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ANDRÉS GALERA
Reliciencia,
o como los científicos hablan con Dios
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andres.galera@cchs.csic.es .
Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC.
Proyecto HAR2013-43048-P.
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Mirando al cielo
Cuenta el
Génesis,
más o menos, que Dios creó el cielo y la tierra,
iluminó las tinieblas, separó las aguas del
suelo, llenó el cielo de estrellas, y,
finalmente, pobló el mundo con plantas,
animales, el hombre. Puso todo en orden y
descansó. Un día: el séptimo. Inmersos en la fe
cristiana, durante dieciocho siglos la narración
fue santo y seña para unos sabios occidentales
identificados con la idílica fotografía de una
naturaleza amable, permanente, invariable,
incluida en el libro sagrado. Texto que
hasta el siglo XIX sirvió como guía científica
para conocer el universo. Un claro
ejemplo de este entendimiento es el escenario
creacionista ideado por el naturalista Carlos
Linneo.
En la cosmogonia del
texto sagrado hay dos etapas significativas a la
hora de explicar la historia terrestre: el
paraíso terrenal
y el
diluvio universal.
El botánico sueco compaginó ambos sucesos.
Combinando
ciencia y religión trazó una explicación
respetuosa con el relato bíblico. Lo hace en la
6ª edición de su
Sistema Natural,
el año 1748.
Originalmente el paraíso terrenal estaría
emplazado en la isla de Ceilán (hoy Sri Lanka),
permaneciendo oculta bajo las aguas el resto de
la superficie terrestre -el
diluvio universal
según la versión recogida en la
Biblia-.
Los continentes emergieron del fondo marino
gracias a un sencillo proceso sedimentario,
conocido como teoría de los
sargazos.
La proliferación de este tipo de algas sobre la
superficie marina tuvo una función
estabilizadora,
mantuvo el mar en calma facilitando el depósito
de materiales sobre el fondo marino.
Así, siguiendo un lento proceder, los
continentes emergieron de las profundidades. En
la versión bíblica elaborada por Linneo el
científico
Dios es la causa primera y la creación sigue sus pasos, pero los hechos han
perdido su cualidad sobrenatural constituyendo
un fenómeno actualista propio de la naturaleza a
la que pertenecen y representan.
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La teoría de la evolución
Un siglo después, el
XIX, se formula la teoría de la evolución.
Primero Lamarck, luego Charles Darwin, afirman
que el relato bíblico está equivocado, que las
cosas no sucedieron como se cuentan. No
aludían al día de descanso, a todas luces
insuficiente.
Los seres vivos no
fueron creados por Dios surgieron
espontáneamente de la materia inerte mediante
leyes físicas, formándose especies animales y
vegetales cambiantes durante toda la historia de
la Tierra a partir de las existentes. El hombre
es una de las recientes. La idea modificó la
representación del mundo. La relación entre
ciencia y religión entró en conflicto. Dos
ejemplo inmediatos. En 1860, un año después de
la publicación del darwiniano
Origen de las
especies,
el Concilio Provincial de la ciudad de Colonia
declaraba como hecho contrario a
la Escritura y la fe
afirmar
que el hombre se originó por evolución de un
animal inferior. Ese mismo año, el 30 de junio,
cuentan las habladuría que en la reunión anual
de la
British Association
for the Advancement of Science,
celebrada en Oxford con el tema de
evolucionismo frente
a creacionismo,
el obispo anglicano Samuel Wilberforce culminó
su intervención preguntando al naturalista
Thomas Huxley, presente en la sala y conocido
como el bulldog de Darwin por su defensa
incondicional de la teoría, si descendía de un
mono por parte de abuelo o de abuela. Se
organizó la marimorena.
Pero la ruptura entre
darwinismo y creacionismo no es tan radical como
parece. Se rescribe la historia bajo un nuevo
orden, sí, pero no se refuta necesariamente la
existencia del ser supremo. Entonces, ¿qué lugar
ocupa Dios en la evolución? Respondiendo, Darwin
utiliza el símil de la selección artificial,
pues no en vano la
Biblia
señala el camino. El creador actúa, como hacen
agricultores y ganaderos, combinando y
seleccionando los individuos mediante la
reproducción. Lo hace indirectamente, empleando
la selección natural convertida en la mano
alargada de Dios que mece la cuna de la
naturaleza transformándola. La lucha por
sobrevivir es el filtro para elegir al más apto,
posibilita la sustitución de una especie por
otra, y causa la extinción. Los tres
ingredientes del nuevo orden evolutivo. Todo
ocurre en un incesante juego combinatorio donde
los seres vivos proliferan y desaparecen
mientras el planeta gira y los elementos agua y
tierra se alternan en su orografía, tal y como
señala el propio Darwin. Hay «grandeza en esta
concepción de que la vida, con sus diferentes
fuerzas, ha sido alentada por el Creador»,
suscribe al final de la sexta edición del
Origen.
