Carlos Dariel responde a Rolando Revagliatti

ROLANDO REVAGLIATTI
Carlos Dariel responde ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti


“Ejemplos paradigmáticos de autenticidad:
Sartre, Miguel Hernández y Ho Chi Minh”
 

Carlos Dariel nació el 1 de agosto de 1956 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de Haedo, provincia de Buenos Aires. Es Licenciado en Psicología, egresado de la Universidad Argentina John F. Kennedy. Ha coordinado talleres de escritura y ciclos de poesía, así como tuvo a su cargo segmentos de entrevistas y difusión en programas radiales. Poemas suyos, algunos traducidos al portugués, ruso e italiano, se han ido socializando en revistas gráficas y virtuales. Integra las antologías “Primera antología de poetas de Morón” (selección de Alberto Luis Ponzo), “Sin fronteras” (editada en México), “Nada de poesía” (selección de Alberto Oris) y “Cartas desde el Maule – Cartas desde Buenos Aires” (selección de Patricia Verón y Heriberto Acuña). Participó en encuentros literarios realizados en su país y en Uruguay, Colombia, México, Paraguay y Perú. Poemarios publicados entre 2004 y 2015: “Según el fuego”, “Cuestión de lugar”, “Donde la sed” (Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes) y “Bajo el fulgor (Haiku)”.


1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

CD: Cuando era adolescente, tendría 14 o 15 años de edad y practicaba con la guitarra, intenté componer canciones. No llegaron a satisfacerme y no tardé mucho tiempo en olvidarlas, pero, sin duda, aquello respondió a una necesidad de búsqueda genuina que algunos años más tarde se canalizaría por medio de la escritura poética.

 

2: ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

CD: En mi caso, la lluvia es un gran catalizador de emociones, recuerdos y estados de ánimo afines a ellos. Ahora reparo en que no sólo sirvió de musa inspiradora para muchos de mis poemas, sino que también ha sido incorporada como palabra o alusión en varios de ellos. Digo lluvia y replico agua, su materia constitutiva, su alma, que también es materia constitutiva de nosotros, ya que estamos compuestos de ella mayoritariamente. El agua y sus atributos no sólo han sido incorporados a mis poemas, sino que, prácticamente, es el eje conductor de la tercera serie de mi libro “Donde la sed”, titulada “Pormenores del agua”.

Difícilmente pensar en el agua y no asociar su capacidad de vehiculizar contenidos sin asociarla a la sangre, elemento vital por antonomasia. En el zodíaco occidental moderno soy de Leo, signo de fuego y extremadamente sanguíneo, de manera que con la sangre y su impetuosidad hacemos buenas amistades.

Las tormentas, en cambio, cuando son eléctricas, no me gustan. Me incomodan e intimidan. No soy amante de los ruidos sino del silencio o la música armoniosa; tal vez, esa inclinación mía hacia las melodías o el susurro, haga que aborrezca de las estridencias de rayos y relámpagos, con excepción de los producidos por la mente, los cuales tienen tanto de luz como de silencio.

Con la velocidad no me llevo, quiero decir, no es algo que me atraiga. Me gusta mucho manejar, pero no soy adicto a las grandes velocidades. Con las contrariedades, en cambio, me peleo y mucho, como debe ser. Las enfrento, les pongo el pecho, no sin temor o dudas, claro, pero las tomo como puestas a prueba, de qué, no sé muy bien, a prueba de vida, supongo. Creo que la manera en cómo accionamos frente a las contrariedades nos muestra la naturaleza de nuestro espíritu.

 

3: “En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?… 

CD: Héctor A. Murena [1923-1975] ha escrito: “sólo atentos/ no hay que estar preparados”. Esta sugerencia del poeta nos indica que sin atención o, más precisamente, sin tensión atenta, difícilmente algo del orden de la inspiración nos alcance o nos beneficie con el dulce tremolar de sus alas. El distraído es inmune a la inspiración. Un poeta distraído es un gran oxímoron. Es innegable que eso que llamamos inspiración, nos proporciona la primera imagen, la punta de un ovillo, la entrada a un laberinto, pero no es el primer motor, el motor inmóvil que posibilita el primer movimiento es la cuerda tensa del artista, esa atención libremente flotante sobre todas las cosas del mundo.

