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EL HUEVO FILOSÓFICO

Aldo Pellegrini

A la idea del hombre común de admitir como real solamente las apariencias sensibles, se opone la idea surrealista de la existencia de aspectos, o mejor, de planos múltiples y variados de la realidad. A la idea de la percepción sensorial como fuente única del saber, se opone la concepción surrealista del conocimiento, que proclama la existencia de infinitos contactos entre el hombre y el mundo escalonados desde lo sensible a lo suprasensible.

El surrealista no quiere prescindir de ningún aspecto posible de la realidad y como consecuencia, su actitud frente a los datos parciales de los sentidos y de la ciencia, se revela no conformista. Para él, sólo es posible captar la realidad como un todo y hacia ese punto tienden sus esfuerzos en el terreno del conocimiento. Esta concepción de lo real no es, indudablemente, nueva. Muchos pensadores, muchos buscadores, se la plantearon en el pasado remoto o cercano. Muchos hombres de ciencia la sustentan hoy. Pero casi todos caen, finalmente, en el conformismo, y deciden aceptar como límites del mundo los que alcanzan a tocar con el extremo de los dedos. El surrealista no se resigna, es esencialmente disconformista, y partiendo del principio de que la fuente de todo conocimiento está en lo interior del hombre, se sumerge en el propio espíritu, atravesando el plano racional, y allí, en lo más hondo de su yo, encuentra el mundo.

Admitir como real sólo las apariencias sensibles equivale a reducir el mundo y limitar las posibilidades del hombre. Toda la historia de la ciencia revela una lucha permanente contra los límites que significan las apariencias de las cosas, con objeto de apresar lo que en última instancia constituye lo real. Pero esta última instancia, aunque parece estar al alcance de la mano, huye cuando se intenta asirla. Si los hombres de ciencia no tuvieran el íntimo convencimiento de que no hay límites para la realidad, todo camino de avance se habría agotado. Pero la ciencia que avanza por pasos, siempre plantea un nuevo límite. El surrealismo trabaja directamente sobre lo infinito concebido como concreto.

El surrealismo cree, pues, en una realidad sin límites. Su terreno de investigación es lo desconocido ilimitado. Si al fin el conocimiento resulta de la participación del hombre en el cosmos, es necesario buscar en la más profunda inmersión de sí mismo la fuente de toda sabiduría. Poséete a ti mismo es la base del conocer. En el fondo de sí mismo encuentra el hombre la puerta que se abre al mundo y a través de sí mismo se despersonaliza, se universaliza. Hay que penetrar muy hondo en el propio espíritu para abandonar la cárcel del yo racional, cárcel sin aberturas, desde cuyo interior toda proyección hacia el mundo es imposible.

La realidad nos cambia y nosotros cambiamos la realidad. Esta interacción dialéctica constituye la esencia de todo conocimiento, tanto científico como poético. El surrealismo está con quienes sostienen ese principio. Pero con quienes lo sostienen hasta sus últimas consecuencias. La realidad nos cambia y nosotros cambiamos la realidad. Ese infinito fluir en que consiste el conocimiento sólo puede ser dado íntegramente por la poesía. Y la poesía lo da mediante la imagen que se produce y destruye a sí misma, dejándonos la luz del conocimiento. Sólo cuando la imagen es combustión puede iluminar a la realidad.

La realidad nos cambia y nosotros cambiamos la realidad. Este proceso no se detiene nunca. Pero el hombre de ciencia quiere contenerlo mediante diques, y para ello inventa los esquemas racionales. El agua de la realidad atraviesa todos los diques y en última instancia quedan esquemas vacíos. Los poetas siempre han tenido conciencia de esto. Novalis ha dicho: "El poeta comprende a la Naturaleza mejor que el sabio". ¿En qué consiste este comprender mejor? En que la realidad es captada de modo total como síntesis de sujeto y objeto.

Esta realidad total, síntesis ilimitada de sujeto y objeto, es la realidad que persigue el surrealista. Esa realidad no permanece inmóvil, fluye, es inasible, y para expresarla se requiere un lenguaje móvil, que también fluya inasible: el lenguaje poético. El lenguaje científico, en cambio, es rígido, inmóvil, siempre queda detrás de la realidad. ¿Quiere esto decir que debemos abandonar la ciencia?

Ciencia y poesía se interpenetran. Nacidas de una fuente común, marchan largo tiempo juntas. Luego por largos períodos se separaron.   Los hombres de ciencia, especialmente a fines del siglo pasado, creyeron haber encerrado en sus cajas a la realidad y menospreciaron a los poetas. Pero la realidad siempre escapó de su encierro. Hoy la ciencia tiende a acercarse a la poesía: acepta que la realidad no es encerrable, no es divisible.

Fue un auténtico poeta, Novalis, el que dijo: "La separación entre el poeta y el pensador es sólo aparente".

