GRUPO SURREALISTA DE MADRID
 

1. En el nº 6 de la revista Salamandra , publicado en el mes de noviembre de 1993, se podía leer un artículo titulado "Un jardín precioso de rocas", que estaba dedicado a "un hombre que atiende al apelativo de Man", quien había levantado un magnífico jardín ideal "situado en la costa gallega, en la población de Camelle". Compuesto por rocas y troncos de madera ensamblados con cemento, el jardín sugería un espacio y unas formas que cristalizaban tanto el deseo como el sueño, tal vez porque era el testimonio de la construcción de una vida, no una obra.

Por encima de cualquier otra consideración, el ejemplo de Man parece autorizarnos a preguntarnos si no es imprescindible salirse del mundo industrial para que la poesía mantenga una relación natural con el resto de las actividades de la vida, y que esa vida se yerga todavía como una instancia hasta cierto punto refractaria al chantaje de la dominación; y si esa poesía no debe fundarse en el contacto tanto con la naturaleza como con las relaciones sociales, medios de vida, estructuras mentales y modos de pensamiento (incluídos los que se han ofrecido como alternativas históricas al racionalismo occidental, instrumental o ilustrado, como la tradición hermética o el así llamado "pensamiento salvaje") que la religión del progreso del capitalismo ha despreciado, combatido y aparentemente destruído.

Así para Man, cuya vida se materializó en un jardín, un jardín que sólo podía localizarse junto al mar, en una esquirla del viejo fin del mundo (cuando todavía había mundo, cuando todavía había fin). Y así, por esta dialéctica reencantatoria entre el mundo interior y el mundo exterior, estaría justificado que se dijera que "en este jardín que se levanta a orillas del mar, y cuyas aguas lo riegan o inundan en función de la estación y de los fenómenos atmosféricos, parece darse en su punto exacto una fusión de los deseos líquidos y de los deseos solidificados, encarnando el gaseoso en la misma disolución de la espuma".

Diez años despues, otra cosa distinta del agua y de la espuma, sin relación ninguna con las estaciones y los fenómenos atmosféricos, destruyó la costa y el jardín, y asesinó al jardinero.

2. La historia de Man, este ángel trasterrado que en su particular tragedia puede que alcance la categoría de mito moderno, si no fuera porque el capitalismo industrial se afana en infligir sobre el mito una derrota tras otra, viene a recordarnos que este mundo es ya desde hace mucho tiempo un mismo mundo para todos: que no admite refugio o escapatoria, ni proyecto alternativo de vida que se le escape, ni en el plano físico, ni en el mental. La civilización capitalista no soporta la idea de que un hombre construya su libertad convencida de que no puede consentir, dentro de la enajenación social, la suya propia. Aún más: que un hombre edifique su libertad en el límite de su expresión, cuando advierte la condición de enajenado de sí mismo, lo que tal vez le haga ser consciente de un estadio existencial impensable para los demás, en el que el instinto de supervivencia quizás no es antagónico del instinto de muerte. Así, parece que una de las tareas de esta civilización consista en acechar progresivamente cualquier espacio de libertad salvaje, aunque allí habite sólo un hombre próximo al estado de inocencia. Oscuramente avanza sobre él hasta ocuparlo, derramando sobre sus dominios su oferta tenebrosa, porque ningún resto debe quedar de la nostalgia del paraíso. Insidiosamente arruina los últimos resquicios de vida no territorializada, con absoluto desdén de su condición colectiva o individual. Podría incluso pensarse que depara a aquellos que han logrado burlar sus designios (o habían creído hacerlo), el golpe más brutal, su propia muerte, vengándose de su evasión, del destino armonioso de un hombre cuya paz no soporta.

En el caso concreto de Man (y con él, de todos los que alguna vez han cifrado su salvación en la huída), el progreso no había olvidado la osadía que tuvo al renunciar, a principios de los años sesenta, a sus vanos beneficios; no había dejado de predestinar en él su lógica aniquiladora, cerniéndose sobre él cuarenta años después de esa manera impune que tiene lo poderoso de actuar contra "lo pobre", sin mostrar la cara, a través de uno de sus mensajeros, acarreando una plaga que devaste la construcción de un paraíso, y, como es el caso, de un paraíso realizado .

El progreso, la catástrofe que Walter Benjamin vislumbra en el Angelus Novus de Paul Klee, cada vez que lleva a cabo una "ejecución sumaria", advierte de que nada debe permanecer que suscite la experiencia real de una vida vivida sin atributos, levantada piedra a piedra, rama a rama, al borde del origen , y, sin embargo, no separada de la comunidad.

