LEí por primera vez Ou o poema contínuo apenas se publicó, en el verano de 2001, cuando su autor me lo hizo llegar. Muchos de sus textos me eran familiares porque este livro es, como indica su subtítulo, una súmula, es decir, un breve resumen, compendio o epítome de su Poesia Toda, libro que havía ido creciendo en sucesivas reediciones y en el que se recopilaban la veintena de títulos publicados com anterioridad por Herberto Helder.

Pero aunque sus partes nos sean conocidas, esta súmula, al seleccionar, reducir y dar continuidad a determinados poemas y fragmentos de su amplia obra, al condensar en um centenar de páginas más de treinta años de escritura poética, nos enfrenta a un Helder esencial, sobrio, escueto dentro de su riqueza y variedad, a un Helder quintaesenciado, vertebrado por el hilo conductor de sus temas y motivos fundamentales, en un compendio o prontuario que nos permite el acceso a su amplia obra por el atajo de la brevedad.

De la brevedad, digo, y no de la explicacíón o la claridad, porque Herberto Helder se jacta desde hace mucho de ser un «poeta oscuro».

En Os Passos em Volta (Los pasos em torno, en la traduccíon de Ana Marquez publicada por Hiperión) se incluye un texto en el que Helder confiesa haber escrito a lápiz en la pared frente a su cama la frase “Dios mio, haz que yo sea siempre un poeta oscuro” para tenerla permanentemente a la vista, y Helder, poeta obscuro se titula el libro que Maria Estela Guedes publicó ya en 1979 sobre su obra.

Aunque su oscuridad no es de las que dejan indiferente, aburren o echan para atrás por necias o innecesarias. En la poesía de Helder es la fuerza de los focos, la sobreabundancia de las fuentes lumínicas en su afán por penetrar cuanto existe, la que provoca nuestra oscuridad inicial. Pero basta dejarse arrastrar por sus palabras, leer y releer sus poemas para que chispazos, fulgores, destellos, centelleos y deslumbramientos vayan adquiriendo sentido, ligándose, correlacionándose en un mundo que, si dejar nunca de ser el nuestro, lo ahondan, lo escudriñan, lo devuelven a su interminable putrefacción o a su pureza originaria. Para un buen lector de poesía resulta más que difícil permanecer indiferente ante la brillantez de la obra de Herberto Helder.

Para sua traductor, há sido un honor y una gran satisfación verterla al castellano, aunque también una dura tarea, que há ido escalonando y alternando com otras a lo largo de tres años. Y que no habría logrado concluir satisfactoriamente sin la colaboración del autor. Él há ido revisando, fragmento a fragmento, mi traducción, y ayudándome a resolver dudas y dificultades que ni diccionarios ni expertos consultados fueron capaces en ocasiones de aclarar.

Mí agradecimiento, pues, a Herberto Helder por su comprensión, su atención y su amabilidad que, a lo largo de estos años, se han ido transformando en confianza y amistad. Entre los dos hemos puesto en manos de los lectores españoles O el poema contínuo. Estoy seguro de que sabrán apreciarlo y disfrutarlo como se merece.

 J.M,

En Madrid, mayo del 2004