PERUANO BRUJO:
INTERROGATORIO A PEDRO GRANADOS O DISGRECIONES ENTRE UN POETA (EN LIMA) Y UN ANTROPÓLOGO (EN LEIDEN)
 

Pedro Granados & Juan Javier Rivera Andía

Como está dicho arriba, esto es un interrogatorio. Un antropólogo inquiere a un poeta; al que ha leído desde hace algunos años. El poeta, sea en la costa este de Estados Unidos, sea en Haití, la República Dominicana o Madrid; ha meditado e incluido palabras como “peruano”, “Lima”, “Perú” o “huaco” en sus poemas. Claro está, hay que decir, de entrada, que el cosmopolitismo combatiente de Pedro Granados no puede dejar de otorgar a estas palabras una misteriosa tonalidad.

¿Qué más se puede decir del interrogado?: pasó su infancia en un barrio de obreros de la capital del Perú, y viajó mucho – ya lo dijimos - fuera de este cosmos que es el Perú. También podría decirse que vivió su juventud – ese riesgo –, parcialmente, eso sí, en un ambiente politizado, aguerrido con saña y pesimista: el Perú de los 70 en su cuerpo, y el de los 80 en sus huesos.

Además, quizás vale la pena aclarar que los protagonistas de este diálogo con forma de interrogatorio son, el uno, un hombre que ha retornado (Pedro ha estado muchos años en Estados Unidos, en Europa y – cosa menos común entre los intelectuales peruanos – en el Caribe); y, el otro, un muchachuelo que se ha marchado (a los territorios que van de la costa oeste de Norteamérica a Varsovia, pasando por los fiordos de Bergen) y que siente en su carne las dudas asociadas el retorno. Es decir, los interlocutores se interrogan desde hemisferios y costas del Atlántico distintos. Podría decirse, pues, que se habla, aquí, simultáneamente, desde el exilio y el retorno, o desde la nostalgia y el desarraigo, o quizá más, desde cierta convicción apátrida.

I. ACERCA DE LA ESCRITURA

Juan Javier: Comencemos con una pregunta inevitable e imprescindible, quizá importantísima: ¿Cómo llegaste a la poesía en un barrio obrero de una capital del llamado “tercer mundo”?

Pedro: Mi recordado hermano Germán, el “Chovi”, tan alérgico al sentido común; y, además, obrero. Desde siempre, cada vez que le exponía cosas demasiado articuladas él decía que no me entendía; pero una vez que fragmentaba mi discurso y liberaba mi lenguaje valiéndome de onomatopeyas y de glosolalias, se le iluminaba el rostro y decía que me entendía perfectamente. “Sellones”, era el epíteto con que motejaba literalmente a toda la sociedad; es decir, adocenados, domesticados y predecibles. Era extraordinario tallador e inventor tardío. Educador por naturaleza aunque no por vocación. Germán creo ser yo mismo ahora. Mi hermano no me ha enseñado nada, pues, sólo me ha hecho, sin proponérselo, mucho su propia persona.

También me enseñó a leer poesía, de modo paralelo y aún antes que Germán, mi propia madre; por aquello de saber retirarse, incluso en medio de la reducida habitación que compartíamos, y ponerse a escribir; jamás leí lo que escribía, pero aquella necesidad y fervor que obedecía su cuerpo cuando se retiraba eran de por sí mágicos para mí, por no decir poéticos. Niña de alta cuna andina, de un pueblito pobre por cierto, venida a trabajar codo a codo con su marido en el mercado de Chacra Colorada. Niña educada en el arte del bolillo y la lúcida caligrafía. Elegida, desde los doce años, para hacer bien morir a las personas ancianas o enfermas de su comunidad. Hija de una madre hermosa que era abogada autodidacta y sabía tañer la guitarra de doce cuerdas. Niña prematuramente huérfana de padre que, en aquel trance, hizo un pacto secreto con el Señor Crucificado de Lampa, y por la que me he dado el lujo de ser poeta.

Juan Javier: He comenzado con esta pregunta porque, en el caso de la literatura latinoamericana, siempre me ha dado más curiosidad el descubrimiento de la poesía en personas salidas de lugares como Breña, que en los personajes como Huidobro, nacidos entre gente privilegiada. Gente muy inteligente me ha dicho que “nada tiene que ver”. Pero la curiosidad persiste. ¿Porque me admiraría tanto, hace unos años, cuando conocí “ La Católica” y sus jardines, saber que Albert Camus era hijo de una obrera y nieto de una analfabeta de Oran (Argelia)?, no lo sé. ¿Qué sabor tienen las calles de ese barrio obrero de Lima? ¿Qué imágenes se te han grabado más en la mente?

Pedro: La gente inteligente que te dijo aquello con seguridad no conoce Breña. Sus limitaciones de todo tipo: envidias, venganzas por un quítame estas pajas, mezquindad, condescendencia solícita hacia el más fuerte, atávicos complejos de inferioridad, traición, abusos y explotación a granel…así es Breña; barrio donde la alegría no existe y el amor resulta imposible. Pero donde todos serán salvos ya que, individualmente, en lo fundamental no se diferencian unos de los otros; es decir, no hay lugar para la culpa personal y, por lo tanto, varias generaciones de sus habitantes han entrado ya al cielo y están un tanto más pálidos allí, un tanto más llenos allí…un tantito más inocentes. Comala urbana donde a menudo también sufrí racismo por ser blanquiñoso; desierto que acogía a los paisanos -como mis propios padres- fugados del interior del país. Interior, podemos inferirlo acaso, que terminó haciendo a Breña a su imagen y semejanza. Cuando, muchos años después, conocí los pueblos en que nacieron mis padres constaté que igual, también yo como ellos, me hubiera fugado de los pelos de allí…rogando al río que me arrastrara lejos, a la nube que me pusiera prontamente en su blando canasto.

Ahora mismo, es curioso, a pesar de haber pasado tanto tiempo y haber vivido en varios otros lugares del mundo, siento lo mismo (la urgencia de escapar); por eso me meto dentro y escribo…me sale espontánea la ajenidad…pero no tan adentro que no pueda comunicarme. Lo único que me ha legado Breña es el amor por los mercados y el aprecio por las labores manuales: zapateros, gasfiteros y carteristas de todo tamaño merecen mi más incondicional afecto. Varias páginas de Prepucio carmesí van dedicadas a Breña tornándola, de alguna manera, la primera novela de ese barrio peruano.

Creo que cada clase social le pasa factura a un poeta…nuestra propia naturaleza humana ya lo hace; pero vivir en un medio popular te dota de cierta paciencia activa -esperanza de lo maravilloso diría Lezama Lima- y de una forma de malicia y desenfado institucional que queda demostrado en el modo en que te comunicas y compartes con sujetos de tu propia clase en cualquier parte del globo. Es casi automático mi entendimiento, por ejemplo, con los dominicanos en su media isla; e incluso gringos -muy venidos a menos por cierto - con los cuales hube compartido, por alrededor de unos tres de años, la sopa boba de las seis de la tarde en las diversas iglesias del downtown de Boston. Abundantes ensaladas y puré de papas o camotes como guarnición a jugosas carnes; jugo de cerezas a discreción; galletitas home style y café. Digo por ahí, en un texto reciente, que lo más chic es no tener nada y lo más honorable no escribir ningún poema; pero qué le vamos a hacer.

Juan Javier: Has hablado de Germán, tu hermano obrero, el hombre que primero te enseñó algo de la poesia. El acude a menudo a tu escritura, sobre todo cuando el corazón se te sale . Hay uno en que lo describes:

...mi hermano German

huaco mochica, cabeza jibara, ojos de lagarto...

él transita ahora por la economía informal

y siempre fue el más indio de la familia

y también te contrastas, con tu hermano, cuando dices:.

Yo estoy ligado a una gran institución extranjera

Y siempre fui como el marquez de la familia

Aunque, a pesar de eso, hablas de que son iguales:

Cada vez me parezco más a mi hermano...

Cierta timidez esencial nos iguala

Cierta desenfocada imagen que se lleva el viento...

Nos unen muchos rasgos comunes

Una suerte de aprehension en el rostro

Cierta manera de lucir los dientes...

Así es mi hermano,

Así soy yo…

En ese rincón de sobrevivientes

que es el Perú.

¿No es esta una manera posible de comprender la sociedad peruana? Dos grupos que se consideran (recíprocamente) y son considerados (desde fuera, por sociólogos y antropólogos) como enormenente diferentes. Y es verdad que hay varios Perú en ese continente que probablemente sea el más desigual del planeta. Un buen resumen: uno es el indio, el otro es el marquez. Uno vive del “comercio informal”, el otro tiene acceso a poderosas instituciones extranjeras. ¿No es como un país con una clase privilegiada que vive de sus vinculaciones con el extranjero, y otra – al lado de la pista, a 10 minutos a pie - que merma en el desierto? Pero, al mismo tiempo, ambos grupos, como Pedro y Germán, son fraternos y se comunican, pues comparten y han compartido una memoria, unos gustos, unos placeres en común. Y, en esa fraternidad, son “iguales”, semejantes, son uno: diríase que a un nivel del cuerpo: el rostro aparentemente con aprehension, la forma de mostrar sus dientes.

