Hace ya varios lustros recibí el primer libro de Oscar Portela con un título heideggeriano: Senderos en el bosque. Llegaba con un poema-prólogo del admirado Francisco Madariaga, poeta de tierras, aguas, aguardientes y paisajes.
El libro de Portela, en una cuidada edición de Torres Agüero fue una de esas espaciadas sorpresas que suelen darnos los hechos literarios mayores. Cuando esto pasa uno siente que la obra leída pasa a formar parte de esa inexorable antología interior, antología de fondo que llevamos para siempre.
Por sus temas, por su fuerza expresiva y por su despliegue de lenguaje, Oscar Portela se instalaba en una dimensión distinta a las de las tradiciones de la poética de su tiempo. Recogía la fuerza celebrativa y la voz grande de los mayores poetas americanos. Sin timidez de poeta joven, pensé que Portela era un portador de una palabra iluminada, de profeta en tiempos de dioses huídos.
En ese libro citado, el poema Los asilos, superaba a los poetas como Enrique Ramponi en su Piedra Infinita y se ponía a la altura del Neruda de Alturas de Machu Pichu o del Lugones de Las Montañas de Oro, cuando el poeta se atreve a ser un testigo cósmico y osa “El canto grave que entonan las mareas/ Respondiendo a los ritmos de mundos lejanos.../ El poeta es el astro de su propio destierro...” Y Portela parece responderle a este Lugones fundacional: “Nunca sabrás el origen del canto/ pero hallarás el canto del origen.”
Hace ya tres meses la cámara de diputados honró a Oscar Portela con la entrega de una plaqueta de homenaje. El poeta presentó su libro más reciente, Claroscuro en una recepción en el Club del Progreso.
Nos reencontramos después de años. Y tuve la oportunidad de destacar ante escritores y críticos lo que más o menos expreso en esta nota: admiración por haber ubicado la palabra en la altura de su máxima posibilidad temática, la pregunta sobre El puesto del hombre en el Cosmos, como escribiera Max Scheler.
Mientras esperaba mi turno para hablar, hojeé el libro que se presentaba y encontré como acápite del último poema del mismo estas líneas que Portela tomó de las cartas de la locura de Nietzsche: “Después que me hubiereis descubierto, imposible sería ya perderme.”
Nietzsche escribió esa verdad cuando nadie lo leía ni respetaba, salvo un grupo de iniciados como Rilke, Lou Andrea Salomé, George Brandes o Jacob Burckhardt.
Nada más aplicable a Oscar Portela en la despoetizada Argentina de hoy.
Días después de ese reencuentro, Portela envió a varios amigos el poema que se publica en esta página, donde reencuentra aquella voz que tanto me impresionó en Senderos en el Bosque, casi tres décadas atrás.
Este Ofertorio de Brumas se inscribe entre sus obras mayores. Es una “celebración” existencial que tiene la grandeza, la profundidad neobíblica del profeta angustiado ante la insoportable decadencia del mundo. Mundo de “la ceguera de la Imágen y la sordera de la acústica”. “Invoco las Horas de una noche sin términos.” “Ignoramos si las plegarias devolverán el Mar al Mar.”
Abel Posse
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