FILOSOFÍA DE UN VIAJE
ALEXANDRE RODRIGUES FERREIRA EXPLORA LA AMAZONIA

Andrés Galera
Dpto. Hª de la Ciencia, CEH, CSIC
Duque de Medinaceli 6, 28014-Madrid
RESUMEN

Las monarquías europeas desplegaron en el siglo XVIII un inusitada actividad para conocer los secretos de la naturaleza allende los mares. Así, promocionaron empresas náuticas que bajo la bandera del saber recorrieron las costas de África, América y Oceanía, a la busqueda de tesoros naturales que remediasen sus crónicos padecimientos económicos. España y Portugal, en calidad de prorietarios de grandes territorios ultramarinos suceptibles de explotación mercantil, participaron activamente en esta labor de reconocimiento. En el presente trabajo analizamos el viaje de Alexandre Rodrigues Ferreira por tierras del Brasil, al objeto de estudiar la filosofía natural que adornó esta empresa político-científica.

En 1783 la monarquía portuguesa de Maria I decide inventariar sus posesiones en ultramar. Rumbo a Cabo Verde navega el naturalista Joao da Silva Feijo, hacia Angola se dirige Angelo Donatti, y Mozambique es el destino de Manuel Galvao da Silva y Joao da Costa, mientras que Alexandre Rodrigues Ferreira emprende su Viagem filosófica por las capitanias de Pará, Rio Negro, Mato Grosso y Cuiabá.

Aquí y ahora, nos interesamos por la exploración que durante nueve años, de 1783 a 1792, realizó Rodrigues Ferreira en territorio brasileño. La primera cuestión que debemos resolver es conocer cuál fue el significado del adjetivo filosófico aplicado a una expedición. Para responder la pregunta ¿qué es un viaje filosófico?, nada mejor que recurrir al Compêndio de observaçoens que fórmao o plano da viagem politica e filosofica que se deve fazer dentro da patria, escrito por José Antonio de Sá el emblemático año de 1783: <<A viagem filosofica nenhuma outra cousa tem por objecto mais, do que averiguar a natureza; fazendo por conhecer todos os productos, e riquezas, que o Omnipotente esplhou na superficie do Globo; a fim de se obter huma perfeita descripçao dos tres Reinos da natureza>> . Si Ferreira conoció el compendio elaborado por Sá es un hecho del que no tenemos certeza empírica, pero que siguió escrupulosamente está línea ideológica lo atestiguan sus manuscritos. Su interpretación de la naturaleza adolece, pues, del utilitarismo fisiocrático que caracterizó la exploración de la Tierra durante el siglo XVIII. Los objetos naturales se convierten en recursos naturales y el hombre en su hacedor terrenal. La naturaleza es un cúmulo de riquezas dispuestas para su propio y exclusivo beneficio. Aforismo desafortunado que aún hoy nos gobierna. La agricultura, la ganadería, la farmacología, la minería, la industria maderera, la manguitería, eran potenciales fuentes de ingresos para las esquilmadas arcas europeas. Un tesoro al que nadie renunció, a cuya búsqueda se dirigen los naturalistas portugueses, ingleses, franceses y españoles, compaginando ciencia y política, las dos caras que componen la moneda del saber.