Pedro: Germán era un obrero que no era de este mundo; la poesía no es de este mundo, y el amor tampoco lo es…aquello del evangelio lo percibo más diversificado y cercano y concreto…las iglesias son de este mundo y los ministros de cualquier tipo y el flamante bestseller también…el poder nos encanalla. Pero estoy hablando, claro, desde la carpintería de mi opinión, desde un borrador que, en cualquier otra oportunidad, editaría distinto a la hora de hacerlo público…la fragilidad es un suicidio y mientras uno viva tiene que hacerse de alguna forma (aunque sea ridícula) de poder.

En cuanto a la poesía, Germán y yo éramos iguales, pero en el resto (en la sobra: educación, viajes, libros, desayunos) éramos muy distintos, qué duda cabe; qué ingenuidad cabe.

Juan Javier: Algo mas quedó en el tintero durante nuestro apremiadísimo encuentro limeño: “Pasar corriendo por una habitación”. Pasar rápido, de una a otra puerta de la sala, como una vizcacha. ¿Crees que esa imagen tuya podría resumir lo que tú entiendes por escribir?

Pedro: Hay que bajar parsimoniosamente cada uno de los escalones del edificio del ministerio de justicia, pero como si uno los hubiera sorteado todos de un solo salto; o como Miles Davis cuando dice que hay que escuchar toda la música, aunque se haga obligatorio olvidarse de ello a la hora de interpretar. Otra estrategia es pensar y escribir oblicuamente, no a renglón seguido, para no crear un elefante blanco en aras del sofisma de la exhaustividad. Y otra más es entrenarse en la cacería de moscas con un alfiler: moderar la respiración, usar todo el cuerpo para extender la sombra, en una mano el arma -la otra en plan, a distancia prudente, de distraer a la víctima- confiando en que uno ya la cazó antes de clavarle, muy rápido, el pulido hierro entre los omóplatos. Arte zen de barrio, de niño pobre -con hermanos muy viejos- y casi autista que he sido.

Juan Javier: El humor y la nostalgia. Aquel debería ser necesario para recordar. Ésta, en cambio, implica que uno se toma demasiado en serio el pasado, la propia vida. Esto me dijiste tú mientras comíamos con premura, allá en Lima, donde estás ahora. Ya después me pregunté si la nostalgia no era acaso necesaria para escribir. A veces lo pareciera. ¿O quizá se han escrito muy a menudo obras demasiado sustentadas en la nostalgia en el Perú?

Pedro: La nostalgia, por un lado, es puro culto a nuestra alienación; rendir tributo a una serie de símbolos o valores que otros - por lo general la clase dirigencial - han forjado por nosotros. La nostalgia produce, por lo general, una literatura que no dura; lo visionario, más bien, suele garantizar algo de mejor calidad.

A Vallejo no lo define su melancolía, sino por sobre todo su futuridad; aunque ésta no es la del marxismo-leninismo a secas, tal como desde hace años atiza una terca legión de vallejólogos. La clave de Vallejo son precisamente sus heterodoxias: a Marx, a Darwin, a Freud, a Cristo; más una sutil vinculación -dual y solar- con el mundo andino.

II. ATISBO A LA POESÍA DE PEDRO GRANADOS

Juan Javier: Hay un poema tuyo titulado “Huacos eróticos”. Aquí abordas de nuevo el erotismo y el cuerpo, que son temas frecuentes, quizá centrales en tu poesía. Pero haces una referencia que me llama la atención. La antigüedad de nuestros cuerpos, de sus formas de moverse, es ilustrada con referencia a dos pueblos del antiguo Perú expertos en representar esos mismos cuerpos: los nazcas y los mochica.

Hagan una ceramica

De nuestros cuerpos

Los nuevos habitantes

de este país.

Somos nazcas o mochicas

en nuestros movimientos.

Aún no estamos enterrados

Continuemos.

¿Hay detrás de estos versos un guiño hacia las tesis de la literatura indigenista peruana? Se me ocurre, sobre todo, porque rematas la estrofa con unos versos que podrian recordar las reivindicaciones regionalistas de ciertas provincias del Peru.

Pedro: Este es un poema de hace un cuarto de siglo, de una persona que descubría gozosamente su sexualidad en un barrio mediterráneo de Lima; es decir, lejos del mar, pero como atisbado. Las huacas que quedaban más o menos cerca de mi casa -y en las cuales muchas veces jugaba al fútbol- se habrán filtrado en estas imágenes de Huacos eróticos. Barro, nubes de polvo, líquenes multicolores sobre la tierra desnuda al atardecer. Gozo mucho con las pieles en contraste con mi blanquiñoso color; me he sentido atraído y he sabido apreciar esto desde tierna edad; aquel comercio intercultural e interracial e innegablemente placentero y afectivo.

Perdónemme, pero ya como pueblos deberíamos revisar la historia de nuestros encuentros sexuales; si lo hacemos desde el medidor de la felicidad, y no sólo de la colonización o de la injusticia, nuevas o insospechadas vías para entendernos a nosotros mismos quizá se abrirían. Quizá no soy políticamente correcto en esto, menos un boy scout de la educación, pero de sexualidad necesitamos hablar mucho -no sólo en el Perú- y de atracción y también de gozo.

Juan Javier: Me gusta esa idea y la suscribiría con gusto, Pedro. Creo que solo basta con que nos atrevamos a revisar la historia de este país, el Perú, desde un punto de vista honesto y original (como, por ejemplo, el de los encuentros sexuales a traves del medidor de la felicidad), para que tengamos muchas mejores herencias que legar a los niños que sufrirán las futuras escuelas.

Pero es como si algo retuviera a los que deberían pensar por estos lares. ¿Por qué has escrito que es imposible ser peruano en cualquier parte del mundo? ¿A qué se refieren estos versos que incluyes a continuación de una escena que habla de la desilusión y el resentimiento (el poema es titulado “[Y otra vez aquella vision]”?

... Ser peruano en cualquier parte del mundo es imposible.

Ser peruano huaco y católico, cachero y manatí. Ser peruano brujo.

Porque harto han andado la disuasión y el poder, por un lado;

Y harto han andado la miseria y la pena, por el otro.

No hemos visto y olido y palpado

Por gusto.

Me pregunto dónde radica y a qué se refiere esa imposibilidad. Las cosas tienen su lugar propio. Providence es un verano y Lima es invernal, en ese momento. Pero un peruano quizá no tiene un lugar tan propio cuando sale de aquel país. Los “huacos y católicos” no tienen lugar en el concierto de las cosas visibles. ¿En que años fueron escritas estas lineas? Pertenecen al poemario “El corazon y la escritura” y podría pensarse que fueron originados entre 1993 y 1996; pero recuerdan la disuasión de las dictaduras anteriores a años 80, y la miseria material posterior a esos años.

Pedro: Este poema fue escrito precisamente en 1993, en Providence (Rhode Island), ya en plan de salida de Brown University y luego de vivir, aproximadamente un año feliz, con una chica muy hermosa de Irán. A ella, cuyos padres vivían en Andorra y debo entender que tenían mucho dinero, la apartaron de mí el sentido común y un pull de psicólogos contratados por su familia una vez que ella fue de vacaciones a Europa. Es en este contexto que lo escribo, en plena conciencia del ridículo por mi osadía, y acompañado por una reiterada sensación de orfandad. Para nada tiene que ver, en estricto, la coyuntura política que el Perú atravesaba en aquel momento; nuestra miseria material y disuación para ser felices vienen de mucho más antiguo.

Existe una forma de vivir y morir a la peruana que no encaja con los estándares internacionales y que, en parte nuestros susesivos malos gobiernos, nos han obligado sistemáticamente a aceptar. Y pareciera ser que este lavado de cabeza quisiera alcanzarte vayas donde vayas, en cualquier rincón del universo. Y digo sólo en parte nuestros malos gobiernos porque, por ejemplo, en Lima nadie pareciera tolerar la felicidad ajena. Si a la hora de tomar un taxi, sonríes con tu pareja, te cobran más; si lo haces a la puerta de un chifa, desde donde pareciera estás saliendo, te sucede lo mismo. La cosa funciona algo mejor adoptando la mueca del que te pide 10 centavos por el caramelo ubicuo, del que solicita limpiar el parabrisas de tu auto. Además, las mujeres más vulgares de Lima (sean de la clase social que sean) se creen la última chupada del marciano. Funciona sólo muy rudimentariamente aquí el consuelo de la comunicación y la belleza.

Juan Javier: Hay otra frase del poema “Y otra vez aquella visión” que me llama la atención: el “peruano brujo”. Recuerda, inevitablemente, estos otros versos, en los que esa brujería parece ser más bien un motivo de beneplácito, de recóndita soberbia:

...Sátiro como yo no vas a encontrar, ni brujo que te

unte como yo, ni poeta que te diga las blasfemias del más grande

amor nacido del desamparo, de la orfandad de ser peruano y

huérfano...

En este poema a “Manoli” - que aparece también en la grafitísima “En tiempo real” -, hay un orgullo que suena más a los habitantes iletrados del Caribe que, por ejemplo, ciertos escritores argentinos que hacían citas en griego antiguo.

Pedro: Bueno, quizá no sólo para un poeta, la otra mano de la decepción e incluso de la humillación es la poesía; que es una forma extraña, aunque muy patente, de poder; de allí que percibas aquel tufillo a soberbia.

