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Introducción del Símbolo de la Fe: |
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Capítulo V |
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Dicho de los cielos en común, síguese que digamos en particular de los planetas y estrellas que hay en ellos, y primero del más noble, que es el sol. En el cual hay tantas grandezas y maravillas que considerar, que preguntado un gran filósofo, por nombre Anaxágoras, para qué había nacido en este mundo, respondió que para ver el sol, pareciéndole que era bastante causa para esto contemplar lo que Dios obró en esta criatura, y lo que obra en este mundo por ella. Y con todo esto no adoraba este filósofo al sol, ni le tenía por Dios, como otras infinitas gentes, antes dijo que era una gran piedra o cuerpo material muy encendido y resplandeciente. Por lo cual fue condenado en cierta pena por los atenienses, y fuera sentenciado a muerte, si su gran amigo Pericles no le valiera. Mas con ser esta estrella tan admirable, nadie se maravilla de las virtudes y propiedades que el Criador en ella puso, porque, como dice Séneca, «la costumbre de ver correr las cosas de una misma manera, hace que no parezcan admirables, por grandes que sean. Mas por el contrario, cualquier novedad que haya en ellas, aunque sea pequeña, hace que luego pongan todos los ojos en el cielo. El sol no tiene quien lo mire, sino cuando se eclipsa, y nadie mira a la luna, sino cuando la sombra de la tierra la oscurece. Mas cuánto mayor cosa es que el sol, con la grandeza de su luz, esconde todas las estrellas, y que con ser tanto mayor que la tierra, no la abrasa, sino templa la fuerza de su calor con sus mudanzas, haciéndolo en unos tiempos mayor y en otros menor, y que no hinche de claridad la luna, ni tampoco la oscurece y eclipsa, sino cuando está en la parte contraria. De estas cosas nadie se maravilla cuando corren por su orden, mas, cuando salen de ella, entonces nos maravillamos, y preguntamos lo que aquello será: tan natural cosa es a los hombres maravillarse más de las cosas nuevas que de las grandes». Hasta aquí son palabras de Séneca. Mas San Agustín dice que los hombres sabios no menos, sino mucho más se maravillan de las cosas grandes que de las nuevas y desacostumbradas, porque tienen ojos para conocer la dignidad y excelencia de ellas, y estimarlas en lo que son. I.- Pues tornando al propósito, entre las virtudes e influencias de este planeta la mayor y más general es que él influye luz y claridad en todos los otros planetas y estrellas que están derramadas por todo el cielo. Y como sea verdad que así ellos como ellas obren en este mundo sus efectos mediante la luz con que llegan de lo alto a lo bajo, y esta luz reciben del sol, síguese que él, después de Dios, es la primera causa de todas las generaciones, y corrupciones, y alteraciones, y mudanzas que hay en este mundo inferior. Y así decimos que él concurre en la generación del hombre. Por lo cual se dice comúnmente que el sol y el hombre engendran al hombre. Y no sólo engendra las cosas, mas él también, mediante el calor que influye en ellas, las hace crecer, y levanta a lo alto. Por donde vemos espigar las hortalizas y crecer las mieses por el mes de mayo, cuando ya comienzan los calores a crecer. II.- Él mismo levanta a lo alto los vapores más sutiles de la mar, los cuales, llegando a la media región del aire, que es frigidísima, se espesan y convierten en agua, y riegan la tierra, y con esto produce ella todos los frutos y pastos, que es el mantenimiento así de los hombres como de los brutos animales. De modo que de ella podemos decir que nos da pan, y vino, y carnes, y lanas, y frutas, y finalmente casi todo lo necesario para el uso de la vida, porque todo esto nos da el agua. III. Él es el que con la variedad de sus movimientos nos señala los tiempos, que son días y noches, meses y años, porque naciendo en este nuestro hemisferio, hace día, y poniéndose y desviándose de nuestros ojos, hace noche, y corriendo por cada uno de los doce signos del cielo, señala los meses (por detenerse por espacio de un mes en cada uno) y dando una perfecta vuelta al mundo por estos doce signos con su propio movimiento, señala los años. Porque una vuelta de estas suyas hace un año. IV.