3. Pero si la peripecia vital de Man se sitúa por su simbolismo ejemplar en el territorio de lo excepcional, no lo es el desastre que a fin de cuentas lo ha asesinado. Los desastres ecológicos que provoca el capitalismo no son excepcionales, sino su consecuencia lógica, el único medio ambiente en el que puede prosperar, el único medio ambiente que puede crear. Sus mareas negras cotidianas han sepultado, sepultan y sepultarán tanto la realidad física, la naturaleza, como todo lo demás. Como en aquella fábula que contaba Orson Welles en La Dama de Shangai , el capitalismo y su civilización tecnológica es ese escorpión que no puede dejar de envenenar a la rana sobre la que está cruzando el río, aunque así firme también su propia muerte, ya que no puede evitarlo, está en su naturaleza . La naturaleza criminal de un sistema y de una clase dominante que provoca el hundimiento del Prestige , de los ecosistemas, del planeta, de toda la vida, en fin, que desaparece bajo los detritus de la economía.

Pero este sistema, que se ha especializado en la gestión de catástrofes, necesita de ellas como categoría, a las que eleva al rango de la excepcionalidad para disculpar los efectos más descarados de su polución uniformemente acelerada, igual que, en otra época, el nacimiento de un monstruo era la señal prodigiosa de un orden celeste que justificaba así la monstruosidad del orden dominante aquí en la tierra. Por esta superstición, la economía niega las pruebas evidentes de su reproducción sistemática y consecuente, renegando de su montruosa primogenitura. En el caso que nos ocupa, se quiere establecer así la excepcionalidad del hundimiento del Prestige. Porque era un barco que tenía monocasco en vez de casco doble, porque era muy viejo en vez de ser nuevo, porque estaba mal gobernado cuando podría tener a un Nelson por capitán, porque el gobierno tomó las decisiones equivocadas en vez de las acertadas, porque hizo mal tiempo y no bueno, porque no había recursos técnicos donde debía haberlos. Cada causa del hundimiento del Prestige se quiere excepcional, y se ve atenuada por el posible antídoto que el sistema ofrece, dando a entender que se trata de una infracción, que sin duda se erradicará en el futuro, a la regla de orden, seguridad y confianza que el capitalismo y su tecnología ofrecen a las sociedades que se entregan a ciegas a su sistema de explotación económica.

Esta política tranquilizadora se hace obscena cuando se aborda el problema de la tripulación del petrolero. Los medios de comunicación simulan "descubrir" que los marineros del "Prestige" (filipinos por cierto, y no insistiremos sobre este matiz torpemente racista), eran "explotados", lo que ayudaría a explicar su naufragio. Así, (los salarios que se pagan a filipinos y chinos son los más bajos del mercado. "Hemos visto sueldos de 300 euros al mes"). Realmente, no hace falta embarcarse para ver cosas así. Ni para enterarnos de que "la mayoría no cumplía ni el número de horas ni los programas mínimos de formación" (El Pais, 26-1-2003) , según informaba una agencia marítima de Bilbao. Tanto los sindicatos como la prensa juegan a sentir una santa indignación ante unas relaciones laborales que parecen sorprenderles, cuando son las habituales en el marco de explotación global que se da en la actualidad, pues hoy vivimos todos bajo una bandera de conveniencia; igual que juegan a creer que, en el futuro, una política social progresista a escala mundial, con su consabido catálogo de mejoras técnicas, podría evitar tales desmanes y amenazas, etc. Pero los gobiernos que al servicio de la economía gestionan tanto el tráfico marítimo como el resto de tráficos, sean de drogas, de armas o de hombres, saben que las condiciones de ese tráfico, y sus consecuencias infames, ya son literalmente inmejorables , en el sentido de que es imposible su reforma bajo el capitalismo, pues no son epifenómenos de la actividad económica, sino su propia naturaleza . Y nunca en la Historia ningún poder ha soñado siquiera luchar contra el legítimo y divino orden natural de las cosas.

