Prêmio ABCA (Associação Brasileira de Críticos de Arte), 2008, como melhor veículo de comunicação de cultura do país

LA PREGUNTA POR EL ALMA
Luis Fernando Cuartas

Alguien me preguntó una vez por el alma, casualmente me encuentro en el piso con un pequeño folleto de un escritor de Chile, se llama Edwin Díaz M., escribe un pequeño poema que se llama fotografía: “Los fotógrafos alejan/ a las pelusas/ para retratar / a los futbolistas/ Las caras derrotadas/ no tienen espacio/ en las páginas del diario” (Después de abril.) Y esto me puso de frente con un problema del alma. ¿De qué almas se habla cuando se asciende al cielo de las consagraciones? Una fotografía de no es más que un episodio de alguien que se atreve a retratar un instante de una vida. Los antiguos indígenas, antes de que cobraran por una foto para los turistas, tenían reticencia a que les robaran el alma en un cuadrito donde quedara encerrada su sonrisa. Todo esto parece banal, pero es muy serio, muy grande: En las páginas de un diario no queda más que el registro de esa eventualidad, pero dónde queda de verdad el ser que en medio de la pelusa de lo cotidiano, saber más de las derrotas que el espacio que puedan brindar en un periódico de barrio, ellos, los que jugaron y perdieron, los que ganaron y nunca nadie supo cuantos goles, son una historia que se cuenta en pedazos de barriada, asuntos de conocidos que no olvidan el sudor y la derrota, lo demás es una foto fría en medio de una prensa que hace al habitual oficio de registrar olvidos.

El poema citado pertenece a Colectivo de escritores jóvenes, Santiago de Chile, 1985. Nadie sabe si aún publica textos, o se los comió algún puesto público, Edwin Díaz, nacido en 1959, ya tendrá le edad de las descargas y del cansancio, no por viejo, sino por vivencias concebidas en medio de una ofrenda con la poesía, más es posible que todo sea una leyenda: un joven que dirigía poemas para matar el tiempo, una arma de palabras para descargar fastidios, o un artesano del mundos para construir silencios. Un enamorado de una adolescencia hecha de tragos en media noche de fuma y de quejas por la vida: “Imagen. Imagínate/ he creado/ un espacio/ que por rara/ coincidencia/ se proyecta/ en perfecta/ comunión/ con tus labios”, pequeña arenga de un desafortunado amante que quería ver en el deseo todo la poesía posible para construir una imagen del alma. Más si uno vuelve a los adolescentes turbios, a los inestables paradigmas del poema en ciernes, no podremos olvidar a Tudor Arghezi, el gran rumano, cuando no deja la nostalgia colgada de un árbol nervioso, de una pubertad sin rumbo, simple, casi cuerdo loco, más siempre nos deja a pie entre nariz y boca, la otra fuerza de su pasado y de un porvenir por inventarse siempre: “tan sólo heredarás cuando me muera,/ únicamente un nombre sobre un libro./ En una noche hirviendo de revueltas/ llegó de mis abuelos hasta ti”, son abismos profundos, son barrancos, libro escalón para seguir viviendo. [1] Por eso el alma es imprescindible, un bello invento de lo que hablaba María Zambrano, no la epidermis de la imaginación sino la condensación de una espiritualidad con el centro en los pies del mundo. La pregunta no es fácil, pues la apuesta en ateísmos termina casi religiosa. Aquí se trata de una fuerza, nada racionalmente concebida, pero si de una lógica de rigor incuestionable. No se trata del Alma, con mayúscula, de esas advertencias metafísicas entre el arte de perder el cuerpo para ganar un halito de esperanza casi a crédito. Se trata de un no advertido código, de una no noción de claridad y de orden: Alma antes que la foto no dibujada, antes que el libro de la memoria del abuelo sabio, antes que la piedra que se vuelve talismán y lleva un testimonio del mundo geológico que se deshace y se hace en miles de episodios con el magma, la profunda boca del dios Pan, Pánico, Caos, orden primigenio. Se trata de Alma, nada de nociones de catecismo, credos, fervores, es una capacidad de tarantela, fiesta mística y gozosa. El Sufí, el derviche, el canto maya, el chamán, el tan-tan de un tambor hasta reventar los dedos, el enamorado de dos pétalos cuando la flor no tiene nombre, pueden describir mejor la condición de alma. Es poco probable encontrar un desalmado, un armado, un embestido de tinieblas, un asesino en prácticas de absurdo, es más fácil encontrarlo almado, pues no es que no tenga alma, sino que han perdido su bitácora. Seres sin sentidos, no por falta de los cinco dedos de su mano, de los cinco olfatos de su cuerpo, de los cinco ojos de sus sueños, de las cinco lenguas de sus imprecaciones, de los cinco oídos de la supervivencia, tal vez más, puede que ha perdido la capacidad de preguntar por el sinsentido de sus preguntas con la soledad y el miedo.

