Celajes del silencio

 

 

 

 

 

LUIS GILBERTO CARABALLO


Luis Gilberto Caraballo (Venezuela) es un poeta y pintor venezolano con casi 40 años de trayectoria. Ha escrito unos 43 libros de poesía, de los cuales ha publicado 10. Su obra poética ha sido avalada por críticos, artistas e intelectuales tan importantes como Ernesto Kahan, Francisco Palacios, María Eugenia Caseiro, Carlos Garrido Chalen y Diana Guemarez-Cruz. Esta ha publicado un libro sobre la obra de este artista: La música callada, la soledad sonora: la poesía de lo inefable de Luis Gilberto Caraballo, bajo el sello de Grupo Ígneo.


Celajes del silencio

 

Hay veces que miro

al silencio y busco

alguna puerta, y busco en el aire

en la brisa anida en mi piel.

Busco en la lluvia, en las gotas y en el columpiar

alguna llave.

Miro el celaje,

 otra vez al silencio dormita.

 

Me paro adentro e intento

abrir su ventanal

muevo el cristal,

busco en el atardecer

en la noche con su calma,

y las suaves cobijas

y el olor del infinito en las venas.

 

Me paro en el plenario del eco

y solo oigo una marejada de pájaros, cómo

murmullos caen cascadas trasegadas 

con alas mudas traen el viaje en

el costado el alba,

el arenal toca el rocío.

 

Hay veces que miro 

al silencio e intento

sentarme frente al espejo

a aquietar la noche duerme

desnuda y descubro en la espesura sombras.

Hay botes navegan aún

miran el horizonte,

y ahora no consigo, 

sino mar y brisa

nube y silencio

y la cara del tiempo campanea.

 

Hay veces que miro al silencio

busco en el ojal

la memoria del árbol.

Plantado se agita

entre las ramas,

el eco se viste

con el verdor y las

mujeres risueñas bailan en las sombras

con pentagramas de rosas,

los pechos traen nubes donde llueve

caen perfumes y amores.

 

Hay veces que miro al silencio

sus cuerpos,

busco las voces que se han ido

al amanecer el celaje de los ecos

con el horizonte se han llevado los botes,

y se ven en el arenal, el esquivo recuerdo

la trenza

el paso de la luna

con el rubor de los labios.


Celajes del trinar

 

Si ojos oyeran el cantar del pajarillo.

Si tus ojos tuvieran oídos,

si reconocieran al sol  

con la misma dulzura que un mi

con la textura de un re

 

Si vieran el alma de un si,

si contuvieran al amor entre un la.

Si remarán por el mar,

con solo ver

con solo estar en la noche oliendo a libertad,

atados en un fa al nacer.

 

Y cómo no dejar entrar a la luna

por ese portal, 

 convenciera

al plexo

desanude su caudal.

Su diástole

su sístole, su diatriba de amor.

De bogar en las alturas

de una cresta del pentagrama,

y volar como un pajarillo

de iluminadas

palabras, por los ojos del mirar.

 

Si contuviera un doremifa

si dormitara en tu sueño.

Si anidará en la plaza

por donde camina

la fe, por donde se asiste a la esperanza

por donde nace el sol

por donde enlazamos

la voz.

 

Y cómo quisiera cantarle

con los ojos

a la noche

al sueño, al claroscuro

de un atardecer.

Al alba de un amanecer

al despertar de un grito por 

la esperanza del hombre,

por el vivir

y soñar.

Y tocar tus manos con un la

con solo mirar, 

y alzar nuestro cuerpo

en vuelo,

hasta silenciar

al miedo. 

Y que muera el silencio,

el lamento 

y que anide el desnudar 

al sueño en libertad.


De aquella noche poesía 

 

Tan solo son tus voces

              son tus barcos y velas

tan solo es el mar

y su postigo venido a mí.

L.G.C

Si hubiese podido posponer el

estar contigo

con esos delgados labios, brasas con

aromas a vino,

 y la embriaguez asomada en la tez.

Recibir tus siluetas,

 las bailarinas como lloviznas

encandilan el ático en los ojos.

Si apenas

 hubiese contenido esa relampagueante otredad

con el mirar

henchido de altamar.