Nada, nada distingue hoy la Ciencia de una amenaza de muerte permanente y generalizada: el debate sobre si debía asegurar la felicidad o la desgracia de los hombres ha quedado zanjado, tan evidente es que la Ciencia ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin. ( Desenmascarar a los físicos, vaciad los laboratorios Movimiento surrealista, 1958)

4. La teoría de la excepcionalidad vuelve a desplegarse en el discurso de los científicos que se han apresurado, en primer lugar, a exculpar tanto a su "saber" como a las consecuencias prácticas del mismo, puesto al servicio de la técnica y de la economía. En segundo lugar, en reclamar más atención por parte del gobierno, más inversiones, más medios técnicos, lo que a la vez que redimensiona el status y la función de los científicos en la estructura de poder a la que sirven, salva el honor de sus disciplinas. Pues el Prestige , como el resto de catástrofes que se puedan presentar, como la destrucción "normal" del planeta, sólo pueden ser accidentes, imprevisibilidades, excepciones a la regla científica, o ignorancia de la misma por parte de los responsables políticos. Cualquier cosa, hasta la mala suerte, o los caprichos de esa naturaleza embravecida a la que habrá que domesticar aún más, antes que los efectos lógicos de un sistema industrial y técnico que conduce irremediablemente a la simple extinción del planeta, sistema al que los científicos se complacen en obedecer, alimentar y justificar . Sin embargo, la desmesura de ciertas contaminaciones bien pueden, como en el caso del Prestige , anular aun por un instante el acondicionamiento de las quimeras del mito científico (viajes espaciales, casas inteligentes, elixir de la eterna juventud, niños genéticamente superdotados...), y hacer surgir hacia la ciencia la desconfianza y hasta el odio entre las poblaciones reducidas a conejillos de indias. Pero el científico tiene justos títulos para reivindicar el derecho a ser protegido sin restricción alguna por el poder de cuya defensa se encarga, y ya que ese poder no siempre recuerda sus deberes de reciprocidad, a los científicos incumbe recordárselo. Por esta sencilla razón no extrañará la proliferación de manifiestos de los científicos que, a fin de cuentas, buscan una exculpación innecesaria, pues muy pocos han osado señalarles con el dedo acusador. Así, los Técnicos de Investigaciones Marinas de Vigo afirmaron que "de entre todos los escenarios posibles, el Gobierno ha optado claramente por el peor", aunque se ahorran aclarar que todos esos escenarios, creados por la ciencia y la técnica para mayor disfrute del capitalismo, son igual de nefastos. Por su parte, 67 expertos de la Universidad de Vigo rompieron una lanza por el honor corporativo, pues "la serie de acontecimientos desencadenados a partir del día 13 de noviembre...pone de manifiesto actuaciones difícilmente derivadas del saber científico acumulado a lo largo de las dos últimas décadas", aunque sea ese saber científico acumulado a lo largo de los dos últimos siglos el que ha permitido poner en el mar los petroleros, y en la tierra las seudonecesidades cuyo funcionamiento alimenta el petróleo. Y 422 científicos de 32 universidades, en fin, se lamentaron quejumbrosos de que las explicaciones del gobierno "representan una grave amenaza a la credibilidad del conjunto de la comunidad española de las Ciencias de la Tierra". Como además de la credibilidad es la soldada la que está en juego, nos ahorraremos citar la lista de ventajas materiales que estos insaciables tienen la desfachatez de reclamar. De cada uno según su oportunismo, a cada uno según su avaricia.

Los vecinos de este pueblo de la Costa da Morte empiezan a vivir una sensación muy extraña que les acompañará durante toda la odisea del Prestige . Lo que ven sus ojos no casa con la verdad oficial. "Era curioso", recuerda Francisco Lindes Sánchez, un marinero jubilado de 66 años, "los telediarios nos dijeron depués que el petrolero ni estaba cerca ni estaba echando petróleo, pero nosotros lo habíamos visto ahí al lado durante toda la mañana, con los remolcadores al lado, sin poder moverlo, puede que sin conseguir engancharlo" (El País, 2-12-02)

5. La ocupación de la vida en la que está embarcado el capitalismo no sería posible sin la consabida ocultación de la realidad por el espectáculo. Sin embargo, esa ceremonia de vudú tiene también sus límites, como ha demostrado el caso que nos ocupa. La reinvención fantástica de la realidad exigía que el día 13 de noviembre el Prestige no perdiera fuel, que el 15 dejara de perderlo, que en el 16 el riesgo de que el vertido alcance la costa no fuera muy alto; que del día 18 al 22 el total de toneladas de petróleo derramadas por el hundimiento del barco sean 6000, que se han convertido en 11000 el día 26, pero sólo para pasar de largo de Galicia y dirigirse a Francia; que en el 26 todos los informes técnicos apunten a una solidificación del fuel, pues no había otras alternativas; que en el día 6 de diciembre, en fin, el petróleo, que no se ha dignado a solidificarse, no constituya tampoco una gran amenaza, pues en principio solamente se observaban algunos pequeños orificios, y además se había solidificado parte del líquido que en condiciones inapreciables pudiera salir de la proa. Y así hasta hoy. Ante semejante información ubuesca , que prescribe el optimismo a todo trance, resulta difícil no asimilar el gesto del gobierno al de un niño (torpe) que para asegurarse el perfecto disfrute de una jornada de recreo tuviese la ocurrencia de inmovilizar la aguja del barómetro en el "buen tiempo".