“A Manoli” es otro poema que escribí hace casi veinte años; pero en este caso ella existe y es como parte de mi familia. Un e-mail suyo derivó que escribiera “En tiempo real” (1), nobloga brevísima sobre mi aterrizaje acaso más permanente en el Perú.

Los argentinos descienden de los barcos; pero, no creas, en el fondo tienen que ver con nosotros más que un chileno o un brasilero o un boliviano. En general, son menos fundamentalistas o chauvinistas que estos últimos; o al menos los limeños andamos tan perdidos en la metafísica como los porteños. En el mejor de los casos, intuimos que nuestra identidad es un proceso, no algo concluido o conectado al pasado y a lo que habríamos que tributar nuestra nostalgia. Los caribeños, en este sentido, hace rato que son postmodernos o están a algunos años luz de nosotros. A pesar de haber padecido variopintas y seculares imposiciones coloniales, han sabido negociar con ellas y teñirlas, poco a poco, de su carácter mulato y llano; la apertura y el diálogo con el otro son automáticos e instantáneos en el caribe: está prohibido no hablar con el desconocido; pero también saben mantener sus muy oscuros y sabrosos secretos. Tal como van las cosas, pienso en el inmenso trabajo que hay por hacer para que, por ejemplo, nuestras comunidades andinas se abran y dialoguen, productivamente para ellas, con el foráneo. Productivamente, es decir, sin que las minas envenenen sus campos de cultivos con arsénico o que la alfabetización consista en el mera destreza para chatear. Aunque estimo que esto último, con algunos matices, es un problema de los pobres a escala mundial.

Juan Javier: Yo creo que sí lo hacen, pero en otro estilo. La violencia política ha dejado una marca en sentido contrario, quizá. Y es justo oir un comentario como el tuyo después de tanta violencia. Pero ellos siempre han estado abiertos a lo foráneo, creo. Son ellos los que han hecho a Lima, los que la han convertido en el mundo fascinante que es hoy. Son ellos los que están en Madrid y Nueva York ahora. Las comunidades andinas, a pesar de las apariencias, no estuvieron cerradas nunca y no lo están ahora, a pesar de las escenas de esos malos retratos del mundo andino en novelas tan divulgadas como “Abril rojo”(2) o “Lituma en los Andes” (3).

Pedro: O la reciente película, “Made in USA”(4), que es el vivo reflejo de una agenda políticamente correcta, sobre lo andino, forjada en alguna universidad del midwest norteamericano. No es que no exista amancebamiento o incluso incesto en los Andes, pero es que aquello no debe necesariamente provocar la típica mirada de pollo de los republicanos.

El norteamericano es experto en imaginar la anomalía en el ojo ajeno. Su ídolo es la seguridad y su Dios, el poder. Y sus métodos, la persuación minuciosamente orquestada de que nos son imprescindibles. Pero creo que ya desde hace un buen tiempo, al menos en la literatura (pienso en Territorios invadidos de Homero Carvalho), la dirección del zoom también se ha invertido; es decir, tal como ellos van con su cámara a levantar las polleras de nuestras paisanas, nosotros debemos ir directamente a los dormitorios de esos camarógrafos y, acaso, toparnos con la miseria de sus vidas afectivas y sexuales.

Juan Javier: Hay un poema tuyo que es, quizá, el que ha originado todo este diálogo, o más bien, esta necesidad mía de dialogar contigo: “Notas al Inca Garcilaso”, del poemario que titulaste “Lo Penúltimo” (2001) – y que, en verdad, es, hasta ahora, tal (después solo viene “Desde el mas allá”) -. Voy a tratar de aclarar lo que este poema me suscita. Es como si, en este poema, se condensara, en un solo escenario, varios de los fantasmas, muchas veces tácitos, que recorren tu poesía. La amalgama de soberbia y amor, de pesadumbre, gozo y cosmopolitismo, que impregna tus versos. Este poema, pues, quizá contenga la clave de lo que he entrevisto en tu obra y que quiero desenvolver en esta conversación.

Primero que nada, el título. Mencionas a uno de los primeros mestizos conocidos, aludes a este hombre de noble cuna que naciera en el Cuzco del siglo XVI y que muriera en la Andalucía, lleno de amor platónico por su estirpe indígena. Los primeros versos hablan de una larga proyección temporal (“Soy viejísimo. / Realmente lo soy.”), de la conciencia de la propia vetustez. Uno es antiguo de muchas maneras: en el Perú, una vía para reconocerlo es considerando la obra de los ascendientes de los incas. Sin embargo, últimamente pasa algo: dejamos de entender lo que antes entendíamos, un idioma es sustituido gradualmente por otro: (“Mi madre hablaba en quechua / con mi tía Raquel / a la hora del lonche. / Me encantaba verlas alegres / en un lenguaje que no entendía, / que jamás entendí”). El quechua es un buen ejemplo de cómo las cosas han estado cambiando constantemente y de cuán tempranamente mezclados hemos estado (5). Desde hace algunos años, la población que habla quechua en el Perú ya no crece en términos relativos, sino solamente absolutos. Me hago una pregunta que suena rara al principio: ¿Será esta decisión de enseñar español e inglés a los hijos, pero no “la quechua”, una consecuencia del intenso amor por la diferencia que caracteriza a los peruanos de raigambre indígena?

Trataré de explicarme. ¿Pedro, cómo es que podemos – nosotros, los peruanos - amar un idioma que no comprendemos más? Yo creo que sí lo amamos, pero lo que me asombra es el modo en que nos lo permitimos. Aparentemente, el desconocimiento de lo nuestro, al que nos abandonamos con tanta facilidad, jamás nos impidió amarlo. ¡Me parece extrañísimo! Extrañísimo si uno piensa, por ejemplo, en artistas como Andy Warhol: ¿acaso amaba el idioma de sus padres: Ondrej y Ulja Varchola, inmigrantes de una minoría de Europa del este que apenas musitaban el inglés? ¿Cómo, pues, hacemos para considerar como propio aquello que no entendemos? Me parece una actitud sincerísima y peruanísima. Y es, por eso mismo, excepcional que sea reconocido así, tan llanamente, como lo haces tu en este poema: “El quechua es un idioma que nunca he entendido./ Pero que consideraba mío por derecho propio, / hablaban y cantaban con él mi madre y mi padre.”

¿Cómo se puede comprender un complejísimo mundo emocional con una mirada extrañada? Tu has escrito: “Cantaron alguna vez -ya muy mayores- / un hermoso yaraví que quebró de canto a canto / la pequeña vasija que era nuestra casa. / Mi padre y mi madre se amaron, pues, a su manera.” ¿Con cuánta pericia nos podemos mirar a nosotros mismos como si se tratara de un “otro”? Estoy pensando en lo que dicen ciertos antropólogos americanistas (6) (aunque algo marginales en la reflexión sobre el mundo andino).

Habría, pues, una íntima y muy particular tragedia en lo que está sucediendo en el Perú. Y en lo que tu dices, encuentro algo parecido: “… también/ nos vamos a morir./ Y jamás habremos aprendido el quechua. / Aunque es la palabra íntima de nuestra madre, / y los ojos pequeños y desconcertados de nuestro padre, / y el fuelle oculto en el corazón / de nuestros queridísimos hermanos”. Se podría decir que presenciamos a diario como esa “palabra intima” de nuestros padres, de los que nos antecedieron, es tratada como deleznable. Se podría dudar ahora también si nuestro “fuelle oculto” no está siendo ya demasiado ocultado. ¿Dónde está, pues, la adhesión a lo nuestro? ¿Qué clase de gente es esta, somos nosotros? Al final, tú ensayas, con modestia, una respuesta: “Lo único que sabemos es que en quechua / no se puede vivir. En este orden de cosas. / Comunicarte en esta lengua es literalmente suicidarte. / Te aprietan fuertísimo la garganta /y el corazón se te sale de una vez por los ojos.”

Dejar de enseñar nuestra lengua a nuestros hijos – lo que han hecho y hacen tantas familias en el Perú -, no equivaldría, pues, a un suicidio lingüístico. Todo lo contrario: es evitar el suicidio lo que ellos buscan. Ser moderno, adoptar lo nuevo y foráneo. Incluso el español no es ya del todo moderno, si lo comparan con el inglés. ¿Desde cuándo estamos haciendo esto? ¿Cuáles serían los límites de esta tendencia? ¿No es acaso una cualidad, si la comparamos con otras tendencias (la preocupación por la pureza de raza o de sangre, por ejemplo) cuyas consecuencias han sido tan aborrecidas en la historia europea? En fin, estas son mis apreciaciones, incongruentes quizá, pero sinceramente curiosas también. Pero quiero saber lo que tu piensas de este poema, ahora que han pasado ya algunos años.

Pedro: “Notas” alude a aclaraciones, añadidos, debates y, por supuesto, también acordes musicales: celebración u homenaje. Un poema es como un “subalterno” (el otro que estudian los cultural studies) en primer lugar para uno mismo (“ínsula extraña”, verso de San Juan de la Cruz, se anima a denominarlo E. A. Westphalen). Y para intentar explicarlo -tanto al subalterno como al poema- se aclimatan diferentes y, a veces, sugestivas teorías como la que elabora Gutiérrez Estévez y glosas tú con claridad. Pero uno debiera escribir como un escritor y nunca como un periodo literario (Borges); es decir, jamás cual un parásito, en plan de medrar del canon vigente. A los que proceden así, y son legión, les irá estupendo en los concursos de poesía y nada más; curiosamente, como decía un ex poeta oficial de la Universidad Católica acerca de otro que en su época también ganaba todos los concursos: “tres premios, cero goles”.

