entre los investigadores, puesto que el
estudio del origen del lenguaje es tan complejo como querer encontrar el
“eslabón perdido” en el proceso de humanización de nuestros
antepasados.
Una sociedad, por muy organizada que
esté, es incapaz de fijar definitivamente el lenguaje, porque éste se
forma progresiva y gradualmente, por lo que no existe ninguna lengua que
pueda llamarse completa, pues no existe ninguna que exprese todas
nuestras sensaciones y todas nuestras ideas. No obstante, el humano,
como cualquier ser social por naturaleza, necesita relacionarse con sus
semejantes, hablando y escuchando, y el principal instrumento de
comunicación es el lenguaje, cuyo sistema, constituido por signos
verbales o palabras, hace que los individuos se entiendan entre sí. De
no existir el lenguaje, tanto en su forma oral como escrita, sería más
difícil la convivencia social y más primitiva nuestra forma de vida.
Además, gracias al lenguaje ha sido posible
lograr grandes éxitos en el conocimiento y dominio de las fuerzas de la
naturaleza. |
¿El
lenguaje es innato o adquirido? |
En la lingüística, como en otras
ciencias del conocimiento humano, existe una disputa entre el empirismo
y el nativismo. El nativismo sostiene que la capacidad de ver, oír,
pensar y hablar son actos innatos o genéticos. En cambio los empiristas,
a la cabeza de los conductistas, están convencidos de que el niño
aprende a hablar porque imita a los adultos -sobre todo a la madre- y
porque tiene necesidad de manifestar sus necesidades y deseos. Según los
empiristas, el niño aprende el idioma de la misma manera que otras
destrezas físicas y mentales. Es decir, mediante la llamada “conducta
operante”, que está determinada por la influencia de factores externos o
adquiridos y no así por medio de factores innatos o genéticos.
Así como los empiristas están
convencidos de que el niño aprende a articular y combinar sonidos, los
nativistas y los psicólogos del Gestalt, que rechazan categóricamente la
teoría de que el entorno social sea el único factor determinante en el
desarrollo idiomático, están convencidos de que el habla es un don
biológico con el cual nacen los humanos, y que la experiencia cognitiva
es apenas un estímulo para su desarrollo posterior. De ahí que el
psicólogo Arnold Gesell, a diferencia de John B. Watson y Brurrhus
Skinner, sostiene la concepción de que gran parte del desarrollo
lingüístico del individuo está determinado por factores de maduración
interna, y no por las simples influencias del entorno social.
El desarrollo idiomático del
individuo, en consecuencia, no se puede explicar desde la “psicología
del aprendizaje” o conductismo, sino desde la perspectiva biológica; más
aún, si se considera el complicado proceso lingüístico que se genera en
el cerebro humano. Según J. Jackson
(1835-1911), “cada función realizada por el sistema nervioso es
garantizada no por un grupo reducido de células, sino por una complicada
jerarquía de niveles de la organización fisiológica del sistema
nervioso. En otras palabras, para que la persona pronuncie una palabra
no es suficiente con que se activen el grupo de células de la corteza de
los hemisferios del cerebro ‘responsable’ de esto (…) En la gestación de
la palabra participan, según su naturaleza, estructura y ‘profundidad de
yacimiento’, diversos mecanismos cerebrales (…) En el mantenimiento de
los procesos lingüísticos toman parte tanto los más elementales
mecanismos fisiológicos del tipo ‘estímulo respuesta’ (E-R) como
mecanismos específicos que poseen estructura jerárquica y exclusivamente
características para las formas superiores de actividad lingüística” (Petrovski,
A., 1980, pp. 193-94).
Para el pensador y lingüista
norteamericano Noam Chomsky -padre de la “gramática generativa”-, el
idioma es una suerte de computadora que funciona de manera automática,
como los procesos de asociación antes de pensar. Chomsky plantea la
teoría de que el niño tiene una programación genética para el
aprendizaje de su lengua materna, desde el instante en que las normas
para las declinaciones de las palabras, y la construcción sintáctica de
las mismas, están ya programadas genéticamente en el cerebro. Lo único
que hace falta es aprender a adaptar esos mecanismos gramaticales al
léxico y la sintaxis del idioma materno, que, en el fondo, es una
variante de una gramática que es común para todas las lenguas, sin que
esto quiera decir que exista -o existió- una “lengua madre universal”
de la cual derivan todos los idiomas hasta hoy conocidos (Jeffmar, C.,
1983, p. 66).
