Carmen Iriondo responde

 

ROLANDO REVAGLIATTI

“¿De dónde había salido ese borbotón de palabras?”
Carmen Iriondo responde ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti


Carmen Iriondo nació el 25 de septiembre de 1945 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde reside, capital de la República Argentina. Es Licenciada en Psicología (1976), egresada de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Es psicoanalista, y en tal carácter colabora con artículos y columnas en medios gráficos, radiales y televisivos. Obtuvo, entre otras distinciones, Mención de Honor del Fondo Nacional de las Artes por su libro “Rock de los limbos”. Invitada, leyó sus poemas, traducidos al inglés, ante alumnos y profesores de la Montclair State University, en Estados Unidos. Es bailarina y Profesora de Danzas Clásica y Contemporánea. Es actriz y también cantante. Como intérprete y autora de las letras, apareció, por ejemplo, el CD “Me da la gana”. Ha sido incluida en “Antología Poética Premio Juan Crisóstomo Lafinur” (2013) y en “Antología temática de la poesía argentina” (2017). Publicó en 2009 el libro autobiográfico “Memorias de una niña rehén” y, a partir de 1988, los poemarios “Casa propia”, “Rara vez”, “La niña pandereta”, “Por el miedo te digo”, “Egle & suertes virgilianas”, “Syl y Ted” (con segunda edición bilingüe; traducción de Rolando Costa Picazo), “Animalitos de Dios”, “Prosas de dormida”, “Vuelo de fiebre”, “Animalitos del cielo y del infierno”, “Llamando al picaflor por el nombre de pila”, “Seamos nieve”, “El rock de los limbos”, “Tilinga”, “Animalitos del cielo, del infierno y del mar”, “El carro de las letras”, “Los míos”, “Fantasmata” y “Menos”.


1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba? 

CI: Tengo ocho años. El micro de la escuela intenta atravesar con mucho ruido una cantidad de agua que corre por la avenida del bajo. Miro por la ventanilla, voy sentada adelante y antes de sentir miedo escucho que el chofer se dice a sí mismo, pero en un murmullo: “pobre gente, pensar que pierde todo, todo…”

No pudimos pasar la inundación. Se veía el río a lo lejos moverse muy crecido.

El colectivo pega la vuelta y llego a la casa de mis abuelos que es donde vivo. Se sorprenden al verme, pero no demasiado. Voy a mi dormitorio, abro la bolsa de la escuela, saco un cuaderno borrador, tomo una lapicera y anoto: “Eran las tres de la tarde/ el cielo tornóse muy negro. Luego/ como si de pronto se abriese el infierno/ el viento nos trajo su silbido lento.”

Es un poema bastante largo, y lo llamo “poema” porque es lo que yo respondí cuando me preguntaron quién lo había escrito… Tiene un final feliz teñido de culpa religiosa: “A empezar de nuevo que no hay más remedio/ la vida es muy triste. Después/ está el cielo.”

Es la primera vez, recuerdo, que no entendí de donde había salido ese borbotón de palabras. Me preguntaban algo que yo no podía explicar. La creación es un destello así de breve. No se juzga, no se comprende, simplemente sucede.

 

2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

CI: Paso largas temporadas en el campo. Por lo tanto, tengo una relación muy fuerte con la naturaleza y la soledad, con espacios enormes de aire libre, colaborando desde muy pequeña con las labores fuertes de ese lugar de trabajo, y el coraje precoz de volver de noche y a caballo, de estar sola en medio del campo recorriéndolo por si sucedía algo irregular. Amo la lluvia. Su sonido revelador del ritmo o el movimiento la va a definir: un adagio, un allegro o, decididamente, un tercer movimiento trágico con timbales y truenos sonando contra un cielo negro, a veces atravesado por rayos. Hermoso siempre ver llover. En la ciudad se padece, en el campo se disfruta.

Mi madre, una persona con problemas de adicción, tenía pavor a las tormentas. Mis primeros cinco años de vida con ella fueron muy difíciles y fui testigo involuntaria de su terror no escuchado. Se tapaba los oídos con desesperación. Como un animal con miedo caminaba en trance por la casa y se sobresaltaba con los truenos. Sin querer, a veces, hoy mismo, me llevo las manos a los oídos ante un trueno o una explosión como reflejo nostálgico, o más bien como un acto de brindarle compañía. Esté donde esté.

Vuelvo al campo. Estuve presente siempre mientras se carneaban las ovejas elegidas para comer. Por lo tanto, vi sangre desde muy niña, presencié los degüellos con cierta naturalidad, aunque tenía prohibido por mi abuelo acercarme demasiado, le llevaba a los chanchos lo que no se guardaba de la oveja. Como andaba medio sola, solía lastimarme bastante seguido. Nunca fui aprensiva. Cuando me sacan sangre, no miro. Si se lastima un hijo o un nieto, sí me desespero, pero eso es un descontrol tan natural como el amor.