Pero me gusta esa idea de no necesitar ser un peruano profesional o de utilería para serlo; lo que, en resumidas y llanas cuentas, parece ser aquello de los amerindios. Aunque en los Estados Unidos de Norteamérica, por lo menos en el mundo académico de las Yvy Leages (Harvard, Yale, Cornell, Brown, etc.), aquélla puede ser una profesión muy rentable.

Los insectos de este tipo me repugnan; igual que me desagrada cualquier suerte de grupos; de ayayeros de alguna causa por más sagrada que ésta sea. Del brazo con mi hermano Germán repudiamos, aunque sin que esto llegue a merecernos el odio, a todos los “sellones” del universo. La soberbia, tal como el comunismo lo fue para José María Arguedas, puede ser también fuego que impulsa. Sobre todo en el Perú, cuando uno no ha nacido ni tiene vocación de minero o esclavo.

Pero no alimento esperanza ni, menos, me interesan ninguna de las denominadas justas reivindicaciones. Cuando comenzamos a hablar de pagarle un sueldo honesto o decoroso a los profesores, y acaso también a los poetas, allí mismo estamos ya muy mal; el derroche es la justa medida de este oficio, la rebaba, el desborde…ni honesto ni decoroso, pues, qué ridículo, porque el sencillo es con lo que menos aquello se podría pagar.

La poesía es lo que nos permite despojarnos de nuestros propios estereotipos; es el duro algarrobo en medio de la inundación o la estampida. A José Martí le gustaba describirla como si la poesía fuera la flor del pensamiento; es decir, la máxima aventura intelectual. Por su parte, Vallejo -a través del culto al absurdo- hizo el mismo recorrido de los demás vanguardistas de uno y otro lado del atlántico; pero mientras estos últimos encontraron la nada, aquél se topó de lleno con el sentido. Pero sería terrible imitar a Vallejo; es más, deberíamos empezar nuestro propio camino parodiándolo, aunque conscientes de aquello que pretendemos parodiar. La poesía es el salto al vacío con paracaídas, como quería Vicente Huidobro; e incluso algo que -de por sí- podría ser suficiente para la existencia. De hecho, se parece a la alegría inmotivada que a veces conforta más que el dinero, sacia mejor que la comida y consuela incluso más desinteresadamente que el amor; pero que no es, de modo necesario, tampoco Dios ni la religión.

Dediqué aquel poema al esplendor del talento de Garcilaso; a la demostración, en su obra, de la traductibilidad del mundo andino; al milagro de que todo lo disfuncional en él (familia, nación, cultura, geografía) le sirvió para plasmar mejor su trabajo y ser, aunque sin proponérselo, más fiel contemporáneo nuestro. Trilce no está escrito en runa simi, aunque alguna tesis doctoral de hace poco y quizá también de ahora mismo lo olviden. Y antes de que William Rowe sustentara que el mérito de José María Arguedas consiste en haber traducido al español la sensibilidad andina, oleadas de emigrantes -como mi propia madre, Lastenia, o mi propio padre, Teodoro- antes y al mismo tiempo que él ya lo hacían. Yo mismo no hago otra cosa sino intentar de poner en andino (sobre todo en Un chin de amor), y hasta el día de hoy, un insondable culo dominicano.

Pero “Notas al Inca Garcilaso” es también un texto político, qué duda cabe, un ensayo de respuesta a la información que monopolizaron los partes del ejército sobre la guerra intestina del Perú de hace unos años. Aunque intento, claro está, tratar de hacerlo a mi manera; es decir, no cultivo la literatura de la violencia o, al menos, no tengo que justificar un sueldo universitario con ello.

La violencia en el Perú, es obvio, no comienza con lo del jirón Tarata que es cuando nuestras clases medias citadinas recién reparan en ello y empiezan a producir tesis, novelas, cuentos y poemarios. Alguna vez, en el contexto de estar de estudiantes graduados en Brown University y estar conminados -en particular por una profesora militante en la materia- a embutirnos de todo aquello de género y violencia y Latinoamérica, hicimos nuestra propia versión, espero, heterodoxa de todo este asunto:

Poema de la violencia en Brown University

Diluidos por un líquido eficaz.

Al fondo de la sucesión de los actos

o a sus márgenes.

Como en la adolescencia

- solos o abrazados a nuestros enemigos

en una unidad difícil de reconstruir ahora,

difícil de consentir -.

Por tantas huellas dejadas ya de aquí hacia allá,

por tanto vapor en la huida.

Debimos ser como las piedras.

Pero nos movimos,

Pero nos movieron como al animalito exótico

(la soga al cuello

y las uñas curvas al ras del pavimento).

Infancia y adolescencia en el Perú.

Una a una fueron surgiendo las palabras,

una a una fueron sobreponiéndose

-imitando al mar-

en nuestro barrio de purita tierra.

La violencia existió siempre,

filtrándose en los zapatos,

filtrándose a través de los muros.

Pero nuestra mirada era más grande que la violencia,

sabía llevar, sabía traer,

sabía sumergir y renovar las cosas,

las voces, purificar los instintos.

Aunque no fuimos puros, nunca lo fuimos.

La violencia existió siempre,

recortada como un segundo rostro,

como un tercer rostro,

pero no como el rostro definitivo

en nuestras estoicas gentes.

La violencia existió siempre.

aun allá en los juegos,

aun allá en los enamoramientos.

Como la lavaza del bulto que se lava,

como la espuma de la cerveza.

La violencia con sus faldas sucias

y sus caras sucias.

La violencia de zapatones de Celestina

y labios de Urraca.

La violencia del rasposo patio de la vecindad.

(Es por eso que a más de uno nos gustaba

escupir sobre esas paredes

y sobre aquellas del rincón que formaban la casa

creando así transparencias, salidas,

otros túneles de lo humano).

La violencia existió siempre,

pero también existimos nosotros.

La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,

justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.

La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe

lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro

y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama

a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.

La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.

Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.

Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano

y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.

Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,

y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no

supiéramos,

ya de sobra.

Tal como si hubiéramos olvidado. (7)

“Pero nuestra mirada era más grande que la violencia”. Ignorancia, candor, cinismo, soberbia; váyase a saber si es un poco de cada una de estas cosas. Con aquella profesora norteamericana nuestra nos llevamos terriblemente mal; hasta que yo deserté, no estudié de esa manera, perdí mi membership y me suicidé en el amor varias veces.

Soy algo así como un ogro ahora; al menos con frecuencia me percibo incómodamente de este modo. Verde de cuerpo entero y viejo y feo; el viejo ogro verde e incómodo de la literatura peruana.

III . ON POLITICS AND SOME PERUVIAN WRITERS

Juan Javier: Dentro de tu nobloga “En tiempo real”, incluyes un poema del colombiano Harold Alvarado Tenorio. Es durísimo y nos concierne. He aquí una parte, que basta:

…Los que no tenemos dinero ni poder

Valemos menos que un caballo,

Un perro…

 

Los que no tenemos dinero ni poder

Siempre hemos callado para poder vivir

Largos años…

 

Quien no pudo cambiar su país

Antes de cumplir la cuarta década,

Está condenado a pagar su cobardía por el

Resto

De sus días.

Los héroes siempre murieron jóvenes.

No te cuentes entre ellos,

Y termina tus días

Haciendo el cínico papel de un hombre sabio.

Es como una respuesta amarga a las preguntas que dejan personas como Javier Heraud. ¿Si uno pasa su juventud sin haber logrado cambiar su país, debería resignarse a no existir durante el resto de su vida?

Pedro: Tanto Harold como Javier hicieron lo que tenían que hacer, un gesto de estilo en medio del maremágnum de la imitación. Haces bien en ligarlos. Digamos que el colombiano acaso escribiera su poesía luego de enterarse de la cruenta muerte del peruano; y Javier escribiría esa poesía, la de Harold, si hubiera sobrevivido y se enterara de lo absurdo, no de su gesto que era inevitable, sino de lo absurdo de las instituciones por quienes se inmolara…además porque era una persona fina y educada. Yo, como siempre, hago mi propio palimpsesto; sobre la sangre derramada por otros escribo también mis versos:

Una canción charra en Puebla

Un huevo prehistórico

Un meteorito, más bien.

Recién nacido

La vida se me va

Y no podré protestar ni

Evitar

Que me traigan otra vez por aquí.

Desde el recuerdo de alguien

Desde la memoria de mí.

La vida no me interesa

Aunque el cansancio cotidiano

Pareciera dictármelo.

Ni ansioso espero a la muerte.

Chulapa de Las Vistillas

Abalorios de mis negras

De La República Dominicana de Haití.

Alguien tuvo que hacerlo,

Es todo.

Alguno hubo de zambullirse

Desde tercer piso más alto del mundo

Y no morir, si no de a pocos.

Bello, nacer; menos

Volverse viejo e infame

Y escéptico.

Ante tanto huevo prehistórico

Y alarde dominical

Y doble rabadilla e inflada pechuga

Y tarde insolente de empanada

Y refrita escenografía.

Pero no añoro volver. Que tal lisura!