Pero lo extraordinario no es que la realidad haya contradecido una y otra vez, y tan dolorosamente, el guión que el espectáculo le había escrito, pues ese divorcio se celebra a cada instante, sino que tal fenómeno de desocultación ha sido visible, por una vez y sin que sirva de precedente, por un gran número de personas, con la mayor intensidad posible. Pensamos en los habitantes del cadáver de una costa que podían ver, palpar, oler, gustar las paletadas de muerte materialiazada: ante este agujero negro, la luz cegadora del espectáculo sólo podía difuminarse hasta desaparecer, tragada por la maldición de su propia mentira. "Nosotros nos fiamos de lo que vemos, no de lo que nos dicen los aviones" (El País, 15-12-02), decía un marinero despreciando la información de la Xunta, y es esa ruptura de la hipnosis la que ha abierto un espacio de vértigo por el que se ha desvelado el pánico insensato que siente el poder cuando intuye cual Mago de Oz que la tramoya de su presdistigitación puede quedar al descubierto, y por lo tanto el real cuerpo desnudo de su supuesta omnipotencia infalible.

En este sentido, la política informativa del gobierno no ha sido equivocada, ni mucho menos excepcional su manipulación, pues eso equivaldría a que todavía es posible algo así como una información objetiva y libre, cuando toda información no es sino el vertido inagotable de las ficciones que en cada momento necesita la dominación, que no sólo oculta la realidad sino que la recrea y la elabora de nuevo, trabando la verdad con estadística. De la misma manera que la aparente resurrección de ese periodismo crítico y valiente, del que se ufanaba algún jerarca de la SER, representa también su papel, y en los estrechos límites que tiene asignados, de leal control democrático para tranquilizar y adormecer a todos aquellos que pudieran despertarse, que ya pueden descansar en paz porque por la noche vela la lucecita encendida de la prensa libre para denunciar los desmanes de los políticos ineficaces y proponer otros políticos...eficaces. Es que la abertura de ese espacio de vértigo por el que fluye la sangre de la vida tiene que ser cerrado, lo antes posible. Para ello se cuenta con las novedades de la programación y de la contraprogramación (mañana, la guerra de Irak), la fragilidad de la memoria y, muchas veces, nuestra propia incapacidad para extraer las consecuencias prácticas de la falsificación de la que hemos sido testigos, esto es, que esa falsificación no es de ninguna manera excepcional sino perpetua, y que sobre ella está levantada toda la miseria de nuestras vidas.

6. A partir de tan elementales consideraciones, se comprende mal el interés de reclamar esto o aquello a los gobiernos, y de dirigirse al Estado como si fuera un interlocutor legítimo y leal. Más allá de la buena voluntad, los manifiestos y llamamientos de intelectuales y artistas, reclamando dimisiones, medidas, reformas, inversiones, diálogo, etc, desean ignorar que el poder político no quiere ni puede hacer otra política que la que hace, en la misma medida que el "ciudadano" es el puro símbolo de la impotencia. Por ejemplo, un manifiesto de "más de 40 intelectuales gallegos" caía en la ingenuidad de criticar la "prevalencia de decisiones políticas dudosas sobre decisiones técnicas", sin pararse a pensar que las decisiones políticas dudosas de todos los días no son muy diferentes de las decisiones técnicas del capitalismo industrial, pues le están supeditadas, y que esas decisiones técnicas no responden a otra lógica y a otra preocupación que no sea el imperio del capital sobre las sombras de nuestras vidas. Pero si la extinción de una esfera política autónoma y democrática, donde podría tener aún cierta eficacia la intervención de los ciudadanos, vacía de sentido las apelaciones a los políticos, nuestros intelectuales todavía pueden dar aún más de sí mismos y precipitarse en el ridículo y en la ignominia, como en el inenarrable "Llamamiento al Rey" (sic) de una serie de izquierdistas decorativos y poetas experimentados, como Suso de Toro, Luis Gª Montero, Albert Boadella, Rosa Mª Sardá, Joaquín Sabina o Almudena Grandes. Retrocediendo a los viejos y buenos tiempos del Antiguo Régimen, estos respetuosos arbitristas imploran la intervención de "Su Majestad el Rey para que medie o actúe del modo que la Constitución le permita", para conseguir "un pacto del partido del gobierno y de la oposición...para afrontar este terrible desafío". En realidad, este obsequioso manifiesto pone a las claras lo que otros no se atreven o no llegan a comprender: que el objetivo verdadero de estos desvaídos memoriales de agravios no es sino la restauración del honor del Estado y de la confianza perdida de sus súbditos. Porque, en efecto, ¿qué critica este "manifiesto" de la actuación del gobierno? Pues que su "alocada actitud...causa un daño gravísimo a la imagen de instituciones del Estado, como el Ejército, ante la opinión pública". Todo queda, así, claro. El rey, los partidos políticos, el ejército. ¿Para cuando se deja esta gente las prerrogativas y las procesiones de los santos milagreros?

