OMAR CASTILLO
I
Transcurría la mañana y el poeta se dispuso para salir de su casa. Tenía un compromiso en el Astor, lugar al que suele ir desde hace más de 30 años a tomar café y disfrutar de la variedad de sus tortas y platos, además en ese lugar puede quedarse en una de sus mesas disfrutando de su propia compañía. La mañana le resultaba acogedora, pues el clima de ese día era de su gusto. En la ciudad, el mes de marzo es el inicio de las lluvias que después de una temporada de calores, tornan cálido el clima. Su encuentro en el Astor sucedió ameno, cordial, se trataba de la edición de su próximo libro de poemas Jarchas & Escrituras, libro que para él significaba un nítido escalón en la creación de su poesía, pues en este hace ver que un poema es un lugar al que se llega cuando se asume su lectura, cuando se decide adentrarse por su escritura, y para ello es necesario que el lector se zafe de lo acostumbrado y se disponga para el encuentro con eso distinto, y si se quiere, nuevo.
Se despidieron y el poeta decidió ir por Junín hasta el Parque Bolívar antes de tomar el metro que lo llevará a Envigado. Ya en el metro volvió a pensar en esos dados que venían rodando desde finales de diciembre del año anterior, dados que parecían no tener un origen cierto. En las noticias de la noche se enteró de la cuarentena declarada por el gobierno en todo el país. Entonces, imaginó los dados cayendo sobre las ciudades del mundo, develando con sus azarosas cifras las situaciones que se vislumbraban desde los primeros días de enero, confirmando las máscaras de un virus invadiendo con sus números la vida cotidiana de las ciudades, imponiendo el miedo, modificando el diario laborar, tasando las ínfulas de la caridad. La mansalva de la pobreza en todos sus órdenes y significados.
Mientras cepillaba sus dientes, el poeta pensó que además este virus ponía al doméstico ser humano contra el paredón de sus rutinas, en lo incipiente de su intimidad, privacidad personal y social. La anunciación causada por las inéditas cifras mostradas por los dados señalaba el confinamiento. Afuera quedaban los colores del mundo vagando como mariposas que con sus vuelos rayaban el aire, encendían las formas y se prendían de los abandonados usos cotidianos.
II
Más de una semana llevan confinados en su apartamento el poeta, Luz Marley y su perra Sombra. Una de las salidas autorizadas durante la cuarentena les permite sacar a Sombra a sus necesidades fisiológicas, otra para ir al supermercado y a diligencias médicas o bancarias con días asignados por el último dígito de la cédula. El resto del tiempo lo pasan en el apartamento 608 donde viven.
“El viento se levanta… ¡vivir es necesario!”, este verso de uno de los apartados que componen El cementerio marino, de Paul Valéry, ha acompañado al poeta en muchos momentos de su vida. Es un verso que alimenta su ánimo. Y ahora, mirando desde el balcón los fragmentos de la ciudad que desde él le son posibles, lo repite como un abracadabra para su cotidianidad. Para el regocijo de su íntima noción de la realidad, de la otredad.
En el sofá se sienta junto a Luz Marley que acaba de servir dos pocillos de café. Así, mientras toman el café, dejan deslizar sus palabras que avanzan por las espirales del habla, tal como quienes persiguen un tema a través de un laberinto, el mismo que en cada vuelta les va permitiendo esclarecer el ir y venir de las palabras que gustan junto con el café. Disfrutan de su conversación, de su compañía. En uno de sus rincones preferidos duerme Sombra manteniendo su estado de alerta.
