ENRIQUE DE SANTIAGO
Enrique de Santiago (Santiago, Chile, 1961). Artista visual, poeta, investigador, ensayista, curador y gestor cultural.
Ludwig Zeller retorna hoy al oasis, así lo ha definido él mismo, a la hora de preguntarle por un nombre para titular esta exhibición suya. En estos últimos años, Zeller ha vuelto a Chile en varias oportunidades, pero algo nuevo hay en este actual retorno, algo es distinto, ya que el poeta despliega en esta oportunidad otra expresión de su poesía, la visual, el sintagma de aquello que yace bajo sus tijeras, me refiero a su obra plástica, pero entendiendo bien que esta otra obra posee tantos elementos de lo maravilloso como la primera, la literaria. Es la misma metáfora que llega vestida en forma de collages, donde Zeller nos acerca a lo desconocido conjugado como fracciones de una realidad, y donde cabe preguntarse ¿cómo podemos hablar de lo desconocido? Y entonces la respuesta que el collagista pareciese entregar en cada imagen asomada es precisa: Miren mis visiones, penetren en ellas y sientan. La composición es una metáfora en el espíritu de Zeller que aterriza en su obra. Dice el lingüista George Lakoff, “Las generalizaciones que rigen las expresiones metafóricas no están en el lenguaje, sino en el pensamiento” Y el pensamiento de Zeller con frecuencia está en otro plano dimensional, donde el lenguaje conocido es reemplazado por uno más profundo, uno decidor de lo indecible. Aquí Zeller es donde responde, tomando fracciones de realidades para buscar otra realidad de un plano lejano, en una frase o imagen que proviene del sueño, de lo inconsciente, o del delirio que surge al beber de las aguas del pozo profundo del hermetismo.
Hablar de Zeller, es partir diciendo que él ha mantenido vivo lo maravilloso, y que ha defendido la metáfora a ultranza de todo aquello que arremete contra ella, me refiero especialmente a aquel consenso social, que también ha negado al ser humano el derecho legitimo de sus infinitas posibilidades. Entonces el collagista, desenmascara los límites y conduce a las miradas con sus espíritus hacia las hespérides surreales.
Narrar la vida de Ludwig Zeller es hacer mención de los hechos importantes de más de la mitad de la historia del Surrealismo. Este poeta y creador visual es el eslabón entre los primeros surrealistas de 1924 y las nuevas generaciones del siglo XXI. Muchos de estos últimos, han surgido bajo sus influjos y ejemplo. Zeller mismo es la condición surrealista, una vida de ensoñaciones poéticas, de consecuencia libertaria y amor desbordante. Él es quien ha bebido del fruto profuso del sueño sin tomar resguardo alguno, pues la cautela que se puede llevar en la maleta mientras se cumple la travesía por lo maravilloso implica perder las huellas del vellocino de oro. “Al interior del ojo veo lo invisible y me veo a mí mismo” dice en el poema Salvar la poesía, quemar las naves (1), y en esto no hay vuelta atrás sobre todo cuando se trata de afrontar la búsqueda de la gnosis arcana, comúnmente llamada la alquimia del uno. Se hinchan entonces las velas del navío de este argonauta, que se encamina a navegar en los piélagos del sabio delirio que conduce al logos olvidado. La creación es una de las tantas e infinitas posibilidades de manifestarse en el Surrealismo, y allí es donde los nautas oníricos se sienten a sus anchas, pero en realidad es también donde ofician como médiums entre lo de dentro y lo de fuera, y estos dos hemisferios dimensionales, se encuentran en el collage de Zeller, es el atuendo morfológico que es también vehículo de su poesía, allí donde él construye visualmente lo que la oratoria recóndita de su alma le dicta. Él, Max Ernst, Lou Dubois, y Man Ray, por citar algunos, son sus máximos exponentes. Pero en Zeller el collage toma nuevos rumbos, hay en sus obras una actividad de separación de la figura del fondo y este último se vuelve desierto, el mismo que sus ojos vieron desde su nacimiento, en el ya desaparecido pueblo de Río Loa (Atacama). Pero Zeller leía del desierto aquello que lo