Un escritor argentino que se niega a sí mismo condiciones de escritor, ha logrado un gran prestigio entre algunos de los más importantes intelectuales de París (Roger Caillois -su descubridor-, André Breton, Georges Bataille), siendo paradójicamente ignorado por los escritores de su país de origen. Esto se debe, prescindiendo del hecho de que tiene talento (motivo suficiente para ignorarlo), a que su obra, extraña y original, no intenta hacer literatura. Para un país como el nuestro, en el que todos los escritores hacen casi exclusivamente literatura sin tener nada que decir (podría resumirse la situación así: el mal de nuestra literatura es la literatura) no ha de extrañar el silencio alrededor de la obra de un escritor como Porchia. Evidentemente los que alguna vez se acercaron a sus libros buscando lo literario deben haberse decepcionado profundamente. Porchia escribe porque tiene necesidad de decir, y dice solamente lo necesario en un lenguaje absolutamente despojado y estricto. Exige de las palabras su capacidad máxima de condensación y para ello las utiliza del modo más simple, menos rebuscado, menos literario y por ese camino obtiene de pronto expresiones de extraordinaria belleza, imágenes de insospechada originalidad.
P orchia utilizando los elementos primarios del lenguaje descubre en ellos su calidad de revelación. Con esos elementos crea un sistema de cortas expresiones que oscilan entre la confesión y la profecía como resultado de un interrogarse del hombre y como si las respuestas llegaran de algún lugar extraño a sí mismo. Esas "Voces" parecen salirle bruscamente al encuentro en el camino de una larga interrogación interior, y se justifica el que Porchia tenga la sensación de no ser él mismo quien las crea sino que aparecen ya formadas como si se las dictaran.
La obra de Porchia representa al mismo tiempo una metafísica y una moral, fundadas ambas en la concepción de que el hombre sólo tiene sentido como parte del todo, que sólo funciona como elemento participante en lo universal. De allí se deduce una profunda humildad que trasciende de su obra y que se diferencia de la cristiana por ser más absoluta, gratuita y ascética ya que ni siquiera espera el premio de la inmortalidad para el alma humana. Así dice en una de sus "Voces": "Cuando yo haya dejado de existir, no habré existido nunca! La moral de Porchia se basa en la idea metafísica de que existimos en función de los otros y por eso tenemos que amarlos, y es al amarlos cuando nos recuperamos a nosotros mismos. "Hallarás la distancia que te separa de ellos uniéndote a ellos", dice en sus "Voces". En este punto parecería Porchia decidirse inconscientemente por el principio existencialista del ser-para-otro en oposición al ser-para-sí. Así coincide con Sartre quien en una nota sobre Husserl dice: "En vano buscaríamos como Amiel, como un niño que se acaricia el hombro, los cariños, los mimos de nuestra intimidad, porque al fin todo está fuera, todo, hasta nosotros mismos, entre el mundo, entre los demás".
En muchos otros puntos coincide Porchia con la filosofía existencial. Sus confesiones parten del interrogarse del hombre sumido en el más profundo desamparo y soledad de la que logra salir gracias a una despersonalización total, y esta es la solución que encuentra Porchia al destino del hombre y en esta solución, la obra de Porchia se aleja del existencialismo. Dice: "Yo no estoy de más en ninguna parte, porque yo no me cuento en ninguna parte".
Pero a los otros -coincidiendo con los surrealistas- los encuentra Porchia en lo más profundo de sí mismo, en un contínuo explorar interior, en el último reducto del espíritu allí donde el yo personal pierde sentido, en esa profundidad donde desaparecen la soledad, el orgullo y el egoísmo, allí donde aparece la voz universal que dicta, allí donde nos incorporamos al cosmos. Ya lo había expresado Hegel: "Lo más interno es también lo más externo".
Sólo la experiencia del sufrimiento y la soledad exasperados fecundando a un espíritu de la más extremada pureza puede lograr una obra como la de Porchia. Por el camino de lo más simple encuentra lo sutil. Este es el supremo milagro de la inocencia. Y eso le ha permitido a Porchia recobrar para el lenguaje su calidad de revelación, incorporándose a la falange de los poetas videntes.
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Durmiendo sueño lo que despierto sueño. Y mi soñar es continuo.
Quien ha visto vaciarse todo, casi sabe de qué se llena todo.
Ya nada es de hoy; ni lo que padezco hoy.
Los no vacíos, puntos de apoyo de los vacíos, no tienen punto de apoyo y vagan... en los vacíos.
Lo antes que yo y lo después que yo casi se han unido, casi son uno solo, casi se han quedado sin yo.
Sí, se va igualando todo.Y es así como se acaba todo: igualándose todo.
Ellos también son como yo, me digo. Y así me defiendo de ellos. Y así me defiendo de mí.
La verdad, cuando es una pequeña verdad, casi es toda verdad, y cuando es una grande verdad, casi es toda duda.
No, no entro, porque si entro no hay nadie.
La palabra nada, se dice de lo que es esto, de lo que es aquello, y hasta se dice de lo que es todo; sólo no se dice lo que es nada.
Me es más fácil el ver todas las cosas como una sola cosa que el ver una cosa como una cosa sola.
Lo lejano, lo muy lejano, lo más lejano, sólo lo hallé en mi sangre.
No, las piedras no me duelen siempre; las piedras sólo me duelen cuando hay solamente piedras, que es cuando no debiera dolerme nada. |