El segundo análisis crítico lo dirige
Chomsky contra el conductismo, que contempla el comportamiento
lingüístico como un conjunto de estímulos y respuestas (E-R) o, lo que
es lo mismo, contra una concepción externa de la lengua. Si el dualismo
fue catalogado de error, el conductismo fue considerado irracional,
además de igualmente erróneo. El concepto de que el lenguaje sea algo
adquirido del entorno social contrasta con la teoría defendida por los
nativistas, según la cual el lenguaje es un producto interior de la
mente/cerebro del hablante, independiente de las experiencias y los
conocimientos adquiridos del entorno social por medio del proceso de
aprendizaje.
Las teorías chomskianas y nativistas
han sido motivo de controversias, sobre todo, cuando los empiristas y
conductistas, que no aceptan la existencia de una gramática innata y
programada en el cerebro humano, señalan que las diferencias
gramaticales existentes entre los idiomas son pruebas de que el lenguaje
es un fenómeno adquirido por medio del proceso de aprendizaje. Chomsky,
por su parte, responde que estas diferencias se presentan sólo en la
estructura superficial de los idiomas, pero no en la estructura
profunda. Es decir, si en la estructura superficial se advierte las
diferencias gramaticales de los distintos idiomas, en la estructura
profunda se advierte una gramática válida para todos los idiomas, pues
cada individuo, al nacer, posee una gramática universal que, con el
tiempo y gracias a un contexto social concreto, se convierte en una
gramática particular.
Aparte de las dos teorías
mencionadas, se debe añadir la concepción de los “interrelacionistas”,
quienes consideran que el lenguaje es un producto tanto de factores
innatos como adquiridos, ya que el lenguaje depende de impulsos internos
y externos, que están determinados de antemano, lo que presupone la
preexistencia de sentimientos y pensamientos. Al faltar los conceptos
internos -por diversos motivos- falta también la facultad del habla,
como en los recién nacidos o en los impedidos mentales. Pero para
hablar, además de un contenido psíquico mínimo, hace falta el estímulo
externo, el impulso de expresarse y hacer partícipes a los demás de
nuestros estados de ánimo. De ahí que el estudio del desarrollo
idiomático del individuo es tratado no sólo por la psicolingüística,
sino también por la sociolingüística, que estudia cómo el idioma influye
y es influido en la interrelación existente entre el individuo y el
contexto social, habida cuenta que el lenguaje, además de ser un código
de signos lingüísticos, es el acto de expresar ideas y sentimientos
mediante la palabra. |
¿Primero está el lenguaje o el
pensamiento? |
Si para el polémico Chomsky, el
idioma es una suerte de computadora que funciona de manera automática,
como los procesos de asociación antes de pensar, entonces habría que
suponer que el lenguaje está primero. La “teoría reguladora” explica que
la acción y el pensamiento dependen de la capacidad lingüística de la
persona, en tanto Jean Piaget, cuyas teorías cognitivas son ampliamente
conocidas, sostiene que el lenguaje es, en gran medida, el producto del
desarrollo de la acción y el pensamiento, ya que tanto la palabra como
la idea son imágenes observadas y no a la inversa. Con todo, no faltan
quienes aseveran que durante el desarrollo intelectual del individuo hay
una interrelación dialéctica entre el lenguaje y el pensamiento. De modo
que responder a la pregunta si primero está el lenguaje o el
pensamiento, es lo mismo que responder a la pregunta si primero está el
huevo o la gallina.
Las tres teorías planteadas, que
responden a la pregunta de si primero está el lenguaje o el pensamiento,
se pueden sintetizar como sigue:
1.
La teoría de: “el lenguaje está antes que el pensamiento” plantea
que el idioma influye o determina la capacidad mental (pensamiento).
En esta corriente lingüística incide la “gramática generativa” de
Chomsky, para quien existe un mecanismo idiomático innato, que hace
suponer que el pensamiento se desarrolla como consecuencia del
desarrollo idiomático. Por lo tanto, si se considera que el lenguaje
es un estado interior del cerebro del hablante, independiente de
otros elementos adquiridos del entorno social, entonces es fácil
suponer que primero está el lenguaje y después el pensamiento, sobre
todo, si se parte del criterio de que el lenguaje
acelera nuestra actividad teórica, intelectual y nuestras funciones
psíquicas superiores (percepción, memoria, pensamiento, etc).
2.