empujó a ser un poeta, de la palabra y también de la imagen, él vio además a través de los espejismos nortinos lo que le permite hermanar la poesía y la imagen con la infinita fuente surrealista. Así hoy, esta muestra de Ludwig Zeller en el Centro cívico de la Ilustre Municipalidad de las Condes, y en el espacio de la Fundación Itaú es un reconocimiento justo a quien por casi dos décadas (1952 a 1970) desde el Ministerio de Educación, organizó varios cientos de exposiciones, muchas de ellas de carácter experimental, siendo el curador de la Galería de Artes Plásticas de dicha institución y después de 1967 de otras galerías y museos, como el Instituto Cultural de Las Condes en Santiago de Chile. También realizó paralelamente variadas actividades en literatura, arqueología y antropología médica. Es así mismo célebre la fundación de la “Casa de la Luna” junto a su compañera Susana Wald, que fue un café cultural y una revista del mismo nombre del que aparecieron dos números. Esta actividad tuvo un tremendo impacto sobre las generaciones jóvenes de la época, engendrando un impulso vital que se percibe hasta nuestros días. En ese lugar, comúnmente se congregaban varios centenares de personas para ver films, realizar exposiciones y asistir a conferencias. Posteriormente, en lo que se constituye como un hito cultural en nuestro país, Ludwig Zeller junto a Susana Wald, organizan “Surrealismo en Chile,” exposición de gran repercusión, que se celebra en la Universidad Católica de Chile, en lo que fuera el mayor resumen de la actividad surrealista en Chile hasta la fecha. Ahí se incluyeron obras de Roberto Matta, Haroldo Donoso, Rodolfo Opazo, Valentina Cruz, Carmen García, Viterbo Sepúlveda, Susana Wald, Ludwig Zeller, Dámaso Ogaz, Nemesio Antúnez, Enrique Zañartu, Juana Lecaros y otros. En 1971 emigra junto a Susana a Toronto Canadá, donde fundan y dirigen “Oasis Publications” con más de 40 títulos publicados en 3 idiomas, inglés, español y francés. Además organizan variadas exhibiciones de artistas, preferentemente surrealistas.
Ludwig Zeller participó en la XLII Bienal de Venecia, en 1986, en el marco de la exposición Arte y Alquimia cuyo curador fue el reconocido historiador del arte, teórico y poeta Arturo Schwarz. También es sustancial su presencia en tres de las últimas Exposiciones Internacionales Surrealistas (1975, 2008, y 2009) encuentros que son una verdadera tradición dentro de este movimiento. Es por esto y mucho más, que Zeller, es parte vital de la actividad surrealista en todo el amplio significado de la palabra, comenzando por la intimista, aquella que se ejecuta en ese espacio personal donde se conecta el individuo solo ante el universo in abscondito, y la otra que lo vincula de manera colectiva, donde se comparte la ilusión hermanada, aquella tan característica del Surrealismo, en una suerte de trueque de sensaciones oníricas y palabras cargadas de simbolismo, cuando es el momento de compartir los secretos sin hablar.
El collage de Zeller es la cúspide del silencio que se inquieta en la aparente nada, porque el vacío no existe, ya que nada es nada, pues esta en verdad es una realidad no percibida, una que sostiene el todo con su andamiaje invisible, es aquel todo-nada oculto, que sólo se puede alcanzar con la imagen metafórica. Es el despliegue de una parcialidad-toda del Aor Ensoph, pues es la suma de la iniciativa expansiva, porque como dice Kandinsky: “Por otro lado, en el arte no existe la forma totalmente material” (2). Zeller en sus collages vuelve al origen de las cosas y explora la fuente primigenia a partir de sus apariciones postreras, entonces ingresa a la fuente única del signo hermético, la cosa antes de ser engendrada y al mismo tiempo, busca el rescate de ésta desde abismo de la muerte, una suerte de plano extendido, un continuum de paredes cuánticas, un mapa cósmico, a partir de reseñas terráqueas, pues es la ecuación oculta y circular, lo activo que atraviesa lo pasivo. Su constructo es el pináculo sintáctico que emerge alzando sus faldeos oníricos.