Pero la escritura tiene, a mi modo de ver, dos tiempos: un tiempo inicial que comienza cuando la cuerda se tensa y lo que llamamos inspiración nos acerca la primera idea, la primera imagen, más o menos precisa, más o menos borroneada, para comenzar a modelar la roca; luego viene el segundo momento, que no es otro que el del cuidado del material con que trabajamos, ese conjunto de herramientas que contribuyen a ejercer eso que llamamos oficio, saber hacer, dar en el blanco o acercarse a él todo lo posible sin resignar esfuerzos y sin ceder, tempranamente, a la fatiga. En ese cuidado, en ese saber hacer, recae gran parte de la concreción de un logro.

 

4: ¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

CD: En general, estoy más atento a sus obras que a sus avatares. Tiendo a disociar, todo lo que hace al aura del artista: sus referencias biográficas, sus ideologías, etc., de sus obras. Como lector, es la obra del artista lo que me interesa y a lo que presto más atención. Eso no quita que determinada forma de llevar la vida de un artista me atraiga más que otra, desde luego, pero a la hora de dedicarme a su obra, todo lo demás no cuenta mucho.

 

5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

CD: Me atraen mucho los proverbios y muy frecuentemente los he invocado, ya sea en alguna conversación, en algún intercambio epistolar o en mis momentos de recogimiento o solaz interior.

 

6: ¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, perplejo? 

CD: Me ha estremecido hasta la médula la poesía de Miguel Hernández, César Vallejo, Vicente Huidobro, Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Juan L. Ortiz, Antonio Porchia, por citar autores que escribieron en mi lengua.

En lengua extranjera me han estremecido Walt Whitman, Robert Frost, el Conde de Lautréamont, Stéphane Mallarmé, Antonin Artaud, Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti, Victor Hugo, Goethe, Shakespeare…

En cuanto a la perplejidad, ese estado me lo han provocado algunas obras en particular, como “Fausto” de Goethe o la monumental obra arquitectónica de Antoni Gaudí. Pero también, y de un modo muy intenso, algunos poemas de autores como Vallejo, Artaud o Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

 

7: ¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar? 

CD: Me viene a la memoria una escena de mi temprana adolescencia. Estaba cursando el primer año de la enseñanza media. Una de las materias que menos me gustaba era Matemáticas. La profesora, antes de terminar cada clase, solía darnos una serie de ejercicios combinados para resolver como tarea en el hogar. En la siguiente clase, la profesora acostumbraba llamar al azar por apellido a algunos de nosotros para que, en voz alta, dijéramos nuestra solución a alguno de los ejercicios. Como no me gustaba la materia no me resultaba nada difícil olvidar hacer la tarea. Pues bien, un día de esos, llega la profesora al aula, abre la libreta donde se asentaba nuestra presencia y nombra el primer apellido. Acertaron, era el mío. Hasta ahí la situación, más que irrisoria era bastante dramática, ya que yo no sabía dónde meterme; pero me repuse enseguida e intenté resolver el ejercicio en ese mismo momento y mentalmente, disimulando que lo estaba leyendo de mi carpeta. Claro, eso era más que imposible, por lo tanto, no tardé en poner en evidencia, con omisiones de pasos o saltos de procedimiento, que no había hecho nada y que estaba intentando engañar a la profesora. Lo que contribuyó a que se enojara más que si le hubiera confesado mi inacción. Todo lo cual no hizo más que convertirme en el objeto de las carcajadas de mis compañeros. 

 

8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”? 

CD: Esa palabra me promueve siempre una reflexión sobre el curso que tomaremos como humanidad en el futuro a mediano y largo plazo. Reflexión que me sumerge en un profundo desencanto, porque tal como el mundo gira lo hace de una forma que me desagrada hondamente y no veo señales de que estemos sembrando las semillas de un cambio significativo, salvo contadas y aisladas excepciones.

