Según el Diccionario de la Lengua Española,
monotrema es el mamífero que tiene pico y cloaca como las aves y pone
huevos, aunque las crías que nacen de este chupan la leche que se
derrama de las mamas, que carecen de pezón, «p. ej., el ornitorrinco».
¿Alguien podría dar otro ejemplo? La respuesta quizá se pueda hallar en
la novela A Ordem Secreta dos Ornitorrincos (Amauta Brasileira, São
Paulo, 2008) de Maria Alzira Brum Lemos. Allí, sin dudas, abunda lo poco
común e inclasificable.
En esta obra nada es casual ni
determinante ni inocente. Brum Lemos se ha encargado de que la
definición de lo literario escape a lo previsible. Ella no se detiene en
el consenso ni parece preocuparle cumplir con una novela convencional
para satisfacción de «todo el mundo». La crítica contra los críticos es
dura y tan feroz como la que presenta contra el escritor y el lector.
Nadie se salva aquí… ni los ornitorrincos. De hecho que los editores
quedan como los individuos, en el sentido taxonómico, peor parados.
Pero no se trata de una novela que
pretende poner los puntos sobre las íes, pues Brum Lemos apuesta por
prescindir tanto de los puntos como de las íes, es decir, estamos en un
terreno de arenas movedizas donde todo es posible y nada parece ser
verdad fehaciente ni posibilidad verosímil más allá de un párrafo, a
veces hasta de una línea e incluso de una palabra. Arenas movedizas
gobernadas por un narrador que cede su ejercicio al lector, que puede
ser cualquiera, en realidad, para bombear una historia que es pretexto
de innumerables indicios para ir ubicando una verdad que salta, se
transforma, huye, se hace copia y calco de grandes mentiras e increíbles
inventos con la impronta de Brum Lemos. Y cuando uno cree tener a esta
verdad enmarañada sujeta de una pinza y bajo la claridad de laboratorio
que brinda un foco ahorrador de energía, la incertidumbre vuelve a echar
sus raíces en una historia que se revisa y cuestiona a sí misma,
mientras avanza (avanza es un decir). En este fraccionamiento de la
realidad, Brum Lemos consigue orquestar una intriga que se resuelve
desde su particular teoría del caos, para erigir una polifónica novela
sobre la novela.
Nada detiene la inventiva de Brum Lemos.
La escritora plantea versiones de versiones, fábulas, eslóganes,
hipótesis, adaptaciones de cuentos, guiones, artículos, investigaciones,
parodias de teleseries, aforismos, microrrelatos, poemas y descripciones
enciclopédicas, entre otras formas, en un clima de absoluta
experimentación en cuanto a los límites que imponen los géneros
literarios y los tipos de ficción, sin desaprovechar, además, los
resquicios y vetas entre la ficción y la realidad en constante
declinación.
Y todo tras una verdad. Una verdad que no
existe, al menos, como norte. Una verdad que está en cada uno de los
personajes, así como en sus reflejos, obsesiones, proyecciones,
distorsiones, reencarnaciones y evocaciones, en sus múltiples máscaras
como personas o personalidades. De la verdad filosófica como género y
generalidad. Y de su hermana fea: la mentira o invento literario como
cimiento de una ética reflexión sobre el discurso que, además de imitar
la realidad, cuestiona los fundamentos de las ciencias y creencias
contemporáneas desde la tradición esotérica, la iluminación poética y
los pactos secretos. Esta materia aparentemente inasible —y tan
atractiva como una flor carnívora o una pelirroja en un envase de tinte
para pelo—, en enfrentamiento constante con el spot publicitario, la
encuesta de opinión y el marketing como rito, ceremonia y cosmovisión,
respectivamente, se enfatiza y potencia con un bolero, el fino humor de
la autora y los guiños eróticos.
Brum Lemos nos da cuenta de una Orden
Secreta inadmisible para una historia oficial. Inadmisible para una
sociedad en la que lo valioso se obtiene exclusivamente con dinero, sin
que la fe ni la ciencia logren superar dicho esquema. Estamos en el
terreno de la salida estética, de obtener valor por medio del desquite o
reivindicación del arte como fin supremo de la creación. Del arte de la
palabra, en este caso. Y ya aquí, en ese intersticio, nos encontramos en
una muy interesante posición, donde la cosa secreta u oculta deviene en
asunto exotérico —pero sin que deje de ser esotérico por el modo en que
está formulado—. Los que tienen ojos para ver, que vean. Nos
encontramos, en suma, en el ámbito de la exaltación de la ficción, pero
de auténtica ficción que cambia de piel y color a medida que progresa la
historia, y esta se explica en avances y retrocesos. Historia que tiene
como protagonista no al individuo sino a su pensamiento como poder
transformador: fluido de una muy bien articulada sucesión de metonimias.
Aquí un ejemplo de lo que planteo:
«La historia de la ciencia es, al
mismo tiempo, una narrativa sobre los procesos de la naturaleza y
sobre sí misma. Es la narrativa de las transformaciones en cuyos
orígenes se encuentran ideas místicas y las artes de la magia y la
alquimia. Francis Bacon, uno de los fundadores de la forma
científica de pensamiento y conocimiento, imaginó el futuro en un
mundo artificial creado por el tormento impuesto a la naturaleza.
Sería una sociedad tan más perfecta cuanto más grande fuera ese
tormento y en donde habría, entre otros híbridos, peces injertados.»
Que vean y lean los que tengan ojos. |