Ni el beso de Dios

En mi mejilla

Me salvaría de tamaño aburrimiento.

Juan Javier: Recuerdo que María Isabel Granda Larco dijo alguna vez que estuvo sin componer nada, como Chabuca, hasta que pudo hacer una canción a esta aparente inmolación de Javier. ¿Qué hay del poder político de la literatura? ¿Existe? ¿Es útil? ¿Es manejable? ¿Se debería prescindir de él? ¿Tiene algo que ver con la estética? Hay escritores apreciables que han dejado de escribir durante años, debatiéndose entre hacerlo y actuar para transformar ciertas cosas. Hay agentes políticos y subversivos que han intentado usar, como una herramienta, su escritura para sus fines políticos.

Pedro: En general se escribe mal si se hace de cara al público; tal como dice Borges en uno de sus prólogos: a un escritor le está permitido urdir fábulas, pero no saber cuál es la moraleja. Así que todo este asunto de literatura y política, de literatura y sociedad, es ante todo un problema de falta de actualización en teoría literaria, aquella división es ya obsoleta: todo es literatura. Como diría Ricardo Piglia, buen discípulo del autor de “El Aleph”, el ínfimo círculo al trabajar la literatura es contar sílabas (filología); luego vendría aquello de observar qué tanto de realidad tiene la ficción (post-colonialismo); pero el marco mayor en cuanto al estudio de la literatura es observar, más bien, qué tanto de ficción hay en la realidad. Y esto no es o no debiera ser desmoralizador para las causas políticas; por el contrario, debería ser acicate para éstas… tomar conciencia del papel que ocupamos en un determinado libreto y, si no nos agrada, hacer -con todo derecho- lo posible para tener otro lugar en la ficción; si en el trayecto, claro, no nos dan con sogas, clavos y palos por el atrevimiento.

Juan Javier: Heraud va hacia la muerte solo 6 años antes que Arguedas. Es interesante notar que este no escribe nada al respecto, aunque si lo hace cuando Violeta Parra se suicida (también en la misma década). Aunque no los uniera el mismo amor por el mundo popular, ambos comparten una fuerte preocupación por el Perú, por su destino. Y ambos viajan a la Cuba de Fidel Castro con esperanzas en el corazón. Cuando se piensa en esta preocupación “social”, es difícil no acordarse de las protestas de Arguedas por el “ninguneo” del Perú que practicaban los intelectuales peruanos de su época. Me pregunto si la misma protesta no es aun necesaria.

Pedro: Aquel pasaje en una de sus cartas a John Murra (8) donde, al encontrarse en un teatro de Chile con otro reputado intelectual peruano, y éste lo saluda allí con exultante e impostada alegría… muy sensible era Arguedas para estas cosas; pero tenía la suerte de que lo consolaran animales, cerros y plantas.

Luego de romperse la crisma tratando de imaginar un líder ideal para salvar al Perú, murió buscando su negra, icono de la existencia pletórica (también en Roma de Federico Fellini); pero la buscó en clave andina, es decir, tomándose este asunto también demasiado en serio, y por ello falló.

Nos lo han retratado como un sacerdote, carente de sangre ligera y trágica sonrisa. Intuyó muy bien, lo que nos libera de una literatura es sólo otra literatura, pero estaba demasiado atornillado a Lima, no al Perú. A la Universidad de San Marcos, a la Universidad Agraria, a sacar utópicamente adelante una burocracia educativa podrida; el Perú más bien lo desatornillaba (Obrajillo, el hocico de un puerco, un alto pinar en Arequipa); cantarse unos huainos en la peña Karamanduka, no… ¿esto es como leer ahora tus poemas en la librería El Virrey, en el auditorio del Congreso, en el Centro Cultural de la U. Católica?, no creo, el Karamanduka nucleaba la cultura oficial mucho más porque todo en ese entonces era también un tanto más selecto y más pequeño. Arguedas sin ninguneo no hubiera sido Arguedas; hubiera sido un elocuente Vargas Llosa o un amnésico Bryce.

Juan Javier: Como narrador y como antropólogo, Arguedas estuvo bastante ligado a una cierta élite (desde que vino a Lima, al menos). Sin embargo, sus ideas, la libertad con que las formulaba, lo hacían voluntariamente marginal. Pero él siempre se preocupó - y creo que lo logró - de ser alguien más que una sombra, de proveerse de una “mirada vagabunda”(9). ¿Cómo llegas tu a Arguedas?

Pedro: Leía en voz alta, a mi madre, los poemas en quechua de Arguedas para que me los tradujera. Nunca mostró particular entusiasmo por ellos; pero se solidarizaba con mi encandilamiento y le dio mucha pena enterarse, por mí, que aquél se había suicidado.

Claro, yo no había madurado, internalizado, ni afinado mi propia etnografía aún…era el flamante universitario que pretendía bautizar las cosas, y las cosas sutiles, peor todavía. Mi madre hacía tiempo que cantaba en quechua-español; particularmente a la hora de dar los tonos más altos en las canciones de las misas en su parroquia. Personalmente sentía que, frente a toda la grey citadina, ella viajaba para otro lado con su voz y, quizá, se conectaba con la lengua de su pueblo en concurrida procesión: mezcla de alarido, reclamo y sincera alabanza. Olvidaba que, las veces que requería la atención de mi madre a los poemas de Arguedas, yo mismo a los quince años -según mi profesor de literatura, Oscar Coello- era el mismísimo inca Pachacutec por lo adolorido de mis primeros versos. Arguedas somos todos los peruanos; pero arguedianos, no sé. ¿Lograremos ser alguien?

Juan Javier: Espera, decir que Arguedas “ murió buscando su negra” (que no un “inca”), no deja de ser saludablemente irreverente con la imagen “sacerdotal” de Arguedas. Y recuerdo ahora el encasillamiento de Vallejo del que hablabas. Me hace pensar en otro que a mí me ha despertado curiosidad desde que me inicié en el mundillo de la antropología andina: el acartonamiento andino en que se quiere, incesantemente, aprisionar a Arguedas. Como a Vallejo, hay un sentido común que lo considera triste y sufriente. Esto parece tener, por supuesto, un correlato visual. Es más fácil encontrar imágenes pensativas y solemnes de Arguedas (como aquel Vallejo pensativo de los billetes) que aquellas en las que se lanza a una piscina o juega con su mascota. También llama la atención que se le imagine concernido solo con los Andes. Se olvida, no sé como, que el autor de “Canto kechwa”, es también quien, ya maduro, llama “dios grande” al Rhin. Se pasa por alto o no se considera con igual fuerza que aquel al que se vincula con el indigenismo, es el mismo que ha escrito estas líneas:

Nueva York me ha deslumbrado y sorprendido. Me siento feliz en esta ciudad inconmensurable y comprendo mucho mejor no sólo ciertos graves desajustes del Perú sino de los otros países que he visitado. Aquí está la explicación. Es de veras el centro de un modo de ser que se difunde por razones naturales y por imitación de los desalmados. Habrá que estudiarse de otro modo a los norteamericanos, creo... ya veremos. (10)

He caminado anoche tres horas por New York. Algo nuevo bulle en mi espíritu y en mis nervios. El contraste (complementario con Washington) es quizá lo más intranquilizador que he visto nunca.// La perspectiva de las cosas y del mundo cambia cuando se la contempla desde este país; diría que se aclara mucho más... aquí se ha aplicado, hasta donde puedo asegurar, todo lo descubierto por el ingenio humano. Se ha aprovechado al máximo la técnica, y el país tan fabulosamente rico ha producido riquezas que han hecho correr las de una gran parte del mundo hacia acá.// Todavía es inexpresable mi experiencia de los Estados Unidos. Es más aleccionadora, más alentadora que la de Europa. Fue buena la idea de enviarme a New Orleans, ¡qué ciudad!... el gran corazón de un pueblo creo que endurecido por el poder y el afán infatigable y aparentemente irrefrenable de acumular poder.// Los Estados Unidos constituyen, creo, un peligro descomunal para América Latina pero acaso el único camino de su salvación.(11)

¿Qué opinas de estas palabras del “indigenista”? Arguedas quizá se parezca a Vallejo también en que sabía lo que era gozar como una bestia desatada: recuerdo que dice en alguna parte que le gustaba jugar con su mascota como un “perro con otro perro”. Quizá se parezcan en que a ambos les concernía el mundo entero, el universo humano y todas sus manifestaciones. Creo que es precisamente porque Arguedas era capaz de disfrutar del blues nacido en las riveras del Mississippi, que sabía comprender los huainos más hermosos del Perú. ¿Cuál será el dilema que algunos intelectuales peruanos tienen cuando piensan en los Andes? ¿Por qué estos deberían constituir una representación patética del Perú? ¿Qué habrá en cierta parte de esa inteligentzia peruana que cree encontrar en la raíz de su patria tal mata de problemas?

Pedro: Arguedas reconoce que Vallejo estaba al principio y estará al final; porque éste, contra todo encasillamiento ideológico, también entendía que “si no ha de ser bonita la vida / que se lo coman todo” (Contra el secreto profesional). La diferencia estriba en que Vallejo jamás será un Flores Galindo, aunque Arguedas quizá sí pueda serlo en su discurso de científico social; como que Tulio Mora, dicen los entendidos, es el Flores Galindo de la poesía peruana.