El mejor ejemplo de esa condición de alma esta en César Vallejo, la pregunta por el pan que siempre velamos como un cadáver, con dos cerillas y un hambre gigantesca de esperanza. La precariedad y el don de sostenernos en medio del abismo, la historia de su tierra en un París con aguacero, en el barrio con dos calles en medio de una metrópoli de inciertos. La gran duda, si, la gran duda por no saber del cielo pero no abandonar el alma, cosa bella, extraña, humanamente humana, una fuerza interior que nos concedió las alas.

Rimbaud encontraba una forma de alma desdeñosa pero sabia, no cabía una perdurabilidad de la belleza sino de la existencia. Cuando uno descubre en una noche que puede sentar la belleza en sus rodillas, encontrarla amarga, y luego injuriarla, es una forma de armarse contra todo tipo de justicia, la de los códigos estéticos, la de las almas alteradas por registros finos de la perfección. En una violencia de culatas y de vértigos de fusiles, Rimabud conoce las formas del alma de la noche. Los verdugos muerden, las plagas se ahogan en la arena, la desdicha es una forma de decir, se dice en otras formas lo no dicho, las almas es la horrenda risa del idiota que es cercana a la santidad. Rimbaud nos pone de frente con el último Cuac, la llave del antiguo festín, el paraíso es el alma, mejor la alma que nos contribuiría a recuperar el apetito. Cerca de esa alma esta Alejadra Pizarnik, la alma de ella es la noche: “Poco se de la noche/ pero la noche parece saber de mí,/ y más aún, me asiste como si me quisiera, /me cubre la existencia con sus estrellas”. [2] Una vertiginosa forma de convertirse en sombra, de abandonar la consistencia de una materialidad pragmática, mejor, de ser cuerpo refugiado en el bosque interior de su propia noche imantada. Pero hay almas siempre diferentes, veamos otras formas de armar almas en medio de un descreimiento tácito, mejor, almas que salen errantes como pensamientos convertidos en frutos. Almíbar Osorio, en Vana Stanza, Divan selecto ( 1962-1884) , nos deja otro ropaje para el alma: Stanza: “ Allá hay algo/ que quiere venir hasta este sitio/ Aquí hay algo/ que quiere ir sin atravesar la galería./ Y decir algo que aún se oye( puede ser el eco)/ Pero por la galería viene algo/ que cierra las puertas con estrépito ( puede ser el viento)” , alma de la nostalgia, de lo imprevisto recordado siempre, de seres inventados en la memoria de una mitología personal, alma de las cábalas personales, pero más que eso, alma de un territorio insomne, donde nadie duerme mientras eco y viento nos delatan nuestros faltantes en las estancias del delirio. También me encontré con una forma simple pero a la vez compleja de mirar lo de las almas: “Parto la manzana/ Olor de pérdida: / Veo caerse los bosques”. [3] Puede ser una escritura que no se escribe, se perfuma, alma de una pérdida, el boscaje esta derretido en la memoria, la manzana es un paraíso deshecho, todo cae, el físico determina la caída de los cuerpos, sólo observa, el dueño de la Ballesta sabe que la manzana esta en la cabeza de su hijo, la manzana no ha envenenado a ninguna ninfa, es una cuadrilátero de calles en un trazado urbano, el bosque esta en el secreto de una planta sembrada en el solar de la infancia.

Almas hay de todo tipo, las hay andariegas y casi enfermas de vitalidad. He visto almas alfombra, de esas que un día son tapetes voladores, como en las Mil y Una Noche y al otro día cargadas de tristeza y polvo casero se acuestan con un par de zapatos y una mochila sin uso. También las he visto, almas canoras, no cantoras, como pájaros que gorgojean idiomas indescriptibles, lanzan sus epítetos furiosos con el mismo amor que conquistan el nido de una luna con plumas. Almas noche, almas sin estuche, desnudas caminando por los pasadizos de una casa desvencijada. Almas con un trompo y una piola y todos los días tiran hacia el piso un universo de madera por el simple placer  de verlo girar.  

Bob Marley tenía alma de humo danzarín, ritual de almas juntas, santoral de una aldea universal. Li Po, copa en mano preguntó a la luna: “Yo estoy ebrio y el ermitaño, feliz/ Juntos hemos olvidado las penurias del mundo”. [4] Para cada cual las almas, cada cual sus búsquedas.