III
Las vistas de las ciudades que muestran los noticieros las dejan ver deshabitadas, intactas ante la ausencia humana. Por los vacíos espacios urbanos vueltos lienzos metafísicos no se ven personas, en cambio aparecen estatuas y sombras iluminándose y destiñéndose durante los días y las noches. Manzanas, fachadas y vías que provocan recorrerlas sintiéndose su único peatón, el dueño de la ciudad, el mago poseedor de todos los silencios donde las palabras han acumulado el largo surtido de sus acepciones. Mago que baraja esos silencios sobre las calles y carreras, tal como quien dispone una solitaria partida para que el ser humano no se entenebrezca en la luz de los súbitos del asombro donde la magia permanece, habita interminable. El silencio es el polvo a través del cual viajan las palabras por estas ciudades enmascaradas por la luz del día, por las luces de la noche. Polvo que muerde los significados de las palabras agazapadas tras las ventanas de casas y apartamentos. Parecen la memoriosa conversación tenida en un sueño donde los ojos han sido sacados de sus rutinas, dejando sus cuencas a la intemperie de su intimidad, de su privacidad.
Es de noche. El día fue lluvioso. Recostado en la cabecera de su cama el poeta abre el libro que viene releyendo, se trata de Historia del arte, de Ernst H. Gombrich. A lo largo de los años es quizá la tercera lectura que hace de este libro. Le fascina lo didáctico del autor para establecer su noción del arte, su tranquilo esfuerzo para informar, no para imponer su visión. Es una lectura que lo reconcilia, una magnífica conversación en estas horas de la noche.
El 4 de abril murió en Madrid Luis Eduardo Aute. El poeta escucha sus canciones desde que tenía 12 años, la primera de ellas Rosas en el mar, después muchas otras, como Aire, aire, cuyos primeros versos dicen: “Aire, aire / no una brisa sino un torbellino de aire, / aire, aire… / que se lleve a los monstruos / que se han hecho dueños / de todos los sueños / que fueron razón”. Otra es Al alba, donde dice: “Si te dijera, amor mío, / que temo a la madrugada, / no sé qué estrellas son éstas / que hieren como amenazas, / no sé qué sangra la luna / al filo de su guadaña”. Querido Aute, murmura el poeta mientras bebe un trago de ron.
IV
Es la segunda semana de abril. Desde el 20 de marzo permanecen en casa por la cuarentena. Del 21 al 29 de marzo, a través de internet, el poeta propone y participa en la escritura de un poema colectivo. El poema tiene como título Las máscaras del aire y lo componen 20 estanzas numeradas con romanos. Lo firman Anna Apolinário de Brasil, Armando Romero de Colombia, Berta Lucía Estrada de Colombia, Floriano Martins de Brasil, José Ángel Leyva de México, Omar Castillo de Colombia, y Vanessa Droz de Puerto Rico. El poema está acompañado por siete intervenciones gráficas en blanco y negro hechas por Alfonso Peña y Amirah Gazel de Costa Rica.
En Las máscaras del aire el dibujo establecido por la voz poética es vertiginoso y magnífico en su continuo, lo que no es fácil en un poema de largo aliento, máxime si este ha sido escrito por varios poetas. El poema surge en un momento coyuntural para la humanidad, por ello es un testimonio cargado de una esclarecedora fuerza poética para estos tiempos de intemperie humana. Las siete obras gráficas creadas para intervenirlo, poseen la inspiración y la sutileza necesaria para expresar el asombro de un mundo en eclosión.
Las imágenes que surten el poema son exigentes, empero nítidas y, más que pretender armar el dibujo descriptivo de un apocalipsis entendido como el final de un periodo humano, el hilo de este imaginario busca revelar lo escatológico, no como la tentativa de un más allá, sino como la búsqueda de un aquí y un ahora donde asumir la realidad y la otredad posibles para el ser humano. Los largos versos de Las máscaras del aire convocan a mantener un estado de alerta suficiente para saber que vivir es necesario, más allá de las prisiones sociales, las religiones o las ideologías de turno. Las voces participantes en el poema logran recordar los coros usados en las tragedias griegas cuando hacen el correlato de la historia puesta en escena.
V
Termina abril y el confinamiento ha sido extendido hasta el 11 de mayo. Las dificultades para el sostenimiento diario no faltan, empero, el poeta las asume con la paciencia que lo viene haciendo desde el final de su infancia, pues es conciente del camino asumido para su vida y de los costos que implica vivir como él ha decidido hacerlo. Luz Marley ha podido continuar dictando algunas de sus clases de piano a través de plataformas por internet, lo que es un alivio profesional y económico.
