Miguel de Cervantes
ENTREMÉS DE LA CUEVA DE SALAMANCA

INDEX

Salen PANCRACIO, LEONARDA y CRISTINA.

Llama a la puerta el ESTUDIANTE Carraolano...

Éntranse todos, y sale Leoniso...

Sale el ESTUDIANTE y CRISTINA...

Toca el SACRISTÁN, y canta...

(Llama a la puerta el ESTUDIANTE Carraolano, y,
en llamando, sin esperar que le respondan, entra.)

LEONARDA.- Cristina, mira quién llama.

ESTUDIANTE.- Señoras, yo soy, un pobre estudiante.

CRISTINA.- Bien se os parece que sois pobre y estudiante, pues lo uno muestra vuestro vestido, y el ser pobre vuestro atrevimiento. Cosa estraña es ésta, que no hay pobre que espere a que le saquen la limosna a la puerta, sino que se entran en las casas hasta el último rincón, sin mirar si despiertan a quien duerme, o si no.

ESTUDIANTE.- Otra más blanda respuesta esperaba yo de la buena gracia de vuesa merced; cuanto más, que yo no quería ni buscaba otra limosna, sino alguna caballeriza o pajar donde defenderme esta noche de las inclemencias del cielo, que, según se me trasluce, parece que con grandísimo rigor a la tierra amenazan.

LEONARDA.- ¿Y de dónde bueno sois, amigo?

ESTUDIANTE.- Salmantino soy, señora mía; quiero decir que soy de Salamanca. Iba a Roma con un tío mío, el cual murió en el camino, en el corazón de Francia. Vime solo; determiné volverme a mi tierra; robáronme los lacayos o compañeros de Roque Guinarde, en Cataluña, porque él estaba ausente; que, a estar allí, no consintiera que se me hiciera agravio, porque es muy cortés y comedido, y además limosnero. Hame tomado a estas santas puertas la noche, que por tales las juzgo, y busco mi remedio.

LEONARDA.- En verdad, Cristina, que me ha movido a lástima el estudiante.

CRISTINA.- Ya me tiene a mí rasgadas las entrañas. Tengámosle en casa esta noche, pues de las sobras del castillo se podrá mantener el real; quiero decir que en las reliquias de la canasta habrá en quien adore su hambre; y más, que me ayudará a pelar la volatería que viene en la cesta.

LEONARDA.- Pues, ¿cómo, Cristina, quieres que metamos en nuestra casa testigos de nuestras liviandades?

CRISTINA.- Así tiene él talle de hablar por el colodrillo, como por la boca.

Venga acá, amigo: ¿sabe pelar?

ESTUDIANTE.- ¿Cómo si sé pelar? No entiendo eso de saber pelar, si no es que quiere vuesa merced motejarme de pelón; que no hay para qué, pues yo me confieso por el mayor pelón del mundo.

CRISTINA.- No lo digo yo por eso, en mi ánima, sino por saber si -fol. 249v- sabía pelar dos o tres pares de capones.

ESTUDIANTE.- Lo que sabré responder es que yo, señoras, por la gracia de Dios, soy graduado de bachiller por Salamanca, y no digo...

LEONARDA.- Desa manera, ¿quién duda sino que sabrá pelar no sólo capones, sino gansos y avutardas? Y, en esto del guardar secreto, ¿cómo le va? Y, a dicha, ¿[es] tentado de decir todo lo que vee, imagina o siente?

ESTUDIANTE.- Así pueden matar delante de mí más hombres que carneros en el Rastro, que yo desplegue mis labios para decir palabra alguna.

CRISTINA.- Pues atúrese esa boca, y cósase esa lengua con una agujeta de dos cabos, y amuélese esos dientes, y éntrese con nosotras, y verá misterios y cenará maravillas, y podrá medir en un pajar los pies que quisiere para su cama.

ESTUDIANTE.- Con siete tendré demasiado: que no soy nada codicioso ni regalado.

(Entran el SACRISTÁN Reponce y el BARBERO.)

SACRISTÁN.- ¡Oh, que en hora buena estén los automedones y guías de los carros de nuestros gustos, las luces de nuestras tinieblas, y las dos recíprocas voluntades que sirven de basas y colunas a la amorosa fábrica de nuestros deseos!

LEONARDA.- ¡Esto sólo me enfada dél! Reponce mío: habla, por tu vida, a lo moderno, y de modo que te entienda, y no te encarames donde no te alcance.

BARBERO.- Eso tengo yo bueno, que hablo más llano que una suela de zapato; pan por vino y vino por pan, o como suele decirse.

SACRISTÁN.- Sí, que diferencia ha de haber de un sacristán gramático a un barbero romancista.

CRISTINA.- Para lo que yo he menester a mi barbero, tanto latín sabe, y aún más, que supo Antonio de Nebrija; y no se dispute agora de ciencia ni de modos de hablar: que cada uno habla, si no como debe, a lo menos, como sabe; y entrémonos, y manos a labor, que hay mucho que hacer.

ESTUDIANTE.- Y mucho que pelar.

SACRISTÁN.- ¿Quién es este buen hombre?

LEONARDA.- Un pobre estudiante salamanqueso, que pide albergo para esta noche.

SACRISTÁN.- Yo le daré un par de reales para cena y para lecho, y váyase con Dios.

ESTUDIANTE.- Señor sacristán Reponce, recibo y agradezco la merced y la limosna; pero yo soy mudo, y pelón además, como lo ha menester esta señora doncella, que me tiene convidado; y voto a... de no irme esta noche desta casa, si todo el mundo me lo manda. Confíese vuesa merced mucho de enhoramala de un hombre de mis prendas, que se contenta de dormir en un pajar; y si lo han por sus capones, péleselos el Turco y cómanselos ellos, y nunca del cuero les salgan.

BARBERO.- Éste más parece rufián que pobre. Talle tiene de alzarse con toda la casa.

CRISTINA.- No medre yo, si no me contenta el brío. Entrémonos todos, y demos orden en lo que se ha de hacer; que el pobre pelará y callará como en misa.

ESTUDIANTE.- Y aun como en vísperas.

SACRISTÁN.- Puesto me ha miedo el pobre estudiante; yo apostaré que sabe más latín que yo.

LEONARDA.- De ahí le deben de nacer los bríos que tiene; pero no te pese, amigo, de hacer caridad, que vale para todas las cosas.