Buscar nuestra negra es a lo que estamos llamados todos los andinos; hallarla, sin duda lo mejor que podría ocurrirnos. Un lugar lo suficientemente oscuro para desaparecer y recomenzar, por inercia, con renovados mitos y mitomanías semejantes: el que no ha zingado con haitiana no conoce lo que es zingar, musitan los dominicanos. Y quizá no les falta razón, aunque evidentemente lo ajeno es siempre la utopía encarnada, en este caso el fetiche mejor torneado, el motivo postrero que acaso justifique no zambullirnos del todo en nuestra infelicidad. Aquí tenemos charapitas, por ejemplo. Así que la natural moción, para intentar liberar de su patetismo a la inteligentzia peruana, sería que ésta se rebautice en su totalidad en las aguas del Amazonas.

Juan Javier: Desde que te conocí, hace ya más de diez años, en el taller de literatura que dictabas en la Universidad Católica del Perú (estaba yo en la edad de la sinceridad, como dice Henry James por ahí y venía de Carabayllo todos los días; y tú habías superado ya todos los viajes del Siglo de las Luces, pero no hacías alarde de ello y nos descubrías comarcas que no habíamos hollado), lo que más me sorprendió fue tu forma de recitar.

Ahora has incluido el “Huaco” de César Vallejo entre los poemas que lees para la colección “Vallejo X Granados”. Me pregunto por qué has elegido ese poema. Y también cuáles son las resonancias de ese otro poema tuyo, un tanto místico (el IX del poemario con título aun más cachondamente místico “Desde el más allá”):

“El Perú, tu cara de huaco de costumbre...

¿Cómo explicar lava tan fluida?

¿Cómo eludir círculo tan ceñido?”

Pedro: Peligro, por la lava, y trasgresión por aquello de penetrar inevitablemente círculo tan ceñido. Mística no sólo negativa, entonces, sino algo así como transgresora, impugnada y tenazmente apócrifa; pero mística al fin. Peligrosos y transgresores como por lo general parecemos y, a veces, también somos los peruanos en el exilio.

El más allá es el exacto lugar de la poesía; por eso es que, cuando fugaz e insondable aparece, es monstruosa como el rostro de un picaflor tras poderosa lente de aumento. Los cuchillos de la poesía, como gusta decir Harold Alvarado Tenorio (12); ola o página conmovedoras y radicalmente elocuentes, con su único anverso de cara al reverso (Trilce XLIX), en el lacónico testimonio de Vallejo Mendoza. Fuera como fuera, la poesía es un acontecimiento y un poder transitorio; no un escribir sobre algo. Escriben sobre algo los escritores; los que, a veces también, por puro azar de la coincidencia son poetas. Leer poesía es un arte total, multidisciplinario y, entre todos, el más discreto. Básicamente es un ejercicio del más alto nivel intelectual -de comprensión o empatía con lo que se lee- previo al apoyo en la respiración, en el grano de la voz y en la pertinencia de pausas y pequeños movimientos de acompañamiento de la lectura con todas las partes del cuerpo.

Un caso muy singular es escuchar a Luis Jaime Cisneros (13) leyendo alguna letrilla de Luis de Góngora; su lectura es extraordinaria antesala de lo que luego podría ser, ya en la biblioteca, racional aquilatamiento del tiempo, vida y obra de aquel insufrible socarrón e inigualable cura perverso que nació hace más de cuatro siglos en Córdoba.

Juan Javier: Aun Vallejo. ¿Qué podría estar dicho en esa expresión, en uno de tus poemas, que dice “cara de huaco”(14)? Me hace recordar a “mi burro peruano en el Perú (disculpen la tristeza)” de Vallejo (sobre el que hiciste tu tesis doctoral en Boston)

Pedro: Una cara de huaco asomándose en cualquier esquina norteamericana es algo llamativo; por achinada y por pátina tan antigua. Los gringos tienen ojos de pollo, entre alertas y asustados, cuando prestan atención, y sus caras son de una goma muy nueva y reencauchable…y con seguro de rostro. El huaco se cae y se hace añicos y no se sabe qué hacer con él, salvo escribirle un poema; tal como hizo Vallejo en su “Huaco”, de “Estampas Imperiales” (Heraldos Negros), y que es un excelente pretexto para hacerse un auto-retrato.

Pero Vallejo va incluso más allá en cuanto etnógrafo de sí mismo, es un goloso observador de la mulata limeña, un travesti, un alma femenina en pena, una madre resuelta…Alan Smith Soto dice que Vallejo es nuestro hermafrodita universal. Yo lo trato de sacar ahora mismo del encajonamiento andino, que le hemos impuesto, para ponerlo a circular por la Lima de la época, en la que vivió más de cuatro años, testigo de su modernización y como un proletario sin barrio; es decir, lejos de los ricos y ganándose malamente un lugar en la jarana de callejón entre los pobres. Viajero desde la tierna infancia, trasterrado de Santiago de Chuco para estudiar la secundaria en Huamachuco, estaba iniciado ya en ello (vendrían, luego, Trujillo, Lima, París, Madrid, Leningrado, etc.); convertirse en un etnógrafo tercer mundista que jamás dejó de viajar ni de avizorar constantemente el futuro.

IV. DISCRIMINACIONES LATINOAMERICANAS

Juan Javier: Has mencionado a los peruanos en el exilio. Es una expresión de larga data ya, en el vocabulario de los escritores de ese país. Hay, incluso una famosa encuesta publicada por Hueso Húmero al respecto. Este tema – el de los intelectuales peruanos que se marchan del país y no vuelven más – siempre me ha inquietado.

No sé si hablar de impostura para describir la sensación que me produce. Lo digo porque, en mi generación – a pesar de no ser tan avanzada en edad - he visto ya varios peruanos educados y salidos de las clases privilegiadas del país yéndose e instalándose fuera. Y es como si se pudiera notar cierta compulsión en ello. ¿Hay algún sentimiento de culpa oculto detrás del uso del termino “exilio” utilizado por los escritores que ya no regresan al Perú?

Hablo de culpa porque pienso que podría haber una tensión entre la idea del “progreso” de la patria – sobre el que muchos de ellos dicen preocuparse – y el miedo a volver a un país en crisis económica. Me asombra esta situación, pues muchos de esos intelectuales temen al retorno a pesar de ser parte de una elite, de un grupo privilegiado, que vive muy lejos de los barrios donde tú y yo hemos crecido, por ejemplo. Estoy hablando de clase social, de nuevo, no de racismo o algo parecido.

Pedro: Ante la prensa amarilla de siempre, escandalizada porque de modo anticipado eligió Ginebra y no Buenos Aires como su última morada, Borges respondió sobriamente que era un hombre libre. Por cierto, a un francés jamás se le preguntaría si piensa regresar a su país (Vargas Llosa dixit). Sin embargo, uno de los más importantes poetas post-vallejianos, Jaime Sáenz, jamás salió ni pensó en salir de La Paz.

Es decir, en todo esto del exilio admito fobias, giros, tránsfugas, renuncias, arrepentimientos e inmovilidades. Ahora mismo estoy exilado en Lima, supuesto lugar al que he regresado, y ando más enchufado con la literatura (alimento un blog y leo y escribo todos los días) que con el reino de mis necesidades. Es una opción personal, siempre lo fue. Ser un buen profesor sin pizca de vocación; salir becado sin antes haber especulado con los pre-requisitos académicos; hablar con Dios -o algo que por pura ignorancia denominamos así-, estar quién sabe colgado de sus barbas, sin proponérmelo, ni desearlo ni, en absoluto, merecerlo. Propiciar y aparentar y tolerar y agradecer, en lo íntimo, pasar por el poeta menor de la antología. Al exilio no lo modula una determinada geografía.

Pero entiendo tu reflexión. Conozco algunos académicos peruanos viviendo en USA (y desecha) que, literalmente, colapsarían si se vieran obligados a estar otra vez en plan de trabajar en el Perú. Alguno me confió que incluso preferiría antes pegarse un tiro en la cabeza.

Cuestión de formateo mental, creo; fruto de una educación clasista, quizá; vocación de servicio mediatizada por un espíritu de servidumbre hacia el colonizador, no lo sé bien. Pero vivir en el primer mundo puede llegar a constituirse en una formidable pérdida de tiempo. Ergo, lo más importante es tratar de sentirse cada uno bien en su propio pellejo.

Juan Javier: Yendo del termino “huaco” al de “Perú”, no sé por qué pienso que debo plantearte esta cuestión. ¿Qué piensas tú del acuerdo entre los taxistas y los sociólogos del Perú acerca de que el Perú es un país donde impera el “racismo”?

Pedro: En el mundo entero, racismo de ida y vuelta; menosprecio del otro aún entre los de cara mejor pintada por la tolerancia…es un modo de distinguirnos de los demás; y, en el Perú, un modo de comprobar que se ha efectuado con éxito nuestra socialización.

Juan Javier: Es verdad, nuestra socialización requiere de un hilar fino. El funcionamiento de nuestras sociedades (y de sus desórdenes también), está marcado por una discriminación muy sutil. Lo que me parece es que llamarlo “racismo” equivale a quitarle gran parte de su interés, pues es como, tomando la frase de Ortiz Rescaniere (15), “mirar lo propio con ojos ajenos”. Tú has dicho, por ejemplo, que sufriste discriminación en tu barrio obrero “por ser blanquiñoso”. ¿Podrías explicar u poco esto? ¿En el Perú, se habla, casi exclusivamente de una discriminación hacia los no blancos, como ha sido tu caso? Pregunto, porque creo que la discriminación los “blanquiñosos” quizás sea la única que tiene el color de piel como categoría predominante.