La relación entre creacionismo y darwinismo no
tiene porque se antagónica,
depende del grado de
libertad atribuido al universo. Una escenografía
representa la perfección de la creación; en la
otra el azar guía a la materia por derroteros
insospechados. Caminos que pueden no ser
divergentes: científicos como el genetista
estadounidense Francis S. Collins (The
Language of God: A Scientist Presents Evidence
for Belief),
director del Proyecto Genoma Humano en el
período 1999-2008, representan la opción de
encontrar a Dios tras la teoría evolutiva
armonizando ciencia y religión. Creacionismo
evolutivo se denomina, admitiendo tres
principios básicos. Sintéticamente: • Dios es el
creador de la vida. • La Biblia es la palabra de
Dios. • La ciencia de la evolución describe cómo
Dios produjo la diversidad de la vida terrestre.
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El
diseño inteligente
El diseño orgánico
fue un argumento habitualmente utilizado por
creacionistas y transformistas para justificar
sus respectivas tesis sobre el origen de las
especies. En el siglo XIII, la
Summa Teologica
escrita
por santo Tomás de Aquino lo recoge como el
camino para llegar a Dios. Transcurridos varios
siglos Schopenhauer, en su libro
Sobre la voluntad de
la naturaleza,
sigue esta senda de perfección descubriendo un
esquema unitario diferente porque
el cuerpo animal es
su voluntad misma:
voluntad de vivir partiendo de ancestros comunes
según el dictamen de la evolución. Entre las
múltiples versiones que el tema del diseño
mereció la del relojero, divulgada por William
Paley en su
Natural Theology,
ha sido la más popular y exitosa. El resumen es
sencillo: si paseando por el desierto
encontrásemos un reloj no dudaríamos en atribuir
su existencia a un relojero que habría diseñado,
realizado, ensamblado, ajustado sus piezas.
Similarmente, admitir que los objetos animados
existen gracias a un constructor, que habría
procedido de manera análoga dotándolos con los
mecanismos necesarios para su correcto
funcionamiento, resultaría más verosímil que
definir su existencia como el fruto de la
actividad fortuita de la naturaleza.
En el bando opuesto,
los
Diálogos sobre la
religión natural,
escritos por David Hume en 1779, son referencia
obligada. La propuesta contra el diseño divino
es metodológica, argumentándose que al comparar
procesos semejantes, como sería el caso, la
ausencia de una correspondencia absoluta anula
la posibilidad de alcanzar similar conclusión.
La misma relación causa-efecto es aplicable sólo
a procesos idénticos, el resto de fenómenos
precisa de una comprobación empírica. La
presencia de un reloj determina su causa primera
pero, por ser fenómenos disímiles, de su
presunta analogía con animales y plantas no se
infiere la existencia de un relojero universal.
Hume no discute la condición mecanicista del ser
vivo, su definición como un agregado de partes
simples, piezas u órganos, defiende que la
diferente cualidad de los organismos refuta la
analogía frente al arte humano. No niega la
existencia de un dios, rechaza que por analogía
los seres vivos, a diferencia del mecano,
prueben la existencia de un constructor.