Si hubieses entrado desnuda

a la ventana por donde pasas

con tu brisa helada o con aquel fogón 

duele, 

duerme en el vaivén de la aldea

caldea el espinazo.

A veces miro aquel,

el que estuvo

sobre esta piel,

y nada más toca las asperezas de la tempestad

mira la luna esmerilada, dulce

en la orilla húmeda se confiesa.

Y paso las manos suaves sobre las bisagras, y la puerta no abre, 

tan solo es una playa alejada,

bosteza y solo se oyen, 

sus olas- versos

como barcos dibujándose

solitarios, ebrios.

Si apenas,

 hubiese contenido 

 relampagueante otredad frente a las hogueras, 

 las briznas en las hojas

heredadas, notas

de alguien en su quietud y

el cavilar desenfrenado

intenta sujetarse a una estrella

a esa luna o al río bebiendo

con él, mira el atardecer

en el regazo aromado.

Quizás hubiese querido, 

cuando ya estabas en mí.


Celajes del tiempo 

 

De dónde vienes 

mula verde si traes

los pergaminos de Ramsés

sobre el lomo,

se ve a Guiza

esculpida

rota en su perfección.

 

Se siente al Nilo 

en sus ojos barcas

se vacían como hilos

se hunden en la lejanía

olorosas aceites e inciensos.

 

Trajo la tarde encofrado

 al tiempo.

Hay urgencias

saben esperar 

desnudas,

cuando llegan hieren.

Y no sabemos cuán grande 

será la cicatriz.

Hay urgencias escritas

en pergaminos historias,

hay deudas imparables

buscan salir del vientre.

En lo ojos de Guiza

hay llamas

enamoradas del viento

solo pasa ebrio y desnudo

busca el mar, busca

los sarcófagos del oleaje.

 

Nefartitis tiene sed

preguntas sin respuestas

para dar al tiempo

para darlos ni siquiera al Nilo.

 

Mientras, la mula verde

viaja mansamente

con las orejas embebidas

de azul

trepidan el oleaje de la brisa.

Se borran las barcas

se las llevan, van como

polvo sobre el Sahara.

Se elevan al vértice de Keops

la tinta cae derrama en la catarata

del Nilo se escuchan, cae con 

la noche. Se han ido

solo nos quedan sus aromas

huellas, templos.

Y nadie sabe,

si aún en aquella mirada

si aún en la letanía del mirar

de la mula

si en los faros,

si aún en los versos 

sobreviven las noches

los pactos,

no sabemos si el viento

trae las cuerdas

entre vocales el canto

solo se sienten 

en las aguas

la mirada salta mas allá 

del aliento.

 

La mula verde trae al Nilo

en el lomo

se hunde en las aguas

mansamente con

la noche. 


Celajes del tiempo II

 

De dónde vienes 

con tus columpios

y ese atardecer en el cielo de tu voz

como si tuvieras un rebaño

caminando, 

un campanario

al jorobado guindado de él.

 

Naciste con patas desiguales

 el horizonte apenas

quedo ondulado 

por el trote del viento,

del andar suelta 

hipnotizada del verdor.

 

El asombro dejo un hipo

incrustado en el ombligo,

mansa, en la sed última

hay un nudo,

lento se sube hasta ti.

Mula verde,

de dónde vienes

entre hierbas y retamas, 

con la mirada salpicada

de nubes y azules,

con la sed de ir hacia 

el mundo. 

Sin rumbo,

sin límite,

y adónde ir al regreso.

Cuando no existe prisa,

el pastizal igual duermes

en el clamor de la hondonada

en el soliloquio de las aves

intentan hablarte las estrellas.

 

Igual duermes subida

a las laderas 

peinada por el eco.

 

Igual vas de regreso 

sin memoria

mordida en los cascos

por la noche,

indagada en la intemperie.

Igual subes 

la marea y rebozas

con tu afán terco.

 

¿De dónde vienes?

Como el mar llegas y

ahí estás, 

con la lengua jadeas

en el arenal de la vida sedienta.


De Celajes de la noche, Sultana del Lago, Maracaibo, Venezuela, 2022.