Al final de la tarde miran los noticieros, la tautológica información que estos pasan dejando un reguero de especulaciones contradictorias sobre la pandemia y los efectos que viene ocasionando en la realidad social y económica del mundo. Su mayor acierto son las cifras oficiales de contaminados, muertos y recuperados. Es patética la pretendida tribuna oracular que creen manejar, el poder que creen ejercer con sus noticias.
En una carta sobre los posibles efectos que ocasionará esta pandemia en el suceder humano, el poeta le ha expresado a su destinatario: Por lo demás no te preocupes que la humanidad seguirá viviendo en el mundanal mundo como si esto que hoy sucede solo fuera un recuerdo entre tantos otros. Sí, un vago recuerdo, útil para llenar otra de las fechas del calendario con el “Día mundial de la pandemia”. Y que siga el mundanal mundo con todos sus juguetes, incluida una vacuna para el virus que ha desatado esta pandemia. Así ha sido y así es lamentablemente para las aspiraciones de quienes persiguen mejorar la responsabilidad y la dignidad humana.
VI
El poeta ha vuelto a leer a Vicente Huidobro, ha vuelto sobre la magnitud significante de su poesía. Considera que Huidobro es quizá después de Rubén Darío, el poeta más significativo en idioma español, reflexión que no deja de molestarle, pues no es su motivo desconocer la fuerza creativa de tantos otros que han contribuido y contribuyen con sus obras al mantenimiento vital del idioma, haciéndolo poderoso en su capacidad de aprehender y nombrar lo aprehendido, entonces, piensa en Federico García Lorca, en León de Greiff, en Guillermo Carnero. Vicente Huidobro, tan maltratado y tergiversado por la solapada envidia imperante. Empero, su poesía y su prosa son cada vez más visibles. La noche se adentra y el poeta la mira desde el balcón antes de ir a acostarse.
Aquí es necesario decir que la escritura del poeta de esta narración, no responde a filiaciones de escuela, su noción de la poesía se nutre de todas las poéticas posibles para la realización de su escritura. Cree que su tiempo es un tiempo entre todos los tiempos vividos e imaginados por la humanidad. Se sabe en un cruce donde todos estos confluyen, inclusive los imposibles. También cree que lo humano debe ser tomado en su conjunto, no en los escaques donde es puesto para el beneficio de los entes de poder que buscan usufructuarse de la fragmentación de la dignidad y la responsabilidad humana.
Recién terminado el poema colectivo Las máscaras del aire, el poeta escribió Medellín, abril de 2020, poema ubicado en el centro de la ciudad que ha sido el amor del poeta y una de las razones para la disciplina de su vivir alerta. Ciudad donde siempre quiere vivir, o como él mismo lo dice, morir tranquilo. El poema aparece tejido por una cábala de ojos que escudriñan su cotidianidad y ven en ella el azaroso misterio de vivir cada instante como si fuera la primera vez, la última vez:
Medellín, abril de 2020
Suenan sirenas de ambulancias
En esta mañana
Que se define
En la piel del aire
En el agua de las sombras reflejadas en el asfalto
De las perplejas vías
En las húmedas sombras
Que la leve luz acosa
En las fachadas de las construcciones
Mientras los semáforos cambian
Dando paso al extraño silencio
De los pocos peatones que cruzan
La Avenida La Playa sobre La Oriental
A su paso las nubes se hacen y deshacen
En las vidrieras de los altos edificios
Las horas suceden como en un tenso arco
Cuya fuerza apenas sí las impulsa
Por los pliegues tenues del día
Voceadas por el viento
Las hojas de los árboles se arremolinan junto
A los pedestales de los bronces que adornan la Avenida
A través de una ventana
Se presiente el polvo de las palabras
Acumulado por quienes ahora desayunan
Calentando los pies entre las pantuflas
Bajo la ceiba un tramo del anden
Retroceder sobre la Avenida La Playa
Hasta dar sobre la carrera Junín
Buscando un café en el Astor
Empero
Tras las cerradas persianas
Solo queda el sabor del saber
De tantos otros días celebrados
En esta ciudad vuelta estación de espera
VII
7 de mayo, desde anoche se amplió la cuarentena hasta el 25 de mayo. Lo enrarecido de la cotidianidad permite ver el mundo a través de una lupa, entonces es como mirar un reloj de arena flotando interminable sobre un desierto, dejando una sosegada sensación, igual a la que dejan las breves huellas de los camellos que avanzan hacia un oasis.
