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Introducción del Símbolo de la Fe: |
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Cap. VI De los cuatro elementos o región elemental |
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Mas ya es tiempo que descendamos del cielo a este mundo más bajo, donde residen los cuatro elementos, que son tierra, agua, aire y fuego; los cuales, como ya dijimos, son la materia en que los cielos emplean la eficacia de su virtud, obrando en ellos, y engendrando y componiendo de ellos todas las cosas corporales. Donde primero se nos ofrece el lugar y el sitio en que el Criador los asentó por tal orden y compás que, siendo entre sí contrarios, tengan paz y concordia, y no sólo no perturben el mundo, mas antes lo conserven y sustenten. Para esto ordenó él que cada uno de los elementos tuviese una cualidad conforme a la de su vecino, y con este linaje de alianza y parentesco puso paz y concordia entre ellos. Porque la tierra que es el más bajo de los elementos, es seca y fría, y el agua es fría y húmida, y el aire es húmido y caliente, y el fuego es caliente y seco, y de esta manera se traban y dan la mano unos elementos a otros, y hacen una como danza de espadas, continuándose amigablemente por esta forma los unos con los otros. Y para mayor conservación de esta paz, de tal manera templó el Criador las propiedades de ellos, que el que es muy poderoso para obrar, fuese flaco para resistir y, por el contrario, el que es fuerte para resistir, fuese flaco para obrar. Esto vemos en el fuego, el cual, siendo tan activo y tan abrasador de lo que halla, no tiene fuerza para resistir a un poco de agua, con la cual cesa todo aquel su furor. Porque a ser fuerte en lo uno y en lo otro, abrasara todo el mundo, y no hubiera quien prevaleciera contra él. Mas por el contrario, la tierra no tiene fuerza para obrar, mas tiénela para resistir, porque ni fuego, ni agua, ni aire basta para corromperla y mudarla en otra sustancia, como vemos inflamarse el aire con el fuego vecino, y convertirse en fuego. De esta manera igualó el Criador las fuerzas de estos cuatro cuerpos simples, recompensando por una parte lo que quitaba o añadía por otra. Dio también otra cosa a estos cuatros cuerpos, que es una gran inclinación y ímpetu de correr a sus lugares naturales, porque en ellos se conservan como en su propio lugar y centro, y fuera de él recibirían agravio de otros cuerpos contrarios. Y así vemos que el aire encerrado en las concavidades de la tierra la hace estremecer por hallar salida para su lugar natural. Y no es menor el ímpetu del fuego. Y demás de esto, estando fuera de estos sus lugares, perturbarían la orden del universo, tomando unos cuerpos el lugar de otros. Y para esta misma conservación les dio otra inclinación de juntarse unas partes con otras, cuando las dividimos, excepto la tierra, que por ser el más imperfecto de los elementos, carece de este movimiento. Mas el agua y el aire, si los dividís, luego se juntan, porque mejor se conservan juntos que apartados. Y esta inclinación natural dio el Criador a todas las cosas, por pequeñas e insensibles que sean, que es procurar su conservación. ¿Qué cosa más pequeña que una gota de agua? Pues si ésta cae sobre el polvo, luego se recoge y reconcentra dentro de sí, y se hace redonda, porque así está más lejos de secarse que si estuviese derramada y extendida. El aceite otrosí, echado con el agua, o se levanta sobre ella, o se muda todo en unos pequeños ojos, por no perder su ser, siendo incorporado o empapado en el agua. La sal echada en el fuego salta y huye de él como de su contrario, porque ella es de la naturaleza del agua, de que se formó, que es enemiga del fuego. Los árboles, cuando están muy asombrados, crecen más, y suben a lo alto a buscar el sol que los cría, y asimismo las raíces de ellos, si tienen cerca el agua, se extienden hacia ella, buscando allí su mantenimiento y frescura. De modo que a todas las criaturas proveyó el Criador de inclinaciones que las llevan a buscar lo que les es provechoso, y huir lo contrario, para que así se conserven en el ser que él les dio. |
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