Pedro: También algo de esto consta en “Prepucio carmesí”. Trompearse, desde niño, por ser un blanquiñoso en un barrio de zambos, virolos y cobrizos; correr el riesgo acaso de que te juzguen y traten de maricón, o por lo menos de débil. Sentir envidia hacia tu atuendo, apenas ordenado o aseado. Tolerar te odien porque a la profesora se le ocurrió elegirte para hablar el día la bandera y, al director, premiarte por haber enseñado a escribir correctamente AGUA (y no AHUA, AUA, HAGUA, etc.) a tus demás compañeros. La socialización, así, quiere andar de la mano con la violencia, la humillación, la sumisión y el desprecio.

Y esto está elevado, lo creo algunos días más que otros, incluso a lo aparentemente más sublime; el mayor poeta es el que ha humillado más a sus colegas, el que se ha impuesto al resto; claro, secundado por la institución literaria en funciones. En este sentido, creo que el arte en general, y en particular la poesía, no es de este mundo. La poesía existe, estuvo aquí (digo en algún poema)…y es quizá la única demostración de que, de verdad, existimos.

Juan Javier: Tú has vivido un buen tiempo en Estados Unidos. El término “racismo” es usado extensamente en sociedades como la de aquel país anglosajón. ¿En contraste con la discriminación que existe allá (algo que recomendaba hacer Arguedas), qué imagen se puede obtener de lo que sucede allá?

Pedro: He vivido en Estados Unidos por muchos años, aunque sin dominar el idioma coloquial; esto me ha ahorrado entender también lo que entendía a veces simplemente mirando. Ahorro psicológico que he invertido para dedicarme a la literatura y para, por casualidad, interactuar con algunas personas norteamericanas extraordinarias. Así, Anna Brown, tenaz ecologista y post-feminista de setenta años y por la que -si la hubiese conocido- no se hubiera suicidado ni siquiera Fassbinder, por aquella dedicatoria que reza: “a una persona que sepa amar, probablemente a nadie” del inicio de su película María.

En el Perú la marginación es de clase. Ahí tienes, por ejemplo, tan mediocre literatura que subsiste porque no hay modo de hacerle entender a un chico limeño de clase media que Antonio Cisneros es muy mal poeta o que ya gozó de su cuarto de hora…y entonces tienes a los Montalbetti y Cia. alargando la sombra por ahí; algo similar ocurre en la narrativa, con los escritores fotogénicos, pero no perdamos más tinta en esto. También, claro, existe una crítica que por lo general no es de esta clase, pero se comporta como tal y la defiende con ahínco…cosas de colonización mental, de infrahistoria, del gacetillismo solemne -cuando no la rampante banalidad- que con gloriosas excepciones es el pensamiento por aquí. Un poco para ilustrar todo esto, el estado de la poesía y de la crítica de la poesía de los últimos cincuenta años, escribí “Los poetas vivos y más vivos del Perú (y también de otras latitudes)”. (16)

Juan Javier: Me parece que ahí das en el clavo. En el Perú, la cuestión fundamental parece estar en la clase social. O en algo que se le parece mucho más que al racismo. A veces pienso, incluso, que la tendencia de llamar “racismo” a lo que sucede en el Perú sirve más para encubrir que para desvelar lo que sucede. Creemos que tenemos un problema con la piel, los rasgos físicos del otro; pero quizá lo que está haciendo de pivote es sobre todo la clase. ¿Hay mejor forma de encubrir el clasismo y sus causas que llamarlo con otro nombre?

Pedro: Exactamente.

Juan Javier: Todo esto también nos lleva a la importancia “oculta” de la clase social en el Perú. Puede sugerirse otra consecuencia: ¿Son los piropeadores de puestos los que imperan en la inteligentzia peruana?

Pedro: Del Perú, del Pirú y del Perhú del futuro. Ventrílocuos cargados de buenos propósitos, de mensurables buenas intenciones, que encajan en estos proyectos masivos de educación diseñados para, cada vez que tomemos nuestras aspirinas de siempre, tener que leer meticulosamente las instrucciones de la etiqueta: coger el pote, desenroscar hacia la derecha… y de esta manera estemos cada vez más orgullosos de nuestra civilidad (tolerancia y sentido de inclusión) y, de paso, nos ganemos también el cielo.

En Boston, en la discreta calle Hanover, existe un sótano muy concurrido y muy caro; allí se va a fumar puros y a beber y a regalar altas propinas. Para el amigo que me invitó, experto en la literatura del siglo XIX, concurrir allí era una suerte de terapia…desembarazarse, al menos por un momento, del espíritu de boy scout con el que diariamente debía asumir la tarea docente en la Universidad… intoxicarse de cierta decadencia aunque, para mí en este caso, aquélla del sótano anduviera demasiado bien montada…

Intuyo que a lo que me dedico no se le paga…por allí dije, temerariamente, que lo que diferencia un intelectual de un poeta era que aquél debía legitimarse en la sociedad, mientras éste, si es poeta, hace exactamente lo contrario…es por este motivo que dedicarse a esto es una verdadera papa caliente y, por ende, aunque haya muchas publicaciones y festivales y ferias de poesía, existen muy pocos poetas (mujeres u hombres, por si acaso). En el Perú y resto del mundo una cosa es el canon oficial y, otra muy distinta, la literatura; aunque, a veces, coincidan. En mi generación, por ejemplo, Kloaka fue un colectivo lleno de arribistas de toda laya; indebatible en su momento, engolosinada consigo misma, se tornó propuesta artística oficial, pero de la que felizmente ahora, y tan pronto, no va quedando nada, salvo quizá un critiquillo mafioso, Simbad de la Kloaka, con su lorito en cada hombro.

Pero, cierto, a codazos se ganan las cosas por aquí, aunque la piñata sea un contrato de compra de mil patrulleros o un irreconocible muñeco de papel cometa con un puñado de toffees de desconocida marca.

V. FINALE IN SOTO VOCE CON DESVARÍO

Juan Javier: Y, quizás finalmente, he recibido por correo electrónico la noticia de un último poema publicado en tu blog: “pospoema”.

Hemos llegado a la conclusión

que no escribimos poesía.

Que no somos poetas.

Es más, que la poesía

para nada nos interesa.

Que las palabras no han sido,

precisamente,

lo que buscábamos…

…No nacimos para perseguir las palabras.

Menos, para hacer un fetiche de éstas.

Qué va.

No nos hemos rifado por eso.

Los brazos los hemos abierto

para ti.

Para nada nos interesan la poesía

ni sus expertos.

Dejamos libre el territorio, entonces.

Impunidad total para aquellos que dicen

lo que quieren decir las palabras.

Nos arrepentimos de haber

tomádote tu pan…

…y entendemos que todo está ya por concluir…

¿Quién escribe sino acaso el Pedro Agüero que se llama a sí mismo, en la reciente nobloga “En tiempo real”, un “fucking looser”? ¿O es el “cachero y manatí” que se precia de su encendido prepucio?

Pedro: Creo que ambos, el “fucking looser” y el soberbio. Como cuando un joven inglés con el cual nos caímos en gracia, en una cabina de internet en la República Dominicana, me interrogaba de si las chicas dominicanas se acercaban a él por su persona o por su dinero; no tuve más remedio que contestarle, honestamente, algo más o menos semejante a aquello.

Juan Javier: ¿Uno puede temer que el silencio arribe y se imponga? ¿Qué silencio está anunciando el pospoema?

Pedro: Un silencio que es antesala de la palabra o la palabra misma; o, más bien, un gesto decisivo, pero invisible o anónimo; como el de unos dedos veloces y concertados acomodando el hermoso cabello de una muchacha.

Aquel silencio no es el intríngulis intelectual de un poeta derrideano; tampoco la cosa pretenciosamente esotérica de un Octavio Paz; menos, un fetiche sexual o imposible a la manera de J. E. Eielson. Es una pizca, aunque hecatómbica, de consuelo y de algo de certeza nada más.

En lo tocante a la literatura, por ejemplo, estoy seguro que los peruanos no reconocerán mi calibre como poeta sino hasta mucho después de muerto. He absuelto este interrogatorio, entonces, tal como si para aquella ocasión hubiese expresamente resucitado.

Juan Javier: Ya es de noche bajo la dormida estepa del perdón, bajo los talones de los soldados rosas... Perderse en la oscuridad de una calle de Lima, romper la niebla en una calleja de Praga, avanzar sin cansarse ni desanimarse por las líneas del tren en Azuqueca. ¿Hasta donde nos llevan? ¿De dónde nos alejamos, en verdad, con esta prisa? ¿Cuál es el recóndito prurito que martilla el pedazo de serpiente que interiormente hoza?

Pedro:

Ambas niñas

Dos niñas pasan

tomadas de las manos

y de los largos cabellos.

Colgadas de la travesura.

Con la risa y la saliva

Relampagueantes

de su complicidad solar.

En zancadas

atraviesan la calle

sin reparar en el decoro.

Porque son muy niñas

y porque muy son pobres.