- El mismo es el que, allegándose o desviándose de nosotros, es causa de las cuatro diferencias de tiempos que hay en el año, que son invierno, verano, estío y otoño, los cuales ordenó la divina providencia por medio de este planeta así para la salud de nuestros cuerpos como para la procreación de los frutos de la tierra, con que ellos se sustentan. Y cuanto a lo que toca a la salud, es de saber que, así como nuestros cuerpos están compuestos de cuatro elementos, así tienen las cuatro cualidades de ellos, que son frío y calor, humedad y sequedad, a las cuales corresponden los cuatro humores que se hallan en estos cuerpos. Porque a la frialdad corresponde la flema, a la humedad la sangre, al calor la cólera, y a la sequedad la melancolía. Pues como aquel supremo gobernador vio que la salud de nuestros cuerpos consiste en el temperamento y proporción de estos cuatro humores, y la enfermedad cuando se destemplan, creciendo o menguando los unos sobre los otros, de tal manera ordenó estos cuatro tiempos, que cada uno de estos cuatro humores tuviese sus tres meses proporcionados en el año, en que se reformase y rehiciese. Y así para la flema sirven los tres meses del invierno, que son fríos como ella, y para la sangre los tres del verano, que son templados como ella, y para la cólera los tres del estío, que son calientes como ella, y para la melancolía los tres del otoño, que son secos como ella lo es, y así en estos cuatro tiempos reina y predomina cada uno de estos cuatro humores y así, teniendo igualmente repartidos los tiempos y las fuerzas, se conservan en paz sin tener uno envidia del otro, pues con tanta igualdad se les reparten los tiempos, y así ninguno prevalezca contra el otro, ni presuma destruirlo, viendo que tiene iguales fuerzas e igual tiempo de su parte para rehacerse, que él. Y no menos sirve maravillosamente esta mudanza de tiempos para lo segundo que dijimos, que es para la procreación de los frutos y pastos de la tierra, con que estos cuerpos han de ser alimentados. Porque en el tiempo de la otoñada se acaban de recoger los frutos que el estío con su calor maduró y, con las primeras aguas que entonces vienen, comienza el labrador a romper la tierra y hacer sus sementeras. Y para que los sembrados echen hondas raíces en la tierra, y crezcan con fundamento, se siguen muy a propósito los fríos del invierno, donde las plantas, huyendo del aire frío, se recogen para dentro, y así emplean toda su virtud en echar raíces más hondas, para que, después, tanto más seguramente crezcan, cuanto más arraigadas estuvieren en la tierra. Esto hecho, para que de ahí adelante crezcan, sucede el verano, el cual con la virtud de su calor las hace crecer y sube a lo alto, al cual sucede el ardor del estío, que las madura, desecando con la fuerza de su calor y sequedad toda la frialdad y humedad que tienen y con esto maduran. De esta manera, acabado el curso de un año, queda hecha provisión de mantenimiento así para el hombre como para los animales que le han de servir. De modo que, como los señores que tienen criados y familia suelen diputar un cierto salario cada año para su mantenimiento, así aquel gran Señor, cuya familia es todo este mundo, con la revolución del sol, que se hace en un año, y con estas cuatro diferencias de tiempo, provee cada año de mantenimiento y de todo lo necesario para esta su gran casa y familia y, esto hecho, manda luego al sol que vuelva a andar otra vez por los mismos pasos contados, para hacer otra nueva provisión para el año siguiente. V.- Y porque todos los hombres y animales están sujetos a la muerte y, si no se reparasen las especies con sus individuos, se acabaría el mundo, cada año lo repara el Criador por el ministerio de esta misma estrella, porque con la vuelta que ella da hacia nosotros, en llegando a la primavera, cuando los árboles parece que resucitan, también se puebla el mundo de otra nueva generación y de otros nuevos moradores. Porque en ese tiempo se crían nuevos animales en la tierra, nuevos peces en el agua y nuevas aves en el aire. Y de esta manera aquel divino presidente sustenta y gobierna este mundo, acrecentando cada año su familia, y proveyendo pasto y mantenimiento para ella. Pues, ¿quién viendo la orden de esta divina providencia, no exclamará con el Profeta, diciendo: «¡Cuán engrandecidas son vuestras obras, Señor! Todas están hechas con suma sabiduría, llena está la tierra de vuestras riquezas?». |
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