También en el siglo
XX la idea tuvo fortuna, por ejemplo con la
fórmula del bricolaje de la evolución. En esta
coyuntura se encuentra François Jacob, quien
explica cómo los seres vivos evolucionan
mejorando sus órganos durante millones de años
igual que un experto en bricolaje construye sus
enseres ajustando, retocando y añadiendo nuevos
elementos al modelo original. El resultado es la
consecuencia lógica de una acción continua de la
selección natural traducida en un diseño
inconsciente. Científicos menos benévolos, entre
ellos Stephen Jay Gould (The
Panda's Thumb),
se fijan en los defectos del diseño y aprovechan
la ocasión para hablar de
chapuza de la evolución,
anulando la figura del creador que, de existir,
habría sido más cuidadoso al construir los
objetos que pueblan la Tierra. Por su parte, el
filósofo Elliott Sober
(Philosophy of Biology)
retoma la polémica Paley-Hume aplicando el
principio de verosimilitud. Su análisis reconoce
que el argumento del diseño resulta más
verosímil que los sucesos aleatorios pero no
supera la comparación frente a la propuesta
evolutiva de la selección natural. Trazando una
trayectoria similar Richard Dawkins (The
blind watchmaker: Why the Evidence of Evolution
Reveals a Universe without Design),
conjugó ambas opciones definiendo la selección
natural como un relojero ciego agazapado detrás
de la ilusión del diseño y la planificación que
el observador percibe al contemplar el producto
final ignorando el proceso. El diseño es la
consecuencia del hecho evolutivo: es real pero
no intencionado.
Científicos como
Michael Behe (Darwin’s
Black Box),
han
liderado la oposición hallando en la complejidad
bioquímica del ser vivo la prueba para
justificar la imposibilidad del origen
espontáneo de los organismos vinculándolo al
diseño inteligente. En apariencia, la cuestión
es sencilla. Por ejemplo, comparemos un cilio
con un flagelo, dos elementos anatómicos
morfológicamente próximos. Intuitivamente, el
modelo gradual por selección natural puede
resultar apropiado para relacionar
evolutivamente ambas estructuras mediante
sucesivos pasos intermedios. Sin embargo, el
análisis bioquímico muestra una complejidad y
diferencias estructurales tan notables que la
hipótesis gradualista resulta, cuando menos,
insuficiente. Disfrazados de diseño inteligente,
los creacionistas pretenden sacar ventaja de
esta anomalía ofreciéndose como la única
alternativa válida a los límites de nuestra
capacidad científica. ¿Es el diseño inteligente
la luz al final del túnel? Reflexionemos
mínimamente. Recurrentemente, el debate sobre el
origen de los seres vivos se reduce a una
confrontación directa entre creacionismo y
darwinismo ignorándose cualquier otra
alternativa. Sin embargo, la ecuación
evolucionismo igual a darwinismo es errónea por
existir otros modelos evolutivos alternativos.
Consecuentemente, su posible refutación
significa sólo eso, no es una negación de la
evolución ni representa la prueba de la
creación. El rompecabezas evolutivo está aún
lejos de completarse. Faltan bastantes piezas
por descubrir, de las conocidas muchas no se
sabe dónde encajan, y algunas están mal
colocadas. El trabajo será ímprobo. Mientras
rellenamos los huecos seguiremos preguntándonos
¿qué sucedió antes, mucho antes, del Big Bang?
Al responder podemos renunciar a la posibilidad
de saberlo todo o bien aceptar la figura del
creador.
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Un dios computacional
La religión
es un suceso real en cuanto actividad humana,
quién lo duda, pero ¿existen tales divinidades
cuyo credo practicamos? Preguntas antiguas con
nuevas respuestas propias de los tiempos que
corren. El fenómeno religioso conlleva un modelo
social acorde con los principios profesados. La
divinidad tiene un papel de culto pero también
sancionador de aquellos mandamientos incumplidos
por los fieles. Sancionador con miras a la
salvación eterna. Así, aferrados a la imagen
divina soñamos con la inmortalidad para llenar
el vacío provocado por la muerte. Necesitamos a
dios para el futuro no en el presente. La
situación parece estar cambiando. La
inmortalidad ha sido un componente religioso
científicamente intocable, ya no. Cambiando el
orden de las cosas, los sabios paganos pretenden
derribar las murallas de Jericó sustituyendo el
sonido de los cuernos de carnero por
conocimiento sofisticados: cibernética,
inteligencia computacional, nanotecnología,
modelos de sistemas, etc. ¿La inmortalidad
material y un dios computacional esperan en la
trastienda evolutivo-cognitiva humana? Así lo
piensan, y no tardando mucho, personajes como el
físico Frank Jennings Tipler (The
Physics of Immortality,
1994; The
Physics of Christianity,
2007) y
el
tecnólogo
Ray
Kurzweil
(The age of intelligent machines,
1990,
The age of spiritual machines,
1999,
The singularity is near,
2005). En tal caso, ¿tendrá la religión algún
papel en este futurista universo humano?
Paciencia. La historia aún no ha sucedido. Orar
e investigar son quehaceres todavía hoy
compatibles con el hombre.
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