La teoría de: “el pensamiento está antes que el lenguaje” sostiene
que la capacidad de pensar influye en el idioma. No en vano René
Descartes acuñó la frase: “Primero pienso, luego existo”. Asimismo,
muchas actitudes cotidianas se expresan con la frase: “Tengo
dificultad de decir lo que pienso”. Algunos psicolingüistas
sostienen que el lenguaje se desarrolla a partir del pensamiento,
por cuanto no es casual que se diga: “Una psiquis debidamente
desarrollada da un idioma efectivo”. En esta corriente lingüística
esta la llamada “The cognition hypothesis” (La hipótesis cognitiva),
cuya teoría se resume en el concepto de que el “pensamiento está
antes que el lenguaje”. Quizás uno de sus mayores representantes sea
Piaget, para quien el pensamiento se produce de la acción, y el
lenguaje es una más de las formas de liberar el pensamiento de la
acción. “Piaget indica que el grado de asimilación del lenguaje por
parte del niño, y también el grado de significación y utilidad que
reporte el lenguaje a su actividad mental depende hasta cierto punto
de las acciones mentales que desempeñe; es decir, que depende de que
el niño piense con preconceptos, operaciones concretas u operaciones
formales” (Richmond, P-G., 1981, p. 139).
3. La “teoría simultánea” define
que tanto el lenguaje como el pensamiento están ligados entre sí.
Esta teoría fue dada a conocer ampliamente por L. Vigotski, quien
explica que el pensamiento y el lenguaje se desarrollan en una
interrelación dialéctica, aunque considera que las estructuras del
habla se convierten en estructuras básicas del pensamiento,
así como la conciencia del individuo es primordialmente lingüística,
debido al significado que tiene el lenguaje o la actividad
lingüística en la realización de las funciones psíquicas superiores
del hombre. Asimismo, “el lenguaje está particularmente
ligado al pensamiento. Sin embargo, entre ellos no hay una relación
de paralelismo, como frecuentemente consideran los lógicos y
lingüistas tratando de encontrar en el pensamiento equivalentes
exactos a las unidades lingüísticas y viceversa; al contrario, el
pensamiento es lingüístico por su naturaleza, el lenguaje es el
instrumento del pensamiento. Lazos no menos fuertes ligan al
lenguaje con la memoria. La verdadera memoria humana (intermediadora)
más frecuentemente se apoya en el lenguaje que en otras formas de
intermediación. En igual medida se realiza la percepción con la
ayuda de la actividad lingüística” (Petrovski, A., 1980, p. 205).
Así, las diversas teorías que
pretenden explicar el origen del lenguaje, las funciones del pensamiento
y sus operaciones concretas, son motivos de controversias entre los
estudiosos de estas ramas del conocimiento humano. Mas cualquier
esfuerzo por echar nuevas luces sobre este tema, tan fascinante como
explicarse los misterios del universo, es siempre un buen pretexto para
volver a estudiar las ciencias que conciernen al lenguaje y el
pensamiento de todo ser dotado de capacidad racional y sentido lógico. |
Bibliografía |
Jeffmar, Christer:
Moder Utvecklingspsykologi, Ed. Studentlitteratur, Lund, 1983.
Petrovski, A.:
Psicología general, Ed. Progreso, Moscú, 1980.
Richmond, P. G.:
Introducción a Piaget, Ed. Fundamentos, Madrid, 1981. |
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Víctor Montoya
(La Paz, Bolivia,
1958). Escritor, periodista cultural y pedagogo. Vivió desde su infancia
en las poblaciones mineras de Siglo XX y Llallagua, al norte de la
ciudad de Potosí, donde conoció el sufrimiento humano y
compartió la lucha de los trabajadores del subsuelo.
En 1976, como
consecuencia de sus actividades políticas, fue perseguido, torturado y
encarcelado durante la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. Estando
en el Panóptico Nacional de San Pedro y en la cárcel de mayor seguridad
de Chonchocoro-Viacha, escribió su primer libro de testimonio
Huelga y represión
(1979).
Liberado de la prisión por
una campaña de Amnistía Internacional, llegó exiliado a Suecia en
1977. En Estocolmo, donde fijó su residencia, cursó estudios de
pedagogía en el Instituto Superior de Profesores y ejerció la docencia
durante varios años. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta
y Contraluz. Es miembro de la Sociedad de Escritores Suecos y del
PEN-Club Internacional. Dictó conferencias en China, España, Alemania,
Suecia, Francia, México, Venezuela y Estados Unidos. Su obra está
traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías
internacionales. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y
Estados Unidos.
Entre sus libros, que abarcan
el género de la novela, el cuento, el ensayo y la crónica periodística,
destacan: Días y noches de angustia (1982), Cuentos violentos
(1991), El laberinto del pecado (1993), El eco de la
conciencia (1994), Antología del cuento latinoamericano en Suecia
(1995), Palabra encendida (1996), El niño en el cuento
boliviano (1999), Cuentos de la mina (2000), Entre tumbas
y pesadillas (2002), Fugas y socavones (2002), Literatura
infantil: Lenguaje y fantasía (2003), Poesía boliviana en Suecia
(2005), Retratos (2006) y Cuentos en el exilio (2008). |
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