Aunque este ejemplo es extremo en su patetismo, nos es necesario preguntarnos si las acciones y protestas de la plataforma Nunca Mais , aun aceptando la disparidad de intereses, voluntades y objetivos que han podido coincidir en ese espacio, no están encaminadas a fin de cuentas a lo mismo: a la canalización de la rabia, a la traducción en términos políticos aceptables de lo que podría llegar a ser una desesperación desatada y contagiosa, a la coagulación, en todo caso, de la hemorragia de desengaño y escepticismo por el que podría desangrarse la maquinaria del espectáculo. El mismo nombre de la plataforma es equívoco, pues si de algo podemos estar seguros, es que las mareas negras no terminarán. Efectivamente, habrá "más que nunca" capitalismo, contaminación, guerra, miseria, aburrimiento; el pesimismo, al menos, no deja lugar a la duda, ni al autoengaño. Porque el capitalismo no admite ya ni cambios ni gradaciones, el tiempo de las ilusiones ha periclitado. Es a esta elemental exigencia de salud pública a la que desatiende el discurso de Nunca Mais , o al menos de algunos de sus representantes oficiales. Así, cuando Manuel Rivas agita el espantajo del "ciudadano activo que demanda información veraz y participación para afrontar los problemas que le afectan gravemente" ( El "Prestige" no se ha hundido , El Pais 18-1-2003) parece que estamos en pleno bosque animado, rodeados de hadas bienhechoras, fantasmas entrañables y genios protectores que velan por nuestra felicidad. Pero Rivas se encarga de devolvernos a la realidad a la vez que se traiciona, cuando reivindica que "su" plataforma "es un movimiento de raíz democrática y conservacionista y algunos políticos hacen muy mal en tirar piedras contra ese tejado. No ha nacido para la competencia electoral. De no surgir Nunca Mais , el espacio que quedaría sería el del nihilismo y el desprecio a lo político". Pero ese nihilismo y ese desprecio a lo político es justamente lo que hoy necesitamos, porque del desencanto negativo y destructor de lo que la economía produce como existente, puede surgir el reencantamiento de lo que fue y de lo que será.

Que 500.000 personas se manifiesten para protestar no es malo, si esa protesta sabe quedarse en el terreno de la negatividad pura, de la demostración de una indignación sin salida posible dentro del marco del sistema; que esa protesta sepa engendrar además la rebelión activa, es mucho mejor; pero que "sólo" 5000 personas salgan a manifestarse contra un Consejo de Ministros, es seguramente la mejor señal y no un signo de mansedumbre o pasividad, porque, ¿qué tenemos que reivindicar o pedir a esos ministros? Si no es para ponerlos ante las consecuencia prácticas de sus responsabilidades, o al menos defenestrarlos al mar, ¿para qué vamos a preocuparnos de sus reuniones?

7. Por cierto que si ha habido un hecho que ha entusiasmado a los medios de comunicación, ese ha sido el del trabajo de pescadores y voluntarios, al que se ha llegado a dar proporciones épicas, espectaculares, excepcionales . Es que esta sociedad de la experiencia diferida está fascinada por el trabajo, al que adora sobre todas las cosas ("se están dejando la salud, pero es mejor dejarse la salud que quedarse sin trabajo", aseguraba un rapaz que ya apunta buenas maneras), y cualquier momento le parece bueno para ensalzarlo. El colmo llegó en el puente de la Constitución, cuando algunos bienpensantes se asombraron alborozados de que los voluntarios sacrificaran su "tiempo libre" para acudir al rescate de Galicia, sin pararse a pensar que tal vez fuera la misma miseria de ese famoso tiempo libre lo que les empujó a las playas, donde quizás algunos encontraron no un trabajo sino otra forma de actividad, esforzada pero distinta, una actividad colectiva, inevitablemente emocional, capaz, en fin, de albergar ciertas cualidades que la economía detesta si no están bajo sus órdenes.