Y porque no hacen de ello

impulso o motivo

de sus espontáneos poemas.

Ni, mucho menos,

de su contagiante felicidad.

(1) Granados, Pedro: “En tiempo real”. Lima: PYTX, 2007.

(2) Roncagliolo, Santiago: « Abril rojo ». Madrid: Alfaguara, 2006.

(3) Vargas Llosa, Mario: « Lituma en los Andes », Madrid: Planeta, 1993.

(4) “Made in USA”. Film dirigido por Claudia Llosa (2006). Al respecto, véase el comentario de Gísela Cánepa en esta direccion: http://www.gira.org.pe/opinion.html

(5) Es sabido que el “quechua” es un término muy general (más o menos equivalente al “romance”) que usamos para referirnos a varios idiomas que se hablan hoy en los Andes. Se cree que su origen parece estar en la costa, no en los Andes. Se intuye que su desarrollo en el siglo XX es una consecuencia de las decisiones que tomaron aquellos que deseaban llevar “la palabra” a los indios.

(6) “Los amerindios tuvieron, y han mantenido hasta el presente, un asombroso interés por la novedad cultural y por la posibilidad de construir nuevas formas sociales o poner en vigor nuevas normas culturales; para ellos estas tareas no han estado nunca tan cargadas de dramatismo como para los pueblos monoteístas y letrados que llegaron a colonizarlos…” (Gutiérrez Estévez, M.: “La perspectiva de los súbditos indios del Emperador”. En: De la unión de coronas al Imperio de Carlos V, Vol. II, págs. 497-515. Madrid. Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V. 2001.). Estas perspectivas proponen una visión de lo que sucede en los Andes que no solo es novedosa, sino también impactante. El mismo autor se pregunta: “¿Dónde está la adhesión a la cultura propia?... si ellos tenían una religión y si, de una u otra forma, la cultura es un sistema de creencias, es preciso intentar entender de qué clase son estas creencias para contener en sí mismas el deseo de su propia pérdida. El problema que se plantea es el de explicar como una tal cultura es capaz de aceptar con tanta benevolencia la teología y la cosmología de los conquistadores, como si la una y la otra hubieran estado prefiguradas en alguna parte invisible de sus mecanismos mentales…; como si lo inaudito formara parte de la tradición, como si lo desconocido perteneciera a la memoria. Lo que suponen tales hipótesis es una actitud fundamental de "apertura al otro"; el otro no es solamente pensable, es indispensable. El problema es, entonces, determinar el sentido de esta mezcla de apertura y testarudez, de docilidad y de inconstancia, de entusiasmo e indiferencia. Se trata de… comprender el objeto de este oscuro deseo de ser otro, pero de serlo en sus propios términos.” (Ibid.)

(7) De: “ El corazón y la escritura” (1996)

(8) John Murra (Rumania, 1916 – Estados Unidos, 2006). Peruanista y cientifico de gran importancia para la historia y la antropologia de los Andes.

(9) Al respecto, puede verse el prólogo de Alejandro Ortiz Rescaniere al libro de Carmen María Pinilla: “Arguedas en el valle del Mantaro” (Lima: PUCP, 2004).

(10) Carta escrita en Nueva York el 9 de abril de 1959 y dirigida a Luis E. Valcárcel. En: Adanaqué Velásquez, Raúl (ed.): Correspondencia entre José María Arguedas y Luis E. Valcárcel. En: La casa de cartón. No. 21. Noviembre – marzo 2000. Lima: OXY. Pags. 18. El énfasis es nuestro.

(11) Cartas a Jhon Murra de abril y mayo de ¿1965? En: Murra y López-Baralt, M. (eds.): Las cartas de Arguedas. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. 1996. Pags.121-124. El énfasis es nuestro.

(12) Harold Alvarado Tenorio. Nació en Colombia, en 1945. Es poeta, ensayista, traductor y periodista. Hizo estudios de Letras en la Universidad Complutense de Madrid, donde recibió el Título de Doctor. Es Profesor Titular de la Cátedra de Literaturas de América Latina y Director del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional de Colombia. Se ha desempeñado como asesor cultural del Centro Colombo Americano de Bogotá donde dirigió las Series Escritores de las Américas y, también, como editor de los Cuadernos de Poesía de España y América de la Editorial Tiempo Presente y de la Página Ocho/Cultura de La Prensa.

(13) Luis Jaime Cisneros Vizquerra (Lima, 1921) Filólogo y doctor en letras. Profesor universitario. Hizo estudios de medicina, filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires y se graduó como doctor en letras en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1955. Profesor desde 1948 en las Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Pontificia Universidad Católica del Perú, en la que fue Decano de la Facultad de Letras entre 1969 y 1971.

(14) “Huaco”, es definido en el DRAE, como: “ Am. Mer. Objeto de cerámica u otra materia que se encuentra en las guacas (sepulcros de los antiguos indios)”.

(15) Alejandro Ortiz Rescaniere (Perú, 1941) es catedrático en la Pontificia Universidad Católica del Perú, en la Sección de Antropología del Departamento de Ciencias Sociales; director de la revista "Anthroppologica" de dicha facultad, y vicepresidente del Fondo Editorial. Ha colaborado y dirigido numerosos trabajos de investigación. Fue elegido miembro activo de la Sociedad de los Americanistas en 1967.

(16) Puede consultarse el articulo mencionado en la siguiente pagina: http://www.babab.com/no15/poetas_peru.htm

Pedro Granados . Lima, Perú, 1955. Ph.D (Hispanic Language and Literatures) por Boston University; Master of Arts (Hispanic Studies) por Brown University; Profesor de Lengua y Literatura Española por el ICI (Madrid); y Bachiller en Humanidades (Lengua y Literatura) por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado “Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo” (Lima: Fondo editorial PUCP) y (México: Universidad Autónoma de Puebla, 2004). Además, los siguientes poemarios: “Sin motivo aparente” (1978), “Juego de manos” (1984), “Vía expresa” (1986), “El muro de las memorias” (1989), “El fuego que no es el sol” (1993), “El corazón y la escritura” (1996), “Lo penúltimo” (1998) y “Desde el más allá” (2002) y “ Al filo del reglamento”. Asimismo tres novelas: “Prepucio carmesí” (New Jersey: Ediciones Nuevo Espacio, 2000), “Un chin de amor” (Lima: San Marcos, 2005) y “En tiempo real” (Santiago-La Paz: Mar con Soroche, 2007). Este año la Universidad de Puerto Rico publica su ensayo-antología “La poesía dominicana: el secreto mejor guardado del caribe”. Tiene en preparación, además, los libros de crítica “Globo de versos: poesía hispana y globalización” y “Cinco ensayos deseantes: De Cárcel de amor a la última poesía española”. Su obra crítica figura en revistas especializadas como Anales Galdosianos, Crítica, INTI, Alforja, Lexis, Variaciones Borges, etc. y versa fundamentalmente sobre poesía contemporánea. Sus poemas han sido antologados, recientemente, en Caudal de piedra: veinte poetas peruanos (México: UNAM, 2005) y en el No XXXV (2005) de Alforja. Ha leído su poesía en: Festival Internacional de Poesía en Medellín, Casa de América en Madrid, Cornell University, Boston University, Universidad de Puerto Rico, Municipio de Montevideo, etc.

Juan Javier Rivera Andia . Morococha, Perú, 1977. Es miembro fundador del Seminario de Estudios Narrativos (www.dia.pucp.edu.pe/proyectos/sen) adscrito al CISEPA, centro de investigación de la Pontificia Universidad Católica del Perú. En esta misma universidad, ha obtenido su licenciatura en Antropología, y es profesor del programa de la Maestría en Gerencia Social. Parte de sus estudios de pregrado se han realizado en el College of the Holy Cross (Massachussets, EEUU). Ha cursado, además, el “Master en Estudios Amerindios” de la Casa de América (Madrid); y el “Diploma de Estudios Avanzados en Ciencias de las Religiones” en la Universidad Complutense de Madrid. Ha obtenido su doctorado en Antropología en la misma casa de estudios, bajo la asesoria de Manuel Gutiérrez Estevez. Ha publicado dos libros (uno de ellos, junto con A. Dávila Franke). Su primer libro (“La fiesta del ganado”) ha obtenido el Premio Nacional de Investigación del CONCYTEC en el 2004. Ha participado tambien en libros colectivos publicados en Peru y en España. Ha difundido sus articulos e investigaciones en revistas academicas y congresos de Peru, Ecuador, Chile, Argentina, España, Holanda, Francia y Estados Unidos. Sus investigaciones han contado con el apoyo de la Universidad Católica del Perú (a través de la DAI), el “Programa Alban” de la Unión Europea, la Fundación Carolina, el Grupo de Universidades Coimbra, la UNESCO y el gobierno del Japón. Ha obtenido becas como investigador visitante en la Universidad de Bergen (Noruega) y la Universidad de Leiden (Holanda). Actualmente, realiza investigaciones en el Smithsonian Institution (Washington DC, EEUU). Se prepara, además, la edición de su tercer libro: "Hombres y bestias. Una etnografia de las emociones en los Andes".

Agulha - Revista de Cultura
http://www.revista.agulha.nom.br/
Página principal - Agulha - Cibercultura - Naturalismo - Jardins - Teatro - Zoo - Poesia - Letras - Viagens
.