¿Quién puede llamarse mi amigo?
¿A quien puedo llamar amigo?
En esta ciudad tan querida
nadie llora por mí;
el miedo me acosa desde el momento en que despierto;
un miedo que comenzó con mi nacimiento,
con las primeras violencias con las primeras prohibiciones.
Odie a las maestras que me enseñaron a leer y escribir
con el mismo gesto displicente con que a los niños pobres
se les da un juguete viejo en la noche de reyes;
como si ello fuera parte de una condena,
con la furia reprimida;
odie a mi maestra de sexto grado hasta el punto de desearle la muerte.
Odie las instituciones que aprisionaron mi cuerpo
y me negaban los derechos del sexo
odié a los poderosos ante los cuales se humillaban mis padres
odié a mis padres por humillarse ante ellos
pero disimulé mis odios como pude
porque esas buenas gentes me hubieran conducido sin piedad a la horca
Me tragué la desesperación y las ofensas
soporté que a los quince años me vistieran con una mortaja-
Después salí al mundo por mis propios medios
desollada, dispuesta a mentir, a engañar, a destruir y a destruirme.
Yo ya había sido juzgada y condenada por las fuerzas del orden
Pero no conocía la sentencia.
Viví muchos años en esa ignorancia.
A veces me sumergía en un pozo sin luz
y caminaba tanteando las paredes.
Buscaba la locura como una liberación,
buscaba el sueño como algunos suicidas buscan la muerte.
Fui feliz y desdichada alternativamente
feliz cuando en las sombras una mano cálida apretaba la mía
desdichada cuando perdida toda esperanza supe que jamás podría matarme,
y que debería aprender a soportar mis fracasos
de cualquier manera, para siempre. |