En segundo lugar, es obligatorio preguntar por la cuenta de resultados. ¿Cuál fue la contribucción de Rodriguez Ferreira al conocimiento de la naturaleza americana? La respuesta la encontramos en el acertado y polémico análisis que Sylvio Roméro realiza en un libro centenario, la Historia da litteratura brasileira: <<Ao serviço de un governo em grande parte inepto e mesquinho, accumulou uma immensa rima de manuscriptos que lá ficaram pelos archivos para pasto das traças, e os factos novos, as descobertas importantes ali reunidas permaneceram como nao existentes e tiveram de ser produzidos de novo pela pleiada de viajantes estrangeiros que nos ultimos cem annos têm percorrido as regioes amazonicas>> . No todos los materiales recogidos por Ferreira fueron pasto de las polillas, pues muchos formaron parte del botín que en 1808 recolectó en el Museo de Ajuda el pirata Etienne Geoffroy Saint-Hilaire con ocasión de la campaña militar desplegada por las tropas napoleónicas en Portugal. La morada definitiva de estos especímenes fue el parisino Museo de Historia Natural, donde fueron estudiados por el propio Geoffroy, Anselme Gaetan Desmarest, Henri-Ducrotay de Blainville e Isidore Geoffoy Saint-Hilaire . Pero no se conduzca el relato por la senda del desagravio pues no hay otro agravio que el olvido del recolector de estudiar e identificar los especímenes. La situación nos conduce a una polémica habitual en la centuria ilustrada. El recolector se enfrenta al naturalista de gabinete. Aquél recoge los materiales y éste elabora el conocimiento científico, ¿cuál es la recompensa que cada uno merece? Ambos oficios se diluyen en una simbiosis perfecta, pero uno y otro componente tienen por separado una repercusión social muy diferente. En el caso que nos ocupa, desconocimiento y mala salud son los escasos atributos que su contemporáneo el botánico Heinrich Link le atribuye: <<O segundo conservador do Museu e Jardin da Ajuda é Alexandre Rodrigues Ferreira, do qual nada póde dizer-se a nao ser que esteve por muito tempo no Brazil, e que padece de gôta>> . También el juicio de Sylvio Roméro le considera un naturalista ignorado cuyos escritos sólo se conocieron dentro del círculo oficial de Lisboa. Y <<Nao se lhe póde, portanto, fazer uma completa rehabilitaçao historica. Foi uma victima do seu meio e hoje é apenas uma curiosidade bibliographica. Vai n'isto immensa injustiça; mas a historia nao vive só de justiça; gesta muito tambem da felicidade, da força, da victoria. Aquillo que nao entra na circulaçao geral do organismo social, como elemento vivo, é esquecido, é eliminado. O sabio brasileiro nao póde ver seus livros impressos fazerem o curso da Europa e pelo menos sirverem de informaçao sobre a flora, a fauna e a etnologia amazonica, tanto peor para elle; mas, antes e acima de tudo, tanto peor para nós. A historia consignará ao menos que elle trabalhou e nao soubemos utilisar a seu trabalho>> . La dimensión científica de Ferreira se perfila más próxima al ávido recolector que al quehacer del naturalista, y con esta cualidad su mérito consistió en desplegar una incesante actividad fruto de la cual fue la enorme cantidad de información acumulada sobre los habitantes de la región amazónica. Su gran defecto fue la <<falta d'uma vista de conjunto, a falta d'uma philosophia>> , su pecado capital es su incapacidad para superar la frontera que separa la recolección de la elaboración científica. Una situación común <<o todos os sabios portuguezes e brasileiros de suo tempo>> . Aunque esta indolente actitud, olvido o incapacidad, de los naturalistas ibéricos para incorporar las colecciones de ultramar al repertorio naturalístico europeo pueda ser una característica representativa del estado de las ciencias naturales en la península durante el siglo XVIII, ésta, como toda generalización, tiene un grado de injusticia. Un principio que podemos aplicar al caso de Rodriguez Ferreira, pues el naturalista baiano busca y encuentra orden y sentido a sus observaciones en el modelo sistemático linneano y en la buffoniana Histoire naturelle, para componer, sí, un discurso elemental, antiguo y manido.

El manuscrito Observaçoes gerais e particulares, sobre a classe dos mamiferos contiene su propuesta ideológica. Ferreira debe organizar los materiales recolectados, y esta necesidad sistemática es cubierta por el Systema naturae de Linneo, que se constituye en marco de referencia para describir y clasificar a los seres vivos. En este proceso de relación es inevitable considerar al individuo como un objeto aislado, fuera del grupo taxonómico al que pertenece, y, consecuentemente, interrogarse por el concepto de ser vivo. Su interpretación de la vida como principio natural diferencia dos niveles bien definidos: en primer lugar la cualidad material que la representa en su origen; en segundo término el mecanismo fisiológico del que dimana la existencia del organismo. Así, su respuesta a la pregunta ¿qué es la vida? atiende, por un lado, al materialismo clásico, atribuyendo a los tres reinos de la naturaleza la misma composición material. Materia que adquiere el principio vital gracias a una peculiar organización, deferenciándose a su vez en animales y vegetales por la presencia y ausencia de sentimiento. Tal y como proponen Linneo y Scopoli , por ejemplo, -cuyas obras sigue Ferreira-, la materia no organizada ni vive ni siente, constituye el universo inorgánico, el reino mineral, donde <<a matéria dorme na inércia e espera a que chamen à VIDA>> . los Animales y las plantas son los objetos naturales donde la materia ha resucitado, está organizada, pero mientras los animales <<vem o SENTIMENTO unir-se a vida>>, en los vegetales la materia <<está animada mas como ainda näo sente fica semi-viva>> . Mineral, vegetal y animal son tres gradientes de perfección, componen los tres niveles de una secuencia armónica que culmina en el género Homo, cuyo caracter distintivo <<consiste no conhecimento de si mesmo>> .