Por otro lado, la exhibición del trabajador infatigable viene a corroborar que la movilización total del capital ha producido ya al tipo de ser que necesitaba: una mezcla de miembro de ONG y concursante de televisión, un fanático de los juegos del espectáculo, dispuesto siempre a participar hasta como simple extra en cualquier agitación ciega e insana que se le tenga a bien proponer. Este ciudadano ejemplar es tanto más necesario cuanto que el poder se ha emancipado de las consecuencias de su dominación, y advierte que no actuará si no es para que tal dominación perdure. De esta forma, igual que se espera, por ejemplo, que sean las familias las que atiendan a los mutilados mentales que el sistema crea y de los que se desentiende, devolviéndolos a la misma realidad que les rompió por dentro, se espera también que sean aquellos a los que la basura industrial arruina, quienes la limpien, y a ser posible con buena cara. Pero los medias hacen bandera, sobre todo, de la imagen del ciudadano ejemplar, adecuando cualquier otra conducta (y motivación de la misma) al rol sumiso del que debe movilizarse con el reflejo pavloviano de la palabra "solidaridad", y sólo cuando sea el espectáculo quien la pronuncie [ 1 ]. De este modo se persigue prefabricar el prototipo del mártir civil, para que acepte mancharse de petróleo y así obtener, incluso a costa de su salud, una blancura moral blanda y suave. No en vano los uniformes de los voluntarios eran claros, como las "manos blancas", como la irisación del pensamiento de esa criatura masoquista anhelada por el espectáculo, porque es preciso aparecer sucios y doloridos en televisión para ganarse el infierno de las buenas intenciones.

Sin embargo, ni esta escenificación, ni la demostración mediática del gratis total de la economía, debería hacernos caer en el error de un cinismo exagerado. A pesar del uso ideológico que el espectáculo hace de fenómenos como el de los voluntarios, no deberíamos hurtarnos a otras valoraciones, pues tampoco en este caso coincide siempre la imagen y lo que late bajo su pantalla. Independientemente de que las primeras oleadas de voluntarios no fueron tan bien recibidas como se podía suponer, y que se intentara controlar y limitar a las siguientes (¿quizás porque estos neoperegrinos podrían traer la mala nueva de lo real cuando regresaran a sus casas?), sería bueno recordar que en su gesto gratuito no hay una intención predemitada de hacer el gasto de los desmanes del capital, ni de servir a su justificación, sino de poner remedio, en primer lugar, a la piedra, al alga, al pez; y seguramente es necesario estar ya instalados en la cultura de la muerte de la dominación para reirse sin más de este impulso, quizás ingenuo, sin duda vivo. Por otro lado, puede que la mayoría de ellos no tuviera ninguna conciencia crítica, ni siquiera "ecologista", antes de acudir a las playas. Aparte de que esa experiencia, tan distinta a las que componen el vacío habitual de la vida cotidiana, les haya transformado poco o mucho, esa "carencia" es en sí misma también alentadora, pues indica que su comportamiento ha sido sobre todo instintivo, y su evidente falta de cálculo lo sitúa, al menos en un primer momento, fuera de cualquier límite conceptual que pretenda encerrarlo.

Ahora bien, arrojado a las rocas de la costa con la misma gratuidad que tiene el movimiento de las mareas, el empeño de este Sísifo colectivo estaba condenado al fracaso, no por esta marea negra, sino porque todas las mareas son en mayor o menor medida negras. Entonces, quizás el papel de la crítica revolucionaria no consista exclusivamente en reprochar la impotencia o ingenuidad de los voluntarios y pescadores de Galicia, sino en contribuir a explicar teóricamente las causas de su fracaso. Y de reflexionar con ellos para que el mismo se haga imposible en el futuro.

Si todos fuéramos juzgados según nuestros méritos, nadie escapariá al látigo. ( Hamlet , W. Shakespeare.)