Después del almuerzo Luz Marley salió con Sombra a las afueras de la unidad para que hiciera sus necesidades fisiológicas. Cuando regresaron el poeta sirvió café y unas galletas de cereales. Tomaron el café y comieron las galletas disfrutando de sus silencios. La intimidad del don del silencio, tan necesario para comprender el poder de las palabras.
Ya en su mesa de trabajo el poeta dio respuesta a varios correos por internet. Después abrió el archivo donde ha estado guardando los poemas que viene escribiendo desde 2018, pues estaba recordando uno que había escrito en junio de 2018, lo buscó y lo leyó:
Agua de su abecedario
El viento trae mi muerte
El viento se lleva mi muerte
La arena se recoge en una piedra
Próxima a hacer impacto
Al asombro de la luz del sol
Que no cesa en sus murmullos
He visto vivir el tiempo
He visto brillar el agua a su paso
Por las oquedades de grandes piedras
Engarzadas al cauce del río
He rosado el musgo que se aferra
Sobre las piedras húmedas
A la sombra de una margen del río
Mientras la mañana es luz
La piedra impacta en el río
Creando ondas en el agua
El viento trae mi vida
El viento se lleva mi vida
Al asombro de la luz
En sus murmullos
Cerró el archivo y fue a servirse más café, Luz Marley practica en su piano. De nuevo en su mesa de trabajo tomó un sorbo de café, y en una hoja de papel anotó: La partida no termina, después de agitados los dados han sido otra vez arrojados sobre las ascuas del mundo.
Mayo de 2020.
Omar Castillo, Medellín, Colombia 1958. Poeta, ensayista y narrador. Algunos de sus libros publicados son: Obra poética 2011-1980, Ediciones Pedal Fantasma (2011), Huella estampida, obra poética 2012-1980, el cual se abre con el inédito Imposible poema posible, y se adentra sobre los otros libros publicados por Omar Castillo en sus más de 30 años de creación poética, Ambrosía Editores (2012), Tres peras en la planicie desierta, Los Lares, Casa Editora (2018), Limaduras del sol y otros poemas, Antología, ARC Edições, Editora Cintra, (Fortaleza, São Paulo, 2018) y próximo a salir: Jarchas & Escrituras, Ambrosía Editores (2020). El libro de narraciones cortas Relatos instantáneos, Ediciones otras palabras (2010). Los libros de ensayos: En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana, Editorial Pi (2014), Al filo del ojo, Fondo Editorial Ateneo (2018), una segunda edición ampliada de En la escritura de otros, ensayos sobre poesía hispanoamericana, ARC Edições, Editora Cintra, (Fortaleza, São Paulo, 2018) y Asedios, nueve poetas colombianos, Ambrosía Editores (2019). De 1984 a 1988 dirigió la Revista de poesía, cuento y ensayo otras palabras, de la que se publicaron 12 números. Y de 1991 a 2010, dirigió la Revista de poesía Interregno, de la que se publicaron 20 números. En 1985 fundó y dirigió, hasta 2010, Ediciones otras palabras. Ha sido incluido en antologías de poesía colombiana e hispanoamericana. Poemas, ensayos, narraciones y artículos suyos son publicados en revistas y periódicos de Colombia y de otros países.
Contacto: om.castillo58@gmail.com