En el plano individual la vida tiene un significado diferente. Determinado su origen como un principio organizativo de la materia, la pregunta ¿qué es la vida? se convierte en ¿cómo funciona un ser vivo? En su respuesta Ferreira recurre a la tradición cartesiana, aplicando el concepto de máquina para explicar el funcionamiento del organismo. <<Ambas as Máquinas (Animal e Vegetal) sao hidráulicas>>, afirma estableciendo una identidad fisiológica entre animales y plantas que le hace deudor no sólo de Descartes sino también del ideario expuesto por Julien-Offray de La Mettrie. Tal y como propone este filósofo francés, la maquina animal y la vegetal presentan un principio de correspondencia entre las partes y sus elementos constitutivos que homogeneiza la naturaleza. Se trata del hombre-planta, la metafórica imagen acuñada por La Mettrie como símbolo de esta analógica unión: <<Para juzgar sobre la analogía que se encuentra entre los dos principales reinos, debemos comparar las partes de las plantas con las del hombre, y lo que digo del hombre, aplicarlo a los animales>> . Siguiendo esta teoría, no duda Ferreira en relacionar el tuétano con la médula, los huesos con la parte leñosa, los músculos con los brotes, la epidermis con la corteza, los pulmones con las hojas, el sistema circulatorio con los vasos suctorios, el aparato genital con las estructuras florales; la tierra hace las funciones del intestino, las raíces actuan como vasos quilíferos, y el calor climático remplaza la función térmica del corazón: <<e a planta em si, como disseram os antigos, é um animal invertido>> . Y la identidad no sólo es anatómico-funcional sino también en el desarrollo: la infancia se corresponde con la germinación, la pubertad con el crecimiento, la juventud con la floración, la madured con la fructificación, y la senectud con la esfoliación . El concepto de unidad de la naturaleza alcanza, así, una valor extremo.

La naturaleza americana ofrece también objetos exclusivos para componer la historia natural del Nuevo Mundo. En la ineludible comparación con los habitántes del Viejo continente está presente el ideario buffoniano, admitiendo la inferioridad de la fauna americana . Ferreira recrea un país salvaje y sombrío, una tierra cubierta de exuberante materia vegetal. Un lugar abandonado a su suerte donde <<Era de esperar que aquí, semelhentes às matas do antigo continente, fossem estas também habitadas por grandes e ferozes animais como elefantes, rinocerontes, tigres e leoes. Na verdade, nao é assim>> . Su verdad es que a <<Apesar de todos estes vastos abrigos e mesmo da variedade de climas, os mamíferos da América Meridional sao menos volumosos e robustos que os já citados do antigo hemisferio>> . Pero esta idea de inferioridad debe superar el argumento paleontológico, que la contradice. Los hallazgos de restos óseos que podrían corresponder a grandes mamíferos, desaparecidos o desconocidos aún, semejantes al elefante es un testimonio controvertido. <<Estas descobertas nao dao lugar a milhares de conjecturas?>> , se interroga Ferreira. Pero él no duda en seguir los pasos de Buffon y atribuir a las revoluciones del Globo el origen del caos: <<Isto prova as revoluçoes pelas quais o nosso Globo tem passado>>.

Por último e inevitablemente, el discurso adquiere un matiz antropológico alrededor de la figura del indio. El color y la inferioridad son los argumentos, clásicos, del debate. Ferreira, aplicando la doctrina buffoniana, considera el clima como el factor responsable del color las razas humanas. Esta propuesta lleva implicita una concepción monogenista del origen del hombre que aproximaría el indio a la civilización. Y no falta la idílica visión russoniana del buen salvaje, del nativo que practica una existencia armónica con una naturaleza que le da cobijo y sustento sin otro requisito que su conformismo . Su pretendida inferioridad no es tal, sino la consecuencia de un modo particular de supervivencia. La descripción del hecho no constituye ninguna proclama subversiva contra la sociedad moderna, es, simplemente, contar la realidad. Ferreira no parece dispuesto a trepar a ningún árbol para hallar la felicidad perdida.

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