8. Todo lo discutible que se quiera, creemos que la consideración anterior se aplica también y sobre todo a los pescadores gallegos. La reacción espontánea que les llevó a poner todos los medios a su alcance para salvar tanto su forma de vida como el medio natural que lo sustenta, así como el paisaje simbólico y afectivo donde desde siempre se han forjado sus vidas, esa reacción es ante todo animal . Y que no se entienda la palabra "animal" como peyorativa, sino en su sentido atávico. Sólo si el ser humano se reconoce como otro ser de la vida salvaje, podrá encontrar las fuerzas necesarias para renunciar y derrocar esa ideología del progreso que se ha levantado, precisamente, sobre la separación y la domesticación de la naturaleza y del salvajismo. Es esa animalidad elemental la que por ejemplo se manifiesta en la repugnancia instintiva que la inmensa mayoría de los hombres y mujeres sienten ante los planes descabellados de la ingeniería genética, repugnancia que los científicos han bautizado como factor asqueroso , y del que se lamentan amargamente porque entorpece la normal aplicación de las enseñanzas del ilustre Doctor Moreau. Es esa animalidad, así mismo, la que llega a dar respuesta violenta, como forma instintiva de autodefensa, frente a toda opresión. Por lo tanto, allí donde reaparezcan los resortes del instinto, dentro de la integridad que aún pueda conservar hoy un instinto, puede que se encuentre también la resistencia de lo vivo, lo que exige a que la crítica que se hace desde una esfera puramente intelectual sea en extremo prudente.

Pero lo que se ha vivido en Galicia va mucho más allá de esa primera reacción instintiva. Como se sabe, ante el nada sorprendente lock-out del Estado, la respuesta de las comunidades marineras fue la autorganización, tanto de los trabajos de limpieza, como de la improvisación del material necesario, intendencia y apoyo sanitario, etc. No han faltado la espontaneidad inspirada y el recurso de la imaginación en unas personas a las que la economía daba para siempre por consumidas . Así, "en Pontevedra, las herrerías dispensaron una especie de grandes cucharones para que los marineros acudieran en sus embarcaciones a encontrarse con el fuel en la boca de la ría", y "las redeiras construían con sus cojines y edredones barreras que se rompían por el temporal que no ayudaba, pero volvian a coser esas barreras llenas de resistencia" (Molotov, enero 03). Aquí y allá, reaparecía el ingenio artesanal que la tecnificación daba por muerto, verdadero retorno de lo reprimido desde las capas sepultadas de la inactualidad al aire libre de la acción.

Pero como al Estado no le gusta la iniciativa popular, sino el mercado libre, no se hicieron esperar sus maniobras y amenazas, como el intento fallido de manipulación y privatización de Tragsa o la empresa noruega Markleen Terra [ 2 ]. O el lapsus lingue de un Fraga que no ha perdido el olfato histórico (aunque sí el sentido común, si lo tuvo alguna vez), que al quejarse del ambiente de "comunismo libertario" que "asolaba" Galicia, ponía al descubierto aquello que asusta verdaderamente al poder. La sordina que los medios de comunicación aplicaron a las imprudentes declaraciones de Fraga, comparado con el seudo escándalo relacionado con Nunca Mais , es suficientemente revelador. Como exorcizaba El País , "un sueño -o más bien una pesadilla- anarquista recorre las Rías Bajas. Desde Arousa hasta Vigo (...), se escuchaba ayer la misma pregunta: ¿Dónde está el Gobierno?" (5-12-02). ¿Por qué una pesadilla? La única pesadilla es que, mañana, cuando (aparentemente) haya pasado la tormenta, volverá quien ha amparado la masacre ecológica, volverá el Estado, volverá el gobierno. La verdadera pesadilla es no extraer las justas conclusiones de que, en efecto, el gobierno no es necesario sino perjudicial, y que su desaparición y la del sistema capitalista del que es guardían no sólo no entorpecería los trabajos de los marineros que por cuenta propia intentan paliar el desastre, sino que haría improbable el desastre mismo, todos los desastres: para empezar el de nuestras propias vidas.

Sin embargo, no se nos escapa que nada nos permite exaltar complacientemente la capacidad de reacción popular, pero todo debe disuadirnos de despreciar las que puede que sean las últimas señales de vida de la misma. Sobre este punto, discrepamos del análisis excesivamente displicente que hacen Los amigos de Ludd y los enemigos del mundo industrial , en un texto que por lo demás destaca por su lucidez ( Prestige: los secretos de la adaptación moderna , 31-1-02). Es verdad que "un repentino entusiasmo" está poco justificado, pero nos preguntamos si es cierto que "en la sociedad moderna el proceso de desposesión ha sido consumado". Los acontecimientos que hemos vivido demostrarían que ese proceso de desposesión no ha sido consumado, que en el plano del espíritu pervive una reserva atávica donde se reinventa y reaparece aún momentáneamente el instinto de rebelión contra el destino, la libre iniciativa que no espera la voz de mando del Estado, el apoyo mutuo, la disposición hacia la discusión y la toma de acuerdos que se daba por fenecida, la resistencia a las maniobras del poder, un cierto e inesperado uso de la imaginación, conductas, en fin, que se supone deben formar parte de una conciencia libre, capaz de contradecir a la dominación y luchar contra su terror.