La ciencia siempre ha interpelado al mundo, al universo, y lo hizo como a un objeto de observación, como si ella misma, si los científicos, estuvieran afuera de ese mundo. Por su parte, la filosofía siempre ha interpelado al ser, y también lo hizo como a un ente exterior, manipulable con la palabra como un artesano manipula con sus manos una vasija de barro. Falta que el hombre se interpele a sí mismo en su interioridad. Falta que su pregunta lo involucre y, sobre todo, lo comprometa. De tal manera, que no salga indemne de esa interpelación, de modo que esa pregunta lo transforme. Será el momento en que la evolución ya no será sólo biológica sino de conciencia. Sólo un salto cualitativo de esa conciencia humana hará posible un futuro mejor. 

 

9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan? 

CD: Rutina es toda acción mecánica y repetida. A veces no tenemos más remedio que ejercer acciones repetidas, por ejemplo, las tareas domésticas en una casa. Pero si a esa repetición logramos quitarle lo mecánico, entonces lo rutinario se puede volver un poco menos tedioso, un poco menos aplastante. ¿Cómo quitar la cualidad de mecánica a una acción?, bueno, intentando encontrarle un sentido que la trascienda. Por ejemplo, me gusta cocinar, me resulta una tarea creativa, me doy cuenta de que al cocinar también puedo expresar una parte de mí, un estilo, y que lo que cocino lleve de alguna manera mi “toque”. Ahí no hay problema, pero no me gusta lavar la vajilla. Esa tarea no la siento creativa y suelo hacerla con bastante desgano. Ahora bien, si mientras lo hago me pongo a escuchar música que me agrade, a la vez que pienso en que el acto de limpieza es tan necesario y saludable para mí como el cocinar, entonces lavar la vajilla me resulta menos aplastante, casi que lo hago como una consecuencia inevitable de mi cocinar. Hay un proverbio zen que dice algo más o menos así: después de comer mi arroz, lavo diligentemente mi vasija.

 

10: ¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”. 

CD: Me siento inclinado a estar de acuerdo con la afirmación de Barga. En mi caso, escribir siempre “de la misma manera” no sólo me aburre, también me espanta. Siento que estoy empezando a escribir desde un oficio, desde un conocimiento, desde una comodidad que termina por incomodarme. Por esto trato de buscar otros caminos en el terreno de la escritura que me permitan sentir que estoy explorando un territorio que no conozco y que, al mismo tiempo, me estoy explorando. Para mí la escritura es un modo de interpelarme, una manera de explorar quién soy y qué quiero decir.

Pienso también en algunos autores en donde es difícil encontrar un mismo estilo a lo largo de su obra. ¿Cuál es el estilo de Oliverio Girondo, el de “Campo nuestro” o el de “En la masmédula”? ¿Y cuál el de Vallejo, el de “Los heraldos negros” o el de “Trilce”?

En mi poema “Block de notas”, escribí: “saber abandonar el surco/ a poco de trazado.” 

 

11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente? 

CD: Cualquier acto de injusticia, especialmente de injusticia social, me produce indignación y la impotencia para evitarlos me genera irritación: si eso es considerado un grado de violencia debe computarse como tal. Por lo general, la violencia no es algo habitual en mí, pero, en ocasiones, me he visto a mí mismo ejerciendo la violencia verbal como reacción a los insultos o falta de respeto de que he sido objeto. Otras veces he respondido con indiferencia y cada vez recurro más a esto último.

Lo que me harta instantáneamente es la estupidez.

 

12: ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros? 

CD: Carlitos trepándose a los árboles, pateando una pelota en el potrero, poniéndose un terrón de tierra en la boca para probar su sabor o trabajar en equipo con los amigos del barrio para construir un refugio bajo tierra.

 

13: ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo? 