Cuando la velocidad es manejada por otro, la detesto y me aterra. Me he bajado de autos en medio de una ruta, he gritado como marrana porque alguien no frenaba, me suelo bajar de colectivos desenfrenados, etc. Cuando la que maneja soy yo, no me pasa eso. Lo hago desde niña y me gusta manejar en ruta y andar relativamente rápido. Tampoco tengo miedo si el caballo se apura, si tengo que correr, más bien me gusta esa sensación vertiginosa. Cuando la velocidad está ligada al tiempo, a veces elijo y prefiero la lentitud. Para leer, por ejemplo, o para escribir. Libre de la ansiedad que es tan enemiga del bienestar.

Las contrariedades no son mi fuerte. Me ponen triste y tengo una inclinación casi cómica a la paranoia, creyendo que alguien me lo está haciendo a propósito. Esto es una confesión grave. Hoy (y siempre), los trámites eternos, la tecnología que no depende de nosotros, los cambios de horarios, la impuntualidad, lo difícil que es llegar a tiempo a los lugares de trabajo, son situaciones muy superficiales y poco graves, pero cuando se van acumulando, a mí me trastorna.

 

3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?

CI: Un concepto como la inspiración en un rincón y William Faulkner en el otro, nos presenta un ring con un espacio a llenar entre rincones. Faulkner, alguien que insistió en apuntar siempre más alto a la hora de escribir, recuerdo que habló de la inspiración como un fósforo en medio de la noche, que ilumina y coloca en la conciencia la noción de oscuridad. Recuerdo que usaba la palabra “endure” (resistir) para definir la exigencia que pretendía para su obra. Sostén, suspenso, fuerza, casi resiliencia y esto es una boutade de la que podría deducirse que para él la “inspiración” es obviamente invisible.

En el otro rincón Madame Inspiración piensa… “Yo aparezco après coup, después del diario del lunes, alguien que escribe, canta, o baila o pinta no ‘sabe’ que está inspirado.” Está ocupado en el trabajo, preocupado en la tarea desconociendo casi todo lo que quede afuera de ese universo privado.

¿Mis consideraciones? Me cuesta mucho tomarme en serio ciertos mitos que circulan detrás de las imaginarias conjeturas que hacen a un escritor esperando Musas, a un pintor con una boina en la cabeza, o a un bailarín con alas.

Un escritor puede juzgar cuando revisa lo que escribió, si estaba lo suficientemente concentrado como para no tener que investigar con minuciosidad lo que hizo. La inspiración artística, en cambio, sería un estado que no se puede controlar. Y para sobrevivir, tomar aire es inspirar, si no simplemente morimos.

 

4: ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

CI: Es una pregunta interesante. No sé qué viene antes, nunca lo pensé así. Cuando algún artista atrae mi atención por lo que produce, recién puede ser que me despierte una curiosidad sobre sus avatares, mayormente su origen, su infancia, sus transformaciones y diferencias con el correr del tiempo. Para escribir un libro que se llama “Syl & Ted”, un largo poema acerca de la relación entre Sylvia Plath y Ted Hughes, comencé por leer con obsesión la poesía de ambos. Eso me fue llevando al análisis de su relación intensa y pasional, para descubrir ciertas identificaciones, en donde se nota que uno quisiera escribir como el otro y viceversa. De allí a descubrir la envidia y los celos mutuos fue un instante y de allí a interesarme por los diarios de Sylvia Plath, un solo salto. Reconozco así que esa vez me dejé llevar por los avatares de esta talentosa chica norteamericana insegura, queriendo convertirse en inglesa, escribiendo a su mamá lo contrario, día por día, de lo escrito en su diario en donde aparece su dolor. Con Ted Hughes no me pasó eso. La poesía de él fue suficiente, me atrapa mucho; aunque llegué a escribirle un mail en esa época, y me contestó un párrafo agradecido y escueto, muy bien educado. Murió al año siguiente, y si me hubiese interesado su vida o sus vicisitudes, deduzco que le habría escrito de nuevo. Y no sentí para nada la necesidad de hacerlo.

Me interesó de Antonin Artaud su historia personal, su infancia tan traumática, cierto coraje, y cito una frase que me aparece manuscrita en un libro suyo: “He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar estándolo, pues los estados de privación me han dado siempre mejores indicios sobre las plétoras de mi poder que las creencias pequeño burguesas de que ‘basta la salud’”. Esta frase sintetizaría para mí en qué momento podría surgir el interés por los avatares de un artista. Y obviamente reconozco que reflejan aspectos de mi propia identidad.

 

5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?