En Corozal, Majagual, Magangue, Sahagún, Planeta Rica, Ayapel, el alma es pura sabana, un rito entre un tambor de alborada y un ritmo de ron cantado entre vagabundeos de potrero y leyendas de cantor. En Yaramal, Entre Rios, Amalfí, Remedios, Yolombó el alma esta enterrada entre una vasija de oro, un canto negro y un rosario. En Popayán el ama se fugó del cementerio, en el puente del humilladero deja señales en la noche, entre una mata de coca y un arcabuz con hidalgos apellidos. En Cali el alma sale descalza, baila sola en medio de la gente, la salsa es un condimento para ahuyentar las tristezas del hambre y los disparos de los catequistas del norte. En Calarcá gime aún el cacique, en las monedas de diez centavos pusieron la esfinge de un olvido con el cual nadie podría hoy comerciar. En Ibagué ni Galarza se queda con su disfraz de bombero, hay una altanera alma de guerrero triste y de canto nocturno, aparecen el parque Fundadores dos goteras de cielo derretidas por una juventud con el nevado en la cabeza y los movimientos geológicos en sus piernas. En Armero el polvo es celebre, hace nupcias con la muerte y las plataneras, con el arroz y con los llantos. En Lérida todavía las amas caminan por el Venadillo, salen desnudas a preguntar por una camisa de agua y una manta de oxígeno. En Medellín se borra la memoria de las almas, no penan ni están en sosiego, cada alma esta fumando un poema en una esquina, una abuela con el alma en la mano dispara una queja, una viuda sale a desalmar el barrio, un gerente busca su alma en un cuadro de estadística, un alcalde piensa encontrar las almas en un festín de flores, las flores acomodan sus almas en un jarrón de pétalos plásticos.

Hay de algunos que tiene su alma encerrada en la pirámide, en el piso de las especulaciones, en la esfera de la desesperada vuelta a las loterías. Alma que se sonroja en la palidez de un sábado sin comida  tratando de agasajar una visita. Alma azul como una poeta de quitasoles y de silencios a intervalos entre amores y palabras.

He visto el ama de un albañil puesta en el último retoque del pañete, el la palustrada del revoque, en la ventana con dos adornos hechos de gratis para inmortalizar sus deudas y el acto constructor de una belleza ajena.

Bello el carpintero que hacía crucigramas y en el barniz dejaba una lagrima, untaba su pegante narcotizado por un libro que leía a media noche, clavaba un estacón para no dejar mover el mueble de la vida.

Bello el ajedrecista que cortaba telas y cocía ropa para obreros de la madrugada. El que hacía guitarras y peluqueaba cantineros por dos copas. El que salía vestido de domingo a ofrecer el alma al infortunio de un cielo a crédito y luego volvía a la casa santificado por las putas. Bello el que hace pan y vende recortes de tostadas en bolsas de silencio, el que sabe de la harina y come con tristeza. Ellos hacen almas a diario, vende fruta, cantan canciones con periódicos ofrecidos no como noticia sino como ritual para envolver la carne. Almas de recolectores de gruñidos, los que toman dos gritos y los convierten en paletas. Los que a punto de amenaza se convierten en trashumantes de los barrios. Los que no pagan la luz por que les encandilan las cuentas. Alamas hay, yo las he visto padeciendo un cáncer de miedo, carcomidos por el desamor, buscando en un rincón de la casa una voz que les ayude a inventar una canción. Alma, armario, arma, almacén, almacigo, revolcón, silencio, almas que a penas han logrado la voz son silenciadas por el ruido, dejándoles sin aliento para descubrir el otro lado de la Luna.

Por ahora, no siendo más, alma, dejaremos descansar el cuerpo y fortificar los sueños.

Esto de preguntar por las almas es muy similar a preguntar por una vecina loca que vive entre nosotros. Una loca que cada que es invitada nos deja perplejos, pues del alma no sabemos sino un retazo de nosotros mismos.  

NOTAS

1. Tudor Arghezi, Pesías. Traducción y prólogo de María Teresa León y Rafael Alberti. Editorial Losada, S.A, 1961.

2. Alejandra Pizarnik, Prosa Poética, Editorial Endymion Ltda., mayo 1987, compilación de Gustavo Zuluaga.

3. Oscar González, Pincel de Hierba, Ediciones Otras Palabras, Medellín, 2001.

4. Li Po, poemas de la Luna, La UNESCO, Colegio de México, 1982.

Luis Fernando Cuartas (Colombia, 1959). Escritor y ensayista. Fundador de Taller de Luna, grupo de escritores de la Universidad Nacional. Cofundador de la Revista Punto Seguido, de la ciudad de Medellín, Colombia. Coordina un espacio en la Radio Universitaria sobre poesía y música. Dirige la Fonoteca de la Universidad Nacional, sede de Medellín. Inédito en libro. Contacto: lfcuarta@gmail.com.

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