Hay un momento en que el hombre de ciencia se convierte en poeta, es el momento de la creación de la hipótesis; hay un momento en que el poeta invade la esfera del sabio: cuando crea una imagen en la que condensa la suma de los conocimientos posibles, la imagen que entra en combustión, la imagen iluminadora.

Se puede discurrir sobre aspectos diversos de la realidad, pero para comprenderla exactamente es necesario sentirla toda, en su absoluta unidad, sumergirse en ella. Cuando sucede tal cosa, el único lenguaje que puede expresar ese estado es el lenguaje poético. Dicha realidad total se la superrealidad a cuyo conocimiento pretenden llegar los surrealistas.

La ciencia moderna al establecer que las leyes del mundo físico son fundamentalmente leyes de probabilidad revela el papel fundamental que en el universo está reservado al azar. Lo imposible no tiene sentido para el hombre de ciencia de nuestros días. Nunca lo tuvo para el surrealista. La actitud pasiva del sujeto en el conocimiento se ha transformado en el mundo científico de hoy en posición activa: participa como componente del objeto no sólo en cuanto a variaciones de posición, de actitud, de punto de vista, sino por su humor, su individualidad específica. Con todas estas condiciones absolutamente personales interviene en ese promedio de las características del observador a las que la ciencia actual subordina todo conocimiento.

La realidad imaginaria y la realidad empírica son las dos caras de una misma y única realidad, pues el universo subjetivo no sólo participa en la composición del universo total, sino que se confunde en ininterrumpida continuidad con el universo objetivo. Este hecho afirma la posibilidad de un conocimiento verdadero de lo real. La actitud de desdoblamiento en sujeto que conoce y mundo por conocer es una actitud puramente expositiva, una abstracción cómoda para fijar ciertas normas de entendimiento rápido. La razón, procediendo por abstracciones, fragmenta y aisla los aspectos de lo real. Sólo lo inmenso irracional puede permitirnos aprehender la realidad tal como es. Aquellos que pretenden ver en los datos de la razón la realidad última, actúan como el matemático que en gracia de la utilidad del número 0 en las operaciones aritméticas creyera en su objetividad absoluta.

El surrealismo consciente de la amplitud de lo real, consciente de que todo sujeto se encuentra en el centro mismo de esa realidad total, busca en la inmersión profunda en sí mismo la fuente de todo conocimiento. Y cuando retorna de su inmersión aparece con el único lenguaje que puede darle idea de la totalidad de lo real: el lenguaje poético.

Frente a la realidad de la poesía -realidad total- y la realidad que ofrece la ciencia -parcial pero progresiva- algunos oponen la realidad empírica como resumen de toda realidad posible. Al tratar de transformar esta realidad empírica, de mero aspecto efímero de lo real en una realidad en sí, lo único que se logra es un fenómeno espectral. Los que sólo pueden aprehender el mundo por los datos de la percepción sin elaboración (la realidad nos transforma, nosotros transformamos a la realidad), podrían designarse como realistas fantasmales. Los sentidos sólo nos permiten captar un velo que no presenta sino que oculta lo real. Los que pomposamente se denominan a sí mismos realistas son soñadores ingenuos que dan por concretas las alucinaciones que perciben sin espíritu crítico. Los verdaderos realistas creen en la existencia de lazos más íntimos entre el hombre y el mundo que las meras apariencias sensoriales. Sólo la presencia de tales lazos permite la posibilidad de un conocimiento progresivo e infinito.

La presunta fotografía de la realidad que pretenden ofrecernos estos realistas ingenuos, es una fotografía espectral. Intentan obtener una instantánea de esa realidad cambiante para vendérnosla como se vende un recuerdo de familia. Fotógrafos de fantasmas, sus documentos no tienen ni siquiera el valor de una referencia simbólica a lo real. Dejémoslos vivir felices rodeados por esas imágenes de "sus queridos muertos", que no otra cosa son las fotografías de ilusiones fugaces que intentan hacernos pasar por toda la realidad.

Esos seudo realistas viven durmiendo, y mientras duermen sueñan un alegre sueño en el cual ellos aparecen despiertos mientras los demás duermen. Y en el sueño se ven a sí mismos desbordantes de generosidad, tratando de despertar a los otros con el grito: "Alerta los que duermen". Es el único consuelo que les queda a los realistas ingenuos: un buen sueño tranquilo y sin pesadillas que los compense de la pérdida de la realidad, un sueño pesado, embotador, invencible, que en muchos casos sólo despierta en la muerte.

Los sueños que efectivamente soñamos, ellos sí nos hablan el profundo lenguaje de lo real, porque parten de la infinita fuente de todo conocimiento, del oscuro y secreto yo mismo, donde se engendra la verdadera sabiduría, allí donde el mundo nos cambia y nosotros cambiamos al mundo.

 
Ensayo publicado en A partir de Cero # 2 (Buenos Aires, diciembre de 1952).