CD: Me hubiera gustado haber vivido como personaje algunas de las aventuras imaginadas por Julio Verne, Jack London o Robert Louis Stevenson, mis lecturas de infante y adolescente temprano. Ellos crearon el mundo donde mi imaginación pastoreaba libremente. Jamás olvidaré aquel disfrute.

 

14: El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido? 

CD: No sé si alcanzo a comprender la pregunta. Atiendo a los gestos a la hora de conocer a alguien, para mí el lenguaje corporal es muy importante porque suele ser mucho más directo que el de las palabras y hasta despejan algún grado de oscuridad que ellas detenten.

El silencio es un fervor que me ayuda a evitar la desolación y la intemperancia.

En cuanto a las sorpresas, sólo me gustan las placenteras.

 

 15: ¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías? 

CD: Uno de los que más admiro, entre otras cosas, también en este terreno al que me convoca la pregunta, es Borges. Él combinó como nadie la mordacidad, el sarcasmo y el ingenio, con un grado tal de sutileza que requiere del lector la mayor atención para ser beneficiado por su guiño cómplice.

 

16: ¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?… 

CD: Aprecio y cultivo la amistad. Si de algo puedo vanagloriarme es de no haber agotado la capacidad de generar nuevas amistades y de conservar las que he logrado cosechar. A la hora de elegir mis amistades no hago distinción de religión, filiación política o partidismo deportivo. Mi único requisito para aceptar a alguien como amigo o amiga es que sea una buena persona, tolerante con lo que le es diferente y que no sea violenta. Por eso tengo amistades de muy variadas características y género, de distintas edades y de distintas latitudes geográficas.

En cuanto a las imprecisiones, no sé, trato de no cometerlas, al menos en aquello que me interesa o reviste para mí cierta importancia. A lo que no me despierta interés suelo oponerle indiferencia.

 

17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”? 

CD: Generalmente puedo disociar ambos aspectos, de manera que no me produce ninguna complicación. En la mayoría de los casos son compatibles, es decir, suelo valorar a las personas que quiero, pero cuando eso no sucede, puedo querer a alguien sin valorarlo en algún aspecto en particular o puedo valorar alguna cualidad de alguien sin que, al mismo tiempo, quererla sea un requisito. Esto que describo lo vivo como algo natural en mí, no me promueve ningún conflicto o contrariedad. Valorar y querer pueden transitar juntos o ir por andariveles perfectamente diferenciados en mis relaciones con mis prójimos.

 

18: ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”? 

CD: Estoy en continua disputa con el mundo, mejor dicho, con el modo en que la sociedad humana establece y reglamenta, a través de mandatos familiares, mediáticos o políticos, las relaciones sociales. Por lo tanto, coincido con el gran Discepolín en que el mundo fue y es una porquería. Lo que no puedo asegurar es que también lo siga siendo en el futuro, ya que no soy profeta ni me siento inclinado a ejercer la futurología, pero indudablemente, la rueda del mundo social está girando en una dirección y con un rumbo que me disgusta sobremanera. Tiendo al escepticismo, con prescindencia tanto del pesimismo derrotista como del optimismo ingenuo; eso hace que me parezcan más realistas, al menos en el corto y mediano plazo, las distopías que las utopías. No obstante, mis ojos están siempre puestos con fervor sobre estas últimas.

 

19: Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos y de todos los ámbitos) te asombran? 

CD: Sin seguir ningún orden y a riesgo de cometer olvidos imperdonables, ahora mismo me vienen algunos nombres: el príncipe Siddhartha Gautama, Gandhi, el Che Guevara, Sigmund Freud, Evita [Eva Perón], Juana Azurduy, Simón Bolívar, José de San Martín, Leonardo da Vinci, la madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, el doctor Albert Schweitzer, John Lennon.

 

20: ¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”? 

CD: Muchas de las frases de Groucho Marx, algunas escenas de Les Luthiers, las improvisaciones de Alberto Olmedo cuando se salía del libreto, del cuadro y hasta del personaje.

 

21: ¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?