Sin que pretendamos hablar en nombre de una supuesta naturaleza humana impoluta y ahistórica, el hundimiento del Prestige ha demostrado también que ciertos instintos de libertad, de iniciativa y de reapropiación espontánea de la propia existencia no están todavía muertos. porque no lo están , todavía se puede hablar de rebelión, o de una negación del orden de las cosas. Porque puede que "tengamos que que ser muy prudentes en cuanto a la valoración de lo que hace la gente ante una situación de emergencia, y contrastar todo ello con el tipo de existencia y creencias que mantienen en su vida cotidiana" [ 3 ), pero, en primer lugar, todas las situaciones están empezando a ser situaciones de emergencia. Por otra parte, fuera de las estrategias de camuflaje que la supervivencia nos exige, ¿qué sabemos realmente de la existencia y las creencias de la gente? ¿Qué, de su vida cotidiana? ¿Ha sufrido una degradación absoluta e irreversible, no conserva ningún momento de libertad? ¿Y cómo es la nuestra, para autorizarnos a hablar de esta manera, puesto que esa biodegradación está programada para afectar a todos?

La pasividad que es justo criticar no siempre significa adhesión y conservadurismo, sino también aislamiento, desesperanza, miedo y derrota. El descreimiento, el malestar y el hartazgo están más extendidos de lo que creemos advertir: fragmentariamente o no, la percepción de que el espectáculo miente y está ya en quiebra puede que empiece a ser patrimonio de todos, no de unos. Pero además, aun aceptando que las creencias o la vida cotidiana de la gente sean mediocres y conformistas, ¿esto les condena para siempre? ¿Es imposible entonces que ante una determinada conmoción social se insurjan contra sí mismos, para levantarse después contra todo lo demás? ¿Es que todos los comuneros de 1871, todos los consejistas de 1905, todos los revolucionarios de 1936, formaban ya, antes de esos acontecimientos, el batallón sagrado de la comunión de los santos? ¿No hay veces que, cuando la situación lo requiere, nace una belleza nueva , inesperadamente, en cada uno de nosotros? Porque si no fuera así, ya podemos dar por fracasada la "lucha contra el capitalismo industrial". Por lo que a nosostros respecta, podemos asegurar sin falsas modestias que no podremos enfrentarnos al capital, si tenemos que hacerlo solos .

Pero he aquí que una sed insaciable deja oir su voz, algunas veces, por entre los intersticios de esa superficie plana a la que se ha querido reducir al ser humano. Esa voz es nuestra voz, y su desciframiento debe ser así mismo nuestra acción y la de todos.

1. Tenemos un fenómeno análogo en la movilización contra la ya declarada II Guerra de Irak. El problema no es tanto el gesto de aquellos que sin más sienten la necesidad de levantarse, aun con sus precarios e ineficaces medios, contra la guerra. La perversión reside en la construcción, a partir de tantos gestos dispersos, del modelo de "personas que piden información, respeto, ser escuchadas, diálogo, comisiones informativas, asumir responsabilidades, paz y no guerra...(...) Y son ellos los que están haciendo que la democracia verdaderamente exista, son el verdadero fruto de la democracia", como predica Suso de Toro en un artículo que es también otro modelo de colaboracionismo ( No se dejan tapar la boca , El País 12-2-03). Las falsas esperanzas que ese modelo crea corrompen a su vez y de raíz la posibilidad de éxito del gesto disidente primigenio, y así vagamos perdidos por este salón de espejos, que es urgente romper .

2. "Nosotros hemos estado desde el principio gestionando esta batalla, sabemos lo que cada uno ha puesto en ella. Ahora vienen a dividirnos", puntualizaban las cofradías ante las maniobras de Tragsa (El Pais, 16-12-02). En cuanto a Markleen Terra, que intentaba "contratar" a los marineros para que siguieran haciendo lo que ya hacían, pero, eso sí, ahora ya bajo el legítimo amparo de una empresa privada, consiguió provocar una huelga en la ría de Vigo, pues como decía una de sus pancartas "os mariñeiros de Meira non se venden".

3. Los amigos de Ludd , texto citado. Conviene leer también su primer panfleto, Desastre del Prestige o desastre de la conciencia , distribuído en diciembre de 2002.

Grupo Surrealista de Madrid, febrero 2003

 


TEXTOS NA REVISTA ATALAIA