Como en las antiguas “Escuelas del silencio”, Zeller plasma un mensaje donde el discípulo, que en este caso es el espectador, no es aleccionado a la manera conocida, no hay estímulo alguno de un predicado oral, sólo se le invita a la contemplación, y al diálogo sin palabras. Así entonces debemos sumergirnos en el mudo piélago simbólico, desde donde se ocultan las mareas con sus vaivenes de ocultismo, las que solicitan la perspicacia del observador, pues el collage es una suerte de alfabeto público y secreto a la vez. Esta es la calcinación del silencio primordial ante la acción del collagista, que nos revela parte de lo oculto, una especie de ojo de la cerradura por donde mirar, para que luego intentemos conseguir la llave para entrar. Es la acción alquímica que muestra lo esencial que subyace en los trozos conjugados de lo evidente y una acción holística de la otredad, que habita también en la vecindad de su collage, esa imagen desierta que comparte su irregularidad cartográfica con las imágenes yuxtapuestas. Vacío colindante, que se abalanza sobre el espacio poético trazado por Zeller y que dibuja su propia vibración espacial, pues cada zona desértica traída a la relación composicional varía según las formas plagada de seres y objetos que están instalados al centro de la escena, donde a veces se percibe una ínsula apartada del todo, ya que la acción creadora es hija del azar, pues el accionar del vidente se separa de la razón, intuyendo la ratio propia de un orden invisible (lo mal llamado irracional) con sus relaciones superiores e inferiores y sus correspondencias interdimensionales. La morfología oceánica del vacío, en su lucha permanente en el seno del espíritu del poeta, es una suerte de Tenten y Cai Cai Vilu, donde surge el asomo de las potestades de un demiurgo con tijeras. Hay dos visiones que se conforman en una, la inmensidad de lo de dentro, que es a la vez de acción centrípeta y centrífuga, y la realidad-irrealidad de lo de fuera, que es pasiva-activa y que posee como característica el ocultamiento de las emanaciones centrífugas del collage. Y así el vacío devuelve sus imágenes hacia el centro interferidas por la acción balsámica de la metafísica silenciosa.
En este sentido podemos citar a Bachelard: “El más acá y el más allá repiten sordamente la dialéctica de lo de dentro y de lo de fuera: todo se dibuja, incluso lo infinito. Se quiere fijar el ser y al fijarlo se quiere trascender todas las situaciones para dar una situación de todas las situaciones. Se enfrenta entonces el ser del hombre con el ser del mundo, como si se tocaran fácilmente las primitividades. Se hace pasar a la categoría de absoluto la dialéctica del aquí y del allá.” (2)
Y parafraseando al Filósofo gnóstico Plotino, es en la búsqueda del “Uno”, donde hay determinados elementos en el vacío, que están emparentados con él mismo, pero que pese a estar cerca en su vacuidad, no interrumpen la trascendencia del todo que es uno, aquello que está presente, pero que a la vez está separado. El collage de Zeller es el centro de su búsqueda, el Eros que no se extravía y que conduce su alma hacia arriba, según la tradición platónica, en esta mención, el arriba es circular, es lo mismo que lo que rodea, ya que está el plano al costado que refleja también el arriba y el abajo, el espacio global virtual, como el aire que lo circunda (su materia oscura). Entonces se podría decir que Zeller, al trozar el plano con fragmentos sonoros de realidad, lo que hace realmente es hacer vibrar las cuerdas en el vacío del silencio.
Agosto del 2010
(1) Ludwig Zeller “Salvar la poesía quemar las naves” pág. 75 Ediciones Fondo de Cultura Económica, 1993, México.
(2) Wassily Kandinsky “De lo espiritual en el arte” pág. 65, Editorial Labor, 1991, España.
(2) Gastón Bachelard “La poética del espacio” Cap.: La Dialéctica de lo de dentro y de lo de fuera pág. 186 Ediciones: Fondo de Cultura económica, 2000, México.